Y tal vez por eso seguía vacilando.
***
La pesadilla de esa noche no fue nueva, pero sí tuvo un giro inesperado.
En ella, estaba sentada en una sala de visitas en un centro penitenciario. No era el mismo en donde había visitado a Howard Randall, sino uno mucho más grande con un aspecto griego. Rose y Jack estaban sentados en la mesa con un tablero de ajedrez entre ellos. Todas las piezas seguían en el tablero, pero los reyes se habían caído.
—No está aquí —dijo Rose, su voz resonando en la sala inmensa—. Tu pequeña arma secreta no está aquí.
—Quizá sea lo mejor —dijo Jack—. Ya es hora de que aprendas a resolver casos grandes por tu cuenta.
Jack entonces se pasó una mano por la cara y, en un abrir y cerrar de ojos, se veía como lo hizo la noche en que descubrió su cuerpo. El lado derecho de su cara estaba ensangrentado y se veía hundido. Cuando abrió la boca para hablar, vio que no tenía lengua. Solo había oscuridad más allá de sus dientes, un abismo.
—No pudiste salvarme —le dijo Jack—. No pudiste salvarme y ahora tengo que confiar en que cuidarás a mi hija.
Rose se puso de pie en ese momento y comenzó a alejarse de la mesa. Avery también se puso de pie, segura de que algo muy malo sucedería si perdía a Rose de vista. Trató de seguirla, pero no pudo moverse. Miró hacia abajo y vio que sus dos pies habían sido clavados al suelo con enormes traviesas. Sus pies estaban destrozados, lo único que quedaba era sangre, huesos y trozos de carne.
—¡Rose!
Su hija solo miró hacia atrás, sonrió y saludó con la mano. Y, entre más se alejaba, más grande parecía la sala. Llegaron sombras desde todas las direcciones y descendieron sobre su hija.
—¡Rose!
—Está bien —dijo una voz detrás de ella—. Yo la cuidaré.
Se dio la vuelta y vio a Ramírez, sosteniendo su arma lateral y mirando hacia las sombras. Y mientras se fue tras Rose tan valientemente, las sombras empezaron a perseguirlo.
—¡No! ¡Quédate!
Avery trató de moverse, pero fue en vano. No pudo hacer nada mientras las dos personas que más había amado en el mundo fueron tragadas por la oscuridad.
Y allí fue cuando empezaron los gritos. Rose y Ramírez llenaron la sala con gritos de agonía.
Aún en la mesa, Jack le rogó: —Por el amor de Dios, ¡haz algo!
Y fue entonces cuando Avery se despertó, con un grito en la garganta. Encendió su lámpara de mesa con una mano temblorosa. Por un momento, vio una enorme sala frente a ella, pero poco a poco se desvaneció en la luz. Miró su dormitorio y, por primera vez, se preguntó si alguna vez se sentiría en casa aquí.
Se encontró pensando en la llamada de Connelly. Y después en el paquete de Howard Randall.
Su antigua vida estaba atormentado sus sueños y también estaba invadiendo esta nueva vida aislada que había tratado de crear para sí misma.
No parecía tener ningún escape.
Así que tal vez, solo tal vez, era el momento de dejar de tratar de escapar.
Dejó de beber excesivamente, aunque este era uno de los peores momentos de su proceso de duelo, y reemplazó lentamente el alcohol por la cafeína. Sus sesiones de lectura a menudo consistían en dos tazas de café y una Coca-Cola light. Debido a esto, había comenzado a desarrollar dolores de cabeza leves si pasaba más de un día sin tomar café. No era la forma más sana de vivir, pero sin duda era mejor que beber como una borracha.
Es por eso que se encontró en una cafetería después del almuerzo el día siguiente. Había salido a comprar comida principalmente porque se le había acabado el café y, ya que solo se había tomado una taza esa mañana, necesitaba su dosis de cafeína antes de volver a la cabaña y terminar el día. Estaba terminando de leer un libro, pero también supuso que podría aventurarse en el bosque para volver a tratar de cazar ciervos.
La cafetería era moderna y popular, y vio cuatro personas trabajando en sus MacBook. La cola en el mostrador era larga, incluso para la hora. Todo el mundo estaba conversando, y se oía el zumbido de las máquinas detrás del mostrador, así como también el televisor que se encontraba en la barra.
Avery por fin llegó a la caja, ordenó su té chai con expreso y se sentó en la sala de espera. Pasó su tiempo mirando la cartelera llena de volantes de próximos eventos locales: conciertos, obras de teatro, recaudaciones de fondos…
Y entonces empezó a escuchar la conversación a su lado. Hizo todo lo posible para no parecer obvio que estaba escuchando a escondidas, manteniendo la mirada fijada en la cartelera.
Había dos mujeres detrás de ella. Una era veinteañera, y llevaba un portabebés. Su bebé dormía tranquilamente en su pecho. La otra mujer era un poco mayor, con bebida en mano pero no dispuesta a irse aún.
Estaban mirando el televisor detrás del mostrador. No estaban hablando tan fuerte, pero igual podía escucharlas.
—Dios mío… ¿Has oído hablar de esta historia? —estaba diciendo la madre.
—Sí —dijo la segunda mujer—. Es como si la gente estuviera buscando nuevas formas de hacer daño a otros. ¿Qué clase de mente enferma tendrías que tener para que siquiera se te ocurriera algo así?
—Parece que todavía no han encontrado al asqueroso —dijo la madre.
—Probablemente no lo harán —dijo la otra mujer—. Ya tendrían alguna pista. Por Dios… ¿Te imaginas a la familia del pobre hombre, teniendo que ver esto en las noticias?
En ese momento, la barista llamó a Avery por su nombre y le entregó su bebida en el mostrador. Avery la tomó y, ahora que estaba frente a la televisión, se permitió ver las noticias por primera vez en casi tres meses.
Había habido un asesinato a las afueras de la ciudad hace una semana, en un complejo de apartamentos deteriorado. La víctima había sido encontrada en su clóset, cubierto de muchas arañas de distintas variedades. La policía estaba trabajando bajo la premisa que el acto había sido intencional, ya que la mitad de las arañas no eran nativas de la región. A pesar de la abundancia de arañas en la escena, se encontraron solo dos mordeduras en el cuerpo, y ninguna había sido venenosa. Según las noticias, hasta ahora la policía estaba trabajando bajo la premisa que el hombre había sido estrangulado o había muerto por un ataque al corazón.
«Esas dos causas de muerte son muy distintas», pensó Avery mientras comenzó a alejarse.
No pudo evitar preguntarse si Connelly la había llamado hace tres días precisamente por este caso. Un caso muy singular y, hasta el momento, sin ningún tipo de respuesta.
«Sí, estoy bastante segura que es este el caso por el que me llamó», pensó.
Con su té en mano, Avery se dirigió hacia la puerta. Tenía el resto de la tarde libre, pero estaba segura de que sabía qué haría el resto de las horas. Le gustara o no, probablemente estaría mirando un montón de arañas.
***
Avery pasó el resto de la tarde familiarizándose con el caso. La historia en sí era tan mórbida que no le costó encontrar diversas fuentes. Encontró once diferentes fuentes confiables que contaban la historia de lo que le había pasado a un hombre llamado Alfred Lawnbrook.
El arrendador de Lawnbrook había entrado en su apartamento ya que se había atrasado en la renta por enésima vez y supo que algo estaba fuera de lugar de inmediato. Mientras leía la noticia, Avery no pudo evitar comparar su reciente experiencia con Rose y su arrendatario y, francamente, le puso los pelos de punta. Alfred Lawnbrook fue encontrado en el clóset de su habitación. Había estado cubierto parcialmente con al menos tres diferentes telas de araña y dos mordeduras diferentes, mordeduras que, como había oído en las noticias, no fueron venenosas.
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