Cecelia Ahern - Si pudieras verme ahora

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En la vida de Elizabeth Egan todo tiene su sitio, desde las tazas para café exprés en su reluciente cocina hasta los muestrario y los botes de pintura de su negocio de diseño de interior. El orden y la precisión le dan una sensación de control sobre la vida y mantienen el corazón de Elizabeth apartado del dolor que sufrió en el pasado. ejercer de madre de su sobrino de seis años al tiempo que saca adelante su empresa es un empleo a jornada completa, que deja poco margen al error y la diversión. Hasta que un día alguien muy singular aparece inesperadamente en sus vidas. El misterioso Ivan es despreocupado, espontáneo y amante de la aventura, todo lo contrario que Elizabeth. Reconoce a su verdadero amor antes de que ella le vea siquiera, y le enseña que la vida sólo merece la pena ser vivida cuando se nos presenta con todo su color y una pizca de desorden. Pero ¿quién es Ivan en realidad? Pícara y por momento profundamente conmovedora, esta novela nos permite recuperar toda la ternura y la emotividad características de la autora de Posdata: Te amo, novela que será llevada al cine con Hillary Swank como protagonista.

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Era lo que había ocurrido con Mark. Con el tiempo, Elizabeth simplemente no pudo seguir dándole más de sí misma sin desatender a su propia familia. Eso era lo que él quería que hiciera, por supuesto, cortar los cordones que la conectaban con su familia, pero ella era incapaz de hacerlo y nunca lo haría. Saoirse y su padre sabían cómo tirar de esos cordones y por eso se convirtió en su marioneta. Como resultado se encontró sola, criando a un niño que nunca había deseado, mientras que el amor de su vida residía en Estados Unidos felizmente casado y era padre de un hijo. Ella llevaba cinco años sin saber nada de él. Pocos meses después de que Elizabeth regresara a Irlanda él había ido a verla aprovechando una escapada a la isla para visitar a su familia.

Aquellos primeros meses fueron los más duros. Elizabeth se había empeñado en hacer que Saoirse criara al bebé y por más que Saoirse protestara y asegurara que le importaba un bledo, Elizabeth no estaba dispuesta a permitir que su hermana desaprovechara la oportunidad de educar a su hijo.

El padre de Elizabeth no tuvo paciencia para aguantarlo; no soportaba oír los gritos del bebé toda la noche mientras Saoirse andaba por ahí de parranda. Elizabeth suponía que le recordaba demasiado aquellos años en que se vio solo con un bebé en brazos, bebé que más tarde se quitó de encima pasándoselo a su hija de doce años. Bueno, pues volvió a hacer lo mismo. Echó a Saoirse de la granja obligándola a presentarse en casa de Elizabeth con cuna y todo. El día en que esto sucedía fue el día en que Mark decidió salir de excursión para visitarla.

En cuanto éste echó un vistazo al estado de su vida, ella supo que lo había perdido para siempre. Poco tiempo después Saoirse desapareció de casa dejando al bebé con Elizabeth. Ésta pensó en dar el bebé en adopción, y lo pensó en serio. Cada noche de insomnio y cada día de estrés se prometía que haría aquella llamada. Pero no podía hacerlo. Quizá tuviese algo que ver con su rechazo a rendirse. Era obsesiva en su esfuerzo por alcanzar la perfección y no desistiría en su intento de ayudar a Saoirse. Además había una parte de ella empeñada en demostrar que era capaz de educar a un niño, que no era culpa suya que Saoirse hubiese salido como había salido. Con Luke no cabía equivocarse. El chico se merecía algo mucho mejor.

Elizabeth maldijo al recoger otro de sus bocetos, lo estrujó como una bola y lo lanzó a la papelera. El tiro resultó corto y como era incapaz de aguantar que algo estuviera fuera de sitio cruzó la habitación y lo echó donde correspondía.

La mesa de la cocina estaba cubierta de papel, lápices de colores, libros infantiles, personajes de tebeo… Lo único que había conseguido hacer era llenar la hoja de garabatos. Eso no bastaba para el cuarto de jugar y desde luego tampoco para el nuevo mundo que aspiraba a crear. Como de costumbre, ocurrió lo mismo que ocurría siempre que pensaba en Ivan: sonó el timbre y supo que era él. Se levantó, se arregló el pelo y la ropa mirándose en el espejo. Recogió los lápices de colores y el papel, pero se quedó plantada presa del pánico intentando decidir dónde meterlos. Entonces, se le resbalaron de las manos; y cuando renegando, trató de cogerlos, los papeles se le escaparon y cayeron planeando al suelo como hojas en una brisa de otoño.

Mientras estaba en cuclillas, percibió unas zapatillas rojas Converse cruzadas con desenfado en el umbral.

Elizabeth se desplomó, con las mejillas sonrosadas.

– Hola, Ivan -dijo negándose a mirarlo.

– Hola, Elizabeth. ¿Tienes avispas en el culo? -preguntó con alegre ironía.

– ¡Qué amable ha sido Luke al abrirte la puerta! -respondió Elizabeth con sarcasmo-. Es curioso, nunca lo hace cuando necesito que lo haga. -Alcanzó las hojas de papel del suelo y se puso de pie-. Vas de rojo -constató examinando la gorra roja, la camiseta roja y las zapatillas rojas.

– Así es -convino Ivan-. Vestirme de colores distintos es ahora mi distracción favorita. Hace que aún esté más contento.

Elizabeth bajó la vista a su negro atuendo y pensó en ello.

– ¿Qué es eso que tienes ahí? -preguntó Ivan irrumpiendo en sus pensamientos.

– Oh, no es nada -farfulló Elizabeth doblando las hojas que tenía juntas.

– Déjame verlo. -Ivan le arrebató los papeles-. ¿Qué tenemos aquí? El Pato Donald, Mickey Mouse -iba pasando páginas-, Winnie-the-Pooh, un coche de carreras y… ¿esto qué es?

Giró la hoja por completo para verla mejor.

– Nada -le espetó Elizabeth arrancándosela de la mano.

– No puede no ser nada; nada es algo así. -La miró inexpresivamente.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó Elizabeth tras un momento de silencio.

– Nada, ¿lo ves? -contestó Ivan mostrándole las manos.

Elizabeth se apartó de él poniendo los ojos en blanco.

– A veces eres peor que Luke. Voy a tomar una copa de vino. ¿Te apetece algo? ¿Vino, cerveza, brandy?

– Un osav de echel, por favor.

– Me encantaría que dejaras de hablar al revés -le soltó ella al darle el vaso de leche-. ¿Es para variar? -preguntó irritada arrojando las hojas a la papelera.

– No, es lo que tomo siempre -contestó Ivan con alegre desparpajo estudiándola con recelo-. ¿Por qué está cerrado con llave ese armario?

– Em… -titubeó Elizabeth-, es para que Luke no tenga acceso al alcohol.

No podía decir que era por Saoirse. Luke había adquirido el hábito de esconder la llave en su cuarto cada vez que oía llegar a su madre.

– Vaya. ¿Tienes planes para el veintinueve?

Ivan giró sobre sí mismo en un taburete de la mesa de desayuno y observó cómo Elizabeth hurgaba entre las botellas de vino torciendo el gesto con concentración.

– ¿Cuándo cae el veintinueve? -preguntó ella a su vez. Cerró el armario y buscó un sacacorchos en un cajón.

– El sábado.

Elizabeth se sonrojó y apartó la vista centrando toda su atención en abrir la botella.

– Este sábado salgo.

– ¿Adonde vas?

– A un restaurante.

– ¿Con quién?

Elizabeth sintió como si fuese Luke quien la acribillaba a preguntas.

– He quedado con Benjamin West -dijo sin dejar de darle la espalda. No se atrevía a mirarle de frente en ese momento, pero tampoco sabía por qué se sentía tan incómoda.

– ¿Por qué has quedado con él en sábado? Tú no trabajas los sábados -aseveró Ivan.

– No es una cita de trabajo, Ivan. No conoce a nadie aquí y saldremos a cenar como es debido. -Se sirvió vino tinto en una copa.

– ¿A cenar? -preguntó Ivan un poco incrédulo-. ¿Vas a comer con Benjamin?

Su voz subió unas cuantas octavas. Elizabeth abrió los ojos de par en par y se volvió en redondo, copa en mano.

– ¿Algún problema?

– Va sucio y huele mal -aseveró Ivan.

Elizabeth se quedó literalmente boquiabierta; no sabía qué responder a aquello.

– Seguramente come con las manos. Como un animal o un cavernícola, medio hombre medio animal. Seguramente caza su…

– Basta, Ivan -ordenó Elizabeth echándose a reír. Él se calló-. ¿Qué pasa en realidad? -preguntó ella enarcando una ceja sin perderle de vista. Después tomó un sorbo de vino.

Ivan dejó de dar vueltas en el taburete y la miró fijamente. Ella le sostuvo la mirada y le vio tragar saliva mientras la nuez le bajaba por el cuello. Su puerilidad desapareció y se le apareció como un hombre, grande, fuerte, con mucha presencia. El pulso de Elizabeth se aceleró. Los ojos de Ivan no se apartaban de su cara y ella no podía mirar a otra parte, incapaz de moverse.

– No pasa nada.

– Ivan, si tienes algo que decirme deberías decirlo -dijo Elizabeth con firmeza-. Ahora ya somos niños y niñas mayores. -Esbozó una sonrisa.

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