Por los clavos de Cristo! Esto no se le había ocurrido a mosén Falcó. Dispuesto a obedecer, realizó esta gira purgante. Los reclusos -la cárcel estaba repleta- le recibieron de uñas. Él fue llamando a los que conocía, a los que habían sufrido su trato inquisitorial. Los más le dieron la espalda, convencidos de que les tomaba el pelo. Pero hubo dos que le miraron primero con extrañeza y luego con compasión. Uno al que había profetizado el infierno y al que en última instancia se le conmutó la pena de muerte le preguntó: "Qué quieres, macho? Estoy a tus órdenes". Mosén Falcó, que tenía las cejas hirsutas y el cuello excesivamente ancho, le contestó: "Nada. Pedirte perdón y estrecharte la mano". El hombre, contrabandista del Pirineo, le miró fijamente a los ojos y dijo: "De acuerdo". Y le estrechó la mano. El otro, un exhibicionista sexual, le espetó: "A qué vienes? A darme la absolución?". "Nada de eso. Vengo a pedirte excusas. Ya no me verás más por aquí…" El recluso le miró también a los ojos y se reblandeció. "Mira por dónde! Quién te ha convencido de que la naturaleza tiene sus caprichos? La bomba atómica?". Y le estrechó la mano.
En resumen, fue más fácil de lo que había supuesto. Mosén Alberto le aplaudió. "Bravo! A que te sientes más ligero?". "Mucho más". "Pues pásate un año entero haciendo eso, pidiendo perdón".
Las Santas Escrituras habían anunciado: "Los cadáveres de este pueblo serán pasto de las aves del cielo y de los animales de la tierra". A raíz del proceso de Nuremberg, empezaban a conocerse más noticias sobre los campos de exterminio que los expuestos por mister Edward Collins en sus reportajes. Los responsables iban declarando uno a uno ante los magistrados, y al parecer los más inteligentes eran Goering y Dóenitz. Lo que sobrecogía era la frialdad de que, en ciertos momentos, hacían gala los inculpados. Les pasaban documentales y películas sobre las atrocidades cometidas en los campos y ellos, sin apenas pestañear, acaso con la excepción de Rudolf Hess.
Se supo que el pan distribuido entre los condenados a muerte en Varsovia en algunos casos contenía una tercera parte de serrín de madera, serrín suministrado precisamente por las fábricas de ataúdes, que funcionaban a pleno rendimiento. Muchos bebés, balanceados por los pies, fueron estrellados contra las paredes. Otros recién nacidos, empuñados y arrojados al aire, sirvieron de blanco a los mejores tiradores SS y fueron empalados al vuelo por las bayonetas. En Mauthausen, al borde mismo del precipicio, a veces los SS, como juego, obligaban a cuatro hombres, dos contra dos, a una lucha a muerte. Prometían salvar la vida al equipo que consiguiera despeñar al otro al vacío. Monstruoso torneo que en ocasiones duraba varios asaltos. Los árbitros excitando a los perros daneses y riendo a mandíbula batiente, al final echaban a patadas a los dos vencedores, que también caían al abismo desplomándose junto a sus compañeros. En Dachau, un abad pidió permiso para guardar su crucifijo. Éste le fue clavado al sacerdote en pleno esternón y con los dientes angulares. En Bergen-Belsen, varios sacerdotes fueron, al igual que Cristo, coronados de espinas por medio de zarzas artificiales trenzadas y luego crucificados.
Los corresponsales del mundo entero tenían derecho a comunicar todo esto a los lectores; en España, debían andarse con mucho cuidado. La censura era implacable. Lo contaban entre líneas y no había forma de hacerse con un documental. Los empresarios de los cines protestaban; en Gerona, el camarada Montaraz no quería ceder. Su tesis era: "Si los aliados hubieran perdido, ahora los documentales serían a la inversa". Ángel se enfrentó otra vez con su padre negando rotundamente que, Rusia aparte, existiera en el orbe otro país capaz de tales salvajadas. Ángel tenía que dedicarse ahora a consolar a Marta, quien, a pesar suyo, debía bajar la cabeza y admitir que sus "adorados" nazis habían seguido al pie de la letra la consigna "liquidación total del sionismo", englobando en esta palabra a todos los enemigos del III Reich y a decenas de millares de personas y niños inocentes.
El doctor Andújar le decía a Solita que en los manuales de la paranoia no estaba previsto un caso como el del Führer y sus sicarios. En el pasado, la pureza de la sangre, la pureza de la raza, habían sido, por lo general, más que hechos consumados, símbolos apetecibles. Lo que le llamaba la atención era que al margen de Nuremberg, funcionaban otros muchos tribunales que juzgaban a los "mandos inferiores", igualmente asesinos y cuya cifra se elevaba, por el momento, a unos 80 000. Repitió que sería injusto condenar por ello a todo un pueblo, que en su inmensa mayoría ignoraba lo que estaba ocurriendo. "Lo que puedo afirmar, como psiquiatra, es que los culpables se dividirán, se están dividiendo ya, en dos tipos: los que no se inmutarán ante las acusaciones y los que, por vergüenza retroactiva, se suicidarán".
La palabra "suicidio" interesaba mucho, como es natural, al doctor Andújar, porque se trataba de la situación límite a la que llegaba el hombre. Le contaron que Julio García coleccionaba casos de suicidio en un fichero. "Si pudiera encontrar ese fichero!". Como tantas cosas secretas, se encontraría en Washington. En el manicomio de Gerona salían a dos suicidios mensuales, cuyos protagonistas eran casi siempre esquizofrénicos o depresivos. "Y durante las guerras, ya lo sabe usted. Mientras las fuerzas están igualadas, apenas si hay suicidios; cuando uno de los bandos empieza a perder, tiende a autoeliminarse".
Solita, que estaba leyendo Mi lucha, de Hitler, había subrayado este párrafo, entresacado del capítulo "El Estado racista": "Desaparecen las decisiones por mayoría y sólo existe la personalidad responsable. Bien es cierto que junto a cada hombre-dirigente hay consejeros que le asesoran, pero la decisión definitiva corresponde adoptarla a uno solo".
' La Voz de Alerta', ahora con mucho tiempo libre, se aficionó al tema del nazismo. Incluso visitó a Núñez Maza, el cual estaba desquiciado ante lo que empezaba a saberse. "Yo había gritado heil Hitler!, comprende usted? Cómo iba a sospechar lo que estaba ocurriendo?". Por supuesto, una noche, solo, en la playa de Caldetas, había hecho una hoguera con el uniforme alemán que se trajo de Riga y con la medalla militar.
Paz Alvear, por su parte, pegaba brincos de protesta. Rebrotaban en ella antiguos reflejos. No le gustaba haber caído en la trampa de la comodidad. Franco fue hitleriano hasta la médula y había copiado del Führer no pocas de sus directrices. Cómo era posible que ahora ella viviera como una reina y dispusiera incluso de una cubertería de plata?
La Torre de Babel no admitía discursos. "Trabajé hasta que logré lo que ambicionaba: salir de la mediocridad. No me vengas ahora con sermones de sacristía o de confesonario. Si no te gusta lo que tienes, vuélvete a la calle de la Barca ".
Paz no dio su brazo a torcer. Tenía un medio infalible para taparle la boca a la Torre de Babel: la cama. Pero en esta ocasión no le sirvió. Ella sentía deseos de volver a las andadas -estimulada por el librero Jaime-, y la Torre de Babel tenía ganas de proseguir la venturosa marcha de la Agencia Gerunda. Silvia le servía de poco, pues estaba encinta y más preocupada por su barriga que por el proceso de Nuremberg. Además, Silvia iba a misa. Incluso había logrado que Padrosa la acompañara, el hombre luciendo siempre su corbata roja. Paz sabía que en el "seno" del pueblo había millares de "camaradas" que le darían la razón; pero para presentarse ante ellos hubiera tenido que disfrazarse. Sólo el patrón del Cocodrilo creía en su sinceridad. "La cabra tira al monte". La Torre de Babel temió que su mujer se metiera en un lío, que cometiera alguna barbaridad. Y con el nuevo comisario, aviados estarían. Paz le dijo: "Sí, es verdad, tengo una idea; pero no sabrás nada hasta que a mí me apetezca".
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