– Sí, lo he oído decir; pero, ¿qué tiene que ver eso conmigo? Si no hubiera otro obstáculo para que yo me casara con su sobrino, tenga por seguro que no dejaría de efectuarse nuestra boda por suponer que su madre y su tía deseaban que se uniese con la señorita de Bourgh. Ustedes dos hicieron lo que pudieron con proyectar ese matrimonio, pero su realización depende de otros. Si el señor Darcy no se siente ligado a su prima ni por el honor ni por la inclinación, ¿por qué no habría de elegir a otra? Y si soy yo la elegida, ¿por qué no habría de aceptarlo?
– Porque se lo impiden el honor, el decoro, la prudencia e incluso el interés. Sí, señorita Bennet, el interés; porque no espere usted ser reconocida por la familia o los amigos de Darcy si obra usted tercamente contra la voluntad de todos. Será usted censurada, desairada y despreciada por todas las relaciones de Darcy. Su enlace será una calamidad; sus nombres no serán nunca pronunciados por ninguno de nosotros.
– Graves desgracias son ésas -replicó Elizabeth-. Pero la esposa del señor Darcy gozará seguramente de tales venturas que podrá a pesar de todo sentirse muy satisfecha.
– ¡Ah, criatura tozuda y obstinada! ¡Me da usted vergüenza! ¿Es esa su gratitud por mis atenciones en la pasada primavera? Sentémonos. Ha de saber usted, señorita Bennet, que he venido aquí con la firme resolución de conseguir mi propósito. No me daré por vencida. No estoy acostumbrada a someterme a los caprichos de nadie; no estoy hecha a pasar sinsabores.
– Esto puede que haga más lastimosa la situación actual de Su Señoría, pero a mí no me afecta. -¡No quiero que me interrumpa! Escuche usted en silencio. Mi hija y mi sobrino han sido formados el uno para el otro. Por línea materna descienden de la misma ilustre rama, y por la paterna, de familias respetables, honorables y antiguas, aunque sin título. La fortuna de ambos lados es espléndida. Están destinados el uno para el otro por el voto de todos los miembros de sus casas respectivas; y ¿qué puede separarlos? Las intempestivas pretensiones de una muchacha de humilde cuna y sin fortuna. ¿Cómo puede admitirse? ¡Pero no ocurrirá! Si velara por su propio bien, no querría salir de la esfera en que ha nacido.
– Al casarme con su sobrino no creería salirme de mi esfera. Él es un caballero y yo soy hija de otro caballero; por consiguiente, somos iguales.
– Así es; usted es hija de un caballero. Pero, ¿quién es su madre? ¿Quiénes son sus tíos y tías? ¿Se figura que ignoro su condición?
– Cualesquiera que sean mis parientes, si su sobrino no tiene nada que decir de ellos, menos tiene que decir usted -repuso Elizabeth.
Dígame de una vez por todas, ¿está usted comprometida con él?
Aunque por el mero deseo de que se lo agradeciese lady Catherine, Elizabeth no habría contestado a su pregunta; no pudo menos que decir, tras un instante de deliberación:
– No lo estoy.
Lady Catherine parecía complacida.
– ¿Y me promete usted no hacer nunca semejante compromiso?
– No haré ninguna promesa de esa clase. ¡Señorita Bennet! ¡Estoy horrorizada y sorprendida! Esperaba que fuese usted más sensata. Pero no se haga usted ilusiones: no pienso ceder. No me iré hasta que me haya dado la seguridad que le exijo.
– Pues la verdad es que no se la daré jamás. No crea usted que voy a intimidarme por una cosa tan disparatada. Lo que Su Señoría quiere es que Darcy se case con su hija; pero si yo le hiciese a usted la promesa que ansía, ¿resultaría más probable ese matrimonio? Supongamos que esté interesado por mí; ¿si yo me negara a aceptar su mano, cree usted que iría a ofrecérsela a su prima? Permítame decirle, lady Catherine, que los argumentos en que ha apoyado usted su extraordinaria exigencia han sido tan frívolos como irreflexiva la exigencia. Se ha equivocado usted conmigo enormemente, si se figura que puedo dejarme convencer por semejantes razones. No sé hasta qué punto podrá aprobar su sobrino la intromisión de usted en sus asuntos; pero desde luego no tiene usted derecho a meterse en los míos. Por consiguiente, le suplico que no me importune más sobre esta cuestión.
– No se precipite, por favor, no he terminado todavía. A todas las objeciones que he expuesto, tengo que añadir otra más. No ignoro los detalles del infame rapto de su hermana menor. Lo sé todo. Sé que el muchacho se casó con ella gracias a un arreglo hecho entre su padre y su tío. ¿Y esa mujer ha de ser la hermana de mi sobrino? Y su marido, el hijo del antiguo administrador de su padre, ¿se ha de convertir en el hermano de Darcy? ¡Por todos los santos! ¿Qué se cree usted? ¿Han de profanarse así los antepasados de Pemberley?
– Ya lo ha dicho usted todo -contestó Elizabeth indignada-. Me ha insultado de todas las formas posibles. Le ruego que volvamos a casa.
Y al decir esto se levantó. Lady Catherine se levantó también y regresaron. Su Señoría estaba hecha una furia.
– ¿Así, pues, no tiene usted ninguna consideración a la honra y a la reputación de mi sobrino? ¡Criatura insensible y egoísta! ¿No repara en que si se casa con usted quedará desacreditado a los ojos de todo el mundo?
Lady Catherine, no tengo nada más que decir. Ya sabe cómo pienso.
– ¿Está usted, pues, decidida a conseguirlo?
– No he dicho tal cosa., No estoy decidida más que a proceder del modo que crea más conveniente para mi felicidad sin tenerla en cuenta a usted ni a nadie que tenga tan poco que ver conmigo.
– Muy bien. Entonces se niega usted a complacerme. Rehúsa usted obedecer al imperio del deber, del honor y de la gratitud. Está usted determinada a rebajar a mi sobrino delante de todos sus amigos y a convertirle en el hazmerreír de todo el mundo.
– Ni el deber, ni el honor, ni la gratitud -repuso Elizabeth-, pueden exigirme nada en las presentes circunstancias. Ninguno de sus principios sería violado por mi casamiento con Darcy. Y en cuanto al resentimiento de su familia o a la indignación del mundo, si los primeros se enfurecen por mi boda con su sobrino, no me importaría lo más mínimo; y el mundo tendría el suficiente buen sentido de sumarse a mi desprecio.
– ¿Y ésta es su actitud, su última resolución? Muy bien; ya sé lo que tengo que hacer. No se figure que su ambición, señorita Bennet, quedará nunca satisfecha. Vine para probarla. Esperaba que fuese usted una persona razonable. Pero tenga usted por seguro que me saldré con la mía.
Todo esto fue diciendo lady Catherine hasta que llegaron a la puerta del coche. Entonces se volvió y dijo:
– No me despido de usted, señorita Bennet; no mando ningún saludo a su madre; no se merece usted esa atención. Me ha ofendido gravemente. Elizabeth no respondió ni trató de convencer a Su Señoría de que entrase en la casa. Se fue sola y despacio. Cuando subía la escalera, oyó que el coche partía. Su madre, impaciente, le salió al encuentro a la puerta del vestidor para preguntarle cómo no había vuelto a descansar lady Catherine.
– No ha querido -dijo su hija-. Se ha marchado.
– ¡Qué mujer tan distinguida! ¡Y qué cortesía la suya al venir a visitarnos! Porque supongo que habrá venido para decirnos que los Collins están bien. Debía de ir a alguna parte y al pasar por Meryton pensó que podría visitarnos. Supongo que no tenía nada de particular que decirte, ¿verdad, Lizzy?
Elizabeth se vio obligada a contar una pequeña mentira, porque descubrir la materia de su conversación era imposible.
No sin dificultad logró vencer Elizabeth la agitación que le causó aquella extraordinaria visita. Estuvo muchas horas sin poder pensar en otra cosa. Al parecer, lady Catherine se había tomado la molestia de hacer el viaje desde Rosings a Hertfordshire con el único fin de romper su supuesto compromiso con Darcy. Aunque lady Catherine era muy capaz de semejante proyecto, Elizabeth no alcanzaba a imaginar de dónde había sacado la noticia de dicho compromiso, hasta que recordó que el ser él tan amigo de Bingley y ella hermana de Jane, podía haber dado origen a la idea, ya que la boda de los unos predisponía a suponer la de los otros. Elizabeth había pensado, efectivamente, que el matrimonio de su hermana les acercaría a ella y a Darcy. Por eso mismo debió de ser por lo que los Lucas -por cuya correspondencia con los Collins presumía Elizabeth que la conjetura había llegado a oídos de lady Catherine dieron por inmediato lo que ella también había creído posible para más adelante.
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