Esto decía Tupra y esto pensaba yo, mientras él me iba ilustrando. Intercalaba risas breves, le hacían gracia la foto y la situación, y es verdad que la tenían.
– ¿Puedo mirar cómo la titularon? ¿Puedo darle la vuelta? -le pregunté, no fuera yo a ver sin permiso lo escrito por quien se la hubiera mandado en su día.
– Claro, adelante -me contestó con un ademán de generosidad.
Nada notable ni imaginativo ni chusco, la postal sólo rezaba ‘Loren & Mansfiel’, The Ludlow Collection, llegué a ver eso, no me entretuve en intentar leer lo que le habían garabateado con rotulador tiempo atrás, dos o tres frases, algún signo de admiración bromista, con una letra quizá femenina, amplia, algo redonda, mi vista cayó sobre la firma un segundo, nada más que una inicial, 'B', podía ser Beryl, también sobre la palabra 'fear', que es 'miedo' en inglés.
Una mujer con humor, si era mujer quien se la había enviado. De hecho con un humor sobresaliente, fuera de lo común, porque una foto como esa divierte sobre todo a los hombres y por eso me reí con ganas del aprensivo rabillo del ojo de Sofía Loren, de su encogimiento y recelo ante el victorioso e intimidatorio escote transatlántico, reímos al unísono Reresby y yo con la risa que une desinteresadamente, igual que aquella vez en su despacho, cuando le hablé de los posibles zuecos del tiranuelo elegido, votado, y del estampado de estrellas patrióticas que le había visto en la camisa por televisión, y al decir yo 'liki-liki', esa palabra cómica que es imposible escuchar o leer sin querer repetirla inmediatamente: liki-liki, ya está. Me había preguntado en aquella ocasión, al reparar en las risas que tanto desarman, en la suya y la mía unidas, si en el futuro quedaría él desarmado o lo quedaría yo, o tal vez los dos. Parte de aquel mañana estaba ya aquí, y de momento, me di bien cuenta, el desarmado era yo.
'Tiene cojones', pensé con grosería a lo De la Garza, con irritación; 'ha logrado que me ría desenfadadamente en su compañía. Hace apenas un rato estaba furioso con él y en realidad lo estoy aún, esto va a durar; hace muy poco más que he asistido a su brutalidad, he temido que matara a un desgraciado con frialdad metódica, que le rebanara el cuello sin razones de peso, si es que alguna lo puede ser; que lo estrangulara con su propia redecilla ridicula y lo ahogara en el agua azul; y he visto de cerca la paliza que le ha propinado sin recurrir a sus manos para asestarle un solo golpe, pese a los guantes puestos amenazadores.' Tupra no se había olvidado de ellos; lo primero que había hecho tras avivar el fuego había sido sacarlos del bolsillo de su abrigo y arrojarlos a las llamas con las tiras de papel toalla en que los había envuelto. Por fin se iba disipando el olor a cuero y a lana quemados o era predominante el de la leña, se habrían secado bastante desde nuestra salida del cuarto de baño de los discapacitados, 'La peste no durará', había dicho al lanzarlos con gesto casi maquinal, como depositar las llaves o las monedas al regresar de la calle. Los había conservado hasta poder destruirlos, eso no se me había escapado, y en su propia casa además. Era cauto hasta con lo que no había que serlo. 'Y ahora ya está tan tranquilo, enseñándome una foto chistosa y comentándola con jovialidad. (En el abrigo sigue la espada, cuándo va a sacarla, cuándo la guardará.) Y también yo estoy tan tranquilo, viéndole la gracia a la escena y riéndome con él, oh sí, resulta un hombre simpático, en primera y en penúltima instancia, y no podemos evitarlo, tendemos a llevarnos, a caernos bien.' (Ya no lo resultaba en la última, pero esa no solía llegar, aquel día sí.) Rastreé rápida, mentalmente (algo era algo, aunque no mucho para mi recobrado enfado) el origen de la postal. Durante unos instantes hasta había perdido de vista qué hacía allí aquella foto, y qué hacíamos allí él y yo. No era una noche para reírse, y sin embargo nos habíamos reído juntos poco después de que él se convirtiera en Sir Punishment. O en el Caballero Venganza, quizá Sir Revenge. Pero en ese caso de qué se había vengado, era un exagerado, un drástico: de una nimiedad, de una estupidez.
Le devolví la postal, él estaba junto a mi butaca, de pie, mirando por encima de mi hombro cómo yo miraba a las dos actrices o símbolos sexuales pretéritos -uno mucho más remoto que el otro-, compartiendo o más bien contemplando mi inesperada diversión.
– ¿Qué pasa con Jayne Mansfield? -le pregunté-. ¿Qué tiene que ver con Kennedy? ¿El Presidente Kennedy, supongo? ¿También fue amante suya? ¿No era Marilyn Monroe la que se cuenta que estuvo con él y no sé qué historia de un cumpleaños sensual? Mansfield debió de ser una imitación, ¿no?
– Oh, sí, hubo varias -respondió Tupra mientras volvía la foto al sobre, el sobre a la caja y la caja al estante, todo en orden-. Hasta en Inglaterra tuvimos una, Diana Dors, ¿no recordarás a Diana Dors? Fue casi sólo de consumo nacional. Era más basta, aunque no fea ni mala actriz, con cara un poco de bruta y cejas demasiado oscuras para su melena rubio platino, no sé por qué no se lo tiñeron todo igual. Yo la conocí, ya cuarentona; coincidíamos en locales del Soho que estaban de moda, a finales de los años sesenta o en los primeros setenta, ya empezaba a amatronarse entonces, había hecho siempre sus incursiones en la bohemia, creía que eso la rejuvenecía o la modernizaba. Sí , era más basta que Mansfield, y también algo más turbia, menos jovial -añadió como si lo hubiera sopesado un instante-. Pero de haber estado sentada a esa mesa de la postal, ya no sé quién habría asustado a quién. En su juventud tenía una figura de clepsidra. -E hizo con las manos el movimiento antiguo de muchos hombres para dibujar una mujer llena de curvas, yo creo que la botella de Coca-Cola imitó ese trazo en el aire y no al revés. 'She had an hourglass figure', eso dijo Tupra en inglés. Hacía largo tiempo que no veía a nadie hacer ese gesto, también ellos caen en desuso como las palabras, porque casi siempre son sustitutivos de éstas y corren por tanto su misma suerte: de hecho son decir sin decir, a veces con gravedad y eran motivo de duelo, aún lo son de desafío y muerte. Y así hasta cuando nada se dice todavía se habla y se significa y se cuenta, qué maldición; si yo me hubiera tocado la papada dos o tres veces seguidas con el envés de la mano en presencia de Manoia, él habría comprendido el ademán italiano de menosprecio o de oídos sordos al interlocutor y habría desenvainado su espada contra mí, si acaso llevaba también él una oculta, quién sabía, a su lado Reresby parecía razonable y manso.
Sí, Tupra me estaba distrayendo con sus anécdotas, con su conversación o era cháchara. Yo seguía cabreado aunque se me olvidara a ratos, y deseaba mostrárselo, pedirle cuentas por su acción salvaje, más en regla, más en serio que durante nuestra despedida falsa frente al portal de mi casa en la Square o plaza, pero él me iba conduciendo de una cosa a otra sin centrarse del todo en ninguna, sin ir al grano de lo que me había anunciado o casi exigido que oyera, dudaba que finalmente fuera a contarme nada de Constantinopla o de Tánger, había mencionado esos lugares sentado al volante, se había especializado en Historia Medieval, quién lo hubiera adivinado, en Oxford, y en ese campo sí podía haber sido oficioso discípulo de Toby Rylands, que a su pesar fue Toby Wheeler durante breve tiempo, en su lejana y borrada Nueva Zelanda, lo mismo que del hermano Peter. También me había prometido Tupra unos vídeos que guardaba en casa y no en la oficina, 'no son para que los vea cualquiera', había dicho, y en cambio a mí sí iba a enseñármelos, de qué serían y por qué había de verlos, quizá yo prefiriera no tenerlos ante mis ojos nunca; podría siempre cerrarlos, aunque cuando uno decide hacerlo se cierren inevitablemente un poco tarde, un poco demasiado tarde para no vislumbrar algo y hacerse una horrible idea, y para no enterarse. O bien cree, una vez apretados, que la visión o la escena han concluido cuando aún no lo han hecho -el sonido engaña, y aún más engaña el silencio- y entonces los abre demasiado pronto.
Читать дальше