– Buon giorno, Maya. Come sta? Es un placer verla esta mañana. -Se sentó y pidió un cappuccino -. El otro día vi a un turista pedir un cappuccino a las cinco de la tarde. ¡Esto es Roma, no un Starbucks! Hasta el camarero se molestó. En los cafés debería haber un cartel donde pusiera: «Está prohibido pedir un cappuccino después de las diez de la mañana».
Maya sonrió.
– ¿Y un espresso?
– No. Un espresso está bien. -Lumbroso abrió la cartera y sacó un sobre de papel de manila lleno de fotografías-. Anoche las descargué y las imprimí en papel fotográfico. Hizo usted un gran trabajo, Maya. He podido leerlo todo con claridad.
– ¿Se menciona algún punto de acceso?
– El reloj de sol combinaba ubicaciones que nuestra sensibilidad actual considera reales y otras relacionadas con otro mundo. Mire esta imagen. -Le puso delante una foto-. Está escrito en latín: Aegiptus, el nombre romano de Egipto. Tras la muerte de Cleopatra, Egipto pasó a formar parte del Imperio romano. Vea que a la derecha de esta inscripción latina figuran palabras en griego.
Lumbroso le entregó otra foto y tomó un sorbo de su cappuccino. Maya estudió la imagen donde aparecían símbolos griegos y latinos.
– En la inscripción hay una palabra que significa «portal» o «entrada». -Lumbroso cogió la foto y empezó a traducir-. «El portal de Dios fue llevado desde Ludaea a Ta Netjer, la Tierra de Dios.»-En otras palabras, no sabemos dónde está ese portal -dijo Maya.
– No estoy de acuerdo. Las direcciones son tan claras como las que aparecen en las guías de Roma que los turistas llevan en el bolsillo. Ludaea es el nombre romano de la provincia donde estaba Jerusalén. Ta Netjer, la Tierra de Dios, también era llamada Punt, que se cree que se halla en el norte de Etiopía.
Maya hizo un gesto de incredulidad.
– No lo entiendo, Simón. ¿Cómo es posible que un portal, un punto de acceso, sea móvil?
– Solo existe un objeto famoso que haya sido trasladado desde Jerusalén a Etiopía: el portal que conocemos con el nombre de Arca de la Alianza.
– El Arca es solo una leyenda -repuso Maya-. Como la Atlántida o el rey Arturo.
Lumbroso se inclinó hacia delante y habló en voz baja.
– No he estudiado los libros sobre el rey Arturo, pero sé bastante del Arca de la Alianza. Se trata de un cofre de madera de acacia recubierto de oro y con una tapa de oro macizo llamada kapporet. La Biblia incluso nos proporciona las medidas exactas de tan sagrado objeto: un metro treinta y un centímetros de largo por setenta y ocho de ancho y alto.
»El Arca fue construida por los judíos del pueblo de Israel durante su exilio en el desierto, y ocupó un lugar de honor en el primer templo de Salomón. La creencia popular dice que el Arca contenía los Diez Mandamientos, pero me parece más lógico que fuera algún tipo de punto de acceso. El Arca se guardaba en el sanctasanctórum, el lugar más profundo del templo.
– Pero ¿no fue destruida por los asirios?
– Querrá decir los babilonios. -Lumbroso sonrió-. El único hecho que todas las fuentes parecen aceptar es que el Arca no se hallaba en el templo cuando Nabucodonosor saqueó Jerusalén. Los babilonios hicieron un recuento exacto de todo lo que se llevaron, y en él no figura el Arca. El famoso Rollo de Cobre, uno de los rollos del mar Muerto hallados en 1947, declara explícitamente que el Mishkan, el templete portátil del Arca, fue retirado del templo antes de la invasión.
»Hay quienes creen que Josías escondió el Arca en algún lugar de Israel, pero la inscripción del reloj de sol se refiere a la leyenda que dice que fue llevado a Etiopía por Menelik I, el hijo de Salomón y de la reina de Saba. Los romanos lo sabían cuando hicieron la inscripción.
– ¿Quiere decir eso que el Arca se encuentra en África?
– En realidad no es ningún secreto, Maya. Puede navegar por internet o leer una docena de libros sobre el tema. En la actualidad el Arca se halla guardada en la iglesia de Santa María de Sión, en la ciudad de Axum, en el norte de Etiopía. Allí la custodia un grupo de sacerdotes ortodoxos, de los cuales solo uno está autorizado a verla.
– En esa teoría hay algo que no cuadra -dijo Maya-. Si el Arca se encuentra en Etiopía, ¿cómo es que Israel no ha hecho nada para reclamar su devolución o para protegerla?
– ¡Ah! Pero es que sí lo ha hecho. En 1972, un grupo de arqueólogos del Museo de Israel fue a Etiopía. Allí recibieron permiso del emperador Haile Selassie para examinar algunos objetos antiguos. Por aquella época, una gran sequía asolaba la región, y el emperador necesitaba desesperadamente ayuda internacional.
»Aquellos arqueólogos viajaron hasta los monasterios del lago Tana y a la ciudad de Axum. Pero, curiosamente, no hicieron declaraciones públicas ni presentaron informes escritos. A las dos semanas de su regreso a Jerusalén, el gobierno de Israel empezó a enviar ayuda militar y humanitaria a Etiopía. Esa ayuda continuó después de la muerte del emperador, en 1975, y se mantiene hasta hoy. -Lumbroso sonrió y acabó su cappuccino -. Los israelíes no hacen publicidad de dicha ayuda, y tampoco los etíopes. Y es que, claro, no hay razones políticas que la justifiquen… a menos que uno crea en el Arca.
Maya meneó la cabeza.
– Puede que los historiadores hayan elaborado esta teoría y que unos cuantos sacerdotes etíopes quieran creérsela, pero ¿cómo es que los israelíes no han cogido el Arca y se la han llevado a su país?
– Porque el Arca pertenece a un templo que ya no existe. En su lugar se levanta la Cúpula de la Roca, el lugar donde el profeta Mahoma ascendió al paraíso. Si el Arca regresara a Jerusalén, los grupos fundamentalistas, tanto cristianos como judíos, querrían destruir la Cúpula de la Roca para volver a levantar el templo, y sería el comienzo de una nueva guerra que dejaría en pañales a todas las anteriores.
»Los hombres y las mujeres que gobiernan el estado de Israel son gente devota, pero también pragmática. Su objetivo es garantizar la continuidad y la supervivencia del pueblo y del estado de Israel, no empezar la Tercera Guerra Mundial. Es mejor para todos que el Arca permanezca en Etiopía y que la gente crea que fue destruida hace siglos.
– ¿Y qué pasaría si yo fuera a Etiopía? -preguntó Maya-. Supongo que no podría presentarme en esa iglesia y pedir que me dejaran ver el Arca.
– No, claro que no. Por eso tengo que acompañarla. Durante los últimos años he comprado objetos antiguos a un judío etíope llamado Petros Semo. Le pediré que se reúna con nosotros en Addis Abeba y que nos ayude a hablar con los monjes.
– ¿Y el Arca es realmente el punto de acceso que me llevará al Primer Dominio?
– Puede que la lleve a cualquiera de los dominios. Los textos no se ponen de acuerdo en ese punto. La teoría más aceptada es que primero hay que enviar el espíritu y, después, seguirlo. Creo que eso significa que es necesario desear con todo el corazón ir allí. A partir de este punto, la historia y la ciencia no cuentan. Si cruza usted esa puerta de acceso, abandonará esta realidad.
– ¿Y encontraré a Gabriel?
– No lo sé.
– ¿Y qué pasará si no logro encontrarlo? ¿Podré regresar a este mundo?
– Eso tampoco lo sé, Maya. Los mitos clásicos sobre el inframundo solo se ponen de acuerdo en una cosa: uno tiene que volver por donde ha venido.
Maya contempló la piazza y la belleza que la había cautivado unos minutos antes. Había prometido a Gabriel que siempre estaría a su lado. Si no hacía honor a su palabra, el momento que habían compartido perdería su significado.
– Bien ¿y cómo vamos a Etiopía?
Читать дальше