“Relájate”, dijo. “Ya conoces la sensación. Quédate con ella. Imagínala. Hazla realidad”.
Ceres lo intentó, pensando en lo que había sentido cuando su madre había transformado su flor. Tomó la sensación y la llenó de poder de la forma en que su padre habría llenado con hierro un molde en la forja.
“Abre los ojos, Ceres”, dijo Licina.
Ceres no se había ni dado cuenta de que los había cerrado hasta que su madre dijo aquellas palabras. Se obligó a mirar, aunque en aquel momento le daba miedo hacerlo. Cuando miró, lo hizo fijamente, porque apenas podía creerlo. Sostenía una única flor petrificada, perfectamente formada, transformada con su poder en algo parecido al basalto.
“¿Lo hice yo?” preguntó Ceres. Incluso con todo lo demás que sabía hacer, aquello todavía le parecía casi imposible.
“Lo hiciste”, dijo su madre y Ceres escuchó que lo decía con orgullo. “Ahora solo falta que consigas hacerlo sin cerrar los ojos”.
Aquello le llevó más tiempo y muchas más flores. Pero Ceres disfrutó con la práctica. Mucho más que eso, cada vez que su madre sonreía ante sus esfuerzos, Ceres sentía que una explosión de amor se extendía a través de ella. A pesar de que los minutos se convertían en horas, ella seguía adelante.
“Sí”, dijo su madre por fin, “así está perfecto”.
Era más que aquello; era fácil. Era fácil alcanzarlo y sacar el poder de su interior. Era fácil canalizarlo. Era fácil dejar atrás una flor de piedra perfectamente conservada. Solo cuando el ajetreo por hacerlo se desvaneció, Ceres se dio cuenta de lo cansada que estaba.
“Está bien”, dijo su madre, tomándole la mano. “Tu poder lleva energía y poder. Incluso los más fuertes de entre nosotros podrían hacer tanto de una vez”. Sonrió. “Pero tu poder sabe lo que es por ahora. Surgirá cuando alguien te amenace, o cuando tú lo convoques. Y también hará más”.
Ceres notó un parpadeo de poder proveniente de su madre y sintió todo el potencial de su poder. Vio los edificios y jardines de piedra con una nueva perspectiva, como si las cosas se hubieran construido con aquel poder, creadas en unas formas que ningún humano podía comprender. De algún modo, se sentía llena. Completa.
Parecía que parte de la felicidad se desdibujaba en el rostro de su madre. Ceres la oyó suspirar.
“¿Qué sucede?” preguntó Ceres.
“Solo que me gustaría poder pasar más tiempo juntas”, dijo Licina. “Desearía llevarte por las torres que hay aquí y contarte la historia de mi pueblo. Desearía oírlo todo sobre aquel Thanos al que tanto amabas y mostrarte los jardines donde el sol nunca ha tocado los árboles”.
“Entonces, hazlo”, dijo Ceres. Ella sentía que podía quedarse allí para siempre. “Muéstramelo todo. Háblame del pasado. Háblame de mi padre y de lo que sucedió cuando nací”.
Pero su madre dijo que no con la cabeza.
“Aquello es algo para lo que todavía no estás preparada. Y en cuanto al tiempo, antes te conté que tu destino puede ser una prisión, cariño, y tú tienes un destino mayor que la mayoría”.
“He visto destellos del mismo”, admitió Ceres, pensando en los sueños que le venían una y otra vez en el barco.
“Entonces sabrás por qué no podemos quedarnos aquí y ser una familia, sin importar lo mucho que las dos lo deseemos”, dijo su madre. “Aunque quizás en el futuro tengamos tiempo para ello. Para esto y para más”.
“Pero primero tengo que volver, ¿verdad?” dijo Ceres.
Su madre asintió.
“Sí”, dijo. “Debes regresar, Ceres. Regresa y libera a Delos del Imperio, como siempre pretendiste hacer”.
A Estefanía le costaba creer que llevaba seis semanas casada con Thanos. Pero con la fiesta de la Luna de Sangre aquí era el tiempo que había pasado. Seis semanas de felicidad, cada una de ellas tan maravillosa como podría haber esperado.
“Tienes un aspecto increíble”, dijo, observando a Thanos en los aposentos que ahora compartían en el castillo. Era una imagen en seda de un rojo profundo, adornado con oro rojo y rubís. Algunos días, apenas podía creer que fuera suyo. “El rojo te favorece”.
“Parece que esté cubierto de sangre”, respondió Thanos.
“Que en realidad es de lo que se trata, dado que estamos en la Luna de Sangre”, puntualizó Estefanía. Se inclinó para besarlo. Le gustaba poderlo hacer cuando quería. Si hubiera más tiempo, podría haberse tomado el momento para hacer mucho más.
“Pero lo que lleve no tiene importancia”, dijo Thanos. Nadie en la sala me mirará cuando tú estés a mi lado”.
Quizás otro hombre le hubiera dicho el cumplido de una forma más elegante, pero había algo en la forma sincera que Thanos lo dijo que para Estefanía significaba más que todos los poemas del mundo calculados a la perfección.
Además, se había esforzado mucho por escoger el vestido más hermoso de Delos. Sombras de rojo brillantes que la envolvían como una llama. Incluso había sobornado al modista para asegurarse de que el original, destinado a una mujer noble menor de un rango más bajo, fuera retrasado irremediablemente.
Estefanía le ofreció el brazo y Thanos lo tomó, acompañándola hacia el gran salón de banquetes donde habían celebrado su boda. ¿Ya habían pasado seis semanas desde que se casaron? Seis semanas de más felicidad de la que Estefanía podía haber creído, viviendo juntos en departamentos dispuestos aparte para ellos dentro del castillo por la reina. Incluso existían rumores de que el rey estaba planeando regalar una nueva finca a Thanos, un poco lejos de la ciudad. Durante seis semanas, habían sido la pareja más observada de la ciudad, alabados allí donde iban. A Estefanía le encantaba aquello.
“Acuérdate de no darle un puñetazo a Lucio cuando lo veas esta noche”, dijo Estefanía.
“Por ahora, he conseguido evitarlo”, respondió Thanos. “No te preocupes”.
Pero Estefanía se preocupaba. No quería arriesgarse a perder a Thanos ahora que era su marido. No quería ver cómo lo ejecutaban por atacar al heredero al trono y no solo por la posición en que la dejaría a ella. Puede que se hubiera propuesto conseguirlo como marido por el prestigio que le traería, pero ahora… ahora se sorprendía de ver que lo quería.
“¡El Príncipe Thanos y su esposa, Lady Estefanía!” anunció el heraldo de la puerta y Estefanía sonrió, mientras apoyaba la cabeza sobre el hombro de Thanos. Siempre le gustaba escuchar aquello.
Echó un vistazo a la sala. Para su boda, la habían decorado de blanco, pero ahora era de un rojo y negro brillantes. El vino de las copas era un rojo sangre fuerte, las mesas tenían carne que se había dejado justo en el punto y cada noble del lugar llevaba los colores de la luna cambiante.
Estefanía caminaba del brazo de Thanos, analizando las relaciones que había por allí, siguiendo el rastro de las últimas intrigas mientras disfrutaba de ser vista. ¿Estaba aquella Lady Cristina escondiéndose entre las sombras para hablar con un príncipe mercante de las Islas Lejanas? ¿La hija de Isolda llevaba menos joyas de lo habitual?
Por supuesto, vio que Lucio estaba bebiendo demasiado, comiendo demasiado y observando a las mujeres. Por poco tiempo, a Estefanía le pareció que sus ojos se movían hacia los de ella, con una mirada que le hubiera asegurado una pelea si Thanos lo hubiera visto. Realmente, era una pena que su intento de envenenarlo en el banquete de boda hubiera salido tan mal. Si Thanos no lo hubiera enfurecido tanto como para que destrozara la copa de vino, Lucio se hubiera ido a dormir aquella noche y no hubiera despertado. Habría acabado.
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