Aquella noche, ya tarde, estaba en el restaurante Rocky's, en la North Avenue con Melrose Park, el garito de Jackie Cerone; estaba en la barra con Larry Neumann y Wayne Matecki, dos asesinos a sueldo de aspecto espeluznante, y se me acerca Cerone.
– ¿Hay algún problema con el judío y su parienta? -me pregunta.
«¡Arrea!», digo para mis adentros, lo sabe toda la ciudad. Alguien les ha ido con la historieta y el único que se me ocurre que puede haberlo hecho es El Zurdo.
Le dije a Cerone que El Zurdo y su parienta se peleaban constantemente pero que la cosa no iba más allá. Él me miró a los ojos y me preguntó:
– ¿Se la tira el Enano?
Dije que no. ¿Qué podía decir? Jackie Cerone era un jefazo y odiaba tanto a Tony como a El Zurdo.
– Vale -dice Cerone-, pero no nos gustaría que nuestros amigos estuvieran en peligro.
Cuando volví a Las Vegas, se lo conté a Tony y se puso hecho una furia. Paseábamos arriba y abajo por West Sahara, delante del Gold Rush, y él se tapaba la boca porque la pasma utilizaba prismáticos y expertos en leer los labios.
– El mamón del judío -dijo-. Le faltó tiempo para ir a gimotear allí. El puto judío hará estallar la guerra. Tendré que meditarlo.
Como comentaba El Zurdo:
Di por sentado que Geri había roto con Tony, pero cuando empecé a sospechar que seguía viendo a Lenny Marmor, mandé pinchar el teléfono de casa. Coloqué las escuchas porque cuando llegaba y ella estaba hablando por teléfono, colgaba inmediatamente o bien decía: «Ya te llamaré luego». Y lo que yo no quería era que intentara secuestrarme de nuevo a los niños.
Las cintas tenían una hora de duración. Tenía la grabadora montada en el garaje. Durante los primeros días, encontré muchas conversaciones con Nancy Spilotro. Se grabaron frases como: «¿A que no sabes lo que me ha dicho el Sabelotodo?».
Un día llamó a su padre y le dijo:
– Ojalá pudieras matar a ese hijoputa.
Por la grabación oía el ruido de fondo del tintineo del vaso. Su padre le preguntó si estaba bebiendo.
– Papá -dijo ella-, hace meses que no pruebo el alcohol.
Escuchando aquellas cintas tuve que tragar muchos sapos. Era terrible. Nunca estaba del todo seguro de lo que ella podía estar diciendo a mis espaldas.
Luego, al cabo de unos días, oí la grabación de una conversación con Tony. Geri hablaba muy de prisa. Le decía a qué hora llegaba yo a casa. Eso después de decirme que lo habían dejado. Después de avisarla yo del peligro y de todo. Y mira por dónde escucho con mis propios oídos cómo traman un nuevo encuentro.
– Nos veremos en el campo de béisbol. Vincent juega mañana por la tarde. Nos encontramos en el partido. Él estará trabajando. Frank no aparecerá.
Historias de ésas.
Era incapaz de mirarla; estaba enojadísimo con todo lo que había oído. Geri conseguiría que nos mataran a los dos.
Los niños tenían una competición de natación al día siguiente, se acostaron pronto y aquella noche le dije:
– Oye, Geri, vamos a hablar claro. Si no lo has hecho antes, hazlo ahora, dime la verdad. ¿Sigues viendo a nuestro amigo común?
Y añadí:
– Corres el mismo riesgo que yo. A ti te matarán antes que a mí o a él.
– No te preocupes -responde-. Se acabó.
Pero yo sé por las grabaciones que sigue con sus citas.
– ¿No tienes ningún tipo de contacto con él? -le pregunto.
– No, querido -dice.
– ¿Seguro? -repito.
– Con todo lo que hemos pasado, no entiendo cómo puedes preguntármelo -dice ella.
– De acuerdo, Geri -digo-. Júralo.
– Lo juro -dice Geri-. Ni se me ocurriría. ¿No serás capaz de quitártelo de la cabeza?
– Júramelo -repito-. Júralo por tu hijo y me lo quitaré de la cabeza.
Me mira de hito en hito. Está enojada.
– Lo juro por la vida de nuestro hijo -dice-. ¿Satisfecho?
– ¡Puta! -exclamo-. Te he grabado.
Cogí la grabadora con la cinta, apreté el botón y oyó su propia conversación con Tony.
– ¡Apaga eso! -chillaba-. ¡No quiero oír nada más!
– Eres una zorra -le digo. Estoy perdiendo los estribos-. Te voy a arrojar por la ventana.
– ¡Steven! ¡Socorro, Steven! -empieza a gritar.
Aparece el pobre chaval medio dormido. Es un niño de nueve años. Geri consigue que me retire.
– Si no me dejas en paz -dice-, llamo a la policía.
Cedí y me fui al casino. Cené, volví a casa y me dormí. Decidí que lo más importante era el concurso de natación de Steven y Stephanie.
El Zurdo ya había empezado a abordar la separación de bienes cuando Geri volvió de su viaje a Beverly Hills con Lenny Marmor. Había presentado un acuerdo ante los tribunales sobre dicha separación como paso previo a la disolución del matrimonio. De acuerdo con los términos en que estaba redactado el acuerdo, El Zurdo se quedaba prácticamente con todo: la casa, situada en el 972 del Valley Drive de Las Vegas; los solares 144 y 145 del Club Las Vegas en Augusta Drive; y los cuatro caballos Thoroughbred de la pareja: Isla Luna, Último motivo, Mi Amigo Est y Míster Commonwealth.
No obstante, las cajas de seguridad guardadas en la sucursal del Strip del First National Bank de Nevada siguieron a nombre de los dos. Él mismo manifestó que alguien tenía que tener acceso al dinero en efectivo si lo detenían o no podía sacarlo por alguna otra razón.
Hizo firmar asimismo a Geri un acuerdo por el que perdía sus derechos sobre «la atención, custodia y control de sus hijos menores si abusaba del alcohol o los barbitúricos».
Carta de Geri a Robin:
4-5-79
3,12 de la madrugada
Queridísima Robin:
Cariño, no quisiera preocuparte pero no sé si podré resistirlo. Te escribo esta noche con una costilla rota, los ojos amoratados, el cuerpo lleno de cardenales, y creo que no es necesario que te diga quién me ha propinado los golpes. Todo en estas dos últimas semanas. Anoche llegó a casa borracho y me intentó estrangular; perdí totalmente la conciencia. Todo eso no se lo puedo contar a nadie más que a ti, pues a nadie le importa. Lo creas o no, soy capaz de capear el temporal y además alguna noche incluso podría coger la pistola y matarlo de una puñetera vez. Anoche él estuvo a punto de matarme a mí. Cuando recuperé el conocimiento, lo vi de pie a mi lado, borracho perdido y a punto de pegarme una patada. Cuando bebe, no sabe lo que hace ni le importa. Esta noche, cuando ha vuelto, ha empezado de nuevo y yo me he puesto a chillar que se fuera de casa, que me dejara, pero él ha cogido otro de sus ataques y no me ha quedado más remedio que permanecer quieta, oír como vociferaba y deliraba mientras yo iba rezando para que no me apaleara de nuevo. Me tiene terriblemente asustada…
Escríbeme, por favor. Te quiero. No hables conmigo por teléfono, él escucha.
Mamá
Frank Cullotta dice:
Estábamos en el Jubilation y a Tony se le ocurrió la idea de pegar una paliza a El Zurdo. No se refirió a él llamándole El Zurdo, dijo el judío. Dijo:
– El judío, aún no estoy seguro. Pero si no me equivoco, te necesitaré para que me proporciones a un tipo. ¿Se te ocurre alguien?
– Sí, el grandullón -respondo.
– Lo que no quiero es que lo zumbes por la calle -dijo.
– ¿A quién? -pregunto.
– Al judío -dice.
– Yo lo preparo y cuando se levante, tú lo recoges. Ya te enterarás donde está el agujero -dice.
– No tendremos más que apartar la plancha de madera contrachapada, dejarla caer en el agujero y tapar de nuevo.
Y luego Tony añade:
– Pero no hagas nada hasta que te avise.
– De acuerdo -respondo.
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