Era el tipo de hombre al que le excita pensar en mujeres, en quienes sean, en la mera idea y más aún en las mujeres de amigos, y enviar mensajes a través de sus maridos o novios a las desconocidas. Piensa que así sabrán de él, que se enterarán de su existencia al menos y podrán sentir curiosidad y figurárselo, y así practica un coqueteo imaginario y sin objetivo.
– Ya te he dicho que nadie me espera ni tiene llaves mías, Bertram. -Me bebí mi copa de un trago, como para ir concluyendo algo-. Anda, dale ya, qué más quieres que vea. -Y señalé hacia la televisión con la barbilla.
El le dio de nuevo al botón de avance e inmediatamente al de aceleración, pero no puso ésta al máximo, sino en la segunda velocidad tan sólo, por lo que aún pude ver con relativa claridad las imágenes, aunque sin sonido, y eran todas desagradables en mayor o menor grado, con las peores siguió entrando el veneno, alguna aburrida o sórdida en el mejor de los casos, dos tipos de pelo canoso y piel rojiza tirados sobre una cama, esnifando cocaína en calzoncillos (cuánto material les daba la droga, quizá por eso ningún Gobierno quiere legalizarla, sería como disminuir los delitos), no tenían interés ni producían impresión alguna, me abstuve de preguntar quiénes eran, serían tipos conocidos o importantes, quién sabía si locales o del Canadá o de Australia, tal vez mandos de la policía, uno de ellos llevaba puesta una incongruente gorra de plato azul marino, ladeada; estuve a punto de jugar en mi contra, de ceder a una curiosidad jocosa cuando apareció en la pantalla un político español nacionalista al que todos vimos hasta el hartazgo (bueno, a lo de español él habría objetado), en el minucioso proceso de disfrazarse de señora ante un espejo de cuerpo entero, o más bien de anticuada puta, le costaba un mundo que le quedaran rectas las medias, se le torcían y arrugaban todo el rato y vuelta a quitárselas y a empezar de nuevo, rasgó dos pares y las tiró con lástima, también forcejeaba con una especie de faja, la visión era cómico-patética, en mi país habrían pagado una buena suma por ella, me tentó pero me refrené, y logré no pedirle a Tupra que me la pasara a su ritmo, quería terminar ya cuanto antes; cuatro individuos patibularios le pegaban una paliza en un salón de billares a un pobre hombre de edad avanzada y distinguido aspecto, lo arrojaban cuan largo era sobre el tapete verde y lo apaleaban con los tacos, empuñándolos por la parte más fina y vareándolo con la más gruesa, lo ponían boca arriba y a la primera le rompían las gafas, le seguían dando en la cara con los cristales saltando y a buen seguro incrustándosele a cada nuevo golpe, y después por todo el cuerpo, en las costillas y en las caderas y en las piernas y en los testículos, a veces iban a eso, con el taco en vertical se los buscaban, debieron de partirle las rótulas y las tibias, el hombre no sabía con qué cubrirse, debieron de quebrarle también las manos con las que trataba de protegerse en vano, cuatro son muchos palos que se alzan y bajan y se vuelven a alzar y siempre bajan, como las espadas. Aquí no pude reprimir un comentario:
– No me dirás que alguno de esos salvajes se ha hecho importante, que ahora tiene algún cargo. No me lo puedo creer, con esas pintas.
Tupra detuvo al instante la imagen, no iba a dejar pasar bestialidades sin que yo las viera, aunque fuera aceleradas. Quedó congelada en el pobre hombre cuando ya se habían retirado sus castigadores, inmóvil sobre la mesa, sangrando por la nariz y las cejas, quizá por los pómulos y por otras brechas, un amasijo con cortes e hinchado.
– No sería imposible, en absoluto. Pero no -contestó a mi espalda, esta vez yo no me había vuelto a mirarlo, y menos mal que fue así, pensé en seguida-. Aquí el importante es el viejo, a quien avergonzaría esta escena. Ten en cuenta que hay quien desea ocultar haber sido una víctima, tanto o más que haber sido un verdugo. Que hay gente dispuesta a mucho por que no se sepa lo que le ha pasado, lo que le han hecho tan humillante y bárbaro, y a más aún por que no se vea. Por que no lo vean ni se enteren sus seres queridos, por ejemplo, que sufrirían desconsolados y no podrían olvidarlo nunca, imagínate que este hombre fuese tu padre. Pero su importancia es distinta de la de los demás que has visto, es de otra índole. El no tiene apenas poder ni influencia, o no directos. Pero tú no sabes quién es, ¿sabes quién es? -Y sin dejarme contestar 'No' siquiera, me lo dijo-. Es Mr Pérez Nuix, el padre de nuestra Patricia. -Y pronunció el doble apellido a la inglesa, sonó como si hubiera dicho en su lengua 'Pears-Nukes', más o menos.
Fue entonces cuando pensé que era mejor que no estuviera viéndome el rostro. Sentí en él y en el cuello un calor repentino, abarcador, y a continuación por todo el cuerpo, como cuando lo pillaban a uno en el colegio con las manos en la masa, sin posibilidad de excusas ni de embustes. 'No lo engañé', pensé en el acto, 'y sabrá seguramente que lo intenté a conciencia. Que le mentí sobre Incompara, tal vez se dio cuenta desde el primer instante y así todo quedó sin efecto, de nada sirvió, él no picó e Incompara no obtuvo nada de lo que pretendía, y así la deuda no fue saldada, o al hombre se la cobraron con esa brutal paliza, por quién filmada, habrían citado al padre en aquellos billares para arreglar el asunto, una trampa, y lo más probable era que eso lo supiera de antemano Reresby, que supiera lo que en verdad lo aguardaba, mandara instalar allí una cámara oculta o pagara al encargado, o a un quinto patibulario que no aparecía en cuadro porque no participaba en la tunda y tan sólo la dirigía o la presenciaba para informar más tarde de su cumplimiento, y de paso la grabó con su móvil o su minicámara.' Los pensamientos se me agolparon y también una vergüenza intensa con ramificaciones diversas, o es que eran vergüenzas distintas, aunque simultáneas. Pero no podía descubrirme tan fácilmente, tras semejante revelación lo normal no era mi silencio, habría sido como reconocer que estaba al tanto de aquello, o de una parte, de algo.
– ¿Y eso? -le pregunté nervioso. No era sospechoso, los nervios podían deberse al encarnizamiento que acababa de contemplar, sin sonido por suerte-. ¿Por qué? ¿A qué se dedica, qué les había hecho a esos tipos?
– Tenía muchas deudas de juego, y ya sabes lo que pasa a veces con eso. Nunca te las perdonan, según con quiénes las contraigas.
'Está disimulando', pensé, 'me lo cuenta como si yo no supiera, cuando debe de suponer que sé bastante. Me está probando. Quiere ver si me derrumbo y confieso o si me hago de nuevas hasta el final, sin soltar prenda. Querrá ver cómo me comporto cuando se me coge en falta.'
– ¿De cuándo es este vídeo, cuándo fue esto?
– Relativamente reciente -contestó-. Hará un par de meses o menos.
– ¿Lo sabe Patricia? Quiero decir, ¿ha visto esto?
Ella no me había contado nada, quizá por el absoluto fracaso de mi favor o de mi fingimiento: para qué darme la mala noticia que al fin y al cabo no me atañía, o hacerme sentir responsable, para qué más mezclarme. Tampoco me había informado de lo contrario, es decir, de que todo hubiera salido bien y la deuda estuviera zanjada, gracias a mis oficios en parte. Pero nunca se me había ocurrido que tuviera que hacerlo, de haber sido ese el resultado, y yo no había vuelto a preguntarle, una vez es una vez y eso hay que respetarlo, la primera no da pie a una segunda, de lo que sea, en contra de lo que muchos creen.
Tupra rió de nuevo como con una tos seca, eso indicaba sarcasmo o incredulidad ante lo que oía.
– No, cómo va a haberlo visto, por quién me tomas. Ya tuvo bastante con lo que llegó a ver en el hospital. El padre se pasó allí una buena temporada, no sé si ha salido hace nada, y aún está por ver cómo se queda, ya lo ves, tiene sus años, de algo así no se recuperará del todo, lo batieron bien, al pobre diablo.
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