Juan Moisés De La Serna - El Asesor Vidente

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Nadie me lo podía haber dicho, y si lo hubiesen hecho no le habría creído, que yo fuese escritor, con lo que me costaba a mí leer de pequeño.
A pesar de ello las circunstancias me habían obligado a esta profesión, ya que con tanto tiempo como ahora tenía, encerrado de por vida, no tenía mucho más que hacer.
Es cierto que algunos presos se dedicaban a realizar ejercicios en el patio, e incluso a estudiar en la biblioteca, los menos realizan cursos de capacitación, pero todos ellos tienen algo que yo no tengo, un ideal por el que luchar y seguir adelante.
Con una condena de unos pocos meses o incluso años, es fácil pensar que la preparación le servirá para algo, y que será más fácil buscarse la vida fuera de esta prisión, pero en mi caso, con la certeza de que nunca volveré a pisar la calle, ¿qué sentido tiene prepararse?

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―Sí, bueno, supongo ―acerté a decir ―pero esta noche ha sido diferente.

―¿En qué? ―preguntó mientras con un gesto me invitaba a sentarme.

―Yo, no sé cómo decirle, pero es como si en mi mente se hubiese ordenado toda la información y lo hubiese visto como la secuencia entera.

―Felicidades, eso nos pasa a todos, cada caso que vemos tenemos esa misma experiencia, de que los datos inconexos se van ordenando y… ahí está, lo vemos.

―¿Usted también lo ha visto? ―pregunté interrumpiéndole.

―¿Ver?, claro está, es la secuencia de acontecimientos.

―No, me refiero al asesino.

―¿Al asesino?, ¿de qué está hablando?

―Lo que le comento, estaba, no sé cómo llamarlo, recordando… los datos en forma de escena… al principio era raro, pues no veía claro, era como si fuera de noche y estuviese todo a oscuras.

―Normal, usted estaba soñando de noche.

―Eso no tiene que ver, me refiero a la escena, estaba todo muy oscuro, y me sentía, no sé, algo mareada , creo que me paré en un pequeño banco porque no podía proseguir, luego, vomité, pero aquello no me hizo sentir mejor. De repente allí sentado en el parque, en aquel sitio, escuché un ruido a mis espaldas. No sé qué era ni quería averiguarlo, pero tuve una extraña sensación y el pánico se apoderó de mí.

»Quizás fuese ese ruido o el olor tan fuerte que provenía de detrás, pero como pude salí corriendo en dirección a la entrada del parque atravesando para ello varios arbustos, y de repente, y no sabiendo cómo ni por qué, sentí que algo me agarraba los pelos fuertemente y tiraba de mí hasta que me caí de espaldas.

»No sé si fue por la caída o porqué pero no podía levantar la cabeza del suelo, es como si algo me la agarrase y de repente le vi claramente, era el cartero, ese que tantas veces había acudido a casa a traerme algún paquete, el que hacía el reparto de las 10 de la mañana, y que se había mostrado siempre tan amable, pero ahora se le veía diferente, no sé, tenía la cara como desfigurada, los ojos como salidos de sus órbitas y no hacía nada más que decir que me callase, y ese olor era cada vez tan intenso y nauseabundo, hasta que…

―Hasta que qué?, ―preguntó el jefe de policía el cual se estaba sirviendo una taza de café.

―No se lo va a creer.

―Siga, siga, hasta ahora no me he creído nada, así que siga.

Aquel comentario lascivo ni me sorprendió, pues ya había pasado por la incredulidad de muchos que se mofaban de lo que me pasaba, sin tratar de intentar ayudarme a comprenderlo.

―Bueno, pues sigo, en ese momento, y no sé cómo me vi encima de mi cuerpo, como a un metro y medio, y pude contemplar la escena desde la lejanía, sin sentir ningún sufrimiento, a pesar de que aquella persona se estaba ensañando con mi cuerpo.

―Espere, espere ―dijo mientras se le derramaba el café que estaba bebiendo, manchando la mesa con ello. ―¿De qué me habla?

―Una vez que acabó, cogió el cuerpo y lo metió en una bolsa, no sé de dónde la habría sacado, pero era bastante grande, y me cargó como si fuese un saco de patatas.

»Luego me llevó hasta la salida del parque, por la esquina sur donde tenía un coche plateado, bueno gris, no estoy seguro porque era de noche y solo la luz de la farola rompía con aquella oscuridad.

»Me subió al maletero y estuvo conduciendo bastante despacio por la ciudad, y cuando ya salió de sus inmediaciones apretó el acelerador, y así estuvo por espacio de unas tres horas hasta que llegó a unos pantalanes.

»Una vez allí se dirigió hacia una desviación que decía, “Peligro caimanes”, y siguió conduciendo por espacio de media hora, creo. Todo esto al lado de los pantanos.

»Una vez, en medio de ningún sitio, pues no se veía ninguna construcción próxima, paró el coche, sacó mi cuerpo y me echó con bolsa y todo, cerró el coche y se fue.

»Yo quedé ahí por espacio, de…, no sé, unos días, y luego me fui del lugar, ascendí.

―¿De qué me está hablando?

―De lo que vi, ya le he comentado, de lo que he soñado.

―Pero ¿usted se ha escuchado?

―Sí, claro, ¿por qué?

―Acaba de acusar a alguien con nombre y apellidos, me ha dicho dónde se produjo el crimen, y cómo se deshizo del cuerpo.

―Sí, eso he hecho.

―¿Y sin una prueba?

―Bueno pues esa no es mi labor.

El comisario sin decir ni una palabra y aún con el café derramado sobre la mesa, salió de la sala dando grandes gritos.

Yo me quedé ahí inmóvil sin saber qué hacer, entendía que había hecho lo correcto al decirle lo que había visto, pero no comprendía su reacción.

Desde la silla vi cómo se puso a dar órdenes a diestro y siniestro, y cómo los policías de la comisaría se pusieron a mover de un lado a otro, algunos salieron literalmente corriendo de la comisaría, otros cogieron el teléfono y de todo esto era un espectador inmóvil.

No acertaba a comprender a qué había venido todo aquel jaleo y si me tuviera que retirar o esperar a seguir la entrevista en aquella sala.

Hice el ademán de levantarme e irme, pero en esto me vio el comisario y volviendo hasta el quicio de la puerta me dijo con voz autoritaria:

―De ahí no se mueva.

Yo así hice, y bueno, pasaron varias horas, y a pesar de que miraba por todos lados cómo iban y venían los policías, todos muy nerviosos, seguro que, por los gritos del jefe, hasta que en un momento determinado vi entrar en la comisaría a dos de los policías que habían salido corriendo, y venían con un tercer hombre.

―Es él, es él ―chillé no sé muy bien porqué.

―Sáquenle de aquí ―dijo el comisario a uno de sus subalternos, mientras me señalaba a mí.

Así que en un instante me encontraba que me habían expulsado de la comisaría, si es que se puede llamar así, y sin dejar de custodiarme, me habían invitado amablemente a la cafetería de enfrente donde me habían hecho sentar y esperar.

A pesar de que pregunté en varias ocasiones, el policía no me quiso decir qué estaba haciendo allí, ni por cuánto tiempo permanecería, solo que debía de estar sentado y en silencio.

Ya no sé ni el tiempo que estuve, pero aproveché para comer, ya que no había tomado nada al salir tan temprano hacia la comisaría a contarle al jefe de policía lo soñado, así que me alimenté y esperé.

Todo fue tan extraño, pero bueno, no tenía nada mejor que hacer que esperar allí, no sé muy bien a qué, pero así lo había ordenado el jefe de policía, y por eso tenía, no sé si decirle escolta, pero en dos ocasiones le pregunté por retirarme de aquel lugar y no me dejó ir a ningún sitio.

Y fue todo tan raro que hasta el policía que me custodiaba se ofreció a pagar mi comida, ¡eso sí que era raro!, pero entendí que eso era una buena señal, si hubiese sido un, no sé cómo llamarlo, preso común, nunca me hubiese hecho ese ofrecimiento.

A pesar de ello, se lo agradecí, pero entendí que mi consumición la debía de pagar yo, así que lo hice.

Pasaron las horas, y a pesar de mis continuas preguntas al policía, él no parecía preocuparse por el tiempo, simplemente estaba allí, delante de mí, sentado, y callado.

Personalmente considero que tendría cosas más interesantes que hacer, pero así se lo habían mandado y así hacía.

En un momento determinado sonó el walkie talkie que tenía en el bolsillo y del que apenas me había percatado, y la orden fue clara:

―Tráele.

―Vamos ―me dijo levantándome del sitio y sin darme tiempo a terminarme el café.

Después de tres tazas, ya se podría haber esperado un poco más, pero él no, había recibido órdenes y todo ahora tenía que ser con prisas.

Así que regresamos a la comisaría, y me llevaron otra vez a la habitación acristalada que usaban a modo de sala de interrogatorio.

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