Knowledge house - Mujercitas

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Little Women o, Meg, Jo, Beth y Amy es una novela de la autora estadounidense Louisa May Alcott (1832-1888). Escrita y publicada en dos partes en 1868 y 1869, la novela sigue la vida de cuatro hermanas, Meg, Jo, Beth y Amy March, y se basa libremente en las experiencias infantiles de la autora con sus tres hermanas. La primera parte del libro fue un éxito comercial y crítico inmediato y provocó la composición de la segunda parte del libro, también un gran éxito. Ambas partes se publicaron por primera vez como un solo volumen en 1880. El libro es un clásico estadounidense incuestionable.

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—Belle dijo que las muchachas pobres no tienen posibilidad de encontrar un buen marido si no hacen por llamar la atención —dijo Meg con un suspiro.

—Entonces, nos quedaremos solteras —sentenció Jo.

—Muy bien, Jo. Más vale ser una solterona feliz que una esposa desgraciada o una jovencita desvergonzada ávida por encontrar marido —dijo la señora March con decisión—. Meg, no te preocupes; la pobreza rara vez aleja al verdadero amor. Algunas de las damas más distinguidas que conozco fueron muchachas pobres pero tan merecedoras de amor que la vida no permitió que se quedasen solteras. Da tiempo al tiempo. Esforzaos para que este sea un hogar feliz; de ese modo estaréis preparadas para formar el vuestro cuando llegue el momento y, si no llega, os sentiréis a gusto en esta casa. Recordad, hijas mías, que vuestra madre está siempre dispuesta a escuchar vuestras confidencias; que vuestro padre es vuestro mejor amigo, y que ambos confiamos y esperamos que nuestras hijas, casadas o solteras, nos hagan sentir orgullosos.

—¡Lo haremos, Marmee, lo haremos! —exclamaron ambas con todo el corazón antes de que su madre les diera las buenas noches.

10

EL CLUB PICKWICK Y EL BUZÓN DE CORREOS

Con la primavera llegaron nuevas formas de diversión y, al prolongarse las horas de luz, las muchachas contaban con tardes más largas para trabajar o entretenerse con toda clase de juegos. El jardín necesitaba un repaso, y cada hermana disponía de un cuarto del pequeño terreno para arreglarlo a su gusto. Hannah solía decir: «Podría decir quién se encarga de cada parcela aunque viera el jardín desde China». Y a buen seguro podría, puesto que el gusto de las hermanas difería tanto como sus caracteres. Meg solía plantar rosas y heliotropos, mirto y un pequeño naranjo. La parcela de Jo nunca estaba igual dos temporadas seguidas porque no dejaba de hacer experimentos; ese año tenía previsto plantar girasoles con idea de que las semillas alimentasen a la Tía Cockle-top y a sus polluelos. A Beth le gustaban las flores fragantes: guisante de olor y reseda, espuela de caballero, clavelinas, pensamientos y artemisa, junto con alpiste para el pájaro y hierba gatera para los mininos. Amy tenía un emparrado —bastante pequeño y desigual, pero muy bonito—, del que colgaban madreselvas e ipomeas de colores, además de azucenas, elegantes helechos y varias plantas brillantes y pintorescas que se adaptaban a las condiciones del jardín.

Dedicaban los días de buen tiempo a cuidar el jardín, pasear, remar en el río y recoger flores silvestres, y los días lluviosos recurrían a entretenimientos caseros más o menos originales. El CP era uno de sus favoritos. Como en esa época las sociedades secretas estaban muy de moda, las muchachas decidieron crear una y, puesto que todas admiraban la obra de Dickens, la llamaron el Club Pickwick, Las sesiones duraban ya un año, aunque había habido varios períodos de abandono, y tenían lugar el sábado por la tarde, en el desván, siguiendo un protocolo bastante rígido. Colocaban tres sillas ante una mesa sobre la que había una lámpara, cuatro distintivos con las siglas CP escritas en diferentes colores y una publicación semanal llamada The Pickwick Portfolio , en cuya confección colaboraban todas y de la que Jo, a la que le gustaban las plumas y la tinta, era editora. A las siete en punto, los cuatro miembros subían a la sala de reuniones, se colocaban los distintivos y tomaban asiento con aire solemne. Como Meg era la mayor, hacía las veces de Samuel Pickwick; por su afición literaria, Jo era Augustus Snodgrass; Beth era Tracy Tupman por su aspecto, y Amy era Nathaniel Winkle porque siempre trataba de hacer lo que no estaba en su mano. El presidente, el señor Pickwick, leía el periódico, en el que aparecían cuentos, poesías y noticias locales, anuncios divertidos y consejos que eran simpáticos recordatorios de faltas que debían superar.

En aquella ocasión, el señor Pickwick se colocó unos anteojos sin cristales, golpeó la mesa, carraspeó y, después de lanzar una mirada severa al señor Snodgrass, que estaba repantigado en su silla y se colocó bien de inmediato, empezó la lectura.

The Pickwick Portfolio

20 de mayo de 18—

El rincón del poeta

ODA DE ANIVERSARIO

Una vez más, nos reunimos para celebrar,

con este rito, solemne y solidario,

en una sede que no podemos más que alabar,

nuestro quincuagésimo segundo aniversario.

Nadie nuestro pequeño club ha abandonado,

volvemos a vernos felices las caras;

hallándonos todas en perfecto estado,

nos estrechamos las manos entusiasmadas.

A nuestro querido Pickwick, siempre atento,

le damos la bienvenida con sumo respeto.

Él se pone las gafas y ocupa su puesto

y lee nuestro boletín con contento.

Aunque está resfriado y estornuda,

somos felices al escuchar tan sabia lectura.

La tos intenta volver su voz muda,

pero él siempre está a la altura.

El bueno de Snodgrass, alto y desgarbado,

con gracia elefantina en la sala

saluda a su equipo, tan entregado,

con una alegría que en el alma cala.

El fuego poético ilumina su mirada

y, aunque lucha por resistir,

lleva la ambición en la frente marcada

¡Y en su nariz, una mancha nos va a divertir!

Entra el tranquilo Tupman a continuación,

tan sonrosado, gordete y almibarado.

De risas llena la habitación

y de la silla cae al suelo azorado.

El remilgado de Winkle también acude a la reunión

Es un modelo de buena educación

y acude bien peinado y listo para la actuación

aunque lavarse la cara cada día le parece un tostón.

Ha pasado un año y seguimos funcionando,

y mientras recorremos el camino literario,

que gloria aporta a quienes lo van caminando,

reímos, leemos y compartimos escenario.

Larga vida tenga nuestro club amado,

que nada enturbie su existencia plácida

y que los años por venir sean un dechado

de bienaventuranzas y alegría compartida.

A. SNODGRASS

EL MATRIMONIO ENMASCARADO

UN CUENTO VENECIANO

Las góndolas iban llegando, una tras otra, a la escalinata de mármol, y sus elegantes pasajeros se sumaban a la brillante multitud congregada en los suntuosos salones de la residencia del conde de Adelon. Caballeros y damas, elfos y pajes, monjes y jovencitas, todos se mezclaban alegremente en el baile. Dulces voces y armoniosas melodías flotaban en el ambiente y, entre los mirtos y la música, el baile de máscaras continuaba.

—¿Ha visto Su Excelencia a lady Viola esta noche? —preguntó un galante trovador a la reina de las hadas, que atravesaba el salón cogida de su brazo.

—Sí. Está preciosa aunque parece triste. Ha elegido muy bien su vestido. Dentro de una semana, se casará con el conde Antonio, al que detesta con toda su alma.

—¡Por Dios, cómo envidio a ese hombre! Aquí viene, vestido de novio y con una máscara negra. Cuando se la quite, podremos ver cómo mira a la elegante dama cuyo corazón no puede conquistar, aunque su estricto padre le haya concedido la mano —comentó el trovador.

—Se rumorea que ella ama a un joven artista inglés que también la pretende y al que el viejo conde desprecia —apuntó la dama cuando se unieron al baile.

La fiesta estaba en su máximo apogeo cuando llegó un cura que, tras conducir a la pareja a un nicho cubierto de terciopelo púrpura, les pidió que se arrodillaran. La animada multitud guardó silencio de inmediato. No se oía nada, excepto el rumor de las fuentes y el ronquido de los recolectores de nade Adelon habló de este modo:

—Queridas damas y caballeros, disculpen que les haya convocado por medio de un engaño para celebrar la boda de mi hija. Padre, puede empezar con el servicio.

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