—¿Y cómo llegó usted a adivinar este motivo?
—Si en la casa hubiese habido mujeres, habría sospechado que se trataba de un vulgar enredo amoroso. Pero no había que pensar en ello. El negocio que el prestamista hacía era pequeño, y no había nada dentro de la casa que pudiera explicar una preparación tan complicada y un desembolso como el que estaban haciendo. Por consiguiente, era por fuerza algo que estaba fuera de la casa. ¿Qué podía ser? Me dio en qué pensar la afición del empleado a la fotografía, y el truco suyo de desaparecer en la bodega... ¡La bodega! En ella estaba uno de los extremos de la complicada madeja. Pregunté detalles acerca del misterioso empleado, y me encontré con que tenía que habérmelas con uno de los criminales más calculadores y audaces de Londres. Este hombre estaba realizando en la bodega algún trabajo que le exigía varias horas todos los días, y esto por espacio de meses. ¿Qué puede ser?, volví a preguntarme. No me quedaba sino pensar que estaba abriendo un túnel que desembocaría en algún otro edificio.
—A ese punto había llegado cuando fui a visitar el lugar de la acción. Lo sorprendí a usted cuando golpeé el suelo con mi bastón. Lo que yo buscaba era descubrir si la bodega se extendía hacia la parte delantera o hacia la parte posterior. No daba a la parte delantera. Tiré entonces de la campanilla y acudió, como yo esperaba, el empleado. Él y yo hemos librado algunas escaramuzas, pero nunca nos habíamos visto. Apenas si me fijé en su cara. Lo que yo deseaba ver eran sus rodillas. Usted mismo debió de fijarse en lo desgastadas y llenas de arrugas y de manchas que estaban. Pregonaban las horas que se había pasado socavando el agujero. Ya solo quedaba por determinar hacia dónde lo abrían. Doblé la esquina, me fijé en que el City and Suburban Bank daba al local de nuestro amigo, y tuve la sensación de haber resuelto el problema. Mientras usted, después del concierto, marchó en coche a su casa, yo me fui de visita a Scotland Yard y a casa del presidente del directorio del banco, con el resultado que usted ha visto.
—¿Y cómo supo que realizarían esta noche su tentativa? —pregunté.
—Pues bien: al cerrar las oficinas de la Liga daban con ello a entender que ya les tenía sin cuidado la presencia del señor Jabez Wilson, en otras palabras, que habían terminado su túnel. Pero resultaba fundamental que lo aprovechasen pronto, ante la posibilidad de que fuese descubierto, o el oro trasladado a otro sitio. Les convenía el sábado, mejor que otro día cualquiera, porque les proporcionaba dos días para huir. Por todas esas razones yo creí que vendrían esta noche.
—Hizo usted sus deducciones magníficamente —exclamé con admiración sincera—. La cadena es larga, sin embargo, todos sus eslabones suenan a cosa cierta.
—Me libró de mi fastidio —contestó Holmes, bostezando—. Por desgracia, ya estoy sintiendo que otra vez se apodera de mí. Mi vida se desarrolla en un largo esfuerzo para huir de las vulgaridades de la existencia. Estos pequeños problemas me ayudan a conseguirlo.
—Y es usted un benefactor de la raza humana —le dije yo.
Holmes se encogió de hombros, y contestó a modo de comentario:
—Pues bien: a fin de cuentas, quizá tengan alguna pequeña utilidad. L’homme c’est rien, l’ouvre c’est tout, según escribió Gustave Flaubert a George Sand.
Un caso de identidad
—Mi querido amigo —dijo Sherlock Holmes estando él y yo sentados al lado de la chimenea, en sus habitaciones de Baker Street—, la vida es infinitamente más extraña que todo cuanto la mente del hombre podría imaginar. No osaríamos concebir ciertas cosas que resultan verdaderos lugares comunes de la existencia. Si nos fuera posible salir volando por esa ventana agarrados de la mano, revolotear por encima de esta gran ciudad, levantar suavemente los techos, y asomarnos a ver las cosas raras que ocurren, las coincidencias extrañas, los proyectos, los contraproyectos, los asombrosos encadenamientos de circunstancias que ocurren a través de las generaciones y desembocan en los resultados más outré, nos resultarían por demás triviales e infructíferas todas las obras de ficción, con sus convencionalismos y con sus conclusiones previstas de antemano.
—Pues yo no estoy convencido de ello —contesté—. Los casos que salen a la luz en los periódicos son, por regla general, bastante sosos y vulgares. En nuestros informes policíacos nos encontramos con el realismo llevado a sus últimos límites pero, a pesar de ello, el resultado, es preciso confesarlo, no es ni fascinador ni artístico.
—Se requiere cierta dosis de selección y de discreción al exhibir un efecto realista —comentó Holmes—. Esto se echa de menos en los informes de la policía, en los que es más probable ver subrayadas las vulgaridades del magistrado que los detalles que encierran para un observador la esencia vital de todo el asunto. Créame, no hay nada tan antinatural como lo común.
Me sonreí, moviendo negativamente la cabeza, y dije:
—Comprendo que usted piense de esa manera. Sin duda que, dada su posición de consejero extraoficial, que presta ayuda a todo aquel que se encuentra totalmente desconcertado en toda la superficie de tres continentes, entra usted en contacto con todos los hechos extraordinarios y sorprendentes que ocurren. Pero aquí —y al decirlo recogí del suelo el periódico de la mañana— hagamos una experiencia práctica. Aquí tenemos el primer encabezado con que tropiezo: “Crueldad de un marido con su mujer”. En total, media columna de letra impresa que sé, sin leerla, que no encierra sino hechos completamente familiares para mí. Tenemos, claro está, el caso de la otra mujer, de la bebida, del empujón, del golpe, de las magulladuras, de la hermana simpática o de la patrona. Los escritores más toscos no podrían inventar nada más vulgar.
—Pues bien: el ejemplo resulta desafortunado para su argumentación —dijo Holmes, echando mano al periódico y recorriéndolo con la mirada—. Aquí se trata del caso de separación del matrimonio Dundas, precisamente yo me ocupé de poner en claro algunos pequeños detalles relacionados con el mismo. El marido era abstemio, no había de por medio otra mujer y la queja que se alegaba era que el marido había adquirido la costumbre de terminar todas las comidas despojándose de su dentadura postiza y tirándosela a su mujer, acto que, usted convendrá conmigo, no es probable que surja en la imaginación del escritor corriente de novelas. Tome usted un pellizco de rapé, doctor, y confiese que en el ejemplo que usted puso me he anotado yo un tanto a mi favor.
Me alargó su caja de oro viejo para el rapé, con una gran amatista en el centro de la tapa. Su magnificencia contrastaba de tal manera con las costumbres sencillas y la vida llana de Holmes, que no pude menos de comentar aquel detalle.
—Me había olvidado de que llevo varias semanas sin verlo a usted —me dijo—. Esto es un pequeño recuerdo del rey de Bohemia en pago de mi colaboración en el caso de los documentos de Irene Adler.
—¿Y el anillo? —le pregunté, mirando al precioso brillante que centelleaba en uno de sus dedos.
—Procede de la familia real de Holanda, pero el asunto en que yo le serví es tan extraordinariamente delicado que no puedo confiárselo ni siquiera a usted, que ha tenido la amabilidad de hacer la crónica de uno o dos de mis pequeños problemas.
—¿Y no tiene en este momento a mano ninguno? —le pregunté con interés.
—Tengo diez o doce, pero ninguno de ellos presenta rasgos que lo hagan destacar. Compréndame, son de importancia, sin ser interesantes. Precisamente he descubierto que, de ordinario, suele ser en los asuntos sin importancia donde se presenta un campo mayor de observación, propicio al rápido análisis de causa y efecto, que es lo que da su encanto a las investigaciones. Los grandes crímenes suelen ser los más sencillos, porque, cuanto más grande es el crimen, más evidente resulta, por regla general, el móvil. En estos casos de los que le hablo no hay nada que ofrezca rasgo alguno de interés, con excepción de uno bastante intrincado que me ha sido enviado desde Marsella. Sin embargo, bien pudiera ser que tuviera alguna cosa mejor antes que transcurran unos pocos minutos, porque, o mucho me equivoco, o ahí llega uno de mis clientes.
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