El señor John Dashwood le repitió a su madre una y otra vez cuán profundamente lamentaba que ella hubiera escogido una casa a una distancia tan lejana de Norland que le impediría ofrecerle sus servicios para el traslado de su mobiliario. Se sentía en verdad apenado con la situación, porque hacía impracticable aquel esfuerzo al que había limitado el cumplimiento de la promesa a su padre. Los propios fueron enviados por mar. Consistían principalmente en ropa blanca, cubiertos, vajilla y libros, junto con un hermoso piano de Marianne. La señora de John Dashwood vio partir los bultos con un suspiro; no podía evitar sentir que como la renta de la señora Dashwood iba a ser tan minúscula comparada con la suya, a ella le correspondía tener cualquier artículo de mobiliario que fuera bello.
La señora Dashwood alquiló la casa por un año; ya estaba amueblada, y podía tomar posesión de ella enseguida. Ninguna de las partes interesadas opuso dificultad alguna al acuerdo, y ella esperó tan solo el despacho de sus efectos desde Norland y decidir su futuro servicio doméstico antes de partir hacia el oeste; y esto, dada la gran velocidad con que llevaba a cabo todo lo que le interesaba, muy pronto estuvo hecho. Los caballos que le había legado su esposo habían sido vendidos tras su defunción, y habiéndosele ofrecido ahora una oportunidad de disponer de su carruaje, aceptó venderlo a instancias de su hija mayor. Si hubiera dependido solo de sus deseos, se lo habría quedado, para mayor comodidad de sus hijas; pero prevaleció el buen juicio de Elinor. Fue también su inteligencia la que limitó el número de sirvientes a tres, dos doncellas y un hombre, rápidamente seleccionados entre los que habían constituido su servicio en Norland.
El hombre y una de las doncellas partieron pronto a Devonshire a preparar la casa para la llegada de su ama, pues como la señora Dashwood desconocía por completo a lady Middleton, prefería llegar directamente a la cabaña antes que hospedarse en Barton Park; y confió con tal seguridad en la descripción que sir John había realizado de la casa, que no sintió curiosidad de examinarla por sí misma hasta que entró en ella como su dueña. La evidente satisfacción de su nuera ante la perspectiva de su marcha, apenas disimulada tras una fría invitación a quedarse por espacio de más tiempo, mantuvo intacto su deseo de alejarse de Norland. Ahora era el momento en que la promesa de John Dashwood a su padre podría haberse cumplido con especial deferencia. Como había descuidado hacerlo al llegar a la casa, el momento en que ellas la abandonaban parecía el más idóneo para ello. Pero muy pronto la señora Dashwood renunció a toda esperanza al respecto y comenzó a convencerse, por el sentido general de su conversación, de que su ayuda no iría más allá de haberlas mantenido durante seis meses en Norland. Con tanta frecuencia se refería él a los crecientes gastos del hogar y a las permanentes e incalculables peticiones monetarias a que estaba expuesto cualquier caballero de alguna prestancia, que más parecía estar necesitado de dinero que dispuesto a concederlo.
Muy pocas semanas después del día que trajo la primera carta de sir John Middleton a Norland, todos los arreglos estaban tan adelantados en su futuro alojamiento que la señora Dashwood y sus hijas pudieron ponerse en marcha.
Muchas fueron las lágrimas que derramaron en su última despedida a un lugar que tanto habían amado.
—¡Querido, querido Norland! —repetía Marianne mientras iba arriba y abajo sola ante la casa la última tarde que estuvieron allí—. ¿Cuándo dejaré de recordarte?; ¿cuándo aprenderé a sentir como un hogar cualquier otro sitio? ¡Ah, dichosa casa! ¡Cómo podrías saber lo que sufro al verte ahora desde este lugar, desde donde puede que no vuelva más! ¡Y ustedes, árboles que me son tan familiares! Pero ustedes, ustedes continuarán igual. Ninguna hoja se marchitará porque nosotras nos vayamos, ninguna rama dejará de agitarse aunque ya no podamos contemplarlas. No, seguirán iguales, insensibles del placer o la pena que ocasionan e insensibles a cualquier innovación en aquellos que caminan bajo sus sombras. Y, ¿quién quedará para gozarlos?
Capítulo VI
La primera parte del viaje transcurrió en medio de un ánimo tan deprimente que no pudo resultar sino aburrido y desagradable. Pero a medida que se aproximaban a su destino, el interés en la apariencia de la región donde habrían de vivir se sobrepuso a su depresión, y la vista del Valle Barton a medida que entraban en él las fue llenando de alegría. Era una comarca acogedora, fértil, con grandes bosques y rica en pastizales. Tras un recorrido de más de una milla, llegaron a su propia casa. En el frente, un pequeño jardín verde constituía la totalidad de sus dominios, al que una coqueta portezuela de rejas les permitió la entrada.
Como vivienda, la casita de Barton, si bien pequeña, era acogedora y sólida; pero como casa de campo era defectuosa, porque la construcción era regular, el techo poseía tejas, las celosías de las ventanas no estaban pintadas de verde ni los muros estaban cubiertos de madreselva. Un corredor angosto llevaba directamente a través de la casa al jardín del fondo. A ambos lados de la entrada se abría una salita de estar de cerca de dieciséis pies cuadrados; y después estaban las dependencias de servicio y las escaleras. Cuatro dormitorios y dos buhardillas componían el resto de la casa. No había sido levantada hacía muchos años y estaba en buenas condiciones. En comparación con Norland, ¡ciertamente era pequeña y pobre! Pero las lágrimas que hicieron brotar los recuerdos al entrar a la casa muy pronto desaparecieron. Las alegró el gozo de los sirvientes a su llegada y cada una, pensando en las otras, decidió parecer alegre. Era principios de septiembre, el tiempo estaba hermoso, y desde la primera visión que tuvieron del lugar bajo las ventajas de un buen clima, la impresión favorable que recibieron fue de gran importancia para que se hiciera acreedor de su más firme aprobación.
El emplazamiento de la casa era bueno. Tras ella, y no muy lejos a ambos lados, se levantaban altas colinas, algunas de las cuales eran lomas abiertas, las otras cultivadas y boscosas. La aldea de Barton estaba situada casi en su totalidad en una de estas colinas, y ofrecía una hermosa vista desde las ventanas de la casita. La perspectiva por el frente era más amplia; se dominaba todo el valle, e incluso los campos en que este desembocaba. Las colinas que rodeaban la cabaña cerraban el valle en esa dirección; pero bajo otro nombre, y con otro curso, se abría otra vez entre dos de los montes más en cuesta.
La señora Dashwood se sentía contenta en términos generales con el tamaño y mobiliario de la casa, pues aunque su antiguo estilo de vida hacía necesario mejorarla en muchos aspectos, siempre era un placer para ella ampliar y perfeccionar las cosas; y en ese momento contaba con bastante dinero para infundir a los aposentos todo lo que necesitaban de mayor prestancia.
—En cuanto a la casa misma —dijo—, por cierto es demasiado pequeña para nuestra familia; pero estaremos relativamente cómodas por el momento, ya que se encuentra muy avanzado el año para realizar reformas. Quizás en la primavera, si tengo bastante dinero, como me atrevo a señalar que tendré, podremos pensar en construir. Estos vestíbulos son los dos demasiado pequeños para los grupos de amigos que espero ver frecuentemente reunidos aquí; y tengo la idea de llevar el corredor dentro de uno de ellos, con quizás una parte del otro, y así dejar lo restante de ese otro como vestíbulo; esto, junto con una nueva sala, que puede ser agregada sin problemas, y un dormitorio y una buhardilla arriba, harán de ella una casita muy resguardada. Podría desear que las escaleras fueran más atractivas. Pero no se puede esperar todo, aunque creo que no sería difícil ampliarlas. Ya veré cuánto le deberé al mundo cuando llegue la primavera, y planificaremos nuestras mejoras de acuerdo con ello.
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