– Quería ponerme un nombre -recuerda-, Pero no quería que me llamaran «Hombre del Espacio». Me parecía demasiado formal. Y demasiado usado ya. «Hombre Cohete» suena mucho más amigable. Es como el apodo de un vecino. Del hombre de la calle. Y a la gente se le quedó lo de «Hombre Cohete».
Fue en una entrevista para un periódico de Florida cuando nació el Hombre Cohete, una celebridad mediática internacional que daba dos o tres entrevistas al día. Recibía tantas llamadas telefónicas que su buzón de mensajes llegó al límite de capacidad después del primer centenar. Su página web llegó a tener 380.000 visitas en una hora.
– De todas las entrevistas de radio que he hecho, solamente ha habido dos o tres, tal vez una docena, en que los presentadores hayan intentado dejarme en ridículo -dice-. Ni siquiera Howard Stern intentó burlarse de mí cuando estuve media hora hablando con él. No me quiso dejar como un chiflado. Hizo un par de referencias a si ahora estaba follando más a menudo, pero no convirtió el asunto en un pene gigante, un rollo sexual ni un símbolo fálico.
Y, sin embargo, todo lo que sube tiene que bajar.
Y hasta el Hombre Cohete lo dice: el aterrizaje puede ser muy jodido.
Brian e llena se conocieron en persona en abril de 2001. Dos meses más tarde pasaron otras dos semanas juntos y se comprometieron. En julio de 2002 llena y su hijo de ocho años, Alexi, llegaron a América con visado de compromiso marital.
– Me negaba a creer que pudiera cometer un error tan grande -dice Brian-. Nos escribimos un total de mil ciento cincuenta y cinco e-mails en un período de un año y medio. Yo tenía tantas ganas de creerla que estuve dispuesto a correr el riesgo, pero en cuanto nos casamos, el quince de octubre de dos mil dos, las cosas empezaron a empeorar.
Ilena tenía quince años menos que Brian y dejaba atrás un apartamento de setenta metros cuadrados que compartía con otras siete personas en Rusia. Brian le instaló una piscina para su hijo. Aceptó pagarle cirugía ocular por valor de cuatro mil dólares y ortodoncia por valor de doce mil. Cambió su BMW descapotable biplaza por un sedán. Y, aun así, se peleaban. Ella se negaba a hablar inglés a la hora de la cena o a levantarse antes de las ocho de la mañana.
Brian le trajo un ordenador a casa para que ella lo usara mientras Alexi se pasaba el día en la escuela. Seis semanas más tarde le preguntó por su navegación en internet…
– Las peores páginas web eran de bestialismo y sexo con animales -dice-. Se dedicaba a pasar una hora o una hora y media, varias veces por semana, visitando aquellas páginas. Solo pasaron seis semanas desde que traje el ordenador hasta que se marchó. A mí me dejó completamente abatido pensar que aquella mujer a la que yo había querido tanto como para traerla de Rusia y casarme con ella pudiera ser tan perversa. No estamos hablando de porno normal. Hablamos de cosas que le hacen a uno vomitar.
Después de seis semanas de casados ella había puesto anuncios en la red en secreto para buscar a otro hombre, a ser posible un artista de pelo largo y rubio que viviera en un loft en la ciudad, prácticamente lo contrario de Brian, que era moreno, barbudo y vivía en una cabaña de troncos.
– Ilena es una mujer hermosa, pero no tiene alma -dice-. Estoy convencido de que lo único que le importaba era el pasaje hasta aquí. Y nada más.
En la mente de Brian Walker, el proyecto RUSH estaba conectado con ser el Hombre Cohete y con estar casado con Ilena.
– Yo pensaba, a mi manera, que sería una forma maravillosa de unir al mundo -dice-. De demostrar la cooperación y la conexión entre antiguos enemigos. Hablábamos de escribir un libro entre los dos. Podríamos escribir libros infantiles en inglés y en ruso. Yo veía que de todas aquellas oportunidades podría crecer un gran árbol, pero todo se fue al garete.
La primera vez que habló con ella sobre sus navegaciones por internet, Ilena hizo la maleta, cogió a su hijo y se fue a vivir con un vecino, un ruso con el que ha estado viviendo desde entonces.
Brian dice:
– He recibido e-mails de un montón de tipos y sus historias eran casi idénticas. Eran tipos que creían que había amor, pero en cuanto sus mujeres conseguían el permiso de residencia desaparecían. Ilena ni siquiera esperó tanto. Se marchó dos meses después de que nos casáramos. Ni siquiera pudo fingir durante el suficiente tiempo como para legalizar su situación.
Entonces fue cuando todo se hundió. Brian se pasó ocho semanas sin comer. Perdió veintidós kilos, se afeitó la barba y ya no pudo soportar seguir trabajando en el cohete.
– Llevo tanto tiempo trabajando tan duro… -dice-. Es como volver a antes de empezar el proyecto del cohete, a los quince años de fracasos miserables. Construí un submarino, pero nunca pude hacer dinero con él. Tuve éxito en una parte, pero fracasé en otra. Lo mismo pasó con mi camilla o con mis otros cientos de inventos. Estuve trabajando sin parar durante meses seguidos y años seguidos. Luego empecé a triunfar en la industria juguetera y en lugar de ampliar el negocio me metí en este proyecto, y en estos momentos no lo puedo ni soportar.
Otro shock le llegó en forma del Premio X, un premio de diez millones de dólares para el primer grupo privado que ponga un cohete en la atmósfera. Y de la repentina competencia que ahora le ha salido al Hombre Cohete en forma de equipos con gran preparación y abundantes recursos de todo el mundo.
Hasta la atención mediática se ha convertido en un obstáculo. A su puerta han llegado unas dos mil personas pidiendo ir en el cohete.
– Me cuesta muchísimo decir que no -dice-. Lo que me ha retrasado más durante los últimos tres años es mi deseo de satisfacer las peticiones de la gente. Ya sea en los medios de comunicación. Ya sea leyendo y contestando e-mails o invitando a gente a ver las instalaciones. O participando en actos de recaudación de fondos para escuelas. Voy mucho a dar charlas por las escuelas.
Ha sido toda una experiencia. Dinero. Fama. Amor. Y todo antes de que el cohete llegue siquiera a la rampa de lanzamiento.
Saltamos ahora a julio de 2003, y, día a día, Brian Walker está regresando al mundo. Un amigo le presentó a una mujer, norteamericana, agente inmobiliaria y de su misma edad. Se llama Laura y ya tiene su voz en el mensaje del contestador. Se han tirado juntos en caída libre. Incluso hablan de casarse otra vez, cuando el divorcio de Brian sea efectivo.
Y sigue recibiendo cartas, cientos de cartas de niños, de padres y de maestros a los que les encantan sus juguetes.
Y allí en Bend (Oregón), el trabajo continúa en el Jardín Espacial. Está la centrifugadora donde Brian se entrena para soportar la fuerza gravitatoria. Está la torre donde pone a prueba los motores del cohete. Dentro de un par de meses planea lanzarse a cinco kilómetros de altura en un cohete de prueba. Planea terminar la cúpula geodésica que ha empezado. Y el observatorio que ha construido sobre la misma. Dentro de la cúpula, el cohete espera, pintado con dos tonos distintos, azul claro y azul oscuro. Listo ya y montado en el camión que estaba preparando en diciembre de 2001. Cuando todo parecía posible. El amor. La fama. La familia.
En cierto modo, todo sigue siendo posible.
En lugar de instrumentos de navegación dentro del cohete quiere un monitor de vídeo de pantalla plana conectado a cámaras exteriores. O llevar visores de vídeo.
Quiere construir un trineo para cohetes montado en una rampa que salga de un costado de la cúpula.
Quiere diseñar una especie de nave planeadora que pueda ser catapultada de ciudad a ciudad.
Está construyendo un kart que funciona con dos motores a reacción.
Y en cuanto al motor a reacción que ha comprado en e-Bay y ha arreglado para que su emisión a novecientos grados funda la nieve de la entrada para coches…
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