Nicholas Sparks - Fantasmas Del Pasado

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Jeremy Marsh es un periodista especializado en desenmascarar fraudes con apariencia de hechos sobrenaturales. Allí donde parece darse un caso extraño que escapa a toda explicación lógica, él se empeña en demostrar que para encontrarla sólo hace falta investigar el caso a fondo y seguir en todo momento los dictámenes de la razón. Hasta ahora nunca se ha equivocado, y con esa determinación viaja a Boone Creek, una pequeña localidad de Carolina del Norte, en busca de la causa real que se esconde detrás de unas apariciones fantasmagóricas en el cementerio del pueblo. La leyenda local habla de una maldición y de almas que vagan con sed de venganza, pero ¿cuánto de verdad y cuánto de fábula hay en esa leyenda, como en todas las demás?
Sin embargo, Jeremy ha de enfrentarse a algo verdaderamente inesperado, para lo que esta vez su razón no tiene respuesta: el encuentro con Lexie Darnell, la nieta de la vidente del pueblo. Y es que Jeremy podía prever que Lexie lo ayudaría en sus pesquisas gracias a su trabajo como bibliotecaria, pero no que él acabaría enamorándose perdidamente de ella. El dilema no tardará en surgir: si la joven pareja quiere empezar a construir un futuro en común, Jeremy deberá arriesgarse a otorgar un voto de confianza a la fe ciega, en la que nunca había creído…

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– ¿Qué crees que debería hacer?

Alvin suspiró.

– Supongo -dijo- que tienes que hacer lo que creas que es más conveniente para ti. ¿No te parece?

Capítulo 19

Jeremy apenas durmió en su última noche en el Greenleaf. Él y Alvin habían acabado de filmar -mientras pasaba el tren, Riker's Hill sólo recibió un poco de la luz reflejada- y tras revisar la grabación, ambos decidieron que disponían de suficiente material como para probar la teoría de Jeremy a menos que los de la productora estuvieran dispuestos a comprar unas cámaras de mayor precisión.

Sin embargo, de regreso al Greenleaf, Jeremy no pensó en el misterio ni tampoco centró su atención en la carretera. En lugar de eso, empezó nuevamente a darle vueltas a lo que le había sucedido en los últimos días. Recordó la primera vez que vio a Lexie en el cementerio, y su conversación exaltada en la biblioteca. Se acordó de la comida en Riker's Hill y su corto paseo por los confines del pueblo, rememoró su enorme sorpresa ante la extraordinaria fiesta en su honor, y cómo se sintió cuando contempló las luces en el cementerio. Pero sobre todo, recordó aquellos momentos en que empezó a ser consciente de que se estaba enamorando de Lexie.

¿Realmente era posible que hubieran sucedido tantas cosas en tan sólo un par de días? Cuando llegó al Greenleaf y entró en su habitación, estaba ofuscado tratando de averiguar en qué momento las cosas habían empezado a torcerse. Pero ahora tenía la impresión de que Lexie no sólo había estado intentando huir de él, sino también de sus propios sentimientos. ¿Cuándo se había dado cuenta de lo que sentía por él? ¿En la fiesta, igual que él? ¿En el cementerio? ¿Esa tarde?

No estaba seguro. Todo lo que sabía era que la amaba y que le resultaba imposible imaginar que no volvería a verla jamás.

Las horas pasaban lentamente. Su vuelo salía al mediodía desde Raleigh, lo cual quería decir que pronto se marcharía del Greenleaf. Se había levantado antes de las seis, había hecho las maletas y había cargado todo el equipaje en el coche. Tras asegurarse de que la luz de la habitación de Alvin estaba encendida, se dirigió al bungaló de recepción. El golpe del aire helado matutino acabó de despertarlo.

Jed lo miró con cara de pocos amigos, como ya esperaba. Su pelo estaba más enmarañado que de costumbre, y su ropa, notablemente arrugada, así que Jeremy supuso que el gigante se acababa de levantar hacía sólo unos escasos minutos. Jeremy depositó la llave sobre el mostrador.

– Vaya lugar tan especial. Se lo recomendaré a mis amigos -pronunció Jeremy, con afán de ser afable.

Aunque pareciera imposible, la expresión de Jed se tornó todavía más despreciativa, y Jeremy se limitó a sonreír. De vuelta a su habitación, distinguió los focos de un coche que se abría paso a través de la niebla por el camino de gravilla. Durante un instante pensó que era Lexie, y su corazón dio un vuelco súbitamente; cuando el coche estuvo finalmente a la vista, sus esperanzas desaparecieron también súbitamente.

El alcalde, arropado con una chaqueta gruesa y una bufanda, salió del coche. Sin mostrar la energía de la que había hecho alarde en los últimos encuentros, avanzó a tientas en la oscuridad hasta Jeremy.

– ¿Qué, ya has hecho las maletas? -soltó a modo de saludo.

– Pues sí. Ahora mismo las estaba cargando en el coche.

– Supongo que Jed no te habrá cobrado la estancia.

– No -contestó Jeremy-. Muchas gracias por tu generosidad.

– No hay de qué. Tal y como te dije, es lo mínimo que podemos hacer por ti. Sólo espero que lo hayas pasado bien en nuestra apreciada localidad.

Jeremy asintió, fijándose en la cara de preocupación del alcalde.

– Sí, la verdad es que lo he pasado muy bien.

Por primera vez desde que Jeremy lo había conocido, Gherkin parecía no encontrar las palabras que buscaba. Mientras el silencio se tornaba incómodo, Tom introdujo la bufanda dentro de la chaqueta.

– Bueno, sólo quería pasar por aquí para decirte que a los del pueblo les ha encantado conocerte. Sé que no debería hablar en boca de todos, pero te aseguro que has causado una muy buena impresión.

Jeremy hundió las manos en los bolsillos.

– ¿Por qué el engaño?

Gherkin suspiró.

– ¿Te refieres a incluir el cementerio en la gira?

– No. Me refiero a que tu padre plasmó la respuesta en su diario y que tú me lo has ocultado.

Una expresión taciturna se apoderó de la cara de Gherkin.

– Tienes razón -repuso tras unos segundos, con la voz entrecortada-. Mi padre resolvió el misterio. -Miró a Jeremy directamente a los ojos-. ¿Sabías el motivo de su interés por la historia del pueblo?

Jeremy sacudió la cabeza lentamente.

– En la segunda guerra mundial, mi padre coincidió en el ejército con un hombre llamado Lloyd Shaumberg. Shaumberg era teniente, y mi padre no era más que un soldado raso. Ahora parece como si la gente no apreciara que en la guerra no sólo había soldados en la primera línea de fuego. La mayoría de los que tomaron parte en ese episodio eran personas normales y corrientes: panaderos, carniceros, mecánicos. Shaumberg era historiador. Por lo menos eso es lo que mi padre decía. De hecho, era un simple profesor de historia en un instituto de Delaware, pero mi padre aseguraba que no existía ningún oficial mejor que él en todo el ejército. Solía entretener a sus hombres contándoles historias del pasado, historias que casi nadie conocía, y eso ayudó a que mi padre no se muriera de miedo por las atrocidades que sucedían a su alrededor. Pues bien, después del penoso avance hasta la península de Italia, Shaumberg y mi padre y el resto del pelotón quedaron sitiados por los alemanes. Shaumberg ordenó a sus hombres que se retiraran mientras que él intentaba cubrirlos. «No me queda ninguna otra alternativa», les explicó. Era una misión suicida; todos lo sabían, pero así era Shaumberg. -Gherkin hizo una pausa-. Al final mi padre sobrevivió y Shaumberg murió, y cuando mi padre regresó a casa después de la guerra, prometió que también se convertiría en historiador, como una forma de honrar a su amigo.

Gherkin no continuó, y Jeremy lo miró con curiosidad.

– ¿Por qué me cuentas todo esto?

– Porque -respondió Gherkin- a mi modo de entender, yo tampoco tenía ninguna otra alternativa. Cada pueblo necesita un elemento distintivo, algo que sea capaz de transmitir a sus habitantes la poderosa idea de que viven en un lugar especial. En Nueva York no tenéis que preocuparos por esas tonterías. Están Broadway y Wall Street y el Empire State Building y la Estatua de la Libertad. Pero aquí, después del cierre de casi todas las fábricas, reflexioné y me di cuenta de que lo único que nos quedaba era una leyenda. Y las leyendas…, bueno, las leyendas sólo son reliquias del pasado, y un pueblo necesita algo más que eso para sobrevivir. Es todo lo que intentaba hacer: hallar una forma de mantener vivo este pueblo, de no dejarlo morir del todo, y entonces apareciste tú.

Jeremy desvió la mirada, pensando en los comercios cerrados que había visto la primera vez que pisó Boone Creek, y recordó el comentario de Lexie sobre el cierre del molino textil y de la mina de fósforo.

– Así que has venido para darme tu interpretación -dedujo Jeremy.

– No. He venido para que sepas que todo esto ha sido idea mía, sólo mía; ni de los del Ayuntamiento, ni de la gente que vive aquí. Quizá me haya equivocado. Quizá no estés de acuerdo con mis métodos. Pero quiero que sepas que lo he hecho porque pensaba que era lo mejor para el pueblo y para sus habitantes. Y ahora, todo lo que te pido es que cuando redactes tu artículo, recuerdes que no hay nadie más involucrado. Si quieres sacrificarme, adelante; podré vivir con esa pena. Además, tengo la seguridad de que mi padre me habría comprendido, y eso me llena de orgullo.

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