Las mejillas de Luke se pusieron coloradas y su respiración se hizo más agitada. Estaba de pie en medio del cuarto, rodeado de cables de consola de ordenador, con las manitas dejadas caer a los lados y aquel aire de desamparo. Elizabeth tenía palpitaciones mientras suplicaba para sí «por favor, no seas como tu madre, por favor, no seas como tu madre, por favor, no seas como tu madre». Sabía demasiado bien la capacidad de absorción que tenían los mundos de fantasía.
Finalmente Luke no pudo seguir callado y, mirando hacia el saco de alubias, ordenó:
– ¡Ivan, dile algo!
Reinó el silencio mientras Luke aguardaba hasta que soltó una risita histérica. Se volvió hacia Elizabeth y su sonrisa se difuminó enseguida al comprobar que ésta no reaccionaba.
– ¿No le ves? -chilló nerviosamente. Entonces, más enojado, repitió-: ¿Por qué no le ves?
– ¡Vale, vale! -Elizabeth procuró dominar el pánico. Se enderezó y recobró su altura normal. En ese nivel tenía control. No podía ver al tal Ivan y su conciencia se negaba a dejarla fingir. Le vinieron ganas de salir de la habitación cuanto antes. Levantó la pierna como para ir a pasar por encima del saco de alubias, pero se detuvo, optando por rodearlo. Una vez en la puerta echó un último vistazo por si localizaba al misterioso Ivan. Ni rastro.
Luke se encogió de hombros, se sentó y siguió jugando con el juego de lucha libre.
– Voy a preparar un poco de pizza, Luke.
Silencio. ¿Qué más debía decir? En momentos como aquél era cuando se daba cuenta de lo inútiles que resultaban todos los manuales del mundo sobre cómo ser madre. La buena maternidad te salía del corazón, era instintiva, y no por vez primera le preocupó estar defraudando a Luke.
– Estará lista dentro de veinte minutos -añadió con torpeza.
– ¿Qué? -Luke pulsó «Pausa» de nuevo y miró por la ventana.
– He dicho que estará lista dentro de vein…
– No es eso -dijo Luke zambulléndose de nuevo en el mundo de los videojuegos-. Ivan también tomaría un poco. Me ha dicho que la pizza es su plato favorito.
– Vaya.
Elizabeth tragó saliva con impotencia.
– Con aceitunas -prosiguió Luke.
– Pero, Luke, si tú odias las aceitunas.
– See, pero a Ivan le encantan. Le vuelven loco.
– Caramba…
– Gracias -dijo Luke a su tía. Miró el saco de alubias, le hizo una señal de victoria, sonrió y volvió a apartar la vista.
Elizabeth se batió en lenta retirada del cuarto de jugar. Reparó en que todavía llevaba el teléfono sujeto contra el pecho.
– ¿Sigues ahí, Marie?
Se mordió una uña y miró fijamente la puerta cerrada del cuarto de jugar preguntándose qué debía hacer.
– Empezaba a pensar que tú también te habías largado a la luna -contestó Marie riendo entre dientes. Pero, tomando por enojo el silencio de Elizabeth, se disculpó enseguida-. De todos modos llevabas razón, Saoirse iba camino de la luna, pero por suerte decidió detenerse para repostar combustible. Aunque fue más bien ella quien repostó. Tu coche ha sido localizado bloqueando la calle mayor con el motor aún en marcha y la puerta del conductor completamente abierta. Tienes suerte de que Paddy lo haya encontrado antes de que alguien se lo llevara.
– A ver si lo adivino. El coche estaba delante del pub.
– Correcto. -Marie hizo una pausa-. ¿Quieres poner una denuncia?
Elizabeth suspiró.
– No. Gracias, Marie.
– De nada. Haremos que alguien te lleve el coche a casa.
– ¿Qué pasa con Saoirse? -Elizabeth iba de un lado a otro del vestíbulo-. ¿Dónde está?
– Nos la quedaremos aquí un rato, Elizabeth.
– Voy a buscarla -dijo Elizabeth enseguida.
– No -insistió Marie-. Te llamaré más tarde y hablaremos de eso. Es preciso que tu hermana se tranquilice antes de ir a donde sea.
Elizabeth oyó a Luke reír y hablar en voz alta dentro del cuarto de jugar.
– La verdad, Marie -agregó con un amago de sonrisa-, antes de colgar me entraban ganas de pedirte que los que me lleven el coche a casa traigan un psiquiatra con ellos. Según parece a Luke ahora le ha dado por los amigos imaginarios…
Dentro del cuarto de jugar Ivan puso los ojos en blanco y se contoneó hundiéndose aún más en el saco de alubias. Había oído las palabras de Elizabeth al teléfono. Desde sus comienzos en aquel trabajo los padres le habían llamado así y eso estaba comenzando a preocuparle. No había absolutamente nada imaginario en él.
Luke fue muy amable al invitarme a cenar ese día. Cuando le dije que la pizza es mi plato favorito en realidad no tenía intención de que me invitaran a cenar. Pero ¿cómo iba a decir que no al lujazo de comer pizza en viernes? Había motivo para una celebración doble. Sin embargo, debido al incidente en el cuarto de jugar me dio la impresión de no haberle caído muy bien a la tía de Luke, cosa que no me sorprendió lo más mínimo, ya que por lo general suele ocurrir. Los padres siempre piensan que preparar comida para mí es un desperdicio, porque siempre terminan tirándola. Pero para mí es un asunto peliagudo. Vamos a ver, tienes que comerte la cena apretujado en un sitio minúsculo que te dejan en la mesa mientras los demás te miran y se preguntan si tu comida va a desaparecer o no. Al final me pongo tan paranoico que no puedo comer y tengo que dejar la comida en el plato.
No lo digo por quejarme, que te inviten a cenar está muy bien, pero los adultos nunca ponen la misma cantidad de comida en mi plato que en el de los demás. En el mío nunca llegan a poner ni siquiera la mitad de la comida que al resto de los comensales y siempre dicen cosas como «Bueno, seguro que Ivan no tiene mucho apetito hoy.» Vamos a ver, ¿cómo lo saben? Nunca preguntan. Suelo estar apretujado entre mi amigo íntimo de turno y algún hermano mayor pesado que me roba parte de la comida cuando nadie mira.
Se olvidan de darme cosas como servilletas, cubiertos y, por descontado, nunca son generosos con el vino. A veces se contentan con darme un plato vacío y decirle a mi amigo que la gente invisible come comida invisible. Vamos a ver, por favor, ¿acaso el invisible viento agita árboles invisibles? Suelen ponerme un vaso de agua y eso sólo si se lo pido educadamente a mis amigos. Los adultos ven raro que necesite un vaso de agua para acompañar la comida y hacen un montón de aspavientos cuando lo pido con hielo. Y digo yo, habida cuenta de que el hielo es gratis, ¿a quién no le apetece una bebida fresca en un día caluroso?
Por lo general son las madres quienes más charlan conmigo. Sólo que hacen preguntas y no escuchan las respuestas o fingen ante todos los demás que he dicho otra cosa para hacerles reír. Incluso me miran al pecho cuando me hablan como si esperasen que midiera un metro escaso. Y que conste, mido metro ochenta y os aseguro que no hacemos eso de la edad en el sitio de donde procedo; pasamos a existir tal como somos y crecemos espiritualmente más que físicamente. Es nuestro cerebro el que crece. Dejadme señalar que mi cerebro es bastante grande a estas alturas, aunque siempre hay sitio para que siga creciendo. Me dedico a este trabajo desde hace mucho tiempo y se me da bien. Nunca he decepcionado a un amigo.
Los papás siempre me dicen cosas entre dientes cuando creen que no hay nadie escuchando. Por ejemplo, Barry y yo fuimos a Waterford durante las vacaciones de verano y estábamos tumbados en la playa de Brittas Bay y pasó una señora en bikini. El padre de Barry dijo entre dientes «Ésa sí que está buena, Ivan.» Los papas siempre creen que estoy de acuerdo con ellos. Siempre aseguran a mi mejor amigo que les digo cosas como «Es bueno comer verdura. Ivan me ha pedido que te diga que te comas todo el brécol» y otras tonterías por el estilo. Mis amigos íntimos saben de sobra que nunca diría nada semejante.
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