—¿Qué pasa? —preguntó Luna. Se quitó de una patada los zapatos y dejó los pies colgando dentro del agua. A Kevin no le apetecía hacer lo mismo. Ahora mismo, deseaba correr, esconderse. Cualquier cosa para no tener que decirle la verdad. Le daba la sensación de que, cuanto más tiempo pudiera evitar decirle la verdad, más tiempo no sería realmente real.
—¿Kevin? —dijo Luna—. Ahora me estás preocupando. Mira, si no me dices qué es, voy a llamar a tu mamá y lo voy a saber de esta manera.
—No, no hagas eso —dijo Kevin rápidamente—. No estoy seguro de que… mamá lo esté llevando bien.
Luna parecía cada vez más preocupada.
—¿Qué pasa? ¿Está enferma? ¿Estás enfermo tú?
Kevin asintió a lo último.
—Yo estoy enfermo —dijo. Puso la mano sobre el hombro de Luna—. Tengo una cosa que se llama leucodistrofia. Me estoy muriendo, Luna.
Sabía que lo había dicho demasiado rápidamente. Algo así debería tener toda una preparación, un preámbulo adecuado, pero sinceramente, esa era la parte importante.
Ella lo miró fijamente, diciendo que no con la cabeza con evidente incredulidad.
—No, no puede ser, eso es…
Entonces ella lo abrazó, tan fuerte que Kevin apenas podía respirar.
—Dime que es una broma, dime que no es verdad.
—Ya me gustaría que no lo fuera —dijo Kevin. Ahora mismo, no había nada que deseara más que eso.
Luna se apartó y Kevin vio que hacía un gesto fuerte en un esfuerzo por no llorar. Normalmente, a Luna se le daba bien no llorar por las cosas. Sin embargo, ahora, él veía que ahora estaba haciendo un gran esfuerzo.
—Esto… ¿cuánto tiempo? —preguntó ella.
—Dijeron que quizás seis meses —dijo Kevin.
—Y eso ya fue hace días, o sea que ahora es menos —replicó Luna—. Y has tenido que enfrentarte a esto tú solo, y… —Se fue apagando hasta quedar en silencio cuando toda su gravedad la golpeó.
Kevin veía que miraba a la gente que había en el embalse, los observaba con sus pequeñas barcas y sus incursiones rápidas dentro del agua. Parecían muy felices allí. Los miraba fijamente como si fueran ellos la parte que no podía creer, no la enfermedad.
—No parece justo —dijo—. Toda esta gente, siguiendo como si el mundo fuera lo mismo, continuando con la diversión mientras tú te estás muriendo.
Kevin sonrió con tristeza.
—¿Y qué se supone que tenemos que hacer? ¿Decirles a todos que dejen de divertirse?
Se dio cuenta del peligro de decirlo un poco demasiado tarde cuando Luna se puso de pie de un salto y, con las manos ahuecadas alrededor de la boca, gritó todo lo fuerte que pudo.
—¡Eh, todos vosotros, tenéis que parar! ¡Mi amigo se está muriendo y os exijo que dejéis de divertiros inmediatamente!
Un par de personas echaron un vistazo, pero nadie se detuvo. Kevin sospechaba que no se trataba de eso. Luna se quedó quieta durante varios segundos y, esta vez, fue él el que la abrazó, sujetándola mientras lloraba. Era rareza suficiente que el mismo significado de la sorpresa mantuviera allí a Kevin. Que Luna gritara a la gente, que se comportara de un modo que nunca se esperaría de ella, era normal. Que Luna se derrumbara no lo era.
—¿Estás mejor? —le dijo él después de un rato—.
Ella negó con la cabeza.
—La verdad es que no. ¿Y tú?
—Bueno, está bien saber que hay alguien que pararía el mundo por mí —dijo él—. ¿Sabes la peor parte?
Luna consiguió sonreír de nuevo.
—¿No saber escribir lo que te está matando?
Kevin no pudo hacer otra cosa que devolverle la sonrisa. Sin duda Luna sabía que él necesitaba que fuera la de siempre, la que le tomaba el pelo.
—Sí que sé, practiqué. Lo peor es que esto significa que nadie me cree cuando les digo que he visto cosas. Dicen que todo es solo por la enfermedad.
Luna inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Qué tipo de cosas?
Kevin le habló de los extraños paisajes que había visto, del fuego arrasándolos, de la sensación de cuenta atrás.
—Eso… —empezó Luna cuando él terminó. Pero parecía que no sabía cómo acabar.
—Ya sé, es una locura, estoy loco —dijo Kevin. Ni tan solo Luna le creía.
—No me has dejado acabar —dijo Luna, tomando aire—. Eso… mola mucho.
—¿Mola? —repitió Kevin. Esa no era la respuesta que esperaba, ni tan solo de ella—. Todos los demás piensan que estoy loco, o que se me está derritiendo el cerebro, o algo así.
—Todos los demás son imbéciles —declaró Luna, aunque, para ser justos, ese parecía ser una configuración suya por defecto para la vida. Según ella, todo el mundo era imbécil hasta que se demostrara lo contrario.
—O sea, ¿que me crees? —dijo Kevin. Incluso ni él estaba ya completamente seguro, después de todo lo que la gente le había dicho.
Luna lo cogió por los hombros, mirándolo directamente a los ojos. Si fuera otra chica, Kevin podría haber pensado que estaba a punto de darle un beso. Pero con Luna, no.
—Si tú me dices que estas visiones son reales, entonces son reales. Yo te creo. Y poder ver mundos extraterrestres está claro que mola.
Kevin abrió un poco más los ojos al oír eso.
—¿Por qué piensas que es un mundo extraterrestre?
Luna dio un paso atrás y encogió los hombros.
—¿Qué otra cosa va a ser?
Cuando se lo preguntó, Kevin tuvo la sensación de que estaba tan atónita con todo esto como lo estaba él. Solo que a ella se le daba mejor ocultarlo.
—Quizás … —supuso ella— …¿quizás todo esto ha cambiado tu cerebro, de manera que ahora tiene línea directa con un lugar extraterrestre?
Si Luna alguna vez conseguía algún superpoder, probablemente sería la habilidad de sacar grandes conclusiones rápidamente de un solo solo salto. A Kevin le gustaba eso de ella, especialmente cuando eso significaba que ella era la única persona que podría creerlo, pero aun así, daba la sensación de que era mucho, para decidirlo tan rápidamente.
—Sabes que suena a locura, ¿verdad? —dijo él.
—No es más locura que la idea que el mundo me va a arrebatar a mi amigo sin ninguna buena razón —replicó Luna, con los puños apretados de una manera que daba a entender que discutiría gustosamente sobre el tema. O tal vez los apretaba por el esfuerzo de no volver a llorar. Luna era propensa a enfadarse, o a hacer bromas, o a hacer locuras en lugar de estar molesta. Ahora mismo, Kevin no podía culparla.
Observó cómo bajaba de cualquier estado cercano al lloro en el que estuviera, quedándose poco a poco sin energía y forzando una sonrisa a cambio.
—O sea, una enfermedad terrible, visiones molonas de mundos extraterrestres… ¿hay algo más que no me hayas contado?
—Solo los números —dijo Kevin.
Luna lo miró evidentemente enojada.
—¿No pillas que aquí se suponía que no tenías que decir que sí?
—Quería contártelo todo —dijo Kevin, aunque imaginaba que ahora probablemente era un poco tarde—. Lo siento.
—Vale —dijo Luna. De nuevo, Kevin tuvo la sensación de que se estaba esforzando por procesarlo todo—. ¿Los números?
—También los veo —dijo Kevin. Los repetía de memoria—. 23h 06m 29,283s, -05º 02’ 28,59
—Vale —dijo Luna. Frunció los labios—. Me pregunto qué querrán decir.
Parecía no ocurrírsele que no podrían no significar nada. A Kevin le encantaba eso de ella.
Sacó su teléfono.
—No puede ser para una matrícula y sería raro como contraseña. ¿Qué más?
Kevin no había pensado en ello, al menos no con la franqueza con la que Luna parecía estar poniendo en práctica con el problema.
—¿Tal vez como número de un artículo, un número de serie? —sugirió Kevin.
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