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Cecelia Ahern: Si pudieras verme ahora

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Cecelia Ahern Si pudieras verme ahora

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En la vida de Elizabeth Egan todo tiene su sitio, desde las tazas para café exprés en su reluciente cocina hasta los muestrario y los botes de pintura de su negocio de diseño de interior. El orden y la precisión le dan una sensación de control sobre la vida y mantienen el corazón de Elizabeth apartado del dolor que sufrió en el pasado. ejercer de madre de su sobrino de seis años al tiempo que saca adelante su empresa es un empleo a jornada completa, que deja poco margen al error y la diversión. Hasta que un día alguien muy singular aparece inesperadamente en sus vidas. El misterioso Ivan es despreocupado, espontáneo y amante de la aventura, todo lo contrario que Elizabeth. Reconoce a su verdadero amor antes de que ella le vea siquiera, y le enseña que la vida sólo merece la pena ser vivida cuando se nos presenta con todo su color y una pizca de desorden. Pero ¿quién es Ivan en realidad? Pícara y por momento profundamente conmovedora, esta novela nos permite recuperar toda la ternura y la emotividad características de la autora de Posdata: Te amo, novela que será llevada al cine con Hillary Swank como protagonista.

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El niño estrelló el coche de bomberos contra el patrullero, y el jefe de bomberos, que iba enganchado a la escalera a un lado del camión, salió despedido. Reí a carcajadas y el niño levantó la vista.

En realidad me miró. Justo a los ojos.

– Hola -dije y carraspeé nervioso cambiando el peso de un pie al otro. Llevaba mis zapatillas Converse azules favoritas, que aún tenían manchas de hierba en las punteras blancas de goma de cuando Barry y yo fuimos a patinar. Comencé a frotar una puntera de goma contra la valla de ladrillos del jardín tratando de limpiarla mientras pensaba qué iba a decir a continuación. Aunque hacer amigos es lo que más me gusta del mundo, eso no quita que me ponga un poco nervioso. Siempre cabe la espantosa posibilidad de que no le caiga bien a la gente y eso me da un canguelo que para qué. Hasta ahora he tenido suerte, pero sería de tontos suponer que siempre va a ser así.

– Hola -contestó el niño poniendo al bombero de nuevo en la escalera.

– ¿Cómo te llamas? -pregunté golpeando con el pie la pared que tenía delante y restregando la puntera de goma. Las manchas de hierba se resistían a desaparecer.

El niño me estudió un rato, me miró de arriba abajo como si tratara de decidir si era digno de que me dijera su nombre o no. Ésa es la parte de mi trabajo que más aborrezco. Es un mal trago querer hacerte amigo de alguien que no quiere ser amigo tuyo. A veces ocurre, aunque al final siempre cambian de parecer porque, lo sepan o no, desean mi compañía.

El niño tenía el pelo de un rubio casi blanco y grandes ojos azules. Su cara me sonaba por haberla visto en alguna parte, pero no recordaba dónde.

Por fin habló.

– Me llamo Luke. ¿Y tú?

Hundí las manos en los bolsillos y me concentré en patear la cerca del jardín con el pie derecho. Estaba consiguiendo que unos trozos de ladrillo se desprendieran y cayeran al suelo. Sin mirarle dije:

– Ivan.

– Hola, Ivan -sonrió. Le faltaban los dientes de delante.

– Hola, Luke -sonreí a mi vez. Yo conservaba todos mis dientes-. Me gusta tu coche de bomberos. Mi mej… mi antiguo mejor amigo Barry tenía uno igual que éste y jugábamos con él sin parar. Aunque no creo que los coches de bomberos sirvan para gran cosa porque éste al pasar por el fuego se derrite -expliqué sin sacarme las manos de los bolsillos, con lo cual los hombros me subieron hasta las orejas. Así encorvado se amortiguaba el sonido, de modo que saqué las manos de los bolsillos para oír lo que Luke estaba diciendo.

Luke se revolcaba por la hierba, muerto de risa.

– ¿Hiciste que tu coche de bomberos atravesara un peligroso fuego?-chilló.

– Bueno, los coches de bomberos están hechos para el fuego, ¿no? -repuse a la defensiva.

Luke se tumbó boca arriba, pateó el aire desternillándose de risa y gritó:

– ¡No, tontina! ¡Los coches de bomberos sirven para apagar el fuego!

Reflexioné un rato sobre eso.

– Hummm. Mira, voy a decirte lo que apaga los fuegos, Luke -expliqué con total naturalidad-: el agua.

Luke se dio unos golpecitos en la sien, exclamó «¡Ahí va!», hizo girar los ojos y volvió a desplomarse sobre la hierba.

Me eché a reír. Luke era la mar de divertido.

– ¿Quieres jugar conmigo? -Luke enarcó las cejas para subrayar la pregunta.

Sonreí de oreja a oreja.

– Pues claro, Luke. ¡Jugar es lo que más me gusta! -Y salté la valla del jardín para reunirme con él en el césped.

– ¿Qué edad tienes? -Me miró con recelo-. Pareces de la misma edad que mi tía -frunció el ceño-. Y a mi tía no le gusta jugar con el coche de bomberos.

Me encogí de hombros.

– Bueno, pues será que tu tía es una asos vieja y aburrida.

– ¡Una asos! -chilló Luke con regocijo-. ¿Qué es una asos?

– Alguien que es sosa -dije arrugando la nariz y diciendo la palabra como si fuera una enfermedad.

Me gustaba decir las palabras al revés; era como inventar mi propio lenguaje.

– Sosa -repitió Luke conmigo y arrugó la nariz-, eeecs.

– ¿Cuántos años tienes tú? -pregunté a Luke mientras estrellaba el coche patrulla contra el de los bomberos. El bombero jefe volvió a caerse de la escalera-. Tú sí que te pareces a mi tía -le acusé, y Luke se retorció de risa. Reía muy alto.

– ¡Sólo tengo seis años, Ivan! ¡Y no soy una niña!

– Vaya. -En realidad no tengo ninguna tía, pero se me ocurrió decirlo para hacerle reír-. No veo que seis años sean pocos años.

Justo cuando me disponía a preguntarle cuáles eran sus dibujos animados favoritos se abrió la puerta principal y oí un berrido. Luke palideció y miré hacia donde él miraba.

– ¡¡Saoirse, devuélveme las llaves!! -chillaba una voz desesperada. Una mujer aturullada, con las mejillas encendidas y los ojos desorbitados, cuya larga y sucia melena pelirroja colgaba en mechones alrededor de su cara, salió corriendo de la casa. Otro berrido procedente del interior la hizo trastabillar sobre sus zapatos de plataforma en el escalón del porche delantero. Soltó un taco y se apoyó en la pared exterior para no perder el equilibrio. Al levantar la vista miró hacia el extremo del jardín donde estábamos sentados Luke y yo. Cuando abrió la boca para sonreír mostró unos dientes torcidos y amarillentos. Retrocedí un poco sin levantarme. Vi que Luke hacía lo mismo. La mujer saludó a Luke alzando el pulgar y graznó:

– Hasta la vista, chaval.

Dejó de apoyarse en la pared, se tambaleó un poco y se encaminó con paso decidido al coche aparcado en el camino de entrada.

– ¡¡Saoirse!! -La voz de la persona que seguía dentro de la casa volvió a sonar-. ¡¡Como pongas un solo pie en ese coche llamaré a la Garda!!

La pelirroja dio un resoplido, pulsó un botón del llavero del coche y las luces emitieron un destello y se oyó un pitido. Abrió la puerta, subió dándose un golpe en la cabeza y cerró con un sonoro portazo. Desde la otra punta del césped oí el clic del seguro de las puertas. Unos cuantos chicos dejaron de jugar en la calle para contemplar la escena que se desarrollaba delante de ellos.

Finalmente la propietaria de la voz misteriosa salió corriendo al jardín con un teléfono en la mano. Era muy distinta de la otra señora. Llevaba el pelo recogido en un moño impecable y un elegante traje sastre gris que no pegaba con la voz aguda y destemplada que parecía tener. También estaba congestionada y le faltaba el aliento. El pecho le subía y bajaba deprisa mientras corría cuanto le permitían los tacones hacia el coche. Se puso a dar brincos alrededor del coche; primero probó la manecilla de la puerta y al encontrarla cerrada amenazó con llamar al 999.

– Voy a llamar a la Garda, Saoirse -advirtió agitando el teléfono hacia la ventanilla del conductor.

Saoirse se limitó a sonreírle desde dentro del coche y puso el motor en marcha. A la señora que había amenazado con telefonear a la policía se le quebró la voz mientras le suplicaba que bajara del coche. Saltaba sobre uno y otro pie dando la impresión de que dentro de su cuerpo hubiera alguien que se agitara intentando salir, como el Increíble Hulk.

Saoirse salió disparada por la larga rampa adoquinada. A medio camino aminoró la marcha. La mujer del teléfono bajó los hombros y se mostró aliviada. Pero, en lugar de detenerse por completo, el coche avanzó a paso de tortuga mientras la ventanilla del lado del conductor se bajaba y por su hueco asomaban dos dedos levantados en alto con orgullo para que todo el mundo lo viera.

– Bah, volverá dentro de dos minutos -dije a Luke, que me miró de una manera extraña.

La mujer del teléfono observó aterrada cómo el coche volvía a acelerar y casi atropellaba a un niño al enfilar la calzada. Ante ese espectáculo unos mechones de pelo se le soltaron del apretado moño como si quisieran dar caza al coche por su cuenta.

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