– No toques nada -susurró Nadia, temiendo que hasta el aire que exhalaba provocara una tragedia.
Llegaron al otro lado y le hicieron señas a Dil Bahadur de que pasara, aunque éste ya había iniciado el trayecto, porque no temía a las lanzas: estaba protegido por su amuleto.
– Podríamos haber muerto clavados como insectos -comentó Alexander, limpiándose los lentes, que estaban empañados.
– Pero eso no ocurrió, ¿verdad? -le recordó Nadia, a pesar de que estaba tan asustada como su amigo.
– Si aspiran profundo tres veces, dejan que el aire llegue hasta el vientre y luego lo sueltan lentamente, tal vez se tranquilicen… -les aconsejó el príncipe.
– No hay tiempo para hacer yoga. Sigamos -lo interrumpió Alexander.
El GPS indicó la puerta que debían abrir y, apenas lo hicieron, las lanzas se levantaron simultáneamente y el cuarto volvió a verse vacío. Después encontraron dos habitaciones, cada una con varias puertas, pero sin trampas. Se relajaron un poco y empezaron a respirar con normalidad, pero no se descuidaron.
De pronto se encontraron en un espacio completamente oscuro.
– En el video no se ve nada, la pantalla está negra -dijo Alexander.
– ¿Qué habrá aquí? -inquirió Nadia.
El príncipe tomó la linterna y alumbró el piso, donde vieron un árbol frondoso y lleno de frutas y pájaros, pintado con tal maestría que parecía plantado en tierra firme, erguido al centro de la habitación. Era tan hermoso y de aspecto tan inofensivo, que invitaba a acercarse y tocarlo.
– ¡No den un solo paso! Es el Árbol de la Vida. He oído historias sobre los peligros de pisarlo -exclamó Dil Bahadur, olvidando por una vez sus buenos modales.
El príncipe tomó la pequeña escudilla en la cual preparaba su comida, que siempre llevaba entre los pliegues de su túnica, y la tiró al suelo. El Árbol de la Vida estaba pintado en una delgada seda tendida sobre un pozo profundo. Un paso al frente los habría precipitado al vacío. No sabían que allí había perecido uno de los secuaces de Tex Armadillo en ese mismo recorrido. El bandido yacía al fondo de un pozo donde en ese mismo momento las ratas terminaban de pelar sus huesos.
– ¿Cómo podemos pasar? -preguntó Nadia.
– Tal vez sería mejor que esperen aquí -indicó el príncipe.
Con grandes precauciones, Dil Bahadur buscó con el pie hasta que encontró una delgada pestaña a lo largo de la pared. No se veía porque estaba pintada de negro y se fundía contra el color del piso. Con la espalda pegada contra el muro fue avanzando. Movía la pierna derecha unos centímetros, buscaba el equilibrio y luego movía la izquierda. Así llegó hasta el otro lado.
Alexander comprendió que para Nadia ésa sería una de las pruebas más difíciles, por su temor a la altura.
– Ahora debes recurrir al espíritu del águila. Dame la mano, cierra los ojos y pon toda tu atención en los pies -le dijo.
– ¿Por qué no espero aquí, mejor? -sugirió ella.
– No. Vamos a pasar juntos -la conminó su amigo.
No sospechaban qué profundidad tenía el hueco y no pensaban averiguarlo. El bandido de Tex Armadillo que cayó al pozo había resbalado sin que nadie pudiera impedirlo. Por un instante pareció flotar en el aire, sostenido por la copa del Árbol de la Vida, abierto de piernas y brazos, envuelto en sus negras vestiduras, como un gran murciélago. La ilusión duró una pestañada. Con un alarido de absoluto terror, el hombre cayó a la negra boca del pozo. Sus compañeros oyeron el golpe del cuerpo al tocar fondo y luego reinó un silencio escalofriante. Por suerte Nadia nada sabía de esto. Se aferró a la mano de Alexander y paso a paso le siguió hasta el otro lado.
Al abrir otra de las puertas, los tres amigos se encontraron rodeados de espejos. No sólo los había en las paredes, sino también en el techo y el suelo, multiplicando sus imágenes hasta el infinito. Además la habitación estaba inclinada, como un cubo sostenido en una de sus esquinas. No podían avanzar de pie, debían hacerlo gateando, sujetándose unos a otros, completamente desorientados. Las puertas no se veían, porque eran también de espejo. En pocos segundos estaban con náuseas, sentían que les estallaba la cabeza y perdían la razón.
– No miren hacia los lados, claven la vista en el que va adelante. Síganme en fila, sin separarse. La dirección está indicada en mi pantalla -ordenó Alexander.
– No sé cómo vamos a encontrar la salida -dijo Nadia, totalmente confundida.
– Si abrimos la puerta equivocada, posiblemente se active un seguro y quedemos atrapados aquí para siempre -les advirtió el príncipe con su habitual calma.
– Para eso contamos con la tecnología más moderna -lo tranquilizó Alexander, aunque él mismo apenas podía controlar sus nervios.
Las puertas eran todas iguales, pero mediante el GPS Alexander se dio cuenta de la dirección que debían tomar. El rey se había detenido en varios lugares antes de abrir la puerta correcta. Echó atrás el video para observar los detalles y se fijó que el espejo reflejaba una imagen deformada del rey.
– Uno de los espejos es cóncavo. Ésa es la puerta -concluyó.
Cuando Dil Bahadur se vio gordo y paticorto en el espejo, empujó; éste cedió y pudieron salir. Se encontraron en un angosto y largo corredor que se enroscaba en sí mismo como una espiral. Se diferenciaba de los demás recintos del palacio en que no había puertas visibles, pero no dudaron que encontrarían una al final, porque así indicaba el video. No había dónde perderse, era simplemente cuestión de avanzar. El aire estaba enrarecido y flotaba un polvillo fino, que parecía dorado en la luz de las pequeñas lámparas colgadas del techo. En el video vieron que el rey había pasado rápido y sin vacilar, pero eso no significaba que fuera seguro, podía haber riesgos que el video no registraba.
Entraron al corredor, observando el entorno, sin saber por dónde vendría la amenaza, pero conscientes de que no podían descuidarse ni un segundo. Habían dado varios pasos cuando comprendieron que pisaban algo blando. Tenían la sensación de caminar sobre una lona estirada, que cedía con el peso de los cuerpos.
Dil Bahadur se tapó la boca y la nariz con la túnica e hizo gestos desesperados a sus amigos de seguir sin detenerse. Acababa de darse cuenta de que en realidad avanzaban sobre un sistema de fuelles. Con cada paso salía de unos agujeros en el suelo el polvo que habían notado al entrar. En pocos segundos el aire estaba tan saturado que no se veía a treinta centímetros de distancia. Las ganas de toser eran insoportables, pero se controlaron como pudieron, porque al hacerlo aspiraban el polvo a bocanadas. La única solución era tratar de llegar a la salida lo antes posible. Echaron a correr, procurando no respirar, lo cual era imposible, dada la longitud del pasillo. Temieron que fuera un veneno mortal, pero pensaron que, si el rey cruzaba ese corredor a menudo, no podía tratarse de eso.
Nadia era buena nadadora, porque se había criado en el Amazonas, donde la vida transcurre sobre el agua, y podía permanecer sumergida más de un minuto. Eso le permitió sujetar la respiración mejor que sus amigos, pero aun así tuvo que inhalar un par de veces. Calculó que Alexander y Dil Bahadur tenían bastante más de ese extraño polvo en el organismo que ella. De cuatro zancadas llegó al final del pasillo, abrió la única puerta que había y tiró a los otros hacia el umbral.
Sin pensar en los riesgos que la habitación próxima podía contener, los tres amigos se precipitaron fuera del corredor, cayendo unos encima de otros, ahogados, respirando a todo pulmón y tratando de sacudirse el polvo adherido a la ropa. En el video nada amenazante aparecía: el rey había pasado por ese cuarto con la misma seguridad con que lo hizo por el corredor. Nadia, quien se hallaba en mejores condiciones que los muchachos, les señaló que no se movieran mientras ella revisaba el lugar.
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