Penny Vincenzi - Reencuentro

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Una noche de 1987, alguien abandona a una niña recién nacida en el aeropuerto de Heathrow. Un año antes, tres chicas, Martha, Clio y Jocasta, se habían conocido por casualidad en un viaje y habían prometido volver a encontrarse, aunque pasará mucho tiempo antes de que cumplan la promesa. Para entonces, Kate, la niña abandonada, ya será una adolescente. Vive con una familia adoptiva que la quiere, aunque ahora Kate desea conocer a su madre biológica. Es decir, una de aquellas tres jóvenes, ahora mujeres acomodadas. Pero ¿qué la llevó a una situación tan desesperada?
La trama que desgrana este libro se sitúa allí donde confluyen entre estas cuatro vidas. Y es que Kate verá cumplido su deseo aunque, como enseñan algunas fábulas, a veces sea mejor no desear ciertas cosas…

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– Sí, bueno, a veces está bien -dijo Sarah-. Otras no tanto. Como tener que cuidar de los pequeños a menudo. Mi madre no está nunca en casa por las noches.

– ¿Adónde va?

– Sale. Cuando acaba en el pub. A tomar una copa. A un club.

– ¡A un club! ¿A su edad?

– Ya lo sé. Es patético. Y también se queda en casa de Jerry a menudo.

– ¿Con el tío de la moto?

– Sí, es su novio. ¿No lo sabías?

– La verdad es que no. -Kate lo digirió en silencio-. ¿Crees que ellos…?

– Sí, por supuesto -dijo Sarah-. ¿Qué crees tú que hacen?

– No lo sé… -contestó Kate. Miró a Sarah en silencio un momento y añadió-: Tú no lo has hecho todavía, ¿no?

– No, claro que no. Pero lo estoy pensando.

– ¿Con Darren?

– Sí, es el adecuado.

– Pero… ¿para qué? ¿Por qué?

– Porque me apetece -dijo Sarah-. Al menos creo que me apetece. La mitad de la clase lo ha hecho. Empiezo a sentirme marciana. ¿Tú no?

– No -dijo Kate con firmeza-. Yo no.

– ¿Aunque al final te enrolles con Nat Tucker?

– ¡Ni hablar!

Nat Tucker iba un curso por delante de ellas y había sido objeto del deseo de muchas chicas. Era alto, moreno y, aunque no era demasiado guapo y a veces le salían granos, era muy sexy. Había dejado la escuela y trabajaba de aprendiz en el taller de su padre; se había comprado un coche con el que paseaba por el barrio, con la música a todo volumen, y un brazo colgando fuera de la ventanilla, sosteniendo un cigarrillo. Le había dicho a Kate un par de veces que la llevaría a dar una vuelta, pero hasta entonces no lo había hecho.

– Escucha -dijo Kate-, he tenido otra idea.

Había visto un anuncio en un periódico local. «Agencia de detectives privados -decía-. Investigaciones de empresa, matrimonios, personas desaparecidas, etc. Discreción y confidencialidad.» Y después las palabras mágicas: «Si no obtenemos resultados no cobramos». Valía la pena intentarlo. Con la voz temblorosa, Kate había llamado a la agencia. Una mujer de voz alegre y despreocupada atendió la llamada.

– ¿Sí?

– Quiero hablar con alguien para encontrar a una persona. Por favor.

– Sí. ¿Puede decirme algo más? ¿Se trata de un familiar?

– Sí. Un familiar. Quiero… encontrar a… a mi… -Se interrumpió. Por Dios, cómo le costaba siempre decirlo-. A mi madre -dijo con voz firme.

– Ya. -La voz continuaba siendo tranquila-. Bien, haremos todo lo posible. Pero antes de seguir adelante, debo saber algunos detalles.

– No… no sé su nombre. Ningún nombre…

– Eso lo hace más difícil, pero no imposible. Hemos resuelto casos parecidos.

Llovía, era un día gris y deprimente. A Kate, de repente, le pareció que había salido el sol.

– ¿Puede darnos alguna idea de su situación, de dónde podría estar?

Se avecinaron algunas nubes.

– No. Ninguna idea, lo siento.

– Bien, ¿tiene algún punto de partida? Por ejemplo, ¿dónde nació usted? ¿Y cuándo?

– Oh, sí. -Eso era fácil. Muy fácil-. Nací en el aeropuerto de Heathrow. El 15 de agosto de 1986.

Un largo silencio y después:

– ¿En el mismo aeropuerto?

– Pues sí. Y entonces ella… El caso es que me encontraron poco después.

– Creo que debería venir a vernos. Es evidente que tenemos que hablar de esto con calma -dijo la voz.

Sarah se ofreció a ir con ella, pero Kate pensaba que debía ir sola.

– Parece más… más adulto.

Fue al día siguiente, después de la escuela. La oficina estaba encima de una joyería, y era bastante lujosa, no miserable, como esperaba Kate, y el señor Graham tampoco era el vejestorio tristón que había imaginado. Era apuesto, bastante guapo y bien educado. Era bastante mayor, pensó, pero no tanto como sus padres, probablemente rondaba los cuarenta. Le ofreció una taza de café espantoso y le pidió que le explicara lo que quería.

Después de cinco minutos, el señor Graham levantó una mano.

– Veamos. Es posible que pudiéramos encontrarla, a tu madre…

– ¿Podrían? ¡Oh, Dios mío!

Le dijo cosas que la animaron: que sabían dónde había nacido, el hospital al que la habían llevado, que los rastros podían recuperarse incluso cuando parecían fríos. Era como un maravilloso cuento de hadas. Y entonces llegó el golpe: que no podían hacerlo sin cobrar. Que sería un trabajo a largo plazo, con una gran inversión de tiempo. Quería al menos un adelanto de trescientas libras.

Kate se sintió fatal: la seductora y brillante visión de que le entregaban a su madre se desvaneció lentamente.

– Mira -dijo Richard Graham, que no era mala persona-. Habla con tus padres, con los que te adoptaron. A ver si pueden ayudarte. Y diles que vengan contigo.

Era imposible que sus padres pagaran trescientas libras. No para eso. Le dirían que todo era muy endeble, le advertirían que acabaría siendo mucho más dinero, y que alguien de la Organización Nacional de Asesoramiento a Adoptados y Padres la ayudaría gratis cuando cumpliera los dieciocho.

Cuando cumpliera los dieciocho. Faltaban más de dos años. Se sintió fatal. Era como si le hubieran dicho que su madre estaba a la vuelta de la esquina y que, si se apresuraba, aún la atraparía. Pero alguien la sujetaba en la calle y no podía moverse.

¡No era justo! ¡No era justo!

Capítulo 11

Finalmente se presentó el Partido Progresista de Centro: en las Connaught Rooms, la misma sede que había usado el Partido Socialdemócrata, el SDP, algo menos de veinte años antes. No había ninguna intención oculta en esa coincidencia: era un lugar muy céntrico, lo bastante grande, famoso y espléndido. El trío KFL -como se les conoció enseguida- que lo había hecho posible, eran Jack Kirkland, Janet Frean y Chad Lawrence.

Afirmaban tener 21 diputados en sus filas, y casi todas sus circunscripciones habían aceptado permitirles trabajar para los nuevos colores hasta las siguientes elecciones. La circunscripción de Chad Lawrence fue de las pocas que forzaron unas elecciones y él las ganó con facilidad.

Su calendario era perfecto: con el eslogan «Las personas primero, la política después», habían arrasado sobre una lista más bien de pacotilla, y al menos por un momento histórico todo les había ido de cara. No sólo el momento era perfecto -el presupuesto era en abril y había poco tiempo para preparar las elecciones locales de mayo- sino afortunado. Las luchas internas y la desesperación habían hecho mella en el Partido Conservador, y las historias de horror sobre hospitales, escuelas y delincuencia habían acosado al Nuevo Laborismo.

El funeral de la Reina Madre había encendido una ola de patriotismo. La población estaba predispuesta para algo inspirado y nuevo. En un nuevo partido político, dijo Kirkland, podrían pensar que lo habían encontrado.

Tres periódicos se habían puesto de su parte, el Sketch, el Independent y el News. Otros fueron más escépticos, pero eran receptivos con lo que todos denominaban una brisa fresca en la política. El nombre fue un enorme éxito y los cronistas lo pasaron en grande comparando la primera conferencia de prensa con una sesión fotográfica de la Copa del Mundo y con la meta de los corredores en el Grand National.

Corrieron muchas historias feas sobre los tres y hubo también rumores infundados sobre quién iba a abandonar qué partido para ingresar en el nuevo, y el más disparatado fue que Gordon Brown era uno de ellos, y el más fundamentado que lo era Michael Portillo. Ninguno de los dos lo hizo. Tanto Tony Blair como Iain Duncan Smith dijeron -evidentemente apretados- que eso era la democracia, aunque lamentaran (por parte de Iain Duncan Smith) la deslealtad que había engendrado, y que Tony Blair recordara que el SDP había tenido un nacimiento igual de triunfal y un funeral siete años después.

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