La policía no tenía nada concreto. A casi medio año del accidente, y ellos sin sospechosos, sin una pista, sin un indicio. Nada. A Ernesto hacía tiempo que habían dejado de hacerle preguntas. Los únicos que parecían no olvidarse del asunto eran los padres de Alicia, que cada tanto aparecían en algún programa de televisión, con el evidente objetivo de que su hija no cayera en el olvido.
La cosa podría haber seguido así eternamente, pero un día vino Ernesto y me dijo: "Inés, me parece que tenemos que volver a vivir como si el accidente nunca hubiera existido". Yo no sabía a qué se refería, pero estuve de acuerdo. Sentí que me planteaba un volver a empezar. Otra vez una familia normal, con sus problemas, como todas, pero normal. La idea me encantó. Hasta se me llenaron los ojos de lágrimas. Con el tiempo entendí cómo esa frase marcó un giro de ciento ochenta grados en nuestra historia. Si se lo hubiera contado a mamá, seguro que ella se habría dado cuenta. Lo habría agarrado al vuelo. Mamá siempre fue una intuitiva para estas cosas. Un poco pesimista para mi gusto, pero intuitiva. Yo era muy tierna, siempre bien pensada, siempre confiando en el otro. A mí no me habían pasado las desgracias que le pasaron a mi mamá. El dolor te va curtiendo, te va dando calle, te enseña. Ahora es otra cosa. Pero en aquel entonces, cuando vino Ernesto y me dijo que quería que todo volviera a ser como antes, yo me puse muy contenta. Siempre fui de tirar para adelante. Una no se puede pasar toda la vida golpeándose el pecho y recitando "por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa". Está bien, nos había pasado algo muy fuerte, algo que no le deseo a nadie. Pero qué más podíamos hacer. En todas las religiones existe el perdón para el que se arrepiente de sus pecados. Nosotros estábamos arrepentidos. De verdad. Y si Dios perdona, qué otra cosa puede hacer el hombre.
Una semana después Ernesto tuvo que viajar por trabajo a Brasil. "¿Cuántos días vas a estar afuera, Erni?" "El congreso es jueves y viernes, pero el lunes me armaron dos reuniones, así que me clavo ahí el fin de semana." "¡Justo en Brasil, a vos que no te gusta el calor!" "Así es el trabajo, Inés."
El día anterior al viaje, le preparé la valija. Una valija chica y un bolso de mano. Siempre que viajaba el equipaje se lo preparaba yo. Dos trajes, cinco mudas, dos pantalones sport, dos trajes de baño por si tenía tiempo libre, tres remeras, tres camisas, dos corbatas, tres mejor porque después empieza con que no le combinan, dos pares de zapatos, uno para el traje y otro sport, un par de zapatillas, dos cinturones, cuatro pares de medias. En el bolso metí esas cosas que Ernesto necesita siempre a mano: las vitaminas energizantes, la afeitadora, la crema de afeitar, el cepillo de dientes, el dentífrico, el hilo dental, Ernesto no puede vivir sin su hilo dental, el desodorante, una foto de los tres. La foto fue un agregado de mi cosecha. No me quería olvidar de nada porque después había que aguantarlo a Ernesto.
Esa noche lo esperé con una cena especial. Lomo a la pimienta, con papas a la crema. Es el plato preferido de Ernesto. Puse candelabros, vino del bueno, encendí una esencia floral que según me dijeron despierta los bajos instintos. Yo quería una buena despedida, con todos los chiches. Estrené lencería y hasta me había comprado un baby doll. ¡Los años que hacía que no me ponía un baby doll. Quería que Lali se fuera a dormir temprano. Si no Ernesto le presta más atención a ella que a nada ni nadie. No fue fácil. Yo creo que se quedaba solamente porque se había dado cuenta de que yo quería que se fuera. Si ni siquiera hablaba. Me miraba como si le hubiese hecho algo. Las adolescentes sienten placer torturando a los padres. Parece que se estuvieran cobrando de algo que les hicimos. ¿Qué les hicimos nosotros? Son todas iguales, injustas, resentidas y tercas. Basta que uno les diga que hagan algo, para que ellas hagan todo lo contrario. Y no era la noche más oportuna para tenerle la vela a una adolescente conflictuada. Entonces armé una discusión, saqué uno de esos temas que nunca fallan. Hay varios. Podría haberle hablado del desorden de su cuarto, o criticarle a alguna amiga liviana de cascos. Pero fui a lo seguro, y toqué un tema que a Lali la altera, la comida. Le dije que estaba muy redonda, que últimamente la veía comiendo mucho, que ella no era como yo que como cualquier cosa y no engordo, que si seguía así iba a terminar hecha una bola, que hoy por hoy los chicos sienten rechazo por las gorditas. Le mostré un régimen que había marcado para ella en una revista. Funcionó. Me tiró la revista por la cabeza, me gritó "qué forra sos", y se encerró llorando en su cuarto.
Ernesto llegó a las once menos cuarto de la noche. Para ese entonces, la esencia floral olía a azúcar quemada. Apenas probó unas papitas. "Me quedé trabajando hasta tarde y piqué algo en la oficina." Me quejé de que no me hubiera avisado. "Sí, no te avisé", me dijo.
Subimos al cuarto. Cuando salí del baño, con el baby doll puesto, Ernesto ya estaba con la luz apagada. La prendí, pero no abrió los ojos. Apagué la luz. Le froté la pantorrilla con mi pie. La corrió inmediatamente. "Debo tener el pie frío", pensé. Quise ser más directa. "Erni, ¿venís?" Ernesto prendió la luz y agarró una carpeta celeste que estaba sobre su mesa de luz, la abrió y se puso a leer. "Inés, estoy muy nervioso con este viaje. Tengo que hacer una presentación en el congreso y no me la puedo sacar de la cabeza. Prefiero quedarme leyendo el trabajo así me duermo más relajado." Cada uno se relaja como puede. "Todo bien Ernesto, que descanses", le dije y me acomodé las sábanas.
A la mañana siguiente le ofrecí llevarlo al aeropuerto. "La empresa me manda un remís", me dijo. Subió a despedirse de Lali. Estuvieron un rato largo encerrados en ese cuarto. Seguro que Lali le lloró la carta por la discusión de la noche anterior. Ya era un clásico que Lali le llenara la cabeza en mi contra. Lo hacía desde chiquita. Además, a los dos siempre les costaron las despedidas; las de ellos dos, porque si yo me tuviera que ir a alguna parte no se harían tanto drama. Sobre todo Lali. Me los podía imaginar, hablando, mirándose a los ojos, ella llorando lágrimas de cocodrilo, él consolándola. ¡Cómo si Ernesto no fuera a volver más!
Lali y Ernesto son así, exagerados, sensibleros, dramáticos,
– ¿Dormís?
– …
– Lali…
– ¿Qué querés papá?
– Despedirme. Me estoy yendo hasta el lunes.
– Chau.
– ¿No me das un beso?
– Déjame papá, me siento mal.
– ¿Te duele la cabeza?
– No.
– ¿Y qué tenés?
– Náuseas y vómitos.
– ¿Qué comiste anoche?
– Nada, papá, no comí nada.
– Pero Lali, no te hace bien. Debe ser por eso que te sentís mal.
– …
– ¿Querés que le diga a mamá que te traiga el desayuno?
– ¡No!
– Lali, vos no estarás con el rollo de la gordura y las dietas, ¿no?
– Hoy estás relucido, te das cuenta de todo de una.
– Soy tu papá, Lali.
– …
– ¿No sabes que podes terminar anoréxica?
– Papá, deja de hablar boludeces.
– No, Lali, no son boludeces. Ahora le digo a tu mamá que te suba el desayuno.
– ¡No! ¡Quiero seguir durmiendo, ¿no entendés?
– …
– …
– Está bien.
– …
– …
– Me tengo que ir, me viene a buscar un remís.
– Chau.
– Voy a Brasil, ¿sabés?
– …
– A Río voy.
– …
– Por trabajo.
– Mira qué bien.
– ¿Querés que te traiga algo del free shop?
– …
– ¿Un perfume?
– Traeme lo que quieras.
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