Morgan Rice - Canalla, Prisionera, Princesa

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Morgan Rice ha concebido lo que promete ser otra brillante serie, que nos sumerge en una fantasía de valor, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un fuerte conjunto de personajes que hará que los aclamemos a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores a los que les gusta la fantasía bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre el Despertar de los dragones) CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA es el libro #2 en la serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA de la autora #1 en ventas Morgan Rice, que empieza con ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1) Ceres es una hermosa chica pobre de Delos, una ciudad del Imperio, que se ve obligada por real decreto a luchar en el Stade, la cruel arena donde vienen guerreros de todos los rincones del mundo para matarse los unos a los otros. Se enfrenta a feroces contrincantes y sus probabilidades de sobrevivir son escasas. Su única oportunidad está en recurrir a sus poderes más recónditos y hacer la transición, de una vez por todas, de esclava a guerrera. El príncipe Thanos, de 18 años, despierta en la isla de Haylon y descubre que su propia gente lo han apuñalado por la espalda y lo han dejado por muerto en la playa empapada de sangre. Capturado por los rebeldes, debe abrirse camino a la vida de nuevo poco a poco, descubrir quién intentó asesinarle y tratar de vengarse. Ceres y Thanos, separados por un mundo, no han perdido el amor que se tienen el uno al otro; pero en la corte del Imperio abundan las mentiras, la traición y la hipocresía y, mientras los envidiosos miembros de la realeza tejen complejas mentiras, a cada uno de ellos, por una trágica confusión, les hacen creer que el otro está muerto. Las decisiones que tomen determinarán sus destinos. ¿Sobrevivirá Ceres al Stade y se convertirá en la guerrera que debe ser? ¿Se recuperará Thanos y descubrirá el secreto que le han ocultado? Obligados a separarse, ¿volverán a encontrarse los dos? CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA cuenta una historia épica de amor trágico, venganza, ambición y destino. Llena de personajes inolvidables y una acción que hará palpitar a tu corazón, nos transporta a un mundo que nunca olvidaremos y hace que nos enamoremos de nuevo de la fantasía. Un libro de fantasía lleno de acción que seguro que satisfará a los admiradores de las anteriores novelas de Morgan Rice, junto con los admiradores de obras como El ciclo del legado de Christopher Paolini… Los admiradores de la Ficción para jóvenes adultos devorarán este último trabajo de Rice y pedirán más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) ¡Pronto se publicará el libro#3 en DE CORONAS Y GLORIA!

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Al otro lado del Stade, mirándola, su contrincante, un combatiente enorme, caminaba de un lado a otro por la arena. Ceres tragó saliva al verlo, mientras el miedo crecía en su interior por mucho que quisiera reprimirlo. Sabía que esta podría muy bien ser la última lucha de su vida.

El combatiente daba vueltas de un lado a otro como un león enjaulado, blandiendo su espada en el aire dibujando arcos que parecían estar diseñados para exhibir sus protuberantes músculos. Con su coraza y su casco con visera parecía que hubiera sido esculpido en piedra. A Ceres le costaba creer que fuera solo de carne y hueso.

Ceres cerró los ojos y se armó de valor.

Puedes hacerlo, se dijo a sí misma. Puede que no ganes, pero debes enfrentarte a él con valor. Si tienes que morir, muere con honor.

Un toque de trompeta sonó en los oídos de Ceres, que se oyó por encima incluso del aullido de la multitud. Llenó la arena y, de repente, su contrincante se lanzó al ataque.

Era más rápido de lo que ella pensaba que un hombre tan grande podría serlo, llegó hasta ella antes de que tuviera ocasión de reaccionar. Lo único que Ceres pudo hacer para esquivarlo fue levantar el polvo mientras se apartaba del camino del guerrero.

El combatiente blandió su espada con las dos manos y Ceres se agachó, sintiendo la ráfaga de aire al pasar. Parecía estar derribando algo a hachazos, como un carnicero empuñando su cuchillo y cuando ella giró y paró el golpe, el impacto del metal contra el metal resonó en sus brazos. No pensaba que fuera posible que un guerrero pudiera ser así de fuerte.

Se alejó dando círculos y su contrincante la siguió con una desalentadora inevitabilidad.

Ceres escuchaba cómo su nombre se mezclaba con los gritos y los abucheos de la multitud. Se obligaba a concentrarse; mantenía los ojos fijos en su contrincante e intentaba recordar sus entrenamientos, pensando en todas las cosas que podían pasar a continuación. Intentó dar cuchilladas y después hizo rodar su muñeca para bloquear con su espada.

Pero el combatiente apenas refunfuñó cuando la espada le cortó un trozo de antebrazo.

Sonrió como si le hubiera gustado.

“Pagarás por esto”, la alertó. Su acento era marcado, de alguno de los rincones lejanos del Imperio.

De nuevo estaba sobre ella, obligándola a bloquear y esquivar y ella sabía que no podía arriesgarse a un choque frontal, no con alguien así de fuerte.

Ceres sintió que el suelo cedía bajo su pie derecho, una sensación de vacío donde debería haber un apoyo sólido. Bajó la vista y vio que la arena se vertía en un hoyo que había allá abajo. Por un instante, su pie colgó en el vacío y ella movía su espada a ciegas mientras luchaba por mantener el equilibrio.

El bloqueo del combatiente fue casi despectivo. Por un instante, Ceres estuvo segura de que iba a morir porque no había manera de detener completamente el golpe de vuelta. Sintió la sacudida del golpe contra su espada. Sin embargo, eso hizo que redujera la velocidad al impactar contra su armadura. Su coraza presionó su carne con una fuerza violenta mientras que, al detenerse, ella sintió un dolor ardiente cuando la espada pasó rápidamente por su clavícula.

Tropezó hacia atrás y, al hacerlo, vio que se abrían más hoyos por el suelo de la arena, como bocas de bestias hambrientas. Y entonces, desesperada, tuvo una idea: quizás podría usarlos a su favor.

Ceres rodeaba los bordes de los hoyos, con la esperanza de retrasar el momento en el que él se acercara.

“¡Ceres!” llamó Paulo.

Se giró y su armero arrojó una lanza corta en su dirección. La vara dio un golpe seco en su resbaladiza mano, la madera tenía un tacto áspero. La lanza era más corta que las que se hubieran usado en una batalla real, pero aún así era lo suficientemente larga para abrirse camino con su punta en forma de hoja a través de los hoyos.

“Te cortaré a rodajas una a una”, prometió el combatiente, acercándose lentamente.

Ceres pensó que con un combatiente tan fuerte lo mejor sería agotarlo. ¿Cuánto tiempo podría aguantar luchando alguien tan enorme? Ceres sentía que sus músculos ya le ardían y que el sudor caía por su cara. ¿Se sentiría igual de mal el combatiente al que se enfrentaba?

Era imposible de saber con certeza, pero era lo que le daba más esperanza. Así que ella esquivaba y golpeaba, usando la longitud de la lanza lo mejor que podía. Consiguió escurrirse entre las defensas del gigante guerrero pero, sin embargo, su espada tan solo conseguía repiquetear en su armadura.

El combatiente levantó polvo hacia los ojos de Ceres, pero esta se giró a tiempo. Se dio la vuelta de nuevo e hizo movimientos circulares con la espada por lo bajo, hacia sus desprotegidas piernas. Él esquivó aquel barrido de un salto, pero ella consiguió hacerle otro corte en el antebrazo al retirar la espada.

Ceres golpeaba por arriba y por abajo ahora, apuntando hacia las extremidades de su oponente. Aquel hombre grande esquivaba y paraba los golpes, intentando encontrar el modo de hacer algo más que tanteos, pero Ceres continuaba moviéndose. Apuntó hacia su cara, con la esperanza de por lo menos desviar su atención.

El combatiente cogió la lanza. La agarró detrás de su cabeza, tirándola hacia delante mientras daba un paso al lado. Ceres tuvo que soltarla, porque no quería arriesgarse a que aquel hombretón tirara de ella hacia su espada. Su contrincante partió la lanza en su rodilla con la misma facilidad con la que hubiera roto una ramita.

La multitud rugió.

Ceres sintió un sudor frío en la espalda. Por un instante, visualizó a aquel gigante rompiendo su cuerpo con la misma facilidad. Tragó saliva al pensarlo y preparó de nuevo su espada.

Agarraba la empuñadura con ambas manos cuando vinieron los siguientes golpes, pues era el único modo de absorber algo del poder de los ataques del combatiente. Aún así, era increíblemente difícil. A cada golpe parecía que ella era una campana golpeada por un martillo. Con cada uno de ellos parecía que un movimiento sísmico corría por sus brazos.

Ceres ya se sentía cansada por el ataque. Cada respiración le costaba, como si respirara a la fuerza. No tenía sentido intentar contraatacar ahora o hacer otra cosa que no fuera retroceder y esperar.

Y entonces sucedió. Lentamente, Ceres sintió que el poder brotaba dentro de ella. Vino con un calor, como las primeras brasas de una quema de maleza. Se quedó en la boca de su estómago, a la espera, y Ceres fue a por él.

La energía la inundaba. El mundo iba a menor velocidad, a paso de tortuga, y ella sintió de repente que tenía todo el tiempo del mundo para parar el siguiente ataque.

También tenía toda la fuerza. Lo bloqueó con facilidad y, a continuación, blandió su espada e hizo un corte en el brazo del combatiente en una nebulosa de luz y velocidad.

“¡Ceres! ¡Ceres!” rugió la multitud.

Ella vio cómo la ira del combatiente crecía a medida que el cántico de la multitud continuaba. Ella podía entender el por qué. Se suponía que debían cantar el nombre de él, proclamar su victoria y disfrutar la muerte de ella.

Él gritó y embistió hacia delante. Ceres esperó mientras se atrevió, obligándose a quedarse quieta hasta que él casi la alcanzó.

Entonces se dejó caer. Sintió el susurro de su espada pasando por encima de su cabeza, seguido de la áspera arena cuando sus rodillas tocaron el suelo. Se lanzó hacia delante, balanceando su espada en un arco que golpeó las piernas del combatiente al pasar.

Él tropezó de cara al suelo y la espada se le cayó de la mano.

La multitud enloqueció.

Ella lo observaba desde arriba, mirando al horrible daño que su espada había hecho en sus piernas. Por un instante, se preguntó si podría conseguir ponerse de pie incluso así, pero él se desplomó hacia atrás, girándose sobre su espalda y levantando una mano como si suplicara piedad. Ceres retrocedió y miró hacia la realeza que decidiría si el hombre que tenía enfrente viviría o moriría. En cualquier caso, decidió ella, no mataría a un guerrero indefenso.

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