Jane Austen - Sentido y Sensibilidad

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Reglas y emociones. Deberes y devociones. Ubicada en la Inglaterra de principios del siglo XIX, Sentido y sensibilidad presenta las alegrías y sinsabores de las hermanas Dashwood. Desamparadas tras la muerte de su padre y a merced de su medio hermano, Elinor y Marianne deberán enfrentarse a los contrastes del amor y a las exigencias de la sociedad, siempre acompañadas de su madre y su hermana menor. Están ya en edad casadera y sin embargo, ni su carácter ni sus habilidades las ayudan a concretar una relación. El tiempo sigue pasando y todo parece indicar que no lograrán una estabilidad emocional.
Esta novela examina la estructura social de la época donde el papel de la mujer se limitaba al de mera compañía, por no decir objeto decorativo. Para ellas estaba negada la posibilidad de ejercer una profesión o de poseer bienes. Sólo debían de tener y saber lo necesario. En consecuencia, para muchas su mayor ilusión era encontrar a su príncipe azul, aunque éste no siempre viniera acompañado de dicha.

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Elinor había pensado siempre que sería más Prudente para ellas establecerse a alguna distancia de Norland antes que entre sus actuales conocidos, por lo que no se opuso a las intenciones de su madre de irse a Devonshire. La casa, además, tal como la describía sir John, era de dimensiones tan sencillas y el alquiler tan notablemente moderado, que no le daba derecho a objetar punto alguno; y así, aunque no era un plan que atrajera su fantasía y aunque significaba un alejamiento de las vecindades de Norland que excedía sus deseos, no hizo intento alguno por disuadir a su madre de escribir aceptando el ofrecimiento.

CAPITULO V

Apenas despachada su respuesta, la señora Dashwood se permitió el placer de anunciar a su hijastro y esposa que contaba con una casa y que ya no los incomodaría sino hasta que todo estuviera listo para habitarla. La escucharon con sorpresa. La señora de John Dashwood no dijo nada, pero su esposo manifestó cortésmente que esperaba que no se irían lejos de Norland. Con gran satisfacción, la señora Dashwood le respondió que se iban a Devonshire. Edward rápidamente levantó los ojos al escuchar esto, y con una voz de sorpresa y preocupación que no requirieron de mayor explicación para la señora Dashwood, repitió: “¡Devonshire! ¿En verdad van allá? ¡Tan lejos de aquí! ¿Y a qué parte?” Ella le explicó la ubicación. Estaba a cuatro millas al norte de Exeter.

– No es sino una casita de campo -continuo-, pero espero ver allí a muchos de mis amigos. Será fácil agregarle una o dos habitaciones; y si mis amigos no encuentran impedimento en viajar tan lejos para verme, con toda seguridad yo no lo encontraré para acomodarlos.

Concluyó con una muy generosa invitación al señor John Dashwood y a su esposa para que la visitaran en Barton; y a Edward le extendió otra con aun mayor afecto. Aunque en su última conversación con su nuera las expresiones de ésta la habían decidido a no permanecer en Norland más de lo que era inevitable, no produjeron en ella el efecto al que principalmente apuntaban: separar a Edward y Elinor estaba tan lejos de ser su objetivo como lo había estado antes; y con esa invitación a su hermano, deseaba mostrarle a la señora de John Dashwood cuán escasa importancia daba a su desaprobación de esa unión.

El señor John Dashwood le repitió a su madre una y otra vez cuán profundamente lamentaba que ella hubiera tomado una casa a una distancia tan grande de Norland que le impediría ofrecerle sus servicios para el traslado de su mobiliario. Se sentía en verdad molesto con la situación, porque hacía impracticable aquel esfuerzo al que había limitado el cumplimiento de la promesa a su padre. Los enseres fueron enviados por mar. Consistían principalmente en ropa blanca, cubiertos, vajilla y libros, junto con un hermoso piano de Marianne. La señora de John Dashwood vio partir los bultos con un suspiro; no podía evitar sentir que como la renta de la señora Dashwood iba a ser tan insignificante comparada con la suya, a ella le correspondía tener cualquier artículo de mobiliario que fuera hermoso.

La señora Dashwood arrendó la casa por un año; ya estaba amoblada, y podía tomar posesión de ella de inmediato. Ninguna de las partes interesadas opuso dificultad alguna al acuerdo, y ella esperó tan sólo el despacho de sus efectos desde Norland y decidir su futuro servicio doméstico antes de partir hacia el oeste; y esto, dada la extrema rapidez con que llevaba a cabo todo lo que le interesaba, muy pronto estuvo hecho. Los caballos que le había dejado su esposo habían sido vendidos tras su muerte, y habiéndosele ofrecido ahora una oportunidad de disponer de su carruaje, aceptó venderlo a instancias de su hija mayor. Si hubiera dependido de sus solos deseos, se lo habría quedado, para mayor comodidad de sus hijas; pero prevaleció el buen juicio de Elinor. Fue también su sabiduría la que limitó el número de sirvientes a tres, dos doncellas y un hombre, prontamente seleccionados entre los que habían constituido su servicio en Norland.

El hombre y una de las doncellas partieron de inmediato a Devonshire a preparar la casa para la llegada de su ama, pues como la señora Dashwood desconocía por completo a lady Middleton, prefería llegar directamente a la cabaña antes que hospedarse en Barton Park; y confió con tal seguridad en la descripción que sir John había hecho de la casa, que no sintió curiosidad de examinarla por sí misma hasta que entró en ella como su dueña. La evidente satisfacción de su nuera ante la perspectiva de su partida, apenas disimulada tras una fría invitación a quedarse un tiempo más, mantuvo intacta su ansiedad por alejarse de Norland. Ahora era el momento en que la promesa de John Dashwood a su padre podría haberse cumplido con especial idoneidad. Como había descuidado hacerlo al llegar a la casa, el momento en que ellas la dejaban parecía el más adecuado para ello. Pero muy pronto la señora Dashwood abandonó toda esperanza al respecto y comenzó a convencerse, por el sentido general de sus palabras, de que su ayuda no iría más allá de haberlas mantenido durante seis meses en Norland. Tan a menudo se refería él a los crecientes gastos del hogar y a las permanentes e incalculables demandas monetarias a que estaba expuesto cualquier caballero de alguna importancia, que más parecía estar necesitado de dinero que dispuesto a darlo.

Muy pocas semanas después del día que trajo la primera carta de sir John Middleton a Norland, todos los arreglos estaban tan avanzados en su futuro alojamiento que la señora Dashwood y sus hijas pudieron comenzar su viaje.

Muchas fueron las lágrimas que derramaron en sus últimos adioses a un lugar que tanto habían amado.

– ¡Querido, querido Norland! -repetía Marianne mientras deambulaba sola ante la casa la última tarde que estuvieron allí-. ¿Cuándo dejaré de extrañarte?; ¿cuándo aprenderé a sentir como un hogar cualquier otro sitio? ¡Ah, dichosa casa! ¡Cómo podrías saber lo que sufro al verte ahora desde este lugar, desde donde puede que no vuelva a verte! ¡Y ustedes, árboles que me son tan familiares! Pero ustedes, ustedes seguirán iguales. Ninguna hoja se marchitará porque nosotras nos vayamos, ninguna rama dejará de agitarse aunque ya no podamos mirarlas. No, seguirán iguales, inconscientes del placer o la pena que ocasionan e insensibles a cualquier cambio en aquellos que caminan bajo sus sombras. Y, ¿quién quedará para gozarlos?

CAPITULO VI

La primera parte del viaje transcurrió en medio de un ánimo tan melancólico que no pudo resultar sino tedioso y desagradable. Pero a medida que se aproximaban a su destino, el interés en la apariencia de la región donde habrían de vivir se sobrepuso a su decaimiento, y la vista del Valle Barton a medida que entraban en él las fue llenando de alegría. Era una comarca agradable, fértil, con grandes bosques y rica en pastizales. Tras un recorrido de más de una milla, llegaron a su propia casa. En el frente, un pequeño jardín verde constituía la totalidad de sus dominios, al que una pulcra portezuela de rejas les permitió la entrada.

Como vivienda, la casita de Barton, aunque pequeña, era confortable y sólida; pero en tanto casa de campo era defectuosa, porque la construcción era regular, el techo tenía tejas, las celosías de las ventanas no estaban pintadas de verde ni los muros estaban cubiertos de madreselva. Un corredor angosto llevaba directamente a través de la casa al jardín del fondo. A ambos lados de la entrada había una salita de estar de aproximadamente dieciséis pies cuadrados; y luego estaban las dependencias de servicio y las escaleras. Cuatro dormitorios y dos buhardillas componían el resto de la casa. No había sido construida hacía muchos años y estaba en buenas condiciones. En comparación con Norland, ¡ciertamente era pequeña y pobre! Pero las lágrimas que hicieron brotar los recuerdos al entrar a la casa muy pronto se secaron. Las alegró el gozo de los sirvientes a su llegada y cada una, pensando en las otras, decidió parecer contenta. Recién comenzaba septiembre, el tiempo estaba hermoso, y desde la primera visión que tuvieron del lugar bajo las ventajas de un buen clima, la impresión favorable que recibieron fue de primordial importancia para que se hiciera acreedor de su más firme aprobación.

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