– Si descartamos a los que no tienen edad para votar, supongo que serán unos cinco mil los inscritos en el padrón -comentó Nat.
– No necesariamente. Sospecho que habrá algunos más -replicó Tom-. No olvides que Madison es donde los jubilados vienen a visitar a sus padres, así que no encontrarás la ciudad llena de bares y discotecas para jóvenes.
– Entonces eso nos beneficiará -concluyó Nat.
– He decidido abandonar el juego de las adivinanzas -dijo Tom y exhaló un suspiro.
No les hizo falta seguir los indicadores para ir al ayuntamiento, dado que todo el mundo parecía ir en la misma dirección, seguros de que la persona delante de ellos sabía exactamente adónde iban. Cuando la pequeña comitiva de Nat llegó al centro de la ciudad, las madres que paseaban a sus hijos en los cochecitos los adelantaban. Circular por la calle principal se convirtió en un continuo parar y arrancar. Nat decidió que era el momento de salir del coche y cubrir el resto del trayecto a pie cuando los rebasó un hombre en silla de ruedas. Esto, sin embargo, le retrasó todavía más porque, en el momento en que lo reconocieron, fueron muchos quienes corrieron para estrecharle la mano y varios le preguntaron si no le importaría hacerse una foto con sus respectivas esposas.
– Me complace ver que ya has iniciado la campaña para la reelección -se burló Tom.
– Primero espera a que me elijan -le recordó Nat.
Por fin llegaron al ayuntamiento y mientras subía las escalinatas Nat no dejó de estrechar las manos de todos aquellos que le deseaban éxito como si se tratara del día previo a las elecciones y no el día después. No pudo evitar preguntarse si sería diferente cuando saliera y esas mismas personas supieran el resultado. Tom vio al alcalde, en lo alto de las escalinatas, que los buscaba entre el público.
– Paul Holbourn -le susurró Tom-. Lleva tres mandatos como alcalde y con setenta y siete años cumplidos acaba de ganar el cuarto sin oposición.
– Me alegra volver a verle, Nat -dijo el alcalde, como si fuesen viejos amigos, aunque en realidad solo se habían visto una vez.
– Lo mismo digo, señor -respondió Nat y estrechó la mano que le tendía el alcalde-. Le felicito por la reelección. Creo que no tuvo rivales.
– Muchas gracias. Fletcher ya está aquí, nos espera en mi despacho, así que quizá ya sea hora de ir a reunimos con él. -Mientras entraban en el edificio, Holbourn añadió-: Solo quiero dedicar unos momentos a explicarles a los dos cómo hacemos las cosas en Madison.
– Me parece perfecto -manifestó Nat, a sabiendas de que el alcalde lo haría de todas maneras.
Una multitud de funcionarios y periodistas los escoltó hasta el despacho de Holbourn, donde Nat y Su Ling se reunieron con Fletcher, Annie y otras treinta personas al parecer con derecho a asistir a la selecta reunión.
– ¿Quiere un café, Nat, antes de que comencemos? -le ofreció el alcalde.
– No, muchas gracias, señor.
– ¿Qué me dice de su encantadora mujercita? -Su Ling sacudió la cabeza cortésmente, sin ofenderse por el poco adecuado comentario, propio de la vieja generación-. Entonces, comenzaré -anunció el alcalde, que se volvió para mirar a los que se apiñaban en su despacho-. Damas y caballeros, futuro gobernador… -El anciano intentó mirar a los dos candidatos a la vez-. El recuento comenzará a las diez, como ha sido la costumbre en Madison durante más de un siglo, y no veo ninguna razón para que nos retrasemos más sencillamente porque hay un poco más de interés que el habitual en este procedimiento.
A Fletcher le pareció divertida la puntualización, pero no había ninguna duda de que el alcalde tenía la intención de disfrutar al máximo cada momento de sus quince minutos de fama.
– La ciudad tiene censados diez mil novecientos cuarenta y dos votantes, que residen en once distritos. Las veintidós urnas fueron recogidas, como siempre se ha hecho en el pasado, pocos minutos después de cerrarse los colegios electorales, y luego confiadas a la custodia de nuestro jefe de policía, quien las encerró en una de sus celdas para que pasaran la noche.
Algunos de los presentes rieron cortésmente el chiste del alcalde, cosa que le hizo sonreír y también perder la concentración. Pareció titubear, hasta que su ayudante le susurró al oído: «Urnas».
– Sí, por supuesto, sí. Las urnas fueron recogidas y traídas al ayuntamiento esta mañana a las nueve, donde le pedí al secretario que verificara que los precintos estuviesen intactos, cosa que me confirmó. -El alcalde miró a los funcionarios superiores y todos asintieron-. A las diez romperé los precintos y se vaciará el contenido de las urnas en la mesa colocada en el centro de la sala de plenos. El primer recuento solo será para verificar el número de votos emitidos. Hecho esto, los votos se clasificarán en tres grupos: los votos republicanos, los demócratas y las papeletas que presenten alguna irregularidad. Debo añadir, sin embargo, que esto no es algo habitual en Madison, porque para muchos de nosotros bien pueden ser nuestros últimos comicios.
Este último comentario provocó algunas risas nerviosas, aunque Nat no tenía ninguna duda de que era una gran verdad.
– Mi última tarea como funcionario electoral será anunciar los resultados, que a su vez decidirá quién ha resultado electo como nuevo gobernador de nuestro gran estado. Confío en que todo este proceso concluya para el mediodía. -No si seguimos a este paso, pensó Fletcher-. ¿Hay alguna pregunta que quieran hacer antes de que pasemos a la sala donde se hará el recuento?
Tom y Jimmy comenzaron a hablar al mismo tiempo y Tom le cedió cortésmente la palabra a su oponente, porque sospechaba que ambos querían hacer las mismas preguntas.
– ¿Cuántas personas se ocuparán del recuento? -preguntó Jimmy.
El secretario susurró de nuevo al oído del alcalde.
– Veinte -respondió Holbourn-, y todos ellos son funcionarios del ayuntamiento, además de ser miembros de nuestro club de bridge.
Ninguno de los candidatos comprendió qué importancia podía tener esto último, pero prefirieron no pedir ninguna explicación.
– ¿Cuántos observadores tendremos cada uno? -preguntó Tom.
– Permitiré la presencia de diez representantes de cada partido -explicó el alcalde-, que podrán situarse a un paso de cada funcionario encargado del recuento, aunque en ningún momento podrán hablar con ellos. Si tienen alguna duda, tendrán que consultarla con mi secretario y si no están conformes, él consultará conmigo.
– ¿Quién actuará de árbitro si hay discusión por algún voto? -prosiguió Tom.
– Comprobará que no encontraremos casi ninguno -insistió el alcalde sin recordar que ya lo había dicho-, a la vista de que para muchos de nosotros quizá estas hayan sido nuestras últimas elecciones. -Esta vez nadie se rió, mientras que la pregunta de Tom se quedó sin respuesta. Tom prefirió no repetirla-. Bien, si no hay más preguntas, les acompañaré hasta nuestra histórica sala de plenos, construida en mil ochocientos sesenta y siete y de la que estamos profundamente orgullosos.
La sala se había construido con una capacidad apenas por debajo del millar de personas, porque la población de Madison no era muy dada a salir por las noches. Pero en esta ocasión, incluso antes de que el alcalde, sus ayudantes, Fletcher, Nat y sus respectivos acompañantes entraran, ya se parecía más a una estación de metro japonesa en hora punta que al salón de actos de una muy tranquila ciudad balnearia de Connecticut. Nat rogó para que el jefe de bomberos no estuviese entre la concurrencia porque seguramente estaban quebrantando todas las disposiciones de seguridad.
– Comenzaré este proceso con la explicación de cómo pienso realizar el recuento -dijo el alcalde, y caminó hacia el estrado.
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