Iain Banks - El puente

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El puente: краткое содержание, описание и аннотация

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El hombre que se despierta en el mundo extraordinario del puente sufre amnesia, y su médico parece no querer curarlo. Pero ¿eso importa?
Explorar el puente ocupa la mayor parte de sus días. Pero por la noche están sus sueños. Sueños en los que los hombres desesperados conducen carruajes sellados a través de montañas yermas rumbo a un extraño encuentro; un bárbaro analfabeto asalta una torre encantada mediante una tormenta verbal; y hombres destrozados caminan eternamente sobre puentes sin fin, atormentados por visiones de una sexualidad que los lleva a la perdición.
Yacer en cama inconsciente después de sufrir un accidente no parece muy divertido a simple vista. ¿Y si lo es? Depende de quién seas y de lo que hayas dejado atrás.
Iain Banks está considerado como uno de los escritores más innovadores de la narrativa británica actual. El puente es una novela de contrastes perturbadores, donde se funden el sueño y la fantasía, el pasado y el futuro.

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En realidad, sí lo tengo. En uno solo de los sectores del puente se hablan hasta doce idiomas distintos, jergas especializadas originadas por las diferentes profesiones y los grupos de trabajadores que conviven desde hace años en el puente. Con el tiempo, estas lenguas se han refinado, alterado y completado, hasta alcanzar un punto de incomprensión mutua. Y ahora nadie puede explicar cómo se desarrolló el proceso ni recordar la época en la que aún no se había iniciado. Cuando salí del coma, se descubrió que yo hablaba el idioma del Personal y la Administración: la lengua oficial y ceremonial del puente. Sin embargo, todos los demás hablan al menos un idioma más, normalmente relacionado con su posición social o con su oficio. Pero yo no. Cuando me encuentro en medio del bullicio de una de las calles del puente, más de la mitad de las conversaciones me resultan ininteligibles. Lo cierto es que la profusión de idiomas me fastidia un poco, pero supongo que para los pacientes más paranoicos del doctor, la plétora de idiomas debe deparecer casi conspirativa.

—Pero no es solo eso. Busqué información sobre la construcción del puente y su propósito original. Intenté encontrar libros, revistas, periódicos, documentales..., cualquier documento que hiciese referencia a cualquier lugar fuera del puente, o anterior a él, o ajeno a él. Y no hay nada. Todo se ha perdido, ha sido robado, destruido o traspapelado. ¿Sabía que solamente en este sector del puente han perdido (¡perdido!) una biblioteca entera? ¡Una biblioteca! ¿Cómo demonios se pierde una biblioteca?

—Bueno, los lectores suelen perder libros. —El doctor Joyce se encoge de hombros.

—¡Venga!, ¿y qué más? ¿Una biblioteca entera? Había decenas de miles de libros en ella. Lo comprobé. Libros, periódicos, documentos, mapas y...

Soy consciente de que mi tono empieza a sonar afectado.

—La Biblioteca de Archivos y Material Histórico de la Tercera Ciudad, desaparecida para siempre, está registrada en este sector delpuente. Hay numerosas noticias que aluden a ella, y referencias cruzadas a los libros y documentos que albergaba, e incluso recuerdos de eruditos que acudían allí a estudiar. Pero nadie sabe dónde está y nadie conoce otra cosa de ella que no sean referencias. Y ni siquiera la buscan. Dios mío, es como si hubiesen enviado a algunaespecie de pelotón de búsqueda de bibliotecarios o bibliófilos o algo así. No olvide su nombre, doctor, y me llama si por casualidad la encuentra. —Me acomodo en la butaca y cruzo los brazos. El doctor toma algunos apuntes más.

—¿Cree que toda esa información que busca se le ha ocultado a usted a propósito?

—Bueno, al menos eso me daría una razón para continuar la búsqueda. No, pero no creo que exista malicia detrás de todo esto; debe de ser una combinación de embrollo, incompetencia, apatía e ineficacia. Y no se puede luchar contra eso. Sería como dar palos de ciego.

—Bien, entonces. —El doctor esboza una sonrisa glacial, con los ojos de un azul helado alimentado por los años—. ¿Y qué ha descubierto? ¿En qué momento decidió dejarlo?

—He descubierto que el puente es muy grande, doctor — respondo.

Grande y muy largo; se pierde en el horizonte en ambas direcciones. Me he puesto de pie sobre una torre de radio, situada en una de las cumbres más altas del puente, y he llegado a contar unos doce picos más, pintados de rojo, que sobresalen entre la bruma azul que separa la Ciudad y el Reino (ambos invisibles, no he visto tierra firme desde que aterricé aquí, exceptuando las islitas que hay cada tres secciones del puente). También es muy alto, como poco, más de cuatrocientos metros. En cada uno de los sectores habrá unos seis o siete mil habitantes, aunque hay espacio (y fuerza de resistencia) para una densidad de población mucho mayor.

En cuanto a la forma, podría describirse con letras. La sección transversal, en la parte más gruesa, es similar a una «A», cuya barra horizontal conforma la plataforma. En alzado, la parte central de cada sección es una «H» superpuesta a una «X». De ahí, hacia los lados, salen seis «X» más, cuyo tamaño va menguando progresivamente hasta llegar a los arcos de unión (que tienen otras nueve «X» pequeñas cada uno). Al visualizar todas las «X» unidas por los laterales, aparece una silueta más que razonable de la estructura general. ¡ Presto ! ¡El puente!

—¿Eso es todo? —pregunta perplejo el doctor Joyce—, ¿«es muy grande» y nada más?

—Es lo único que necesitaba saber.

—Pero, aun así, lo dejó.

—Continuar me hubiera convertido en una persona obsesiva. Ahora solo busco divertirme. Tengo un apartamento muy agradable y una pensión razonable para gastarme en cosas que me gustan. Visito museos, voy al teatro y al cine, asisto a conciertos, disfruto de la lectura, he hecho algunos amigos (la mayoría pertenecientes al grupo de los ingenieros), practico deportes, como bien sabe usted, espero poder ingresar en un club náutico... Me busco ocupaciones. Yo no llamaría «dejarlo» a todo eso. Sigo aquí, y me lo paso bien.

El doctor Joyce se levanta, con una rapidez casi sorprendente, lanza el bloc de notas sobre su mesa y empieza a pasearse de un lado al otro, desde los estantes repletos de libros hasta los estores de las ventanas. Se golpea los nudillos. Yo me miro las uñas. Él niega con la cabeza.

—Me parece que no se está tomando demasiado en serio todo esto, Orr —afirma. Se acerca a la ventana y sube los estores, que dejan entrever un día soleado, con un cielo azul intenso—. Acérquese —me ordena.

Con un suspiro y una leve sonrisa de «bien, si le hace ilusión», me aproximo al doctor.

Justo delante, a poco más de trescientos metros más abajo, está el mar, azul grisáceo, algo revuelto. Algunos yates y botes pesqueros forman pequeñas motas sobre él, que las gaviotas sobrevuelan en círculos. El doctor señala hacia un lado (su consulta se encuentra ligeramente en voladizo, lo que permite observar uno de los lados del puente).

La clínica donde se encuentra la consulta del doctor se alza con majestuosidad sobre la estructura principal, prominente como un tumor en pleno desarrollo. Desde donde estamos, la elegancia del puente parece inexistente, desordenada, incluso excesivamente sólida.

Sus laterales inclinados, rojizos y corrugados, se elevan desde el pedestal de granito que nace del mar, a unos trescientos metros hacia abajo. La estructura entramada da lugar a diversas plataformas, huecos de ascensor, chimeneas, vigas, pasarelas, tuberías, antenas y banderas de todos los tamaños, formas y colores. Hay edificios pequeños y grandes, despachos, talleres, viviendas y tiendas, todos ellos fijados como lapas angulosas de metal, vidrio y madera, a los grandiosos tubos y listones entretejidos del propio puente, revueltos y apiñados entre los miembros de la estructura original, pintados de rojo, como si fueran hernias quebradizas nacientes de inmensos grupos musculares.

—¿Qué es lo que ve? —me pregunta el doctor Joyce. Me inclino hacia delante, como si me hubieran pedido un análisis exhaustivo de alguna acuarela famosa.

—Veo un puto puente enorme, doctor.

El doctor Joyce suelta la cuerda de los estores, dejándolos abiertos. Toma aire y vuelve a sentarse en su escritorio, mientras garabatea no sé qué en su bloc de notas. Lo sigo.

—Su problema, Orr —asegura mientras escribe—, es que no se hace las preguntas suficientes.

—Ah, ¿no? —inquiero inocentemente. ¿Será una opinión profesional o simplemente un insulto personal?

En la ventana, un andamio de limpiacristales aparece desde arriba. El doctor Joyce parece no darse cuenta. El hombre del andamio golpea la ventana.

—Creo que van a limpiarle la ventana, doctor —le advierto. El doctor echa un rápido vistazo. El limpiacristales golpea alternativamente la ventana y su reloj de muñeca. El doctor vuelve a su bloc de notas, negando con la cabeza.

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