—Pero hay horas y minutos —dijo Luna. Parecía estar profundamente atrapada en el problema de lo que podría significar—. ¿Qué más?
—¿Tal vez una hora de entrega y una ubicación? —sugirió Kevin—. Esas segundas partes parecen ser coordenadas.
—No parece muy adecuado como referencia de un mapa —dijo Luna—. A lo mejor si lo busco en Google… oh, guay.
—¿Qué? —preguntó Kevin. Una mirada a la cara de Luna le dejó claro que habían dado en el clavo.
—Cuando escribes esa serie de números en un buscador, solo encuentras resultados sobre una cosa —dijo Luna. Hizo que sonara muy seguro. Giró su teléfono para mostrárselo, con las páginas colocadas en una clara fila—. El sistema estelar Trappist 1.
Kevin sentía que su emoción crecía. Aún más, notaba que crecía su esperanza. Esperanza de que esto realmente podría significar algo y que no era solo su enfermedad, a pesar de lo que dijeran. Esperanza de que realmente podría ser verdad.
—Pero ¿por qué iba a ver esos números? —preguntó él.
—¿Tal vez porque se cree que el sistema Trappist es uno de los que tienen la posibilidad de albergar vida? —dijo Luna—. Por lo que dice aquí, allí hay varios planetas en lo que se piensa que es una zona habitable.
Lo dijo como si fuera la cosa más evidente del mundo. La idea de que unos planetas podrían tener vida parecía demasiada coincidencia cuando Kevin, en efecto, había visto esa vida. O, por lo menos, había visto una vida extraña.
—Tienes que hablar de esto con alguien —declaró Luna—. Tú eres… algo así como la primera prueba de contacto extraterrestre. ¿Quiénes eran esa gente que buscaban extraterrestres, los científicos?
—¿SETI? —dijo Kevin.
—Esos son —dijo Luna—. ¿No tienen la base en San Francisco, o San José, o algo así?
Kevin no lo sabía, pero cuanto más pensaba en ello, más le tiraba la idea.
—Tienes que ir, Kevin —dijo Luna—. Por lo menos tienes que hablar con ellos.
***
—No —dijo su madre, dejando su café con tanta firmeza que se derramó—. ¡No, Kevin, de ninguna manera!
—Pero mamá…
—No voy a llevarte en coche hasta San Francisco para que molestes a una panda de chiflados —dijo su madre.
Kevin sujetó su teléfono en alto, mostrando la información sobe SETI que había en él.
—No están locos —dijo—. Son científicos.
—Los científicos también pueden estar locos —dijo su madre—. Y toda esta idea… Kevin, ¿no puedes aceptar sencillamente que estás viendo cosas que no existen?
Ese era el problema; lo más fácil sería aceptarlo. Sería fácil decirse a sí mismo que esto no era real, pero había algo que daba vueltas por su cerebro y que le decía que sería muy mala idea hacerlo. La cuenta atrás todavía continuaba, y Kevin sospechaba que tendría que hablar con alguien que lo creyera antes de que esta llegara a su fin.
—Mamá, los números que te dije que veía… resultaron ser la posición de un sistema estelar.
—Hay tantas estrellas por allí que estoy segura de que cualquier serie aleatoria de números conectaría con una de ellas —dijo su madre—. Pasaría lo mismo con la masa de la estrella o… o, no sé lo suficiente sobre las estrellas para saber qué más, pero algo sería.
—Yo no quiero decir eso —dijo Kevin—. Quiero decir que era exactamente lo mismo. Luna introdujo los números y el sistema Trappist 1 fue la primera cosa que salió. De hecho, la única cosa que salió.
—Tendría que haber imaginado que Luna estaría metida —dijo su madre con un suspiro—. Me encanta esa chica, pero la pierde que tiene demasiada imaginación.
—Por favor, mamá —dijo Kevin—. Esto es real.
Su madre estiró los brazos para ponerle las manos sobre los hombros. ¿Cuándo había empezado a tener que estirar los brazos para hacerlo?
—No lo es, Kevin. La Dra. Yalestrom dijo que tenías problemas para aceptar todo esto. Tienes que entender lo que está pasando y yo tengo que ayudarte a aceptarlo.
—Sé que me estoy muriendo, mamá –dijo Kevin. No debería haberlo dicho así, pues ya veía que a su madre le salían las lágrimas de los ojos.
—¿Ah, sí? Porque esto…
—Encontraré la manera de llegar hasta allí —prometió Kevin—. Cogeré un autobús si hace falta. Cogeré un tren hasta la ciudad y andaré. Por lo menos, tengo que hablar con ellos.
—¿Y que se rían de ti? —Su madre se apartó, sin mirarlo—. ¿Sabes que esto es lo que pasará, verdad, Kevin? Estoy intentando protegerte.
—Ya lo sé —dijo Kevin—. Y sé que seguramente se reirán de mí, pero por lo menos tengo que intentarlo, mamá. Tengo la sensación de que es realmente importante.
Quería decir más, pero no estaba seguro de que eso ayudara ahora mismo. Su madre estaba callada del modo que daba a entender que estaba pensando y, ahora mismo, eso era lo mejor que Kevin podía esperar. Continuó pensando, dando toquecitos con la mano sobre la encimera de la cocina, marcando el tiempo mientras se decidía.
Kevin oyó suspirar a su madre.
—Está bien —dijo—. Lo haré. Te llevaré, pero solo porque sospecho que, si no lo hago, recibiré una llamada de la policía para decirme que mi hijo se ha desmayado en un autobús en algún sitio.
—Gracias, mamá —dijo Kevin, adelantándose para abrazarla.
Sabía que ella realmente no le creía, pero de algún modo, eso hacía que la muestra de amor fuera aún más impresionante.
Tardaron alrededor de una hora para ir en coche desde Walnut Creek hasta el Instituto SETI en Mountain View, pero a Kevin le pareció toda una vida. No solo porque el tráfico hasta la ciudad iba a paso de tortuga por el cierre de carreteras; cada momento era algo perdido cuando él podía estar allí, podía estar descubriendo lo que le pasaba. Ellos lo sabrían, de eso estaba seguro.
—Intenta no hacerte demasiadas ilusiones —le advirtió su madre, por lo que parecía ser la vigésima vez.
Kevin sabía que solo intentaba protegerle, pero aun así, él no quería que su emoción disminuyera. Estaba seguro de que este sería el lugar en el que descubriría lo que estaba pasando. Ellos eran científicos que estudiaban a los extraterrestres. ¿No lo sabrían todo con toda certeza?
Sin embargo, cuando llegaron allí, el instituto no era lo que esperaba. El 189 de Bernardo Avenue parecía más una galería de arte o parte de una universidad que el tipo de edificios de ultra alta tecnología que la imaginación de Kevin había fabulado. Esperaba unos edificios que pareciera que podrían ser del espacio exterior pero, en cambio, parecían un poco las versiones caras del tipo de edificios que tenía su escuela.
Llegaron hasta allí y aparcaron delante de los edificios. Kevin respiró profundamente. Ya estaba. Entraron a un vestíbulo, donde una mujer los miró sonriente, consiguiendo convertir eso en una pregunta incluso antes de hablar.
—Hola, ¿estás seguro de que estás en el lugar correcto?
—Necesito hablar con alguien sobre señales alienígenas —dijo Kevin, antes de que su madre pudiera intentar explicarse.
—Lo siento —dijo la mujer—. En realidad no hacemos visitas públicas.
Kevin negó con la cabeza. Sabía que tenía que hacérselo entender.
—No estoy aquí por una visita —dijo—. Creo… creo que estoy recibiendo algún tipo de señal alienígena.
La mujer no lo miró con esa especie de sorpresa e incredulidad que la mayoría de las otras personas podrían tener, o incluso con la sorpresa que tuvo su madre cuando él saltó con eso. Esta era más una mirada de resignación, como si tuviera que aguantar este tipo de cosas más a menudo de lo que le gustaría.
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