Julia Navarro - La Biblia De Barro

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En Roma, un hombre se confiesa: Padre, me acuso de que voy a matar a un hombre. Al mismo tiempo Clara Tannenberg, una joven arqueologa nieta de un poderoso hombre de oscuro pasado, anuncia en el transcurso de un congreso el descubrimiento de unas tablillas que, de ser autenticas, serian la prueba cientifica de la existencia del patriarca Abraham: se trata de la obra de un escriba que recogio el relato del profeta sobre la creacion del mundo, la confusion de las lenguas en Babel y el Diluvio Universal. Una autentica Biblia de Barro. Junto a un equipo de arqueologos, poco antes del inicio de la ultima guerra del Golfo, Clara pondra en marcha unas arriesgadas excavaciones que alientan a muchas personas a acabar con su vida y la de su abuelo: desde millonarios traficantes de arte hasta cuatro amigos que no desistiran hasta culminar una implacable venganza. Tras el espectacular exito de La Hermandad de la Sabana Santa, Julia Navarro se consagra con esta electrizante novela en la que el lector viajara hasta los tiempos biblicos pasando por la Europa de la Segunda Guerra Mundial, Egipto, Siria, Estados Unidos, Italia, Francia, España y el Irak de los ultimos tiempos de Sadam.

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Cuando Alfred la envió a Estados Unidos, pidiéndole que cuidara de ella, no podía imaginar lo cansado que iba a resultarle el encargo, y eso que procuró tenerla lo más lejos posible de Washington. Pero él no podía contrariar a Alfred; al fin y al cabo era su socio y un amigo muy especial de su Mentor George Wagner. Así que la matriculó en una universidad de California. Afortunadamente se había enamorado de ese Ahmed, un hombre inteligente con el que se podía tratar. Casarla con Ahmed Huseini había sido un acierto. Con Huseini se podía hacer negocios. Alfred y él se habían entendido a la perfección con Ahmed; el problema era Clara.

La conversación que acababa de mantener con Ralph Barry le había amargado el día; le produjo un fuerte dolor de cabeza justo cuando tenía que almorzar con el vicepresidente y un grupo de amigos, todos hombres de negocios interesados en conocer la fecha en que se iba a bombardear Irak. Pero la conversación que acababa de mantener con su Mentor había sido aún peor. El hombre le había instado a que se hiciera con las riendas de la situación y, si no había más remedio, incluso que ayudara a la pareja. Ya que se había desvelado la existencia de la Biblia de Barro , no podían permitir que Alfred y su nieta se quedaran con ella. Las órdenes habían sido tajantes: hacerse con la Biblia de Barro , si es que aparecía, claro.

– Smith, póngame de nuevo con Ralph Barry.

– Sí, señor Brown. Por cierto, acaba de llamar la asistenta del senador Miller para confirmar si asistirá usted al picnic que ha organizado la esposa del senador para este fin de semana.

«Otra estúpida -pensó Brown-. Todos los años organiza la misma farsa: una fiesta campestre en su finca de Vermont donde nos obliga a tomar limonada y emparedados sobre mantas de cachemir dispuestas en el suelo.» Pero Brown sabía que tendría que ir porque Frank Miller era más que un senador: era un texano con intereses en el sector del petróleo. Al maldito picnic asistirían los secretarios de Defensa y de Justicia, el secretario de Estado, la consejera de Seguridad Nacional, el director de la CIA… y también su Mentor. Era una ocasión ideal para hablar a solas sin que nadie les prestara atención, precisamente porque lo harían ante cientos de ojos. Lo peor era el numerito de estar todos tirados por el suelo comiendo bocadillos y haciendo como que lo pasaban bien. Cada septiembre el famoso picnic se convertía para él en una pesadilla.

El timbre del teléfono y la voz de Ralph Barry le sacaron de sus pensamientos.

– Dime, Robert… ¿alguien relaciona a la señora Tannenberg con nosotros?

– No, en absoluto. Ya te he dicho que no te preocupes.

A pesar de las protestas de algunos profesores, era difícil impedir que participaran. Durante años Ahmed Huseini ha tratado con muchos arqueólogos. No se podía excavar en Irak sin su visto bueno.

– Bien, mejor así, pero tenías que habérselo impedido.

– Robert, no era posible. Nadie podía evitar que se inscribiera y pretendiera intervenir. No hubo manera de convencerla. Me aseguró que contaba con el consentimiento de su abuelo y que te debería bastar a ti.

– Alfred chochea.

– Puede ser; en todo caso, su nieta está obsesionada con la Biblia de Barro … ¿De verdad crees que existe?

– Sí. Pero no debería haber desvelado su existencia, ahora. En fin, la encontraremos y será nuestra.

– Pero ¿cómo?

– No tendremos más remedio que ayudarles a encontrarla y cuando la encuentren… En vista de lo sucedido, sólo nos queda cambiar de planes. ¿Serán capaces de formar un grupo de arqueólogos para planificar la excavación? Tendremos que encontrar la manera de que dispongan de financiación. Tendremos que pensar en algo.

– Robert, la situación en Irak no está para organizar excavaciones. Todos los gobiernos europeos, además del nuestro, aconsejan no viajar a la zona. Sería un suicidio ir allí ahora. Deberíamos esperar.

– ¿Te estoy escuchando bien, Ralph? Entérate de que ahora es el mejor momento para ir a Irak. Estaremos allí, pero lo haremos a mi manera. Irak se ha convertido en la tierra de las oportunidades, sólo un tonto no sabría verlo.

– El profesor Yves Picot es el único que parece interesado en lo que contó Clara. Me ha dicho que le gustaría hablar con Ahmed, ¿qué debo de hacer?

– Que hablen. Confío en Ahmed. Él sabe lo que tiene que hacer, pero antes pídele que mande a su esposa a Bagdad o al infierno, pero que se vaya antes de que termine con todos nosotros.

Ralph rió entre dientes. La misoginia de Robert Brown era casi enfermiza. Aborrecía a las mujeres, se sentía incómodo con ellas. Era un solterón empedernido al que no se le conocían relaciones sentimentales de ninguna índole. Incluso con las esposas de sus amigos le costaba ser amable. Ni siquiera tenía una secretaria, como todo el mundo, porque Smith era un sexagenario políglota y estirado que llevaba toda su vida junto a Robert Brown.

– De acuerdo, Robert, veré lo que puedo hacer para que Clara regrese a Bagdad. Hablaré con Ahmed. Pero no es una mujer fácil, es orgullosa y testaruda.

«Como su padre, y su abuelo -pensó Brown-, pero sin su inteligencia.»

* * *

Al asesor del presidente le gustaba la comida española, de manera que les había invitado a almorzar cerca del Capitolio, en un restaurante español.

Robert Brown llegó el primero. Siempre era extremadamente puntual. Le enfurecía esperar y que le hicieran esperar. Confiaba en que al asesor presidencial no le retrasara ninguna emergencia de última hora.

Poco a poco fueron llegando todos los comensales: Dick Garby, John Nelly y Edward Fox. El hombre de la Casa Blanca fue el último y traía un humor de perros.

Les explicó que se estaban complicando las negociaciones con los europeos para que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas avalara la acción militar contra Irak.

– Hay estúpidos en todas partes. Los franceses van a lo suyo, como siempre; se creen que aún son algo y son una mierda. Lo de los alemanes es una traición; Alemania tiene la obligación moral de apoyarnos, pero ese gobierno rojiverde está más preocupado en conseguir aplausos de la prensa liberal que en cumplir con sus compromisos.

– Siempre contamos con el Reino Unido -apostilló Dick Garby.

– Sí, pero no es suficiente -respondió con gesto grave el Visor de Bush-. También tenemos a los italianos, españoles, portugueses, polacos y no sé cuántos países más, pero no cuentan, hacen bulto pero no cuentan. Los mexicanos también nos están haciendo un plante, y los rusos y los chinos se frotan las manos viendo nuestras dificultades.

– ¿Cuándo atacamos? -preguntó directamente Robert Brown.

– Los preparativos están en marcha. En cuanto los chicos del Pentágono nos digan que están listos, bombardearemos Irak en serio. Calculo que en unos cinco o seis meses como mucho. Estamos en septiembre, pongamos que para la primavera. Ya os avisaré.

– Habría que empezar a poner en marcha el Comité para la Reconstrucción de Irak -dijo Edward Fox.

– Sí, ya lo hemos pensado. En tres o cuatro días os llamarán. La tarta es grande, pero hay que estar los primeros para aprovechar los mejores bocados -respondió el vicepresidente-. Pero decidme qué queréis e iremos adelantando.

Mientras degustaban bacalao al pil-pil, un plato típico del norte de España, los cuatro hombres sentaban las bases de los futuros negocios que harían en Irak. Todos tenían intereses en empresas de construcción, petróleo, bienes de equipo; era tanto lo que se iba a destruir y tanto lo que luego habría que levantar…

El almuerzo les resultó provechoso a los cuatro. Volverían a verse durante el fin de semana en el picnic de los Miller. Allí continuarían hablando, siempre que sus esposas les dejaran.

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