«¡Sólo estaba bromeando!», vociferaba Sharon mientras se pintaba los labios.
«Olvídate ya de ese canalla, Sharon. Lo único que pasa es que no quiere una cámara delante de su cara toda la noche, y menos aún en su día libre. La verdad es que yo le comprendo.»
«O sea que estás de su parte», dijo Sharon, contrariada. «Ah, cierra el pico, puta vieja llorona», le espetó Denise. «¿Dónde está Holly?», preguntó Sharon, cambiando de tema.
«No lo sé, la última vez que la he visto estaba bailando en la pista», dijo Denise. Se miraron la una a la otra y rompieron a reír.
«Ay… nuestra Disco Diva. Pobrecilla… -dijo Sharon con tristeza-. Espero que esta noche encuentre a un tío guapísimo y se pegue el lote.»
«Sí -convino Denise-. Vamos, vayamos a buscarle un hombre», sugirió, guardando el maquillaje en el bolso.
Justo después de que las chicas salieran del lavabo, se oyó que alguien tiraba de la cadena en un retrete. La puerta se abrió y salió Holly. Su amplia sonrisa se desvaneció al ver su rostro en la pantalla. A través de la rendija de la puerta se veía su reflejo en el espejo, los ojos enrojecidos de llorar. Se sonó y, con aire abatido, se miró fijamente al espejo durante un rato. Luego respiró hondo, abrió la puerta y bajó por la escalera en pos de sus amigas. Holly no recordaba haber llorado aquella noche; de hecho, creía que había superado la velada bastante bien. Se frotó la cara, preocupada por si a continuación iban a salir otras cosas que tampoco recordara.
Finalmente la escena cambió y aparecieron las palabras «Operación Cortina Dorada».
– ¡Oh, Dios mío! ¡Declan, eres un cabrón! -gritó Denise al ver el título en la pantalla, y salió disparada hacia el lavabo.
Obviamente acababa de acordarse de algo. Decían rió entre dientes y encendió un cigarrillo.
«Muy bien, chicas -estaba anunciando Denise-. Ha llegado la hora de la Operación Cortina Dorada.»
«¿Cómo?», musitaron Sharon y Holly, medio groguis, desde el sofá en el que se habían desplomado sumidas en un sopor etílico.
«¡Operación Cortina Dorada! -exclamó Denise con entusiasmo, intentando ponerlas de pie-. ¡Es hora de infiltrarse en el bar VIP!»
«¿Quieres decir que éste no lo es?», preguntó Sharon sarcásticamente, echando un vistazo al club.
«¡No! ¡Allí es donde van los verdaderos famosos!», explicó Denise excitada, señalando hacia la cortina dorada que custodiaba quien probablemente fuese el hombre más alto y fornido del planeta.
«Me importa un bledo dónde se metan los famosos, la verdad, Denise -soltó Holly-. Aquí estoy la mar de bien.» Y se acurrucó en el cómodo sofá.
Denise resopló y puso los ojos en blanco.
«¡Chicas! Abbey y Ciara están ahí dentro. ¿Por qué nosotras no?»
Jack miró con curiosidad a su novia. Abbey se encogió un poco de hombros y se tapó el rostro con la mano. Nada de aquello estaba despertando los recuerdos de nadie salvo los de Denise, que se había escabullido de la habitación. De repente Jack dejó de sonreír, se cruzó de brazos y se hundió en el asiento. Al parecer no tenía inconveniente en que su hermana hiciera locuras, pero cuando se trataba de su novia las cosas cambiaban. Jack apoyó los pies en la silla de delante y guardó silencio hasta el final del documental.
En cuanto Sharon y Holly se enteraron de que Abbey y Ciara estaban en el bar VIP, se incorporaron y escucharon atentamente el plan de Denise. «¡Muy bien, chicas, esto es lo que vamos a hacer!»
Holly apartó la vista de la pantalla y dio un ligero codazo a Sharon. Holly no recordaba haber dicho y hecho ninguna de aquellas cosas. Comenzaba a sospechar que Declan había contratado a unas actrices, que eran prácticamente sus dobles, para gastarles una broma espantosa. Preocupada, Sharon se volvió hacia ella abriendo desorbitadamente los ojos y se encogió de hombros. No, ella tampoco había estado allí la noche de autos. La cámara siguió a las tres chicas mientras éstas se aproximaban de un modo muy sospechoso a la cortina dorada y merodeaban delante de ella como unas idiotas. Sharon por fin se armó de valor para llamar la atención del gigantón dándole una palmadita en el hombro, consiguiendo así que se volviera y diera a Denise el tiempo suficiente para escapar por debajo de la cortina. Luego se puso a gatas y asomó la cabeza al bar VI P, mientras el trasero y las piernas sobresalían por el otro lado de la cortina.
Holly le dio una patada en el culo para que se apresurara.
«¡Ya las veo! -dijo Denise entre dientes en voz muy alta-. ¡Oh, Dios mío! ¡Están hablando con ese actor de Hollywood!»
Volvió a sacar la cabeza de debajo de la cortina y miró a Holly entusiasmada. Por desgracia, Sharon ya no sabía qué más decirle al gorila gigante y éste se volvió justo a tiempo para atrapar a Denise.
«¡No, no, no, no, no! -dijo Denise con suma calma una vez más-. ¡No lo entiende! ¡Ella es la princesa Holly de Suecia!»
«Finlandia», la corrigió Sharon.
«Perdón, de Finlandia-dijo Denise, aún de rodillas-. Estoy haciéndole una reverencia. ¡Usted debería hacer lo mismo!»
Sharon también se arrodilló y ambas se pusieron a adorar los pies de Holly. Ésta miraba incómoda alrededor, ya que el club entero estaba pendiente de ella y, una vez más, dedicó a su público un saludo mayestático. Nadie dio muestras de impresionarse.
– ¡Oh, Holly! -exclamó su madre, tratando de recobrar el aliento después de tanto reír.
El fornido gorila se volvió y habló por el walkie-talkie. «Chicos, tenemos un problema con la princesa y la dama.»
Presa de pánico, Denise miró a sus amigas y movió los labios diciendo «escondeos». Las chicas se pusieron de pie y huyeron. La cámara las buscó entre la concurrencia, pero no dio con ellas.
En su asiento en el Club Diva, Holly se llevó las manos a la cabeza cuando por Fin recordó lo que estaba a punto de ocurrir.
Paul y el Bigotes corrieron escaleras arriba hasta el club y se reunieron con el gorila gigante delante de la cortina dorada.
«¿Qué está pasando?», preguntó el Bigotes.
«Esas chicas que me dijiste que vigilara han intentado colarse a gatas al otro lado», dijo el hombretón muy serio. Bastaba verle para adivinar que su empleo anterior conllevaba el asesinato de personas que intentaban colarse a gatas al otro lado. Se estaba tomando muy en serio aquel atentado contra la seguridad del local.
«Dónde están?», preguntó el Bigotes. El gigantón carraspeó y apartó la vista. «Se han escondido, jefe.»
El Bigotes puso los ojos en blanco. «¿Se han escondido?»
«Sí, jefe.»
«¿Dónde? ¿En el club?» «Creo que sí, jefe.» «¿Crees que sí?»
«Bueno, no nos hemos cruzado con ellas al entrar, así que todavía tienen que estar aquí», terció Paul.
«Muy bien. -El Bigotes suspiró-. Pues empecemos a buscarlas. Que alguien se quede aquí y no le quite ojo a la cortina.»
La cámara seguía en secreto a los tres gorilas mientras éstos patrullaban el club, mirando detrás de los sofás, debajo de las mesas y detrás de las cortinas. Hasta enviaron a alguien a inspeccionar el lavabo. La familia de Holly se desternillaba de risa ante la escena que se desarrollaba en la pantalla.
Se produjo cierto revuelo en la parte alta del club y los gorilas se encaminaron hacia allí para ver qué ocurría. Estaba empezando a formarse un corro. Las dos bailarinas cubiertas de pintura dorada habían dejado de bailar y miraban la cama con cara de horror. La cámara hizo una panorámica hasta la cama de matrimonio inclinada para que se viera mejor. Bajo las sábanas doradas de seda parecía que hubiera tres cerdos en plena pelea. Sharon, Denise y Holly se revolcaban entre chillidos intentando ponerse tan planas como podían para pasar inadvertidas. El gentío se agolpó ante el lecho y, en un momento dado, dejó de sonar música. Los tres bultos de la cama dejaron de retorcerse y se quedaron inmóviles, sin saber qué estaba sucediendo fuera.
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