Pero no tenemos el fuego
abrimos las manos
ponemos el cuerpo frente al dispositivo de
la porra la polla la puta lo poco que
nos queda para conocer el primer fuego, Eli
el que hizo un bisonte sobre la gruta
y permitió la historia velada en la boca del que cruzó
la melodía
tanto cruzó la muy loca que todo
todo lo heredaría la que encerradaen Tordesillas
«y la encierran en su cámara que no tiene luz ninguna»
que no tiene ninguna luz[Catalina de Austria
imagina que toda luz se extingue]
nadie imagina
el fuego o el fuego
ha consumido todo y ya no
pero cuando «es de noche
en esta viva fuente que deseo»
entonces el aljibe desde donde gamitan
todos nuestrxs amantes
porque sí gamitan y gorjean y fulguran y aúllan
y ojalá que
pero las piradas no
pero no
no tenemos el fuego
si pudieran vernos ardereternamente
si Teresa de Jesús hubiera dicho:
justo esto es masturbarse mientras escribía aquello de
«así como en el cielo hay muchas moradas»
cuántas veces quiebra el lenguajeSanta Teresa se
en la barricada hay un tropiezosoba el santo coño
también el lenguaje se fractura ya ves
mal en
tendido
en el suelo un cuerpo sin nombre
es Asterión su casa que como todo eco
todo eco todo ecoes cualquier
sonido
y no queda otro sonido
que la ecolaliaes Asterión
el que desconoce
su nombre propio
pues no queda la referencia
la categoría necesaria para desear verlo
todo —repito— verlo todo
arder.
Hace falta algo más poderoso que la esperanza o la barricada para transgredir la línea del relato. Hace falta del deseo por reunirse, por encontrar la cooficialidad de la neoperformance —una de cuerpo no dado, no representado, no captable—, para entender que todo el mundo repite «fuego» pero nadie habla sobre el mismo fuego. El Estado de excepción que impones, el de las demandas que oculta el acudir a la mani de la mano, no escribir sobre lo escrito, no conceder pausa; en fin, bien me recuerda a aquella noche aceleracionista apilada en su contradicción de ser lo de siempre bajo la posibilidad de mostrarnos otras. Estarían en la misma sala Ballesta reunidas las xenofeministas, los teóricos del trap, los maricones ecomarxistas, Pili la ravera, editores, sadbois, fuckbois, babosos y keteros; bailando por la vida o desde la vida o ante la vida o para la vida. El mismo rito que acepta descomponer lo poco que queda del yo, la extraña inoperancia de terminar la frase: «oh sena acaso te he pedido yo nunca nada?».
No podemos darte eso que nos vas a pedir
porque «se sabe que el hielo no es piel».
Pero tú no conoces la distancia. Tú no quieres un final acomodaticio como Despentes imaginando un futuro sobre el futuro texto que se aproxima, que futurabilizará la versión de sí. Tú no deseas la dialéctica del sesenta y nueve. Cada vez que me presto a imaginar un futuro, ya te escapas, ya prohíbes la escritura en un libro. Yo no sé cómo serán les niñes del 2030, siquiera si habrá posibilidad de engendrarles. Tampoco sé cómo serán tus libros en 2030, cómo se especificará el amor o se acotará una cita obsoleta de Rosalía. Lo que sí alcanzo a visionar es tu apartamento: un avión que cruza la línea. Desde donde piensas la ternura en la trinchera, la contradicción de aceleradamente ralentizarlo todo. Transitando la luminosidad del cielo acuhillado con los subproductos de cada uno de los motores que viste un Airbus A380. Tan solo si Cristobal Colón hubiera tomado el camino equivocado. O si el ozono fuera sencillamente fabricable. O si las torres —cada una de las torres levantadas— cayeran, entonces, insisto, qué sería verlo todo arder.
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