Morgan Rice - La fábrica mágica

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Un poderoso primer libro de una serie mostrará una combinación de protagonistas enérgicos y circunstancias desafiantes para involucrar plenamente no solo a los jóvenes adultos, sino a los adultos aficionados a la fantasía que buscan historias épicas avivadas por poderosas amistades y adversarios. Midwest Book Review (Diane Donovan) (re Un trono par alas hermanas) ¡La imaginación de Morgan Rice no tiene límites! Books and Movie Reviews (re Un trono para las hermanas) De la autora de fantasia #1 en ventas Morgan Rice llega una nueva serie para jóvenes lectores -¡y también para adultos! Los fans de Harry Potter y Percy Jackson ¡no busquéis más! LA FÁBRICA MÁGICA: OLIVER BLUE Y LA ESCUELA DE VIDENTES (LIBRO UNO) cuenta la historia de Oliver Blue, un niño de 11 años, un chico al que su odiosa familia no quiere. Oliver sabe que es diferente y nota que tiene unos poderes que otros no tienen. Obsesionado con los inventos, Oliver está decidido a huir de su horrible vida y dejar su huella en el mundo. Cuando Oliver se muda a una casa aún más horrible, lo meten en un nuevo sexto curso, todavía más aterrador que el último. Lo acosan y lo excluyen y no ve salida. Pero cuando se cruza con la fábrica de inventos abandonada, se pregunta si sus sueños podrían estar a punto de hacerse realidad. ¿Quién es el misterioso viejo inventor que se esconde en la fábrica?¿Cuál es su invento secreto?¿Acabará Oliver transportado atrás en el tiempo, a 1944, a una escuela mágica para niños con poderes que compiten con el suyo?Una novela de fantasía inspiradora, FÁBRICA MÁGICA es el libro#1 en una nueva y fascinante serie llena de magia, amor, humor, desamor, tragedia, destino y una serie de giros sorprendentes. Hará que te enamores de Oliver Blue y no podrás ir a dormir hasta tarde. ¡El libro#2 de la serie (LA ESFERA DE KANDRA) y el libro#3 (LOS OBSIDIANOS) también están disponibles ahora! El principio de algo extraordinario está aquí. San Francisco Book Review (re La senda de los héroes)

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Apretó con fuerza los ojos y silenció sus voces.

Entonces, de repente, estaba allí, en la fábrica. No en la que había visitado antes, que estaba llena de arañas, sino una versión limpia, donde todas las máquinas brillaban y relucían bajo luces brillantes.

Oliver estaba allí, mirando boquiabierto a la fábrica en su antiguo esplendor. Pero igual que en la vida real, Armando no estaba allí para recibirlo. Ningún aliado. Ningún amigo. Incluso en su imaginación, estaba completamente solo.

***

Hasta que todo el mundo no se había ido a la cama y la casa estaba completamente a oscuras, Oliver no se sintió capaz de ponerse a arreglar sus inventos. Quería ser optimista mientras trasteaba con todas las piezas, intentando hacer que encajaran. Pero era inútil. Todo había sido destruido. Todos los rollos y los alambres estaban dañados sin remedio. Tendría que empezar de nuevo.

Tiró todas las piezas dentro de su maleta y la cerró de golpe. Ahora que las dos cerraduras estaban rotas, la tapa rebotó antes de volver a caer de nuevo y se quedo entreabierta. Oliver suspiró profundamente y se dejó caer sobre su colchón. Se tapó la cabeza con la manta.

Debió ser por puro cansancio que Oliver pudo quedarse dormido aquella noche. Pero sí que durmió. Y mientras se quedaba dormido, Oliver empezó a soñar y se encontró delante de la ventana mirando hacia fuera al árbol larguirucho que estaba al otro lado de la calle. Allí estaban el hombre y la mujer que había visto la noche anterior, cogidos de la mano.

Oliver dio un golpe en la ventana.

—¿Quiénes sois? —gritó.

La mujer sonrió intencionadamente. Su sonrisa era amable, más bonita incluso que la de la Sra. Belfry.

Pero ninguno de ellos habló. Solo le miraban fijamente, sonriendo.

Oliver tiró de la ventana y la abrió.

—¿Quiénes sois? —gritó de nuevo, pero esta vez el viento ahogó su voz.

El hombre y la mujer estaban allí, callados, agarrados de las manos, con unas sonrisas cálidas y acogedoras.

Oliver empezó a trepar por la ventana. Pero mientras lo hacía, las siluetas parpadearon y se sacudieron, como si fueran hologramas y las bombillas estuvieran parpadeando. Estaban empezando a desaparecer.

—¡Esperad! —gritó él—. ¡No os vayáis!

Cayó de la ventana y fue a toda prisa al otro lado de la calle. A cada paso que daba él, se desvanecían más.

Cuando se acercó a ellos, apenas eran visibles. Alargó la mano hacia la de la mujer, pero la atravesó, como si fuera un fantasma.

—¡Por favor, decidme quiénes sois! —suplicó.

El hombre abrió la boca para hablar, pero el viento rugiente ahogó su voz. Oliver se desesperó.

—¿Quiénes sois? —volvió a preguntar, gritando para que se le oyera por encima del viento—. ¿Por qué me estáis vigilando?

El hombre y la mujer se estaban desvaneciendo rápidamente. El hombre habló de nuevo, y esta vez Oliver oyó un pequeño susurro.

—Tienes un destino…

—¿Cuál? —tartamudeó Oliver—. ¿A qué te refieres? No lo entiendo.

Pero antes de que alguno de los dos tuviera ocasión de volver a hablar, se desvanecieron por completo. Habían desaparecido.

—¡Volved! —exclamó Oliver al vacío.

Entonces, como si le estuviera hablando al vacío, oyó que la escasa voz de la mujer decía:

—Tú salvarás a la humanidad.

Oliver parpadeó hasta abrir los ojos. Volvía a estar en la cama de su hueco, bañado en la luz pálida y azul que entraba por la ventana. Era por la mañana. Podía sentir como su corazón bombeaba con fuerza.

El sueño le había sacudido hasta la médula. ¿Qué habían querido decir con que tenía un destino? ¿Y con que salvaría a la humanidad? ¿Y quiénes eran aquel hombre y aquella mujer, de todos modos? ¿Productos de su imaginación o algo más? Era demasiado para comprenderlo.

Cuando la conmoción inicial por el sueño empezó a desaparecer, Oliver sintió que una nueva sensación se adueñaba de él. La esperanza. En algún lugar, en lo profundo de su ser, sentía que estaba a punto de experimentar un día trascendental, que todo estaba a punto de cambiar.

CAPÍTULO CUATRO

El buen humor de Oliver se acrecentó cuando se dio cuenta de que la primera clase del día era ciencias, y que eso significaba que podría ver de nuevo a la Sra. Belfry. Incluso mientras cruzaba el patio, agachándose para esquivar pelotas de baloncesto que sospechaba que iban intencionadamente dirigidas a su cabeza, la sensación de emoción de Oliver no hacía más que crecer.

Llegó a las escaleras y sucumbió a la fuerza de los niños, que lo empujaron como un surfista hasta arriba al cuarto piso. Entonces salió paso a empujones en el rellano y se dirigió a la clase.

Fue el primero. La Sra. Belfry ya estaba dentro, llevaba un vestido gris de lino y estaba preparando una fila de modelos a escala en la parte de delante de su mesa. Oliver vio que había un pequeño biplano, un globo aerostático, un cohete espacial y un avión moderno.

—¿Va sobre vuelo la clase de hoy? —preguntó.

La Sra. Belfry se sobresaltó, pues era evidente que no se había dado cuenta de que uno de sus alumnos había entrado.

—Ah, Oliver —dijo, sonriente—. Buenos días. Sí, así es. Pero supongo que tú ya sabes un par de cosas sobre este tipo de inventos.

Oliver asintió. Su libro de inventores tenía una sección entera sobre vuelo, desde los primeros globos inventados por los hermanos franceses Montgolfier, pasando por el primer aeroplano de los hermanos Wright hasta llegar a la ingeniería aeroespacial. Igual que el resto de las páginas del libro, había leído tantas veces esta sección que en su mayoría había aprendido de memoria.

La Sra. Belfry sonreía como si ya hubiese adivinado que Oliver sería una fuente de conocimiento sobre este tema en particular.

—Podrías ayudarme a explicar algo de física a los demás —le dijo.

Oliver se sonrojó mientras tomaba asiento. Odiaba hablar en voz alta delante de sus compañeros de clase, especialmente desde que ya era un sospechoso de empollón, y confirmarlo daba la sensación de que alardeaba más de lo que él realmente deseaba. Pero la Sra. Belfry tenía una manera de ser tranquilizadora, como si pensara que el conocimiento de Oliver era algo que debía celebrarse en lugar de ridiculizarse.

Oliver escogió una silla cerca de la parte delantera de la clase. Si es que se veía forzado a hablar en voz alta, prefería no tener treinta pares de ojos mirándolo embobado mientras lo hacía. Por lo menos, de esta forma solo sería consciente de los otros cuatro niños de la primera fila que lo mirasen.

Justo entonces, los compañeros de Oliver empezaron a entrar y a tomar asiento. El ruido en el aula empezó a intensificarse. Oliver nunca entendía cómo las otras personas tenían tanto de que hablar. Aunque él podría hablar sobre inventores e inventos eternamente, no había mucho más de lo que él sintiera la necesidad de hablar. Siempre le desconcertaba cómo las otras personas conseguían conversación tan fácilmente y cómo compartían tantas palabras sobre lo que, en su mente, parecía casi nada importante.

La Sra. Belfry empezó su clase, haciendo señales con las manos intentando que todos se callaran. Oliver se sentía muy mal por ella. Siempre parecía una batalla conseguir que los niños escucharan. Y ella era tan dulce y tenía la voz tan suave que nunca recurría a alzar la voz o a gritar, así que sus intentos por hacer callar a todo el mundo tardaban un buen rato en funcionar. Pero, finalmente, el parloteo empezó a desvanecerse.

—Niños —empezó la Sra. Belfry—, hoy tengo un problema que necesita solución —Levantó un palito de helado—. Me pregunto si alguien puede decirme cómo hacerlo volar.

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