Morgan Rice - Un Canto Fúnebre para Los Príncipes

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Un Canto Fúnebre para Los Príncipes: краткое содержание, описание и аннотация

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La imaginación de Morgan Rice no tiene límites. En una serie que promete ser tan entretenida como las anteriores, UN TRONO PARA LAS HERMANAS nos presenta la historia de dos hermanas (Sofía y Catalina), huérfanas, que luchan por sobrevivir en el cruel y desafiante mundo de un orfanato. Un éxito inmediato. ¡Casi no puedo esperar a hacerme con el segundo y tercer libros! Books and Movie Reviews (Roberto Mattos) De la #1 en ventas Morgan Rice viene una nueva e inolvidable serie de fantasía. En UN CANTO FÚNEBRE PARA LOS PRÍNCIPES (Un trono para las hermanas-Libro cuatro), Sofía, de 17 años, lucha por su vida, intentando recuperarse de la herida que le dejó Lady d’Angelica. ¿Bastarán los nuevos poderes de su hermana Catalina para revivirla?El barco zarpa con las hermanas hacia las lejanas y exóticas tierras de su tío, su última esperanza y el único vínculo conocido con sus padres. Pero el viaje es traicionero y, aunque lo encuentren, las hermanas no saben si su bienvenida será acogedora u hostil. Catalina, comprometida con la bruja, se encuentra en una situación cada vez más desesperante – hasta que conoce a una hechicera que podría tener el secreto para su libertad. Sebastián vuelve a la corte, con el corazón roto, desesperado por saber si Sofía está viva. Cuando su madre le obliga a casarse con Lady d’Angelica, sabe que ha llegado el momento de arriesgarlo todo. UN CANTO FÚNEBRE PARA LOS PRÍNCIPES (Un trono para las hermanas-Libro cuatro) es el cuarto libro de una nueva y sorprendente serie de fantasía llena de amor, desamor, tragedia, acción, aventura, magia, espadas, brujería, dragones, destino y un emocionante suspense. Un libro que no podrás dejar, lleno de personajes que te enamorarán y un mundo que nunca olvidarás. ¡El libro#5 de la serie ya está disponible! poderoso principio para una serie mostrará una combinación de enérgicos protagonistas y desafiantes circunstancias para implicar plenamente no solo a los jóvenes adultos, sino también a admiradores de la fantasía para adultos que buscan historias épicas avivadas por poderosas amistades y rivales. Midwest Book Review (Diane Donovan)

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Tiró de su amiga hasta la orilla y vio que la corriente se llevaba la barquilla de cuero. Cora vio que el caballo acuático se encabritaba con aparente rabia y destrozaba la pequeña embarcación hasta reducirla a astillas.

En cuanto estuvieron en tierra firme, Cora notó que la presión de su mente se reducía, mientras Emelina soltaba un soplido y se ponía de pie con sus propias fuerzas. Al parecer, fuera del agua, el caballo acuático no podía tocarlas. Volvió a encabritarse, a continuación se sumergió y desapareció de la vista.

—Creo que estamos a salvo —dijo Cora.

Vio que Emelina asentía.

—Pero creo que… quizás estaremos fuera del agua durante un rato.

Parecía agotada, así que Cora la ayudó a alejarse de la orilla. Les llevó un rato encontrar un camino, pero una vez lo hicieron, parecía natural seguirlo.

Continuaron a lo largo del camino y ahora parecía haber más gente de la que había habido en el norte. Cora vio pescadores que venían de las orillas, granjeros con carros llenos de mercancías. Ahora veía más gente que venía de todos lados, con montones de tela o rebaños de animales. Incluso un hombre llevaba una bandada de patos como si fuera un rebaño, que iban corriendo delante de él como podrían haberlo hecho las ovejas con otra persona.

—Debe haber un mercado ambulante —dijo Emelina.

—Deberíamos ir —dijo Cora—. Podrían devolvernos al camino que lleva al Hogar de Piedra.

—O podrían matarnos por brujas en el momento en que preguntáramos —remarcó Emelina.

Aun así, fueron, siguiendo el camino junto a los demás hasta que vieron el camino más adelante. Estaba en una pequeña isla en medio de los ríos, la ruta era vadeable desde cualquiera de una docena de puntos. En esa isla, Cora vio casetas y lugares de subasta para todo desde mercancías hasta ganado. Agradeció que hoy nadie estuviera intentando vender a alguno de los esclavos por contrato.

Emelina y ella se dirigieron hacia la isla, caminando por el agua en una de las vaderas que llevaban a ella. Iban con la cabeza baja, mezclándose todo lo posible con la multitud, especialmente cuando Cora vio la silueta enmascarada de una sacerdotisa deambulando a través de la multitud, repartiendo sus bendiciones de la diosa.

A Cora le atrajo un lugar donde unos actores estaban interpretando El baile de San Cuthbert, aunque no se trataba de la versión seria que algunas veces habían representado en el palacio. En esta versión había mucho más humor obsceno y excusas para peleas con espada, era evidente que la compañía conocía a su público. Cuando hubieron acabado, saludaron al público y la gente empezó a gritar los nombres de las obras de teatro y las escenas, con la esperanza de ver que representaban sus favoritas.

—Todavía no veo cómo podemos encontrar a alguien que conozca el camino hasta el Hogar de Piedra —dijo Emelina—. Al menos no sin prácticamente anunciarnos a los sacerdotes.

Cora también había estado pensando en ello. Tenía una idea.

—Verás si la gente empieza a pensar en ello, ¿no es cierto? —preguntó.

—Tal vez —dijo Emelina.

—Entonces hagamos que piensen en ello —dijo Cora. Se dirigió a los actores—. ¿Qué tal Las hijas del guardián de las piedras? —exclamó, esperando que la multitud la tapara y no fuera vista.

Ante su sorpresa, funcionó. Tal vez porque era una obra de teatro atrevida, incluso peligrosa, para pedirla: la historia de las hijas de un cantero que resultaron ser brujas y encontraron un hogar lejos de aquellos que las perseguirían. Era el tipo de obra de teatro por la que podrían arrestar a alguien si la representaba en el lugar equivocado.

Pero aquí la interpretaron, en todo su esplendor, figuras enmascaradas que representaban a los sacerdotes que perseguían a los jóvenes que interpretaban los papeles de las mujeres por miedo a la mala suerte. Cora miraba a Emelina con esperanza todo el tiempo.

—Bueno, ¿les está haciendo pensar en el Hogar de Piedra? —preguntó.

—Sí, pero eso no significa que… espera —dijo Emelina, girando la cabeza—. ¿Ves a aquel hombre de allí que está vendiendo lana? Está pensando en una vez que fue allí a comprar y vender. Esa mujer… su hermana fue allí.

—¿Así que tienes de nuevo una dirección? —preguntó Cora.

Vio que Emelina asentía.

—Creo que podemos encontrarlo.

No era una gran esperanza, pero era algo. El Hogar de Piedra aún estaba lejos y, con él, la expectativa de seguridad.

CAPÍTULO CUATRO

Desde arriba, la invasión parecía el movimiento circular de un ala abrazando la tierra que tocaba. El Maestro de los Cuervos disfrutaba de ello y, probablemente, era el único en posición de apreciarlo, pues sus cuervos le daban una perspectiva perfecta mientras su barcos hacían una entrada triunfal en la orilla.

—Tal vez haya otros vigilantes —dijo para sí mismo—. Tal vez las criaturas de esta isla verán lo que se les avecina.

—¿Qué sucede, señor? —preguntó un joven oficial. Era listo y tenía el pelo rubio, su uniforme brillaba por el esfuerzo de pulirlo.

—Nada de lo que te tengas que preocupar. Prepárate para desembarcar.

El joven se fue a toda prisa, con una especie de brío en sus movimientos que parecía ansiar acción. Tal vez se creía invulnerable porque luchaba con el Nuevo Ejército.

—Al final, todos ellos son comida para los cuervos —dijo el Maestro de los Cuervos.

Pero no hoy, pues él había escogido los lugares para desembarcar con cuidado. Existían partes del continente más allá del Puñal-Agua donde la gente disparaba a los cuervos como parte de la rutina, pero aquí todavía tenían que aprender la costumbre. Sus criaturas se habían esparcido, mostrándole los lugares donde los defensores habían colocado cañones y barricadas como preparación para una invasión, donde habían escondido hombres y fortificado aldeas. Habían creado una red de defensas que debería haberse tragado a una fuerza invasora entera, pero el Maestro de los Cuervos veía los agujeros que había en ellas.

—Empezad —ordenó, y resonaron las cornetas, el sonido transportado por las olas. Bajaron las barcas de desembarco y una marea de hombres montados en ellas se propagó por la orilla. En su mayoría, lo hacían en silencio, pues un jugador no anunciaba la posición de sus piezas en el tablero de juego. Se dispersaron, trayendo cañones y provisiones, moviéndose rápidamente.

Ahora sí que empezaba la violencia, exactamente en el modo que él había planeado, hombres arrastrándose lentamente a los lugares de emboscada de sus enemigos para echárseles encima desde atrás, armas machacando los grupos de enemigos que querían detenerlo. Desde esta distancia, debería haber sido imposible oír los gritos de los moribundos, o incluso el disparo de los mosquetes, pero sus cuervos le informaban de todo.

Veía una docena de frentes a la vez, la violencia explotando en un caos multifacético como siempre lo hacía en los momentos después de que hubiera empezado un conflicto. Vio que sus hombres iban a la carga en una playa contra un grupo de campesinos, blandiendo las espadas. Vio a los caballos desembarcar mientras, a su alrededor, una compañía luchaba para mantener su cabeza de playa contra la milicia armados con herramientas para la agricultura. Veía ambos puntos de masacre y valor conseguido con mucho esfuerzo, aunque costaba diferenciarlos.

A través de los ojos de sus cuervos, vio un grupo de caballería que se estaba reuniendo un poco más en el interior, sus corazas brillaban al sol. Había tantos que, potencialmente, podían perforar su red de puntos de desembarco tan cuidadosamente coordinada y, aunque el Maestro de los Cuervos dudaba de que conocieran el lugar correcto en el que atacar, no quería correr ese riesgo.

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