Jeffrey Archer - Casi Culpables

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¿Dónde está la frontera entre la culpabilidad y la inocencia? Solo un escritor como Jeffrey Archer es capaz de imprimir en las conciencias un sentimiento tan complejo como la duda.
¿Puede un convicto confesar su culpabilidad y conseguir que se desee su libertad, que se crea en su inocencia? Este es el dilema que presenta uno de los doce relatos, manifestación de talento y elegancia narrativa, que, inspirados en historias inolvidables de personajes reales, abordan la cuestión de la delincuencia: entre el engaño y la estafa, entre el asesinato y el robo, estos maravillosos relatos guían al lector por los laberintos de un mundo paralelo y subterráneo. Pero al tiempo muestran el lado más humano de sus protagonistas, culpables, pero no tanto.
Aunque algunas de estas historias fueron conocidas por el autor tras su puesta en libertad, la mayoría lo fueron durante su estancia en prisión, lo que les da una unidad de fondo. Todas confirman a Archer como uno de los mejores creadores de relatos cortos de la actualidad.
Las ilustraciones del inigualable Ronald Searle representan un valor añadido de una edición inolvidable.
«Con estilo, ingenioso y siempre entretenido… Jeffrey Archer tiene una aptitud natural para las historias cortas.» – The Times
«Probablemente el mejor contador de historias de nuestro tiempo.» – Mail-on Sunday
«Un narrador de la talla de Alejandro Dumas.» – Washington Post
«Archer es un maestro del entretenimiento.» – Time
«Este hombre es un genio.» – Evening Standard
«Archer es un narrador excelente, que cumple las expectativas del lector: el deseo de pasar la página y saber qué ocurre después.» – Sunday Times
«Archer tiene un don para la trama que solo se puede definir como genial.» – Daily Telegraph

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– ¿Qué vas a hacer cuando hayas terminado el servicio militar? -preguntó Sue cuando el último autobús les llevó al campamento.

– Trabajar con mi padre en los autobuses, supongo -dijo Chris-. ¿Y tú?

– En cuanto haya servido tres años, he de decidir si quiero ser oficial y hacer carrera en la RAF.

– Espero que vuelvas a trabajar a Cleethorpes -soltó Chris.

Chris y Sue Haskins se casaron un año después en la iglesia parroquial de St. Aidan.

Tras la boda los novios se fueron en un coche alquilado a Newhaven con la intención de pasar la luna de miel en la costa meridional de Portugal. Después de unos cuantos días en el Algarve se quedaron sin dinero. Chris condujo el coche de vuelta a Cleethorpes, pero juró que regresarían a Albufeira en cuanto se lo pudieran permitir.

Chris y Sue empezaron su vida conyugal en tres habitaciones alquiladas en la planta baja de una casa con pared medianera de Jubilee Road. Los dos supervisores de la leche no podían ocultar su dicha a cualquiera que hablara con ellos.

Chris empezó a trabajar con su padre en los autobuses y se convirtió en conductor de la Creen Line Municipal Coach Company, mientras Sue entraba de aprendiza en una compañía de seguros local. Un año después, Sue dio a luz a Tracey y dejó el empleo para cuidar de su hija. Esto espoleó a Chris a trabajar con más ahínco en busca de un ascenso. Con algún que otro empujoncito de Sue, empezó a estudiar para el examen de promoción de la empresa. Cuatro años después, Chris ya era revisor. Todo iba bien en el hogar de los Haskins.

Cuando Tracey informó a su padre de que quería un poni para Navidad, él tuvo que indicar que no tenían jardín. Chris encontró una solución intermedia y el día en que Tracey cumplió siete años le regaló un perro labrador, al que pusieron el nombre de Cabo. La familia Haskins no deseaba nada más, y este habría sido el final de la historia si no hubieran despedido a Chris. Sucedió así.

La Creen Line Municipal Coach Company fue absorbida por la Hull Carriage Bus - фото 5

La Creen Line Municipal Coach Company fue absorbida por la Hull Carriage Bus Company Con la fusión, la pérdida de empleos fue inevitable, y Chris se encontraba entre aquellos a quienes ofrecieron una indemnización por el despido. La alternativa que presentó la nueva dirección fue restituirle a su antiguo puesto de conductor. Chris rechazó la oferta. Estaba seguro de que encontraría otro empleo y por lo tanto aceptó el trato.

El dinero de la indemnización se esfumó al cabo de poco tiempo y, pese a la promesa de Ted Heath de un mundo feliz, Chris pronto descubrió que no era tan fácil encontrar otro trabajo en Cleethorpes. Sue no se quejaba nunca y, puesto que Tracey ya iba al colegio, aceptó un empleo a tiempo parcial en Parsons, el local de pescado frito y patatas fritas de la población. No solo les aportó un salario semanal, con el complemento de las propinas, sino que también permitió a Chris disfrutar de un buen plato de bacalao con patatas fritas cada día.

Chris continuaba buscando trabajo. Iba a la oficina de empleo todas las mañanas, excepto los viernes, cuando hacía una larga cola para recoger su mísero subsidio de desempleo. Después de doce meses de entrevistas fallidas y lo-sentimos-pero-no-reúne-los-requisitos-necesarios, llegó a angustiarse tanto que empezó a pensar seriamente en volver a su antiguo trabajo de conductor de autobuses. Sue le aseguraba que no tardaría mucho en ascender al puesto de revisor.

Entretanto Sue aceptó más responsabilidades en el local de pescado frito con patatas fritas y un año después se convirtió en ayudante del encargado. Una vez más, la historia habría podido llegar a su conclusión natural, pero en esta ocasión fue Sue quien recibió el aviso.

Advirtió a Chris, mientras cenaban pescado, de que los señores Parsons estaban pensando en la jubilación anticipada y querían poner en venta el local.

– ¿Cuánto esperan obtener?

– Oí al señor Parsons mencionar la cifra de cinco mil libras.

– Esperemos que los nuevos propietarios reconozcan lo bueno cuando lo vean -dijo Chris, y pinchó otra patata.

– Lo más probable es que los nuevos propietarios traigan su propio personal. No olvides lo que te pasó cuando absorbieron la empresa de autobuses.

Chris meditó sobre ello.

A las ocho y media de la mañana siguiente Sue salió de casa para llevar a Tracey al colegio antes de ir a trabajar. En cuanto se marcharon, Chris y Cabo fueron a dar su paseo matutino. El perro se quedó perplejo cuando su amo no se encaminó hacia la playa, donde podía disfrutar de sus acostumbrados correteos entre las olas, sino que tomó la dirección contraria, hacia el centro de la ciudad. Cabo trotó tras él fielmente, y terminó atado a una barandilla frente al Midland Bank de High Street.

El director del banco no pudo ocultar su sorpresa cuando el señor Haskins solicitó una entrevista para hablar de un proyecto empresarial. Examinó a toda prisa la cuenta bancaria conjunta de los señores Haskins y descubrió que se hallaban en posesión de diecisiete libras y doce chelines. Le agradó comprobar que nunca habían estado en números rojos, pese a que el señor Haskins llevaba más de un año en paro.

El director escuchó con benevolencia la propuesta de su cliente, pero meneó la cabeza con tristeza antes de que Chris hubiera llegado al final de su bien ensayado discurso.

– El banco no aceptaría semejante riesgo -explicó el director-, al menos mientras pueda ofrecernos tan pocas garantías subsidiarias. Ni siquiera tienen una casa en propiedad -señaló.

Chris le dio las gracias, le estrechó la mano y se marchó impertérrito.

Cruzó High Street, ató a Cabo a otra barandilla y entró en el Martins Bank. Chris tuvo que esperar un rato antes de que el director pudiera recibirle. Obtuvo la misma respuesta, pero al menos en esta ocasión el director le recomendó que consultara a Britannia Finance, una nueva empresa especializada en préstamos para la puesta en marcha de pequeños negocios. Chris le dio las gracias, salió del banco, desató a Cabo y se encaminaron de vuelta hacia Jubilee Road, adonde llegaron tan solo momentos antes de que Sue regresara a casa con la comida de Chris: bacalao con patatas fritas.

Después de comer Chris salió de casa y se dirigió a la cabina telefónica más cercana. Introdujo cuatro peniques en la ranura y apretó el botón A. La conversación duró menos de un minuto. Regresó a casa, pero no dijo a Sue con quién había concertado una cita para el día siguiente.

Al día siguiente Chris esperó a que Sue llevara a Tracey al colegio. Entonces volvió a su dormitorio. Se quitó los vaqueros y el jersey y los sustituyó por el traje que había llevado el día de su boda, una camisa color crema que solo se ponía los domingos para ir a la iglesia y una corbata que su suegra le había regalado por Navidad, una prenda que no había pensado utilizar jamás. Después sacó brillo a los zapatos hasta que incluso su antiguo sargento instructor habría reconocido que estaban aceptables. Se miró en el espejo con la esperanza de tener el aspecto del director en potencia de una nueva empresa. Dejó al perro en el jardín trasero y se dirigió hacia la ciudad.

Chris llegó con un cuarto de hora de adelanto a su cita con un tal señor Tremaine, el director de créditos de la compañía Britannia Finance. Le pidieron que tomara asiento en la sala de espera. Chris cogió un ejemplar del Financial Times por primera vez en su vida. No encontró las páginas deportivas. Quince minutos después, una secretaria le condujo hasta el despacho del señor Tremaine.

El ejecutivo escuchó con benevolencia la ambiciosa propuesta de Chris y después preguntó, tal como habían hecho los dos directores de banco:

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