Daniel la miró.
– Holly, ¿puedo invitarte a una copa?
– Eh, no, gracias, Daniel. Me iré a casa enseguida.
– ¡Vamos, Hol! -protestó Ciara-. ¡No puedes marcharte tan pronto! ¡Es tu noche!
A Holly no le parecía que aquélla fuese su noche. Más bien tenía la impresión de haberse colado en una fiesta en la que no conocía a nadie.
– No, estoy bien, gracias -aseguró a Daniel de nuevo.
– Ni hablar, te quedas un rato -insistió Ciara-. Tráele un vodka con Coca-Cola y para mí lo mismo de antes -ordenó a Daniel.
– ¡Ciara! -exclamó Holly, avergonzada ante la grosería de su hermana.
– ¡Eh, no pasa nada! -terció Daniel-. Yo me he ofrecido. -Y se dirigió a la barra.
– Clara, has sido muy grosera -dijo Holly.
– ¿Qué? Pero si no tiene que pagar, es el dueño de este puñetero sitio -contestó Ciara a la defensiva.
– Eso no significa que tengas derecho a exigirle copas gratis…
– ¿Dónde está Richard? -interrumpió Ciara.
– Se ha ido a casa.
– ¡Mierda! ¿Hace mucho rato? -Ciara saltó del taburete alarmada.
– No lo sé, unos cinco minutos. ¿Por qué?
– ¡Habíamos quedado en que me llevaría a casa!
Ciara amontonó los abrigos de los demás en el suelo en busca de su bolso.
– Ciara, no podrás alcanzarlo. Hace demasiado que ha salido.
– No. Verás como lo pillo. Ha aparcado muy lejos y tendrá que volver a pasar por esta calle para ir a su casa. Lo interceptaré por el camino. -Por fin encontró el bolso y echó a correr hacia la salida gritando-: ¡Adiós, Holly! ¡Has estado de pena! -Y desapareció por la puerta.
Holly se quedó otra vez sola. Genial, pensó al ver que Daniel regresaba a la mesa con tres bebidas, ahora no tendría más remedio que darle conversación.
– ¿Dónde está Ciara? -preguntó Daniel mientras dejaba los vasos en la mesa y se sentaba delante de Holly.
– Me ha pedido que te dijera que lo sentía mucho, pero que tenía que dar caza a mi hermano para que la llevara a casa. -Holly se mordió el labio. Se sentía culpable porque sabía de sobras que Ciara no había pensado en Daniel ni por un segundo mientras salía despavorida hacia la puerta-. Perdona que antes yo también haya sido tan grosera contigo. -De pronto se echó a reír. Luego añadió-: Dios, pensarás que somos la familia más grosera del mundo. Ciara es un poco bocazas, la mayoría de las veces no sabe lo que dice.
– ¿Y tú sí? -replicó Daniel, sonriendo.
– Si lo dices por lo de antes, sí. -Y volvió a reír.
– Eh, no te preocupes, sólo significa que ahora hay más bebida para ti -dijo Daniel deslizando un vaso de chupito hasta su lado de la mesa.
– ¿Qué es esto? -Holly arrugó la nariz al olerlo.
Daniel la miró con una simpática sonrisa.
– Se llama un Bj. Deberías haber visto la cara del camarero cuando se lo he pedido. ¡Me parece que no sabía qué era!
– Oh, Dios -dijo Holly-. ¿Qué hace Ciara bebiendo esto? ¡Huele fatal! -Según ella, es fácil de tragar.
Ahora fue Daniel quien se echó a reír.
– Lo siento, Daniel, la verdad es que a veces se comporta de forma absurda. -Negó con la cabeza como dando a su hermana por imposible. Daniel miró más allá del hombro de Holly con aire divertido.
– Vaya, parece que tu amiga lo está pasando bien esta noche.
Holly se volvió y vio a Denise y al pinchadiscos abrazados junto al escenario. Saltaba a la vista que sus gestos provocativos habían surtido el efecto deseado.
– Oh, no, es ese horrible tipo que me obligó a salir del lavabo -refunfuñó Holly.
– Es Tim O'Connor de Dublín FM -explicó Daniel-. Somos amigo s. Holly se tapó la cara avergonzada.
– Esta noche trabaja aquí porque el karaoke se ha emitido en directo en la radio -agregó Daniel, muy serio.
– ¿Qué?
A Holly por poco le dio un infarto por vigésima vez en la misma velada. Daniel esbozó una amplia sonrisa y dijo:
– Es broma. Sólo quería ver qué cara ponías.
– Dios mío. No me des estos sustos -rogó Holly llevándose una mano al corazón-. Bastante horrible ha sido tener a toda esta gente aquí escuchándome, sólo faltaba que además me hubiese oído la ciudad entera.
Holly aguardó a que el corazón volviera a latir con normalidad mientras Daniel la miraba con picardía.
– Perdona que te lo pregunte pero, si tanto lo detestas, ¿por qué te inscribiste? -preguntó con aire vacilante.
– Verás, es que a mi marido se le ocurrió, con su increíble sentido del humor, que sería divertido'inscribir a su esposa, que es una negada para la música, en un concurso de canto.
Daniel rió.
– ¡Tampoco los has hecho tan mal! ¿Está aquí tu marido? -preguntó mirando alrededor-. No quiero que piense que estoy intentando envenenar a su esposa con este brebaje repugnante -agregó señalando el chupito con la barbilla.
Holly se volvió hacia la sala y sonrió.
– Sí, seguro que está aquí… En alguna parte.
Holly sujetó con una pinza la sábana que estaba tendiendo y pensó en cómo había ido trastabillando durante el resto del mes de mayo, tratando de poner un poco de orden en su vida. Había días en los que se sentía feliz y contenta, segura de que las cosas le irían bien, cuando de súbito, tan deprisa como había llegado, la dicha desaparecía y ella volvía a sumirse en la más absoluta tristeza. Procuró establecer una rutina en la que dejarse atrapar de buen grado para volver a sentir que pertenecía a su cuerpo y su cuerpo a la vida, en lugar de deambular por ahí como una zombi observando cómo los demás disfrutaban de sus vidas mientras ella aguardaba a que la suya acabara. Por desgracia, la rutina no resultó ser exactamente como esperaba. Se encontró a sí misma inmóvil durante horas en la sala de estar reviviendo cada uno de los recuerdos que conservaba de su vida con Gerry. Lo más triste de todo era que pasaba la mayor parte de ese tiempo rememorando todas y cada una de las peleas que habían tenido, deseando poder borrarlas, poder retirar todo lo desagradable que le había dicho, presa del enojo, y que en absoluto reflejaba sus verdaderos sentimientos. Se atormentaba por lo egoísta que había sido en ocasiones, saliendo de juerga con las amigas cuando se enfadaba con él en vez de quedarse en casa y deshacer el entuerto. Se reprendía por haberse apartado de él cuando debería haberlo abrazado, por haberle guardado rencor durante días en lugar de perdonarlo, por haberse ido a dormir sin cenar en lugar de hacerle el amor. Deseaba borrar todas las ocasiones en las que le constaba que Gerry se había enfadado con ella y la había odiado. Deseaba que todos sus recuerdos fuesen de buenos momentos, pero los malos no dejaban de persegui rl ahasta obsesionarla. Y éstos habían sido una absoluta pérdida de tiempo.
Y nadie les había advertido que andaban escasos de tiempo.
Luego venían los días felices en los que iba de aquí para allá con una sonrisa pintada en el rostro, sorprendiéndose a sí misma riendo mientras paseaba por la calle al asaltarle el recuerdo de una de sus típicas bromas. Ésa era su rutina. Se hundía en días de una profunda y lóbrega depresión, hasta que por fin recobraba las fuerzas para ser más positiva y cambiar de estado de ánimo durante otros tantos días. Ahora bien, cualquier nimiedad bastaba para desencadenar el llanto otra vez. Era un proceso agotador y las más de las veces le daba pereza batallar contra su mente, mucho más fuerte que cualquier músculo de su cuerpo.
Los familiares y los amigos iban y venían, unas veces para consolarla y otras para hacerla reír. Pero incluso en su risa se echaba algo en falta. Nunca parecía estar verdaderamente contenta, daba la impresión de matar el tiempo mientras aguardaba alguna otra cosa. Estaba harta de limitarse a existir; quería vivir. Pero ¿qué sentido tenía vivir cuando no se sentía viva? Se hizo las mismas preguntas una y mil veces, hasta que finalmente prefirió no despertar de sus sueños; éstos eran lo único que le parecía real.
Читать дальше