Aunque no se podía determinar con exactitud, se estimaba que entre quinientas y seiscientas arañas habían sido encontradas en la escena. Algunas de ellas eran exóticas y no tenían por qué estar en un apartamento en Boston. Habían contactado a una aracnóloga y ella había señalado que había visto al menos tres especies que no eran nativas de Norteamérica, y mucho menos de Massachusetts.
«Así que fue intencional —pensó Avery—. Eso indica que es probable que este tipo ataque de nuevo. Y si va a atacar de nuevo de la misma forma, debería ser posible localizarlo y meterlo en la cárcel.»
El informe del forense indicó que Lawnbrook había muerto de un ataque al corazón, probablemente por el temor de la situación. Pero como nadie más había estado en el lugar durante el asesinato, había numerosos otros escenarios posibles. Nadie podía saberlo con seguridad.
Era un caso interesante… y también un poco mórbido. Avery no le tenía miedo a muchas cosas, pero las arañas encabezaban su lista de las cosas de las que podía prescindir. Y aunque las fotos de la escena no se habían hecho públicas (gracias a Dios), Avery se lo imaginó todo en su mente.
Cuando terminó de leer todo referente al caso, se quedó mirando por la ventana trasera durante bastante tiempo. Luego se dirigió a la cocina y se movió con cautela, como si tuviera miedo de que pudiera ser atrapada. Sacó la botella de whisky americano por primera vez en meses y se sirvió un trago. Se lo tomó rápidamente y luego agarró su teléfono. Buscó el número de Connelly y presionó LLAMAR.
Connelly respondió casi de inmediato, y eso no era propio de él. Avery supuso que eso decía mucho, considerando las circunstancias.
—Black —dijo Connelly—. No esperaba tener noticias de ti hoy.
Ella ignoró esta formalidad y le dijo: —¿El caso por el cual me llamaste ¿era el de Alfred Lawnbrook y las arañas?
—Sí —le respondió—. La escena fue examinada varias veces y el cuerpo fue escudriñado, pero no tenemos nada.
—Los ayudaré —dijo Avery—. Pero solo en este caso. Y quiero ser capaz de hacerlo a mi manera. Que nadie me ponga la mano en el hombro solo porque estoy pasando por un mal momento. ¿Puedes garantizarme eso?
—Haré todo lo posible.
Avery suspiró, resignada a lo bien que se sentía ser necesitada y saber que su vida pronto se sentirá como suya otra vez.
—Listo —dijo—. Nos vemos mañana en la A1.
Avery no estaba segura de qué sentiría al volver a entrar en la comisaría por primera vez en más de tres meses. Tal vez unas mariposas en el estómago o una oleada de nostalgia. Tal vez incluso una sensación de seguridad que haría que se preguntara por qué había renunciado.
Lo menos que esperaba era que no sentiría nada. Sin embargo, eso es exactamente lo que pasó. Cuando volvió a entrar en la A1 la mañana siguiente, no sintió nada especial. Se sentía casi como si no se hubiera perdido ni un solo día.
Sin embargo, por lo visto era la única en el edificio que no sentía nada. Mientras hizo su camino por el edificio y de regreso a su antigua oficina, se dio cuenta de que todo estaba demasiado tranquilo. Era casi como si una ola de silencio la estuviera siguiendo. Las recepcionistas en el teléfono guardaron silencio, las conversaciones se acallaron. Todos la miraron como si una gran celebridad hubiera entrado en el edificio; sus ojos estaban muy abiertos del asombro, y sus rostros tristes. Avery se preguntó por un momento si Connelly siquiera se había molestado en informarles que iba a regresar.
Después de abrirse paso por la parte central del edificio y llegar a la parte trasera donde se encontraban las oficinas y salas de conferencia, todo se sintió un poco más natural. Miller, un chico que trabajaba en registros, la saludó con la mano. Denson, una policía mayor que estaba a punto de jubilarse, le sonrió, la saludó con la mano y le dijo: —¡Es bueno tenerte de regreso!
Avery le devolvió la sonrisa y pensó: «No estoy de regreso… Da igual. Puedes decirte a sí misma esa mentira cuantas veces quieras. Pero esto se siente natural para ti. Se siente bien.»
Vio a Connelly saliendo de su oficina al final del pasillo. El hombre le había ocasionado bastantes molestias y dolores de cabeza a lo largo de los años, pero estaba feliz de verlo. La sonrisa en su rostro le hizo saber que el sentimiento era mutuo. Se encontró con ella en el pasillo y se percató de que el capitán de la A1, quien era un hombre muy serio, se estaba conteniendo para no darle un abrazo.
—¿Cómo se sintió volver a pisar la A1 —preguntó.
—Extraño —respondió Avery—. Todos me miraron como si fuera una celebridad o algo. No sé si querían desviar la mirada o aplaudir.
—A decir verdad, me preocupaba que estallaran en un aplauso cerrado cuando entraras. Todos te han extrañado, Avery. A ti… Bueno, y también a Ramírez.
—Te lo agradezco.
—Me alegra. Porque estoy a punto de mostrarte algo que podría hacerte enojar. En el fondo, tenía la esperanza de que volverías algún día. Pero no podíamos permitir que la A1 se detuviera hasta que llegara ese día… así que ya no tienes una oficina.
Le explicó esto mientras la conducía por el pasillo en dirección a su antigua oficina.
—No es gran cosa —dijo Avery—. ¿A quién le quedó ese cuchitril de todos modos?
Connelly no respondió. En cambio, dio los últimos pasos hacia su oficina y asintió con la cabeza hacia ella. Avery se acercó a la puerta y asomó la cabeza. Su corazón se calentó un poco ante lo que vio.
Finley estaba sentado en su escritorio, bebiendo de una taza de café y leyendo algo en un portátil. Cuando vio a Avery, su rostro registró una variedad de emociones: sorpresa, felicidad y finalmente vergüenza.
No se contuvo como Connelly. Se levantó del escritorio al instante y se fue a la puerta para darle un abrazo. Había subestimado lo mucho que lo había extrañado. Aunque realmente nunca habían trabajado juntos, había disfrutado de ver a Finley avanzar por la escalera corporativa. Él era cómico, leal y de buen corazón. Se sentía como su hermano laboral lejano.
—Es bueno tenerte de regreso —dijo Finley—. Te hemos extrañado mucho.
—Ya hablé de todo eso con ella —dijo Connelly—. No la atormentemos su primer día de vuelta.
«Maldita sea, no estoy de vuelta», pensó. Pero eso se sentía cada vez menos creíble.
—¿Quieres que la lleve a la escena? —preguntó Finley.
—Sí, y pronto. O'Malley querrá hablar con ella más tarde y quisiera que esté al día para cuando llegue. Llévala y cuéntale todo lo que sabemos. Traten de salir en los próximos diez minutos.
Finley asintió, visiblemente feliz de haber sido asignado a la tarea. Mientras corría de vuelta a su portátil, Connelly le hizo un gesto a Avery para que volviera al pasillo y le dijo: —Ven conmigo.
Ella lo siguió por el pasillo hasta la gran oficina que se encontraba en el fondo. La oficina de Connelly no había cambiado nada. Aún medio desordenada, de su forma particular. Había tres tazas de café en su escritorio y supuso que al menos dos de ellas eran de esta mañana.
—Y una cosa más —dijo Connelly, caminando detrás de su escritorio. Abrió el primer cajón del escritorio y sacó dos cosas que Avery probablemente había extrañado más que a cualquiera de las personas en este edificio.
Su arma y su placa. Ella sonrió mientras se acercó a ellas.
—Te hice el favor de llenarte el papeleo —dijo Connelly—. Son tuyos. También me encargaré del papeleo de tu remuneración y duración de estancia.
Avery honestamente no le importaba la paga ni cuánto tiempo se esperaba que se quedara manejando el caso. Cuando sus dedos se posaron en la placa y luego tomó la Glock, sintió algo inexplicable en su corazón.
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