Juan de Mora - Mirando al cielo

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Tras la dolorosa muerte de su hija, Martín pierde totalmente su Fe en la vida. Se siente perdido y a merced de un universo caprichoso que parece jugar a los dados con su destino. Su mejor amigo, antes de fallecer, le entregará su última voluntad: un sobre con unas instrucciones que tendrá que comprometerse a cumplir.A partir de aquí vivirá una aventura inolvidable que le llevará más allá de sí mismo, ayudándole a comprender asuntos como la muerte, la abundancia, la curación, el propósito, la libertad…Se encontrará con Marta, una maestra espiritual que va a transformar la vida de Martín para siempre.Mirando al Cielo es un libro lleno de Fe y esperanza. Te mostrará que todo en nuestra vida tiene su perfecta razón de ser y solo tenemos que abrir el corazón para sentirlo.

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—Sí, sí, ríete de mí. Pero no es un coche de una maestra espiritual, no sé, no lo tomes a mal, esperaba algo más humilde.

—La humildad no tiene nada que ver con la abundancia. Se puede ser abundante y humilde. Se puede tener una buena casa y un buen coche, y tener el corazón lleno de amor hacia los demás. Igualmente se puede vivir en la calle y odiar al mundo. No juzgues a las personas por sus posesiones.

—Entonces, ¿qué es ser humilde?

—Para mí ser humilde es aceptar lo que Dios te da cada día. Quizás un día te sube en un autobús viejo atestado de gente, y otro día te sube en un coche de alta gama. Ser feliz en ambos. Agradecer la función de ambos. Eso es ser humilde.

—Sí, pero me hace sentir mal saber que hay mucha gente que no tiene otra opción que el autobús, utilizando tu ejemplo.

—Bien, pues utiliza esa bondad y esa compasión para ayudar al más necesitado, pero no te juzgues por disfrutar de abundancia. La abundancia es nuestro derecho natural, todos podemos ser abundantes. La tierra y la naturaleza son abundantes. Y recuerda esto: a quien más se le da, más se le pide. Y esto aplica en lo material y en lo espiritual.

—Yo siempre he pensado que el dinero no da la felicidad.

—¿No? Yo prefiero llorar tomando un daiquiri en una playa del Caribe…

—Ja, ja, ja no me vaciles, Marta.

—El dinero no da la felicidad, por supuesto que no. Venimos sin nada y nos iremos sin nada. Todo es prestado. Lo que crees tus posesiones son prestadas, los que crees tus hijos, tus parejas, son prestados. El cuerpo que acoge tu alma es prestado. Disfruta todo lo que se te da y agradece. Eso es humildad y es abundancia.

—Bien, disfrutaré entonces de ir en este gran coche.

—Así me gusta. Y ahora… viene la música. Prepárate.

Y Marta puso un CD de los Rolling Stones. Disfrutaron mucho de los doscientos kilómetros que separaban Andorra de Barcelona, hablaron de muchos temas triviales y de otros más profundos. También disfrutaban de muchos momentos de silencio. La simple presencia de cada cual hacía agradable el viaje.

—Bien, ya estamos aquí. Te enseñaré un parque que me parece maravilloso por su arquitectura y su simbología. El parque Güell.

—Tú aun trayéndome a la ciudad no me libras de la naturaleza, eh…

—La naturaleza me encanta, Martín, es mi hábitat natural.

—Empiezo a pensar que el mío también, me encuentro a gusto en ella.

—Eso es por la compañía… —Le sacó la lengua en un gesto de burla.

—También, también.

Entraron al parque y se hicieron una foto en la primera fuente que encontraron justo a la entrada. Después lentamente fueron recorriendo el parque y parándose en los puntos que más le llamaban la atención a Martín. Le encantaron los distintos viaductos (del museo, del algarrobo, de las jardineras) y también le gustó especialmente el monumento del calvario, con sus tres cruces sobre la piedra, quizás en una metáfora de en lo que se había convertido su vida. Descansaron en distintos puntos, se hicieron bromas mutuamente, fue una mañana espectacular. Cuando llegó el mediodía Marta llevó a Martín a un restaurante de la zona, quería presentarle a alguien.

—¿Te gusta el restaurante?

—Me encanta, pero tiene pinta de ser caro.

—No te preocupes que pago yo.

—No lo decía por eso, mujer.

—Como ves hay una tercera silla, voy a presentarte a alguien.

—Ah, qué sorpresa, esto sí que no lo esperaba. ¿Es también alguien espiritual?

—Y dale con lo espiritual… todo es espiritual porque todo está investido del espíritu del creador.

—Bueno, ya sabes a qué me refiero.

—Ella es, digamos, alguien muy consciente y eso en su profesión no abunda.

—¿Es prostituta?

—Ja, ja, ja, qué ocurrencias tienes, quita los juicios. Alguien que ejerce la prostitución puede ser muy consciente. Pero respondiendo a tu pregunta, no. Ella es política.

—Uy, pues si me das a elegir con quién comer… casi que elijo a la primera.

—Entiendo tu rechazo a los políticos y más en estos tiempos de corrupción y mentiras en ese sector. Pero, en cierta medida, los necesitamos. Si la sociedad ya de por sí es un caos, imagina que no hubiese un cierto orden y disciplina a través de la política.

—Para mí son todos unos corruptos y unos ladrones.

—Ea, sentenció Martín. Ya te digo que ella es una política consciente. Alguien que se preocupa por las personas y que quiere mejorar este mundo. Está muy implicada socialmente sobre todo con los más desfavorecidos. El mundo necesita muchos políticos así, creo que poco a poco irán llegando. Los políticos son un reflejo de la sociedad, cuando la sociedad sea más sana nos representarán políticos más sanos. Por cierto, ahí llega.

Patricia era una mujer de mediana edad, era pequeñita, con gafas y una mirada bondadosa. Sin embargo, pese a su aparente fragilidad, sacaba a relucir un carácter de acero cuando se trataba de defender alguna injusticia. Estuvieron departiendo varias horas entre comida y sobremesa, las chicas hablaban de un proyecto que Martín no conseguía adivinar. Era como si hablasen en clave para que él no se enterase. Se despidieron de Patricia con un fuerte abrazo y con la promesa de verse en poco tiempo. Subieron al coche para continuar con su paseo por Barcelona.

—¿Qué te ha parecido Patricia? ¿Has podido controlar tu rechazo a su profesión?

—He hecho un gran esfuerzo por no prejuzgarla, la verdad. Me ha caído bien, parece ahí poquita cosa… pero tiene carácter.

—Mucho. Lo necesita para estar ahí y aguantar a críticos como tú.

—Oye y por momentos me parecía que hablabais en clave. Un proyecto y tal…

—Así es, es un proyecto. Te enterarás a su debido momento. Ya llegamos a nuestro siguiente punto de parada.

—Por la hora que es, es la hora de tomarnos una copa, ¿no?

—Lo de la copa suena bien, pero antes un poco de arte para los sentidos no nos vendría mal. Mira, ¿ves aquel edificio?

—Como para no verlo, es precioso.

—Es la Sagrada Familia, un templo que te advierto que aún no está terminado. Se sigue construyendo a través de las donaciones que hace la gente de a pie para ello.

Accedieron al interior del monumento y contemplaron cuánta maravilla encerraban aquellas paredes. Sin duda, era una gran obra de arte.

—Martín, el arte es la forma que tiene lo divino de expresarse a través de lo humano.

—Guau, vaya definición. Nunca lo había pensado así.

—Pues así es, por eso es tan natural sentir cierto éxtasis al contemplar una obra de arte, ya sea un cuadro, una escultura, un monumento. O también cuando escuchas una música que es caviar para tus oídos.

—No he sido nunca un entendido en estos temas, Marta, me considero más bien un inculto en ese sentido.

—No hace falta ser un entendido para disfrutar de un buen vino. Solo necesitas poner todos tus sentidos en él y dejarte sentir. Con el arte es igual, no necesitas saber quién lo hizo o cómo, solo déjate llevar por la emoción que se te mueve adentro y sabrás cuándo estás ante una obra de arte.

—Con lo de la música no sé si me convences… después de dos horas escuchando a los Rolling Stones… —Y en el silencio de la capilla, se escucharon las risas de los dos.

Terminaron la visita y volvieron al coche. Caía ya la tarde y el sol empezaba a ocultarse en el horizonte. Se dirigieron al puerto de Barcelona, a una zona de bares junto a la playa. Se sentaron en una terraza, Martín pidió un gintonic y Marta un combinado de frutas sin alcohol.

—El mar... cuánto hace que no lo veía. Gracias por traerme aquí, Marta.

—De nada, a mí también me gusta mucho. Lástima que me queda un poco lejos, un paseo diario por la arena de la playa es el mejor ansiolítico que existe.

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