George Saoulidis - Más Despacio

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¿Qué tan rápido puedes pensar? Sin límites se encuentra Black Mirror en esta novela que empuja los límites de las mentes de una pareja. Cuando Galene conoce a un hombre cuyo único objetivo en la vida es hacer que su mente vaya más rápido, ella termina enamorándose de él. Pero, ¿logrará mantener la relación en la cima de la torre de cristal, cuando en realidad es demasiado vaga y está atascada con todos sus objetivos inconclusos, cuando su diferencia de edad se convierte en un problema y cuando su trabajo la coloca en el punto de mira de una cazadora implacable? ¿Quieres saber qué le espera al friki informático Galene? ¿Quieres conocer a Artemis? Entonces lee esta historia agridulce en un mundo donde pensar demasiado rápido puede hacer que te maten. ¿Qué tan rápido puedes pensar? Sin límites se encuentra Black Mirror en esta novela que empuja los límites de las mentes de una pareja. Cuando Galene conoce a un hombre cuyo único objetivo en la vida es hacer que su mente vaya más rápido, ella termina enamorándose de él. Pero, ¿logrará mantener la relación en la cima de la torre de cristal, cuando en realidad es demasiado vaga y está atascada con todos sus objetivos inconclusos, cuando su diferencia de edad se convierte en un problema y cuando su trabajo la coloca en el punto de mira de una cazadora implacable? ¿Quieres saber qué le espera al friki informático Galene? ¿Quieres conocer a Artemis? Entonces lee esta historia agridulce en un mundo donde pensar demasiado rápido puede hacer que te maten. Este es el Libro 2 de la serie ”Contrata a una Musa”. ADVERTENCIA: ”Slow Up” contiene uso de drogas, nootrópcios, bodyhacking, inhibiciones bajas, maldiciones bilingües, ortografía británica, corrección política europea, una tonelada de cosas dadas en el sistema métrico, transhumanismo, adoración a dioses corporativos inventados, reinicio de la mitología griega que son más heréticos que Xena: Princesa Guerrera, referencias a partes del cuerpo masculinas y femeninas, alcohol, abuso, intento de asesinato, felación asistida por Realidad Aumentada, citas de Mean Girls mal usadas, puntas de flecha puntiagudas que a veces terminan en humanos blandos, personajes LGBT, diversidad, los males del soporte técnico, altibajos emocionales, tragedia, angustia y una historia de amor que es tan dulce como sucia.

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Pero incluso Gregoris, que odiaba a muerte los algoritmos de mercado, podía reconocer a regañadientes que funcionaban. Incrementaban las ganancias, aunque en porcentajes minúsculos. Pero porcentajes minúsculos a diario y hablando de millones de dólares o euros o yenes, significaban cientos de miles en beneficios. Cantidades con las que un empleado medio no podría ni soñar después de veinte años de duro trabajo se transferían alrededor del mundo cien veces por segundo.

No importaba, la mitad de los mercados bursátiles del mundo hoy en día estaban automatizados.

Pero el jefe tenía fe en él, en su capacidad para ver más allá del procesamiento mecánico de datos, para intuir.

Para predecir.

Se estremeció. La oficina no estaba fría, por supuesto. Estaba a una temperatura óptima. Había sido psicológico. Abrió el mensaje de voz del director ejecutivo. Del propio Hermes.

Lo reprodujo a velocidad normal, el jefe siempre era rápido y directo.

La voz era demasiado joven para un puesto tan importante. Si no se sabía quién era, podría tomarse por un bromista adolescente.

Pero lo importante era que la palabra fue: «Hazlo».

Escuchó el mensaje tres veces antes de volver a respirar.

Los mercados asiáticos abrieron a su hora.

Hashtags en redes sociales, Twitter, Facebook, Agora, se incendiaron con el anuncio del gigante tecnológico Shijie. Era algo acerca de un juego de atrapar Pokemons de imitación o algo así, pero el dispositivo proyectaba el juego directamente en el campo de visión del jugador. No se necesitaban lentes especiales.

La gente podía ver a los monstruitos mordisqueando el borde de sus sofás y atraparlos, en la radiante realidad aumentada compartida.

Y Hermes había comprado todas las acciones disponibles justo a tiempo, justo antes del anuncio.

Le había conseguido a su empresa un beneficio de 98 millones de euros.

Supera eso, estúpido algoritmo.

Capítulo 3: Galene a vhn x 0.6

El ascensor volvió a tintinar y las puertas se abrieron deslizándose. Esta era la primera vez que Galene ponía un pie en el ático. No era por ninguna razón en particular, simplemente el jefe asignaba a cada informático determinados pisos para que se familiarizaran con las peculiaridades del sistema de cada oficina y los no menos problemáticos elementos humanos.

Había un claro aire elitista ahí arriba. Área de recepción con lujosos sofás de cuero, puertas elegantes pero seguras, electrónica integrada en el diseño del lugar. Galene había visto las oficinas de los altos ejecutivos de la corporación, esto se parecía pero estaba un peldaño más arriba.

Alguien habló, y Galene gritó.

―¡Ay, dios!, ¡me has dado un susto de muerte!

La mujer sonrió dulcemente.

―Hola, Galene. Siento haberla asustado. Debe ser la alfombra, caminar sobre ella es tan silencioso... Me aseguraré de toser la próxima vez.

Galene tiró de la bandolera de su mochila con nerviosismo.

―Sí. Alfombras mullidas. ―¿Había visto a esa mujer antes en alguna parte? La cara en reposo de la mujer parecía extraña, de alguna manera. Su maquillaje o algo así. Su boca abierta. Era como, ¿una máscara? Eso, una máscara de tragedia griega. ¡Eso era!

Raro.

―Qué grosero de mi parte, no me he presentado. Soy Melpomene. Encantada de conocerla. ―Le ofreció la mano.

Galene la estrechó.

―Entonces, ¿llamó por un problema con la computadora?

―Sí, por aquí. Sígame, por favor.

Melpomene usó su tarjeta de acceso, y cruzaron la puerta. Galene no podía ver todo el interior pero, al conocer la disposición del edificio, dedujo que el ático ocupaba todo el piso. Le resultó extraño, porque estaba acostumbrada a la distribución de todos los otros pisos del rascacielos, con un amplio espacio central para los empleados y oficinas en las esquinas para los gerentes. Este se había hecho distinto.

La decoración era moderna y parecía cara. Entraron en el departamento en sí, que parecía más habitado que el vestíbulo. No es que fuera un completo desorden; de nuevo, Galene no se atrevería a acusar a nadie de ser un guarro, pero había claras señales de que alguien vivía ahí permanentemente.

Un hombre, para ser precisos.

―Por favor, espere aquí un momento ―dijo Melpomene y entró en la habitación de al lado.

Galene musitó y miró alrededor. Había muchas cosas interesantes por ahí. Gran cantidad de artilugios frikis abarrotaban el lugar. ¡Oh, genial! Una espada láser. Magnífico. Empezó a curiosear por los estantes, que se repartían prácticamente por todas las paredes. Había filas y filas de libros, pero algunas estanterías solo tenían discos duros apilados. Cada etiqueta indicaba su contenido: viejos programas de televisión, temporadas completas de series de Netflix, películas. Una estantería completa con títulos de libros.

Espera, ¿doscientos libros por disco? Eso no podía estar bien, en cada uno de ellos cabían millones de libros.

Galene se mordió el labio y tocó la espada láser. La empuñó, y se activó el sonido característico. Sonó demasiado fuerte y Galene hizo una mueca de dolor. Estaba a punto de dejarla en su sitio cuando algo llamó su atención.

Podía oír a Melpomene hablar con un hombre al otro lado del pasillo.

Espera.

Su voz sonaba graciosa. Extraña, de alguna manera.

―ObviamentelamandaronaellaporqueGeorgenoestabadisponible.

¿Hablaba muy rápido?

El hombre respondió algo.

―¿Quieresqueloreviseconeljefededepartamento?

¡Hostia! Sí que estaba hablando rápido.

El hombre suspiró, quizás.

―¿Sabeellasiquieraloqueestáhaciendo?

¡Eh, menuda imbécil!

―Suniveldehabilitaciónestáverificadosiesoesloquetepreocupa.

―Bien.Lahagopasar.

A Galene se le resbaló la espada láser, y se cayó al suelo.

Melpomene regresó, la vio colocándola de nuevo en su soporte y sonrió.

―Sígame por esta puerta, por favor.

―Ajá. Por supuesto. ―Galene la siguió.

El hombre era un cuarentón. A ojos de Galene parecía viejo. Guapo, pero viejo. Tenía patillas grisáceas, ese detalle que hacía a un hombre sexy durante unos cuantos años más de su vida, como si la naturaleza le diera una última oportunidad de propagar sus genes antes de quitarle la erección.

―Hola. Bien, el problema es... Bueno, no sé realmente cuál es el problema, George había aislado algo... Llámame Greg, para acortar ―prorrumpió él, interrumpiéndose a sí mismo, y le extendió la mano.

Galene la estrechó.

―Hola. Soy Galene. Llámame Gal, para acortar.

―Lo corto es bueno.

Ella soltó una risita.

―No te estás refiriendo a la estatura, ¿verdad?

Ella era muy bajita y él medía 1.80, así que le sacaba una buena cabeza.

―¡Ah, no! estaba hablando de brevedad. ―Miró su reloj. No era un reloj inteligente, sino uno digital antiguo, con botones y detalles deportivos. Raro.

―Bueno, estoy a punto de recibir una llamada; por favor, haga las comprobaciones necesarias al ordenador. ―Señaló una de las torres de la oficina. Tenía un montaje espectacular, aunque no inusual para los analistas, con cuatro monitores separados, dos torres con teclados separados, auriculares, sonido estéreo (no holofrecuencia, lo cual era, de nuevo, raro) y una conexión de fibra óptica con una IA de Hermes. Esto último lo sabía Gal porque había trabajado en el otro extremo de la línea, cuando había arreglado algún problema con su colega George.

En la pantalla se veía un vídeo congelado, con subtítulos automáticos debajo. En la esquina superior se podía leer «x 3.0».

Gal se encogió de hombros y tiró su mochila sobre el escritorio. Se arrastró por debajo de la mesa y accedió a la torre del ordenador. Era curioso que nadie mencionara todo el tiempo que pasaba un trabajador de TI debajo de los escritorios. Deberían ponerlo en la descripción del trabajo: Tecnología de la Información, debajo de los escritorios.

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