Cuando se levantó la neblina, Sofía vio algo en la distancia. Llevó unos segundos más que se consumiera lo suficiente para dejar al descubierto una escalera de caracol que llevaba hacia un trozo de luz, que estaba tan arriba que parecía imposible alcanzarlo. De algún modo, Sofía sabía que la única manera de salir de esta pesadilla que parecía no terminar nunca era llegar hasta esa luz. Fue en dirección a la escalera.
—¿Piensas que puedes salir? —preguntó Angelica desde detrás de Sofía. Se giró y apenas pudo bajar las manos a tiempo cuando Angelica la atacó con el cuchillo. Sofía la empujó por instinto, después se giró y fue corriendo hacia las escaleras.
—¡Nunca saldrás de aquí! —exclamó Angelica y Sofía oyó sus pasos siguiéndola detrás.
Sofía aceleró. No quería que la apuñalaran otra vez y no solo para evitar ese dolor. No sabía qué sucedería si ese lugar cambiaba de nuevo, o cuánto tiempo duraría la abertura de allá arriba. En cualquier caso, no podía permitirse correr el riesgo, así que fue corriendo hacia las escaleras, se giró cuando llegó a ellas y le dio una patada a Angelica que la bloqueó a media estocada.
Sofía no se quedó a pelear con ella, sino que, en cambio, subió a toda velocidad las escaleras, subiendo los escalones de dos en dos. Oía que Angelica la seguía, pero eso ahora no importaba. Lo único que importaba era escapar. Continuó escaleras arriba mientras estas no hacían más que subir y subir.
Las escaleras continuaban, parecían no dejar de subir nunca. Sofía continuaba trepando por ellas, pero sentía que empezaba a cansarse. Ahora ya no tomaba los escalones de dos en dos y, con una mirada por encima del hombro, vio que la versión de Angelica en cualquiera que fuera esta pesadilla todavía la seguía, acechándola con una desagradable sensación de inevitabilidad.
El instinto de Sofía era continuar subiendo, pero una parte más profunda de su ser empezaba a pensar que eso era estúpido. Este no era el mundo normal; no tenía las mismas normas, ni la misma lógica. Este era un lugar donde el pensamiento y la magia tenían más importancia que la capacidad puramente física de continuar.
Ese pensamiento bastó para hacer que Sofía se detuviera y ahondara en su interior, en busca del hilo de poder que parecía que la había conectado a todo un país. Se giró y miró la imagen de Angelica, comprendiéndolo ahora.
—Tú no eres real —dijo—. Tú no estás aquí.
Mandó un susurro de poder y la imagen de su asesina en potencia se disolvió. Se concentró y la escalera de caracol desapareció, dejando a Sofía de pie en un suelo plano. Ahora la luz no estaba arriba, sino que, en su lugar, estaba a uno o dos pasos, formando una puerta que parecía dar al camarote de un barco. El mismo camarote de barco donde habían apuñalado a Sofía.
Respirando profundamente, Sofía entró y despertó.
Catalina estaba sentada en la cubierta del barco mientras este cortaba el agua, el agotamiento no le permitía hacer mucho más. A pesar del tiempo que había pasado desde que había curado la herida de Sofía, parecía que no se había recuperado completamente del esfuerzo.
De vez en cuando, los marineros comprobaban que estuviera bien. El capitán, Borkar, era especialmente atento, comprobándolo con una frecuencia y una deferencia que hubieran resultado graciosos de no ser porque él actuaba de forma completamente sincera.
—¿Está bien, mi señora? —preguntó, por lo que parecía ser la centésima vez—. ¿Solicita alguna cosa?
—Estoy bien —le aseguró Catalina—. Yo no soy la señora de nadie. Solo soy Catalina. ¿Por qué continúas llamándome así?
—No me corresponde decirlo, mi… Catalina —insistió el capitán.
No era solo él. Parecía que todos los marineros pasaban por el lado de Catalina con un nivel de deferencia que rayaba lo servil. No estaba acostumbrada a esto. Su vida había consistido en la brutalidad de la Casa de los Abandonados, seguido de la camaradería de los hombres de Lord Cranston. Y había estado Will, por supuesto…
Esperaba que Will estuviera a salvo. Cuando se fue, no había podido decirle adiós, pues Lord Cranston no le hubiera dejado marcharse de haberlo hecho. Hubiera dado lo que fuera para poder decirlo adecuadamente, o incluso mejor, para llevarse a Will con ella. Probablemente se hubiera reído de los hombres que hacían la reverencia ante ella, sabiendo lo mucho que esa cortesía injustificada le molestaría.
Tal vez eso era algo que Sofía había hecho. Al fin y al cabo, ya había interpretado el papel de noble antes. Tal vez lo explicaría todo una vez se despertara. Si se despertaba. No, Catalina no podía pensar así. Debía tener esperanzas, incluso aunque hubieran pasado más de dos días desde que ella había cerrado la herida en el costado de Sofía.
Catalina entró en el camarote. El gato del bosque de Sofía levantó la cabeza cuando Catalina entró, alzando la vista de manera protectora desde donde estaba a los pies de Sofía como una manta peluda. Para sorpresa de Catalina, el gato apenas se había movido del lado de Sofía durante todo el tiempo en el que el barco había estado viajando. Dejó que Catalina le acariciara las orejas cuando fue hacia el lado de la cama de su hermana.
—Los dos estamos esperando a que despierte, ¿verdad? —dijo ella.
Se sentó al lado de su hermana, observando cómo dormía. Sofía parecía estar muy tranquila ahora, ya no estaba dañada por la herida de estilete en su costado, ya no estaba gris por la palidez de la muerte. Podía haber estado dormida, solo que había estado dormida de esta manera durante tanto tiempo que a Catalina empezaba a preocuparle que pudiera morir de hambre o de sed antes de despertar.
Entonces Catalina vio el ligero parpadeo de los ojos de Sofía, el breve movimiento de sus manos contra las sábanas. Miró fijamente a su hermana, atreviéndose a tener esperanzas.
Sofía abrió los ojos, la miró fijamente y Catalina no pudo resistirse. Se lanzó hacia delante y abrazó a su hermana, sujetándola muy fuerte.
—Estás viva. Sofía, estás viva.
—Estoy viva —la tranquilizó Sofía, sujetándose en Catalina mientras esta la ayudaba a incorporarse. Incluso el gato del bosque parecía alegrarse por ello, yendo hacia allí para lamerles la cara a ambas con una lengua que parecía el raspador de un herrero.
—Tranquila, Sienne —dijo Sofía —. Estoy bien.
—¿Sienne? —preguntó Sofía—. ¿Así se llama?
Vio que Sofía asentía.
—La encontré en el camino hacia Monthys. Es una larga historia.
Catalina imaginó que había un montón de historias que contar. Se apartó de Sofía, deseosa por oírlo todo y Sofía casi cayó de nuevo en la cama.
—¡Sofía!
—No pasa nada —dijo Sofía—. De verdad que estoy bien. Por lo menos, eso creo. Solo estoy cansada. También me iría bien beber un poco.
Catalina le pasó una bota de agua y observó cómo Sofía bebía con ganas. Llamó a los marineros y, ante su sorpresa, el mismo capitán Borkar vino corriendo.
—¿Qué necesita mi señora? —pregunto y, a continuación, miró a Sofía. Para sorpresa de Catalina, se puso sobre una rodilla—. Su alteza, está despierta. Todos estábamos muy preocupados por usted. Debe estar muerta de hambre. ¡Ahora mismo le traigo comida!
Se fue a toda prisa y Catalina notó que la alegría salía de él como humo. Pero ahora ella tenía, por lo menos, otra preocupación.
—¿Su alteza? —dijo, mirando hacia Sofía—. Los marineros me han estado tratando de manera rara desde que descubrieron que era tu hermana, ¿pero esto? ¿Les estás diciendo que eres de la realeza?
Fingir ser de la realeza parecía un peligroso juego al que jugar. ¿Se estaba aprovechando Sofía de su compromiso con Sebastián, o fingiendo ser de la realeza extranjera, o había algo más?
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