Array Array - Paula
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La viuda, las hijas y algunos colaboradores cercanos de Salvador Allende se refugiaron en la Embajada de México. Al día siguiente del Golpe Militar, Tencha salió con un salvoconducto, escoltada por militares, para enterrar secretamente a su marido en una tumba anónima. No le permitieron ver su cadáver. Poco después partió con sus hijas al exilio en México, donde fueron recibidas con honores por el Presidente y amparadas generosamente por todo el pueblo. El destituido General Prats, quien se negó a respaldar a los golpistas, fue sacado de Chile y llevado a Argentina entre gallos y a medianoche porque contaba con un sólido prestigio entre las filas y temían que encabezara una posible división de las Fuerzas Armadas, pero esa idea no se le pasó nunca por la mente. En Buenos Aires llevó una vida retirada y modesta, contaba con muy pocos amigos, entre ellos mis padres, estaba separado de sus hijas y temía por su vida. Encerrado en su apartamento empezó a escribir calladamente las amargas memorias de los últimos tiempos.
Al día siguiente del Golpe un bando militar dio orden de poner la bandera en todos los techos para celebrar la victoria de los valientes soldados, que tan heroicamente defendían la civilización cristiano–occidental contra la conspiración comunista. Un jeep se detuvo ante nuestra puerta para averiguar por qué no cumplíamos la orden. Michael y yo explicamos mi parentesco con Allende, estamos de duelo, si quiere ponemos la bandera a media asta con una cinta negra, dijimos. El oficial se quedó pensando un rato y como no tenía instrucciones al respecto, se fue sin mayores comentarios.
Habían comenzado las delaciones y esperábamos que en cualquier momento habría un llamado acusándonos de quizás qué crímenes, pero no fue así, tal vez el cariño que la Granny inspiraba en el barrio lo impidió. Michael se enteró que había un grupo de trabajadores atrapados en uno de sus edificios en construcción, no alcanzaron a salir en la mañana y luego no pudieron hacerlo por el toque de queda, estaban incomunicados y sin alimentos. Avisamos a la Granny, quien se las arregló para cruzar la calle agazapada y acudir junto a sus nietos, sacamos provisiones de nuestra despensa y, tal como habían indicado por la radio para casos de emergencia, salimos en el automóvil avanzando con lentitud de tortuga, con un pañuelo blanco enarbolado en un palo y las ventanas abiertas. Nos detuvieron cinco veces y siempre le exigían a Michael que se bajara, revisaban bruscamente el destartalado Citroen y luego nos permitían continuar. A mí nada me preguntaron, ni siquiera me vieron, y pensé que el espíritu protector de la Memé me había cubierto con un manto de invisibilidad, pero después comprendí que en la idiosincrasia militar las mujeres no cuentan, salvo como botín de guerra. Si hubieran examinado mis documentos y visto mi apellido, tal vez no habríamos entregado nunca el canasto de
alimento. En esa oportunidad no sentimos miedo porque aún desconocíamos los mecanismos de la represión y creíamos que bastaba con explicar que no pertenecíamos a ningún partido político para estar fuera de peligro, la verdad se nos reveló muy pronto, cuando se levantó el toque de queda y pudimos comunicarnos.
En la editorial despidieron de inmediato a quienes habían tenido alguna participación activa en la Unidad Popular; yo quedé en la mira. Delia Vergara, pálida pero firme, anunció lo mismo que había dicho tres años antes: nosotros seguimos trabajando como siempre.
Sin embargo esta vez era diferente, varios de sus colaboradores habían desaparecido y la mejor periodista del equipo andaba enloquecida tratando de esconder a su hermano. Tres meses después ella misma debió asilarse y terminó refugiada en Francia, donde ha vivido durante más de veinte años. Las autoridades reunieron a la prensa para comunicar las normas de estricta censura bajo la cual se debía operar, no sólo había temas prohibidos, también había palabras peligrosas, como compañero, que fue borrada del vocabulario, y otras que debían usarse con extrema prudencia, como pueblo, sindicato, asentamiento, justicia, trabajador y muchas más identificadas con el lenguaje de la izquierda. La palabra democracia sólo se podía emplear acompañada de un adjetivo: democracia condicionada, autoritaria y hasta totalitaria. Mi primer contacto directo con la censura fue una semana más tarde, cuando apareció en los kioskos la revista juvenil que yo dirigía con una ilustración en la portada de cuatro feroces gorilas y en su interior un largo reportaje sobre esos animales. Las Fuerzas Armadas lo consideraron una alusión directa a los cuatro generales de la Junta. Preparábamos las páginas a color con dos meses de anticipación, cuando la idea de un Golpe Militar todavía era bastante remota, fue una rara coincidencia que los gorilas estuvieran en la tapa de la revista justamente en ese momento. El dueño de la editorial, que había regresado en su avión privado apenas se aplacó un poco el caos de los primeros días, me despidió y nombró otro director, el mismo hombre que poco después logró convencer a la Junta Militar de cambiar los mapas, volteando los continentes para que la benemérita patria apareciera a la cabeza de la página y no en el culo, poniendo el sur arriba y extendiendo las aguas territoriales hasta Asia. Perdí mi trabajo de directora y muy pronto perdería también mi puesto en la revista femenina, tal como le ocurriría al resto del equipo porque a los ojos de los militares el feminismo resultaba tan subversivo como el marxismo.
Los soldados cortaban a tijeretazos los pantalones de las mujeres en la calle, porque a su juicio sólo los machos pueden llevarlos, las melenas de los hombres fueron consideradas indicio de mariconería, y las barbas rapadas porque se temía que tras ellas se ocultaran comunistas. Habíamos vuelto a los tiempos de la autoridad masculina incuestionable. Bajo las órdenes de una nueva directora, la revista dio un brusco viraje y quedó convertida en una réplica exacta de docenas de otras publicaciones frívolas para mujeres. El dueño de la empresa volvió a fotografiar sus bellas adolescentes.
La Junta Militar terminó por decreto con huelgas y protestas, devolvió la tierra a los antiguos patrones y las minas a los norteamericanos, abrió el país a los negocios y al capital extranjero, vendió los milenarios bosques nativos y la fauna marítima a compañías japonesas y estableció el sistema de suculentas comisiones y corrupción como una forma de Gobierno.
Surgió una nueva casta de jóvenes ejecutivos educados en las doctrinas del capitalismo
puro, que circulaban en motos cromadas y manejaban los destinos de la patria con despiadada frialdad. En nombre de la eficiencia económica los generales frigorizaron la historia, combatieron la democracia como una «ideología foránea, y la reemplazaron por una doctrina de «ley y orden». Chile no fue un caso aislado, pronto la larga noche del totalitarismo habría de extenderse por toda América Latina.
SEGUNDA PARTE
Mayo–Diciembre 1992
Ya no escribo para que cuando mi hija despierte no esté tan perdida, porque no despertará. Estas páginas no tienen destinatario, Paula nunca podrá leerlas…
¡No! ¿Por qué repito lo que otros dicen si en verdad no lo creo?
La han descartado entre los irrecuperables. Daño cerebral, me dijeron… Después de ver los últimos exámenes, el neurólogo me llevó a su oficina y con toda la suavidad posible me mostró las placas contra la luz, dos grandes rectángulos negros donde la excepcional inteligencia de mi hija queda reducida a una inservible mancha oscura. Su lápiz me señaló los caminos enmarañados del cerebro mientras explicaba las consecuencias terribles de esas sombras y esas líneas.
— Paula tiene daño severo, no hay nada que hacer, su mente está destruida. No sabemos cuándo ni cómo se produjo, puede haber sido causado por pérdida de sodio, falta de oxígeno o exceso de drogas, pero también se puede atribuir al proceso devastador de la enfermedad.
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