La redada estaba programada para una noche sin luz de luna, de modo que los helicópteros pudieran acceder al área de operaciones a ras de suelo, sin ser detectados. Los helicópteros iban a utilizar el terreno montañoso y las técnicas de contorno táctico para llegar al complejo sin aparecer en el radar y alertar a cualquier persona hostil, (especialmente a los servicios militares y de inteligencia pakistaníes, que se sospechaba que cooperaban con los talibanes para ocultar el objetivo).
Con amigos como los pakistaníes...
Los edificios bajos de la base aérea y la torre de control de vuelo se encogieron ante el asombroso telón de fondo de las montañas cubiertas de nieve. Cuando Luke miró por la compuerta, dos aviones de combate despegaron a medio kilómetro de distancia, el rugido de sus motores era casi ensordecedor. Un momento después, los jets rompieron la barrera del sonido en algún lugar en la distancia. Los despegues fueron ruidosos, pero los estallidos sónicos fueron silenciados por el viento a gran altura.
El motor del helicóptero cobró vida. Las hélices del rotor empezaron a girar, al principio lentamente, luego con una velocidad creciente. Luke miró a lo largo de la línea. Diez hombres con monos y cascos, sin incluirse a sí mismo, estaban revisando y repasando compulsivamente su equipo. El duodécimo, el Teniente Coronel Heath, estaba recostado en la cabina, en la parte delantera del helicóptero, hablando con los pilotos.
—Te lo estoy diciendo, Stone, —dijo Martínez.
—Te he oído la primera vez, Martínez.
—La buena suerte no dura para siempre, tío, los buenos días se acaban.
—No me preocupo porque, en mi caso, no es suerte, —dijo Wayne. —Es habilidad.
Martínez se burló de eso.
—¿Un gran bastardo gordo como tú? Tienes suerte cada vez que una bala no te atraviesa. Eres la cosa más grande y lenta que hay aquí.
Luke reprimió una carcajada y volvió a centrarse en su equipo. Sus armas incluían un rifle de asalto HK416 y un MP5 para peleas cuerpo a cuerpo. Las armas estaban cargadas y tenía munición adicional metida en los bolsillos. Tenía una pistola SIG P226, cuatro granadas, una herramienta para cortar y romper y unas gafas de visión nocturna. Este dispositivo de visión nocturna en particular era el GPNVG-18, mucho más avanzado y con un campo de visión mucho más amplio que las gafas de visión nocturna estándar que se ofrecían a los típicos militares.
Estaba listo para la fiesta.
Luke sintió que el helicóptero despegaba. Miró hacia arriba, estaban en movimiento. A su izquierda, vio el segundo helicóptero, también dejando su plataforma.
—Vosotros dos sois los hombres vivos más afortunados, en lo que a mí respecta, —dijo.
—¿Ah, sí? —dijo Martínez. —¿Eso por qué?
Luke se encogió de hombros y sonrió. —Estás montando conmigo.
* * *
El helicóptero voló bajo y rápido.
Las colinas rocosas zumbaban debajo de ellos, tal vez sesenta metros más abajo, casi lo suficientemente cerca como para tocarlas. Luke observó la profunda oscuridad a través de la ventana. Supuso que se estaban moviendo a más de cien kilómetros por hora.
La noche era negra y volaban sin luces. Ni siquiera podía ver el segundo helicóptero ahí fuera.
Parpadeó y, en su lugar, vio a Rebecca. Ella sí era algo que merecía la pena contemplar. No tanto por los detalles físicos de su rostro y su cuerpo, que eran realmente hermosos, sino por su esencia. En los años que habían estado juntos, él había llegado a ver más allá de lo físico. Pero el tiempo pasaba muy rápido. La última vez que la vio, ¿cuándo fue eso, hace dos meses? Su embarazo acababa de empezar a notarse.
Necesito volver.
Luke miró hacia abajo, a su MP5, que estaba sobre su regazo. Por una fracción de segundo, casi parecía estar viva, como si de repente decidiera comenzar a disparar por su cuenta. ¿Qué estaba haciendo con esta cosa? Tenía un hijo en camino.
—¡Caballeros! —gritó una voz. Luke casi se salió de su cuerpo. Levantó la vista y Heath se paró frente al grupo. —Nos acercamos al objetivo, tiempo estimado unos diez minutos aproximadamente. Acabo de recibir un informe de la base. Los fuertes vientos han levantado un montón de polvo, nos vamos a encontrar con un poco de mal tiempo desde aquí hasta el objetivo.
—Fantástico —dijo Martínez. Miró a Luke, con ojos significativos.
—¿Qué se supone que significa eso, Martínez? —dijo Heath.
—¡Me encanta el clima, señor! —gritó Martínez.
—¿Ah, sí? —dijo Heath. —¿Y eso por qué?
—Aumenta el peligro hasta doce veces. Hace la vida más emocionante.
Heath asintió. —Buen chico. ¿Quieres emoción? Pues parece que podríamos estar aterrizando en condiciones cero-cero.
A Luke no le gustó cómo sonaba eso. Cero-cero significaba cero cielo, cero visibilidad. Los pilotos se verían obligados a dejar que el sistema de navegación del helicóptero les hiciera el avistamiento. Eso estaba bien, lo peor era el polvo. Aquí, en Afganistán, era tan fino que fluía casi como el agua. Podía aparecer a través de las grietas más pequeñas. Podía entrar en los engranajes y en las armas. Las nubes de polvo podían causar apagones, ocultando por completo cualquier obstáculo hostil, que pudiera estar esperando en la zona de aterrizaje.
Las tormentas de polvo acechaban las pesadillas de cada soldado aerotransportado en Afganistán.
Como si fuera una señal, el helicóptero se estremeció y recibió un golpe de viento lateral. Y así, se metieron de lleno dentro de la tormenta de polvo. El sonido fuera del helicóptero cambió; hacía un momento, todo lo que se podía oír era el fuerte zumbido de los rotores y el rugido del viento. Ahora, el sonido del polvo arremolinándose y golpeando el exterior del helicóptero competía con los otros dos sonidos. Sonaba casi como la lluvia.
—¡Informe del polvo! —gritó Heath.
Los hombres estaban en las ventanas, mirando hacia fuera, a la nube que echaba chispas.
—¡Polvo en la rueda de la cola! —gritó alguien.
—¡Polvo en la compuerta de carga! —dijo Martínez.
—¡Polvo en el equipo de aterrizaje!
—¡Polvo en la puerta de la cabina!
En segundos, el helicóptero fue engullido. Heath repitió cada intervención en sus auriculares. Ahora estaban volando a ciegas, el helicóptero atravesaba un cielo espeso y oscuro.
Luke se quedó mirando la arena que golpeaba las ventanas. Era difícil creer que todavía estuvieran en el aire.
Heath se llevó una mano al casco.
—Pirata 2, Pirata 2… sí, copia. Adelante, Pirata 2.
Heath tuvo contacto por radio con el otro equipo de la misión, por dentro de su casco. Al parecer, el segundo helicóptero lo estaba llamando por la tormenta.
El escuchó.
—Negativo a lo de regresar a la base, Pirata 2. Continua según lo planeado.
Los ojos de Martínez se encontraron con los de Luke de nuevo. Sacudió la cabeza. El helicóptero se sacudió y se bamboleó. Luke miró a los hombres en línea. Eran luchadores endurecidos, pero ninguno de ellos parecía ansioso por continuar esta misión.
—Negativo el aterrizaje forzoso, Pirata 2. Te necesitamos en esto...
Heath se detuvo y escuchó de nuevo.
—¿Mayday? ¿Ya?
Esperó. Ahora miraba a Luke, sus ojos eran estrechos y duros. No parecía asustado, parecía frustrado.
—Los he perdido. Ese era nuestro apoyo. ¿Alguno de vosotros puede verlos ahí fuera?
Martínez miró por la ventana. Gruñó. Ya ni siquiera era de noche. No había nada que ver fuera, sólo polvo marrón.
—Pirata 2, Pirata 2, ¿me recibes? —dijo Heath.
Esperó un momento.
—Adelante, Pirata 2. Pirata 2, Pirata 2.
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