Qué palabra tan malsonante; además, no tenía nada que ver con lo que sucedía en el pueblo. De acuerdo, conocía el origen de las luces, pero prácticamente nadie más lo sabía, y de todos modos, ¿qué daño había en ello? La cuestión era que existía una leyenda, existían unas luces, y alguna gente creía que eran fantasmas. Otros simplemente se limitaban a seguir la corriente, pensando que esa historia confería al pueblo un aire diferente y especial. La gente necesitaba esa clase de historias más que nunca.
Si Jeremy Marsh se iba del pueblo con un dulce recuerdo de la localidad, lo comprendería. Pero si Jeremy Marsh se iba molesto y desalentado, no lo comprendería. Y en esos momentos el alcalde no estaba seguro de con qué impresión se marcharía Jeremy al día siguiente.
– ¿No te parece que Tom tiene pinta de estar preocupado? -comentó Rodney.
Rachel levantó la vista, sintiéndose orgullosa de haber pasado prácticamente toda la noche con Rodney. Ni siquiera le molestaba que de vez en cuando él lanzara miradas furtivas hacia la puerta para ver si Lexie venía, por la sencilla razón de que él parecía estar a gusto a su lado.
– Sí, pero es que Tom siempre parece estar preocupado.
– No -replicó Rodney-. Esta vez no es lo mismo. Presiento que está muy preocupado por algo.
– ¿Quieres hablar con él?
Rodney consideró la posibilidad. Al igual que el alcalde -al igual que todos los allí presentes, por lo que parecía-, se había enterado de lo de la bronca en la biblioteca, pero a diferencia de los demás, creyó comprender por dónde iban los tiros, especialmente después de ver la expresión en la cara del alcalde. De repente se dio cuenta de que a Gherkin le preocupaba la forma en que Jeremy pensaba exponer su pequeño misterio al mundo entero.
En cuanto a la pelea, ya había intentado prevenir a Lexie de lo que se le venía encima. Era inevitable. Pero Lexie era la mujer más testaruda que había conocido; jamás aceptaba ninguna clase de consejos, era necesario que experimentara las consecuencias en su propia piel para cambiar de rumbo. Podía ser volátil, y Jeremy finalmente lo había comprobado en primera persona. A pesar de que Rodney deseó que ella no se hubiera expuesto nuevamente a andar por la cuerda floja, se sentía aliviado al saber que la aventura amorosa entre ella y Jeremy estaba a punto de tocar a su fin.
– No -dijo Rodney-. No hay nada que pueda hacer para ayudarlo. Ahora todo depende de él.
Rachel frunció el ceño y lo miró con una curiosidad latente.
– ¿Qué es lo que depende de él?
– Nada, no es importante. -Rodney despachó el tema con una sonrisa.
Rachel lo estudió durante un momento antes de encogerse de hombros. La canción terminó, y la banda empezó a tocar una nueva melodía. Como la mayoría de los que ocupaban las sillas alrededor de la pista, Rachel comenzó a seguir el ritmo con los pies.
Rodney no parecía fijarse en las parejas que bailaban, preocupado como estaba. Quería hablar con Lexie. De camino hacia el granero, había pasado por delante de su casa y había visto la luz encendida y el coche aparcado en la acera. Un poco antes también había recibido un informe de uno de sus compañeros, según el cual el urbanita y su acólito -que parecía sacado directamente de un cómic- estaban organizando un tinglado con las cámaras en el paseo entarimado; lo cual significaba que Jeremy y Lexie no habían hecho las paces.
Si cuando acabara el baile y pasara por delante de la casa de Lexie veía las luces aún encendidas, llamaría a la puerta, tal y como había hecho la noche en que se marchó el señor sabelotodo. Tenía la corazonada de que ella no se sorprendería al verlo. Pensó que probablemente se lo quedaría mirando un momento antes de abrir la puerta. Le prepararía una taza de café descafeinado, y al igual que la vez anterior, él se sentaría en el sofá y escucharía durante horas cómo Lexie se desahogaba, maldiciéndose por ser tan estúpida.
Rodney asintió para sí mismo. La conocía mucho mejor de lo que se conocía a sí mismo.
Pero esta vez no se sentía listo para actuar del mismo modo. Sabía que ella necesitaría un poco más de tiempo para ordenar sus pensamientos. Y tenía que admitir que empezaba a sentirse cansado de que Lexie lo tomara por su hermanito mayor. Además, tampoco estaba de humor para escucharla. En esos instantes se sentía sumamente cómodo, y no tenía ganas de que la noche culminara de un modo deprimente.
Además, la banda no era tan mala. Era mucho mejor que la que habían contratado el año pasado. Con el rabillo del ojo contempló cómo Rachel movía las piernas al compás de la música, complacido de que ella lo hubiera escogido por compañía, igual que había hecho la otra noche en la fiesta. Se sentía a gusto con ella, pero lo más extraño era que últimamente, cada vez que la veía, le parecía más guapa de lo que recordaba. Seguramente sólo era su imaginación, pero no podía dejar de pensar que esa noche estaba especialmente atractiva.
Rachel se dio cuenta de que él la observaba y esbozó una mueca nerviosa al tiempo que decía:
– Lo siento, pero es que esta canción me gusta mucho.
Rodney carraspeó antes de decidirse a hablar.
– ¿Quieres bailar? -le preguntó.
– ¿Lo dices en serio? -exclamó ella abriendo bien los ojos.
– No se me da muy bien bailar, pero…
– ¡Me encantaría! -lo interrumpió ella, y acto seguido lo cogió de la mano.
Mientras Rodney la seguía hasta la pista, se disiparon sus dudas sobre lo que haría con Lexie más tarde.
Doris se balanceaba lentamente en la mecedora del comedor, con la mirada perdida en dirección a la ventana, preguntándose si Lexie iría a visitarla. Ojalá esta vez le fallara la intuición. Sabía que Lexie lo estaba pasando mal -eso no era exactamente una premonición, sino simplemente una evidencia-, y todo porque Jeremy iba a marcharse del pueblo al día siguiente.
En cierto modo deseó no haber empujado a Lexie hacia él. Ahora se daba cuenta de que debería haber sospechado que la historia acabaría de esa forma, así que ¿por qué lo había organizado todo para iniciar el idilio entre ellos? ¿Porque Lexie estaba sola? ¿Porque Lexie estaba atrapada en un callejón sin salida desde que se había enamorado de ese joven de Chicago? ¿Porque creía que a Lexie la asustaba la idea de volverse a enamorar?
¿Por qué no había sido capaz de disfrutar de la compañía de Jeremy? De verdad, eso era todo lo que quería que Lexie hiciera. Jeremy era inteligente y encantador, y Lexie simplemente necesitaba darse cuenta de que existían más hombres como Avery o como el joven de Chicago. ¿Qué apelativo utilizaba ahora para dirigirse a él? ¿El señor sabelotodo? Intentó recordar su nombre, aunque sabía que ese matiz no era importante. Lo que realmente importaba era Lexie, y Doris estaba realmente preocupada por ella.
No le cabía la menor duda de que no tardaría en recuperarse del mal trago. Sin duda acabaría por aceptar la realidad de lo que había sucedido y hallaría el modo de seguir adelante. Con el tiempo, posiblemente, incluso se convencería de que había sido una experiencia enriquecedora. Si algo había aprendido de Lexie, era que su nieta era una superviviente nata.
Doris suspiró. Sabía que Jeremy estaba sufriendo. Si Lexie se había enamorado de él, él había perdido la cabeza por ella, y Lexie había aprendido el arte de poner freno a cualquier relación que pareciera ir demasiado en serio y a vivir su vida fingiendo que esas relaciones jamás habían existido.
Pobre Jeremy, no era justo que le pasara eso.
En el cementerio de Cedar Creek, Lexie se hallaba inmóvil, rodeada por la niebla que cada vez se espesaba más, contemplando el lugar donde sus padres estaban enterrados. Sabía que Jeremy y Alvin estarían filmando el puente de caballetes y Riker's Hill desde el paseo entarimado, lo cual significaba que esa noche podría estar sola con sus pensamientos.
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