“Sí, Mia Madison y yo soy Chelea Faye. Mucho gusto. Su local es bellísimo. Felicitaciones!”, se entrometió Maya dándole la mano a Lorenzo, en lugar mío e interponiéndose entre él y yo, como si quisiera defenderme.
“Gracias”, le respondió él con una sonrisa falsa, para esconder la irritación por la interrupción. “Es la primera vez que vienen a mi local?”.
“Sí. Estamos en Rockart City sólo de paso. Demonios! Se hizo tarde y ahora debemos irnos, pero espero tener la posibilidad de volver pronto”, se disculpó Maya con aire alegre. Sólo ella podía parecer tan espontánea y contenta, incluso cuando la situación era tensa.
“Hasta luego, entonces”, respondió el hombre educadamente, dirigiéndome la mirada por última vez antes de alejarse.
Apenas lo saludé con la cabeza.
“Qué demonios estaba pasando?”, dijo Maya cuando quedamos solas.
“Nada”, murmuré con un hilo de voz, incapaz de imaginar que hubiera podido ocurrir.
“Cuando te vi con él, creí que enloquecería. Te traje hasta aquí para divertirnos, no para hacer que te maten”, me dijo agitada, robándome el Bellini todavía intacto y tomándolo en pocos sorbos, para calmar los nervios. “Vamos! Le dije a Lucky que tienes un toque de queda y que tengo que llevarte a casa antes de las dos de la mañana”, me dijo, tomándome de un brazo y arrastrándome hacia la salida.
“Señorita, discúlpeme”, se paró delante nuestro un recepcionista, dándome una tarjeta negra con letras doradas “ The Bridge. Orlando’s Night ”. “El señor Orlando me ha pedido que le diera uno de nuestros pases como regalo, en señal de disculpas por la equivocación de la que fue víctima. El señor Orlando se preocupa por sus clientes y, se ocupa que estén satisfechos con el servicio recibido. Este pase le permitirá tener un ingreso privilegiado y una consumición gratis para usted y sus invitados.”
“No es necesario, pero agradece al titular por el gesto y dígale que ya he olvidado nuestro malentendido”, respondí gentilmente y enrojeciendo por esa cortesía.
Lorenzo Orlando, me había ofrecido un pase o un ticket sólo de ida hacia el infierno, si hubiera sabido que era la hija del boss Edoardo Rinaldi.
“Le ruego”, me suplicó, sorprendido por mi rechazo. Sabía que jamás habría podido llevar una tarjeta como esa, sino quería arriesgar la pena de muerte por parte de mi padre.
“Gracias por el pase!”, se entrometió Lucky, tomando la tarjeta en mi lugar. “Mia, te has vuelto loca? Sabes cuánto cuestan estos pases?”
“Quieres volverte un enemigo de la familia Orlando?”, dijo Mike.
“No, yo…” balbucee con disgusto, pero Maya me tomó del brazo y me llevó fuera del local, hacia el aparcamiento.
“Volvemos a casa”, suspiró Maya aliviada, después de un rápido saludo a los dos muchachos.
Entramos en el coche.
Pasamos por el puente del Safe River y, para mi sorpresa, noté que las palpitaciones que había tenido desde que había pasado por allí a la idea, no se habían detenido.
Era como si esa noche me hubiera dejado algo abrumador y tan poderoso como para no abandonarme jamás.
Había pensado en Lorenzo Orlando toda la semana.
Había leído libros, visitado galerías de arte, participado en una reunión sobre derechos civiles, pero era como si todo fuera insignificante y carente de emociones.
Sólo cuando pensaba en Lorenzo, en lo que le había dicho, me sentía de nuevo viva y electrizada.
Era increíble!
Había estado tentada de pedirle a Maya que me llevase de nuevo más allá de río, pero no había osado hacer una propuesta de ese tipo, abiertamente.
Dentro de mí todavía era consciente de cuánto era malo, lo que había hecho y del peligro que había corrido. Y, sin embargo, era justamente eso lo que me mantenía viva en esos días.
Me alcanzaba con cerrar los ojos para volver a sentir la voz cálida, profunda y levemente ronca de Lorenzo.
Por no hablar de su cabello castaño desordenado que daba ganas de pasarle los dedos en medio.
O su barba, levemente descuidada.
Nunca había tocado a un hombre. Ni siquiera a mi padre o a mi hermano.
Una parte de mi habría querido acariciarle el rostro para ver qué se sentía tocar ese vello, para sentir cómo era tocar ese cabello áspero y sin afeitar.
Oh Dios, tocarlo…
Se me entrecortaba la respiración cada vez que lo pensaba.
La idea me excitaba y me aterrorizaba al mismo tiempo.
Tocar un Orlando estaba prohibido!
Todavía me parecía poder sentir el calor de su mano en mi brazo.
Y, sin embargo, hubiera pagado por sentir de nuevo esa sensación.
Y sus ojos…
Oh por Dios, Ginebra, cálmate!
«Ginebra, quieres cortarte? Se puede saber en qué estás pensando?”, dijo Maya sacándome de mis pensamientos.
“En nada”, me apresuré a decir, continuando a cortar las cebollas.
“No te creo”.
“Estaba pensando en qué prepararte. Espero que la pasta con ragú de seitán, te guste”, respondí rápidamente, poniendo a freír la cebolla, con el apio y las zanahorias.
“Lo descubriré pronto, pero confío en ti. Eres una buena cocinera, incluso si creo que es vergonzoso que tus padres no te den una doméstica o una ayuda para hacer estos quehaceres.”
“Mi padre fue claro: hasta que no deje mi dieta vegetariana y con esta fijación por los derechos civiles, estaré segregada en estas dependencias y tendré que arreglarme sola. De todas formas, me volví una ama de casa experta.”
“Pasas también la aspiradora?”, me preguntó Maya disgustada.
“Sí. Cocino, lavo, plancho y me hago la cama sola.”
“Demonios! Yo no podría nunca! Te tratan como a una esclava!”.
“No digas cosas absurdas. Me volví independiente y no hago nada que la mayoría de las personas no haga todos los días. No todos pueden permitirse tener sirvientes que te sustituyan en todo, lo sabes?”
“Y para ti, está bien así?”
“Sí”, dije triste. En realidad no me interesaba tener que limpiar la casa o cocinar para mí. Lo que me hacía estar mal era que mi familia no me quiera más, que no aceptase mi diversidad y no mostrara un mínimo interés en mí.
Esas pocas veces que estaba con mi familia, era siempre un sufrimiento, porque no me hablaban, no me dejaban decir nada y peor aún, se negaban a pedir al chef que preparara comida aparte para mí.
A menudo me sentía sola y, de todas formas hacía casi tres años que estaba excluida y tratada sin respeto.
Incluso mi mudanza a esas dependencias había sido el enésimo intento de aislarme, para evitar que fuera parte de su vida familiar.
Incluso mi hermana Rosa me evitaba y, desde que se había casado, había también dejado de llamarme por teléfono.
Читать дальше