Jorge Borges - Siete Noches

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Además de su reconocida importancia como poeta, narrador y ensayista, Jorge Luis Borges desempeñó un papel crucial en la cultura contemporánea como divulgador y conferenciante.
Este libro reúne el célebre ciclo de siete conferencias que pronunció en el teatro Coliseo de Buenos Aires en 1977, posteriormente revisadas por él mismo para su edición impresa. La serie comienza con un sorpresivo despiece de la Divina Comedia que introduce al lector en el mundo semi mágico de la creación literaria, como también ocurre en las charlas sobre `La poesía` y `Las mil y una noches`, en `La pesadilla` el autor tiende un magistral puente de citas entre el plano onírico y el real, `La cábala` se interna en el enigma del universo a partir de las creencias, lo mismo que `El budismo`. Por último, `La ceguera` es un conmovedor testimonio de índole personal.
Pensado con rigor y expuesto con una suerte de feliz despreocupación, Siete Noches recupera vívidamente el humor, la inventiva, la conversación genial de Borges.

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Si el ciego piensa así, está salvado. La ceguera es un don. Ya he fatigado a ustedes con los dones que me dio me dio el anglosajón, me dio parcialmente el escandinavo, me dio el conocimiento de una literatura medieval que yo habría ignorado, me dio el haber escrito varios libros, buenos o malos, pero que justifican el momento en que se escribieron. Además, el ciego se siente rodeado por el cariño de todos. La gente siempre siente buena voluntad para un ciego.

Quiero concluir con un verso de Goethe. Mi alemán es deficiente, pero creo poder recuperar sin demasiados errores esas palabras: Alles N aheverde fern, "todo lo cercano se aleja". Goethe lo escribió refiriéndose al crepúsculo de la tarde. Todo lo cercano se aleja, es verdad. Al atardecer, las cosas más cercanas ya se alejan de nuestros ojos, así como el mundo visible se ha alejado de mis ojos, quizá definitivamente.

Goethe pudo referirse no sólo al crepúsculo sino a la vida. Todas las cosas van dejándonos. La vejez tiene que ser la suprema soledad, salvo que la suprema soledad es la muerte. También "todo lo cercano se aleja" se refiere al lento proceso de la ceguera, del cual he querido hablarles esta noche y he querido mostrar que no es una total desventura. Que debe ser un instrumento más entre los muchos, tan extraños, que el destino o el azar nos deparan.

EPILOGO

LAS CONFERENCIAS que, revisadas y con el título de Siete noches se reúnen en este volumen, fueron ofrecidas por Jorge Luis Borges en el teatro Coliseo de Buenos Aires en 1977: La Comedia, La pesadilla y Las mil y una noches el 1°, el 15 y el 22 de junio, El budismo, La poesía y La cábala el 6, el 13 y el 26 de julio, y La ceguera el 3 de agosto. El tema de la sexta fue decidido las vísperas, pues Borges desistió a último momento de hablar de los gnósticos de Alejandría, como había sido anunciado. Las siete integran el ciclo más extenso debido hasta ahora al autor de El libro de arena.

El público se ha ido acostumbrando a oír a Borges en los últimos años. Sus pasos son seguidos por la prensa escrita y oral, los periodistas no se dan tregua para pedirle su opinión sobre los asuntos más disímiles, la televisión prodiga su imagen y su palabra. No hay registro de todo lo que se ha escrito y escribe sobre él y sería inútil intentarlo. Expresiones suyas han ingresado en el habla popular y cotidiana de su pueblo. En Buenos Aires, y no sólo en Buenos Aires, no puede salir a la calle sin que a cada momento lo detengan personas de toda clase para saludarlo, incluyendo a las que nunca lo han leído. ("No me saludan a mí, saludan a un señor que se parece a otro cuya fotografía vieron en una revista.") Quien hace más de cincuenta años se definió "mero escritor de la mera República Argentina" (en su singular ensayo sobre los traductores de Las mil y una noches) es hoy uno de los maestros de la literatura cuyo rostro más se difunde en todas las latitudes. El rostro austero de un ciego de ochenta años.

Borges dio su primera conferencia, venciendo enormes timideces, allá por 1945 o 1946. Fue en el Colegio Libre de Estudios Superiores, memorable institución privada que se honró en la defensa de los derechos de la cultura y los deberes de la libertad. Flamante. desocupado por obra y gracia del gobierno peronista -que lo privó de una modesta ayudantía en una biblioteca de barrio-, Borges era entonces, además, el reciente autor de Ficciones (1944), libro capital en la historia de la narrativa en lengua española que en pocos años dejaría huella profunda en muchas literaturas e idiomas. (También era el futuro director de la Biblioteca Nacional, 1955-1973.) La primera edición de Ficciones tardó en agotarse, lo mismo que la primera de El aleph (1949), pero ambos libros hicieron que la crítica europea comenzara a considerar a su autor uno de los escritores vivientes más importantes. La dilatada geografía y la sorprendente cantidad de idiomas que hoy acatan su genio y celebran su originalidad tal vez no permitan al lector imaginar cómo fue su primera conferencia. Poco faltó para que se pareciera a un acto clandestino; en su espesa ignorancia, las autoridades destacaron a un agente de policía uniformado para que vigilara quién sabe qué innobles desbordes de oratoria subversiva. Borges habló de la poesía de Wordsworth y se hizo espacio para recordar la rosa de Coleridge: "Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces, qué?", admirable juego detrás del cual está "la general y antigua invención de las generaciones de amantes que pidieron como prenda una flor" y que tiene "la integridad y la unidad de un terminus ad quem", según puede leerse en Otras inquisiciones. Fue la primera vez que lo vi. Habló lentamente, con muchas vacilaciones, en voz baja; todo el tiempo mantuvo las manos unidas en actitud de orante. "Seguro que estaba rogando para que no se desplomara el techo", me comentó hace poco, cuando le recordé aquella remota tarde de hace siete lustros. "La verdad es que estaba aterrado", agregó. Desde entonces muchas aguas han corrido, Borges ha dado, según él, "demasiadas" conferencias, pero la nerviosidad previa sigue dominándolo, al igual que al más consumado y veterano concertista le ocurre en los minutos que preceden al recital. Hoy, aunque infatigable para cruzar océanos y continentes, prefiere para sus escasas presentaciones en público el diálogo con un amigo a la exposición solitaria.

De sus conferencias de 1977 se hizo registro en cintas magnetofónicas, bastante defectuoso; de esas cintas se tomó material para publicar en siete suplementos especiales de un diario porteño otras tantas versiones, con cortes arbitrarios, errores de trascripción y exceso de erratas. Hubo, además, no sé qué número de discos que salieron a la venta. En los días previos a cada conferencia conversé con Borges sobre los temas inmediatos y Le leí textos que él recuerda puntualmente pero aun así quiso repasar y comentar; debo agregar que se hallaba en un período de mala salud y ánimo depresivo. Le desagradó, por otra parte, la soledad a que lo obligaron las vastas dimensiones del escenario y la lejanía del público. Todos necesitamos de la inmediatez del calor humano cuando damos una charla y esta necesidad debe de ser mayor en un ciego. Sea de ello lo que fuere, quedó muy disconforme con sus exposiciones; y si autorizó la publicación en diario y el disco comercial, ello fue porque los promotores del ciclo adujeron apremio económico. Pero se negó a oír los registros y las versiones escritas, no admitió ningún pago adicional y dio a entender que prefería no hablar más del asunto.

Así las cosas, cuando en 1979 José Luis Martínez me pidió que consultara con Borges la posibilidad de reunir en un volumen para el Fondo de Cultura Económica las siete conferencias, le expuse lo que antecede y le manifesté mis dudas sobre el éxito de la gestión. Con todo, convine en hacerla. Para mi agradable sorpresa, Borges aceptó, a condición de someter a revisión lo publicado. Así lo informé a José Luis y poco después empezamos la tarea.

Excepto el ejemplar de Obras completas que su madre Leonor Acevedo conservó junto a su cabecera hasta morir a los noventa y nueve años, ejemplar que ahora nadie toca, no hay en casa de Borges ningún libro suyo. Considera que es de mal gusto e intolerable vanidad mezclar volúmenes "sin importancia" con los que ama y respeta. De ese rigor no se salvan los libros de sus amigos. En su biblioteca, espejo de sí mismo como lo fue de Montaigne, hay pocos autores de lengua española: Quevedo, Gracián, Cervantes, Garcilaso, San Juan, fray Luis, Saavedra Fajardo, Sarmiento, Groussac, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña. Los ejemplares que le llegan de sus ediciones en español o traducidas los regala de inmediato. Debo a esa escandalosa modestia el tener obras suyas en sueco, noruego,, danés, inglés, francés, italiano, portugués, japonés, hebreo, farsí, griego, eslovaco, polaco, alemán, árabe, etc. ¿Cómo suponer que haya en su domicilio recortes de periódico? De manera que el buen principio para revisar los textos de las conferencias fue conseguir ejemplares de los suplementos del diario, fotocopiarlos, cortar las fotocopias en columnas y pegarlas en hojas en blanco. Lo segundo, salvar las erratas, corregir los errores de transcripciónn, confrontar las citas, eliminar sin contemplaciones todas las muletillas propias de una exposición oral. Hecho lo cual, leerle el resultado.

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