Yo había pensado en esa historia de “cambiar el mundo” unos segundos antes.
Athena, siempre me dices…mejor, tengo que decirte algo que sucedió en aquel bar de Sibiu, con la música gitana…
En el restaurante, quieres decir.
Sí, en el restaurante. Antes estábamos hablando de libros, cosas que se acumulan y que ocupan espacio. Tal vez tengas razón. Hay algo que deseo darte desde que te vi bailando aquel día.
Se hace cada vez más pesado en mi corazón.
No sé qué te refieres.
Claro que lo sabes. Hablo de un amor que estoy descubriendo ahora y haciendo todo lo posible por destruirlo antes de que se manifieste. Me gustaría que lo recibieses; es lo poco que tengo de mí mismo, pero que no poseo. No es exclusivamente tuyo, porque hay alguien en mi vida, pero me haría feliz si lo aceptases, de todos modos.
“Dice un poeta árabe de tu tierra, Khalil Gibran: “Es bueno dar cuando alguien pide, pero es mejor todavía poder dárselo todo al que nada pidió”. Si no digo todo lo que estoy diciendo esta noche, seguiré siendo aquel que simplemente es testigo de lo que pasa, no seré el que vive.
Respiré hondo: el vino me había ayudado a liberarme.
Ella apuró la copa y yo hice lo mismo. El camarero apareció con la comida, haciendo algunos comentarios respecto a los platos, diciéndonos los ingredientes y la manera de cocinarlos. Nosotros dos manteníamos los ojos fijos el uno en el otro (Andrea me había comentado que Athena se había comportado así la primera vez que se habían visto, y estaba convencida de que era una manera de intimidar a los demás).
El silencio era horrible. Yo la imaginaba levantándose de la mesa, hablando de su famoso e invisible novio de Scotland Yard, o comentando que se sentía muy halagada, pero que estaba muy preocupada por las clases del día siguiente.
“¿Y hay algo que se pueda guardar? Todo lo que poseemos un día será dado. Los árboles dan su fruto para seguir viviendo, pues guardarlo es poner fin a sus existencias”.
Su voz, aunque baja y un poco pausada por culpa del vino, lo calaba todo a nuestro alrededor.
“Y el mayor mérito no es el del que ofrece, sino el del que recibe sin sentirse deudor. El hombre da poco cuando sólo dispone de los bienes materiales que posee; pero da mucho cuando se entrega a sí mismo.”
Decía todo eso sin sonreír. Me parecía estar hablando con una esfinge.
Es del mismo poeta que acabas de citar; lo aprendí en el colegio, pero no necesito el libro en el que lo escribió; guardé sus palabras en mi corazón.
Bebió un poco más. Yo hice lo mismo. Ahora ya no creí oportuno preguntarle si lo había aceptado o no; me sentía mejor.
Puede que tengas razón; voy a donar mis libros a una biblioteca pública, sólo conservaré algunos que realmente vuelvo a releer.
¿Quieres hablar de eso ahora?
No. No sé cómo seguir la conversación.
Pues entonces cenemos y degustemos la comida. ¿Te parece una buena idea?
No, no me parecía buena idea; yo quería oír algo diferente.
Pero me daba miedo preguntar, de modo que seguí hablando de bibliotecas, de libros, de poetas, hablando compulsivamente, arrepentido de haber pedido tantos platos; era yo el que deseaba salir corriendo, porque no sabía cómo seguir aquella cita.
Al final, me hizo prometerle que iría al teatro para asistir a su primera clase, y aquello fue para mí una señal. Ella me necesitaba, había aceptado lo que yo inconscientemente soñaba con ofrecerle desde que la vi bailando en restaurante en Transilvania, pero no lo había comprendido hasta esa noche.
O creer, como decía Athena.
Andrea McCain,actriz
Claro que soy culpable. Si no hubiese sido por mi culpa, Athena nunca habría ido al teatro aquella mañana, ni habría reunido al grupo, ni nos hubiera pedido que nos acostásemos todos en el suelo del escenario para empezar una relajación completa, que incluía respiración y conciencia de cada parte del cuerpo.
“Ahora relajad las piernas…”
Todos obedecíamos, como si estuviésemos ante una Diosa, alguien que sabía más que todos nosotros juntos, aunque ya hubiésemos hecho ese ejercicio cientos de veces.
“Ahora relajad la cara, respirad profundamente”,etc.
¿Creía que nos estaba enseñando algo nuevo? Esperábamos una conferencia, ¡una charla! Tengo que controlarme, volvamos al pasado; nos relajamos, y llegó aquel silencio, que nos desorientó por completo. Hablando después con algunos compañeros, todos tuvimos la sensación de que el ejercicio se había acabado; era hora de sentarse, de mirar a nuestro alrededor, pero nadie lo hizo. Permanecimos acostados, en una especie de meditación forzada, durante quince interminables minutos.
Entonces su voz se hizo oír de nuevo:
Habéis tenido tiempo de dudar de mí. Alguno se ha mostrado impaciente. Pero ahora os voy a pedir sólo una cosa: cuando cuente hasta tres, levantaos y sed diferentes.
“No digo: sed otra persona, un animal, una casa. Evitad hacer todo lo que habéis aprendido en los cursos de teatro; no os estoy pidiendo que seáis actores y que demostréis vuestras cualidades.
Os estoy ordenando que dejéis de ser humanos y que os transforméis en algo que no conocéis.
Estábamos con los ojos cerrados, tumbados en el suelo, sin saber cómo estaban reaccionando los demás. Athena jugaba con esa inseguridad.
Voy a decir algunas palabras, y vais a asociar imágenes a ellas. Recordad que estáis intoxicados por conceptos, y si yo digo “destino”, tal vez empecéis a imaginar vuestras vidas en el futuro.
Si yo digo “rojo”, haréis una interpretación psicoanalítica. No es eso lo que quiero. Quiero que seáis diferentes, como he dicho.
Ni siquiera era capaz de explicar bien lo que quería. Como nadie protestó, tuve la certeza de que estaban intentando ser educados, pero, cuando acabase la “conferencia”, no volverían a inventarla. Y me dirían lo ingenua que había sido por haberla buscado.
La primera palabra es: sagrado.
Para no morirme de aburrimiento, decidí formar parte del juego: imaginé a mi madre, a mi novio, a mis futuros hijos, una carrera brillante.
Haced un gesto que signifique “sagrado”.
Crucé mis brazos en el pecho, como si estuviera abrazando a todos los seres queridos. Supe más tarde que la mayoría habían abierto los brazos en cruz, y una de las chicas abrió las piernas, como si estuviera haciendo el amor.
Volved a relajaros. Olvidadlo todo otra vez y mantened los ojos cerrados. Mi intención no es criticaros, pero, por los gestos que he visto, le estáis dando una forma a lo que consideráis sagrado. Y no quiero eso: os pido que la próxima palabra no intentéis definirla como se manifiesta en este mundo. Abrid vuestros canales, dejad que esa intoxicación de realidad se aleje. Sed abstractos y así estaréis entrando en el mundo al que os estoy guiando.
La última frase sonó con tal autoridad que sentí cómo cambiaba la energía del lugar. Ahora la voz sabía a qué lugar deseaba conducirnos. Una maestra, en vez de una conferenciante.
Tierra-dijo.
De repente, entendí a qué se refería. Ya no era mi imaginación, sino mi cuerpo en contacto con el suelo. Yo era la Tierra.
Haced un gesto que represente la Tierra.
No me moví; yo era el suelo de aquel escenario.
Perfecto-dijo ella-. Nadie se ha movido. Todos, por primera vez, habéis experimentado el mismo sentimiento; en vez de describir algo, os habéis transformado en la idea.
Se quedó de nuevo en silencio durante lo que yo imaginé que serían unos largos cinco minutos. El silencio nos dejaba perdidos, incapaces de distinguir si ella no sabía cómo continuar o si no conocía nuestro intenso ritmo de trabajo.
Voy a decir una tercera palabra.
Читать дальше