¡Escarmiento! -dijo Celio atragantándose casi con un pedazo de pollo por soltar la palabra antes que Cicerón. Deduje que era una especie de juego entre ellos dos, hacer retruécanos a costa de sus enemigos, sobre todo los Clodios.
– Imagino que te estás refiriendo a mi visitante de hoy.
– La dama que te llevó -dijo Celio.
¿Cómo es que siempre sabes quiénes me visitan, Cicerón? Me disgustaría mucho pensar que mi casa está vigilada.
Cicerón dejó la cuchara en el plato.
– ¡En realidad, no, Gordiano! Vivimos en la misma calle. Tengo esclavos y visitantes que van y vienen todo el día. Todos conocen la litera de la dama. Todo el mundo la conoce. No podría aparcar ese trasto delante de tu casa sin que nadie lo notara. -Volvió a coger la cuchara y jugueteó con ella-. Pero lo que resulta curioso es que tuvieras que irte con ella. No sé adónde, así que, como puedes ver, no tengo a nadie vigilándote, si no, ya te habrían seguido.
– Pero te gustaría saberlo.
Sólo si tú quieres decírmelo.
– En realidad, no fue la dama en cuestión la que… bueno, tiene un nombre, ¿no?, ¿por qué no usarlo entonces? Sí, me fui en la litera de Clodia, pero no era ella la que me quería.
– Lástima -dijo Celio.
– Ah, ¿sí? No lo sabía. -El tono mordaz que empleé me sorprendió. Estuve a punto de añadir: «Si compartir la cama con ella es tan especial, ¿por qué la engañaste como lo hiciste?»- Clodia actuaba únicamente de correveidile. Me llevó a casa de su cuñada, si deseas saberlo.
– Entiendo. -Cicerón no parecía sorprendido. ¿Habría mandado después de todo a un espía para que siguiera la litera?-. ¿Traicionarías su confianza si nos dijeras lo que Fulvia quería de ti?
– Quería mi ayuda en un asunto personal. Nada fuera de lo comente.
– Oh, lo dudo seriamente.
– ¿En serio? Supongo que crees que ella deseaba que la ayudara en algo relacionado con la muerte de su esposo. Pero todos nosotros ya sabemos la historia que hay detrás, ¿no es cierto? El mismo Milón explicó los acontecimientos en la asamblea de Celio para que lo oyera toda Roma; Clodio preparó una monstruosa emboscada y la marea sé volvió contra él: uno de los esclavos de Milón acabó con su vida. Pregúntale a Celio. Él estaba allí. Oyó la historia igual que Eco y yo, aunque Milón fue interrumpido antes de que pudiera contarla entera. -Celio me devolvió la mirada, sin pestañear y con pocas ganas de broma-. No, Fulvia apenas dijo una palabra acerca de Milón, si es eso lo que estáis pensando. Ni tampoco tenía mucho que decir sobre el amigo de Milón, Marco Antonio.
Cicerón pareció sinceramente asombrado.
– ¿Antonio? ¿Amigo de Milón? Dudo siquiera que se conozcan.
Miré a Celio, que parecía tan perdido como Cicerón (ninguna sonrisa reveladora, ninguna mueca de diversión secreta).
– Entonces debo de estar equivocado. Quizás he mezclado los nombres. Esto me ocurre más a menudo a medida que me voy haciendo viejo. Tú eres tan sólo un poco más joven que yo, Cicerón. ¿No te supone un problema acordarte de los nombres tal como son? ¡Un hombre aprende tantos a lo largo de su larga vida! ¿Adónde van a parar todos los nombres? Son como las palabras en una tablilla, sólo se pueden encajar tantas, para luego tener que escribirlas cada vez más pequeñas hasta que las letras se vuelven ilegibles y los trazos se entremezclan' entre sí. Algunas personas tienen un don especial para los nombres, supongo, o incluso un esclavo especialmente preparado para semejante tarea.
Cicerón expresó su conformidad con un gesto de cabeza.
– Tirón siempre ha tenido habilidad para recordar nombres. Me ha salvado muchas veces de meter la pata (todos esos votantes de los pueblos del interior que se ofenden si no recuerdas su árbol genealógico hasta el rey Numa).
Era un chiste político. Todos nos reímos, pero Celio prácticamente rebuznó.
– Pero este asunto sobre Marco Antonio… -dijo Cicerón.
Me encogí de hombros.
– Como ya he dicho, apenas lo mencionaron. Tú dices que no es amigo de Milón. Entonces, ¿es amigo tuyo, Cicerón?
Me miró con aire pensativo.
– No somos enemigos, si es a eso a lo que te refieres.
Ahora me tocaba a mí parecer perplejo.
– No nos deseamos ningún mal Marco Antonio y yo -dijo-, al menos, no por mi parte.
– Vamos, Cicerón -dijo Celio poniendo los ojos en blanco-. Es evidente que Gordiano busca información sobre Marco Antonio. El porqué, no me lo puedo imaginar. Pero no hay motivo para ser tímido. Gordiano es un invitado con el que compartes tu comida. Sugiero que le digamos todo lo que desee saber. Entonces, quizás en otro momento, nos devolverá el favor y nos dirá lo que él sepa.
Cicerón pareció dudar por un momento, pero en seguida abrió las manos en señal de aceptación.
– ¿Qué sabes de Marco Antonio?
– Poco. Sé que es uno de los lugartenientes de César y tengo entendido que ha regresado de las Galias para presentarse como candidato.
– A cuestor -añadió Celio-, y con posibilidades de ganarse un puesto, siempre y cuando haya un voto.
– ¿Su política?
– Es aliado de César, por supuesto -dijo Cicerón-. Aparte de eso, su único programa, por lo que puedo discernir, es promoverse a sí mismo.
– Es original entonces, único entre los políticos romanos -dije.
Ni Cicerón ni Celio respondieron a la broma. Tirón frunció el ceño, como era de prever, ofendido en nombre de su antiguo amo. Eco no movió un músculo de la cara, pero hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza, admirado por la impertinencia de su padre.
– Tengo entendido que es muy popular entre sus tropas -dije-. Eso dice mi hijo Metón.
– ¿Y por qué no? Antonio tiene un toque vulgar. -El tono de Cicerón no era de cumplido-. Es de noble cuna, pero dicen que bebe y se corre juergas con los soldados de peor calaña del cuartel. El siempre ha sido así. Acostumbraba a frecuentar a los esclavos domésticos de su madre y a los libertos cuando estaba en la edad de crecer. Siempre el niño al que le gustaba ensuciarse. Siempre atraído por los placeres vulgares y de mal gusto. Bueno, tuvo un mal comienzo.
– Cuéntame.
– Habría que retroceder hasta su abuelo, por lo menos…
Por supuesto, pensé; la carrera de cualquier romano de alto linaje no podría describirse nunca con el simple comienzo de su propio nacimiento.
– El viejo tenía bastante poder en los años en que yo estaba creciendo (uno de mis tutores de retórica, de hecho, y uno de los mejores). ¡Excelentes discursos! ¡Palabras que retumbaban como truenos! Pero nunca los llegó a publicar; decía que sólo un idiota haría tal cosa, porque proporcionaba a los enemigos una manera de señalar las propias contradicciones. -Cicerón, que había hecho carrera publicando y propagando sus discursos, rió con tristeza.
Celio sonrió.
– ¿No hubo ningún escándalo que complicara al abuelo de Marco Antonio con alguna virgen vestal?
– Celio, ¿es que necesitas tener siempre un escándalo?
– ¡Sí! ¡Y si no hay ninguno, me lo invento!
– Pues bien, da la casualidad de que esta vez has acertado. En algún momento de su remoto pasado, hubo un juicio por despojar a una vestal, pero resultó absuelto y prosiguió con una carrera verdaderamente brillante. Terminó por ejercer como cónsul, luego como censor y finalmente fue elegido para el colegio de augures de por vida. Pero su ascenso comenzó realmente con el servicio militar. Fue uno de los primeros en promover una campaña contra los piratas de Cilicia. Lo hizo tan bien, que fue recompensado con un desfile triunfal por Roma. El Senado le permitió decorar la Columna Rostral con los espolones de los navíos que había capturado e incluso votó para erigir una estatua en su honor.
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