Karen Karake - Gorilas en el techo

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Gorilas en el techo: краткое содержание, описание и аннотация

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Esa tarde una maestra gritó: ¡Gorilas en el techo! Karen no sabía si echarse a llorar o a correr; tampoco sabía que su vida estaba a punto de desmoronarse como migajitas de pan. Al poco tiempo sus papás anunciaron que la familia se mudaba. ¿Quéeeee? Se le pararon los pelos de punta. Dejar la escuela, amigas, abuelos y a su querida Guatemala era mucho peor que si diez simios le hubieran brincado encima. Pero, la verdadera tragedia de Karen empieza cuando llega a otro país que ni siquiera ubica en el mapa, a miles de kilómetros del suyo, con un idioma del que no entiende ni papa y, por si fuera poco, con compañeros nuevos que la miran como a un bicho raro.
Ella tiene de dos: encerrarse en su caparazón o salir y exprimentar los limones que la vida le ofrece. Con un lenguaje espontáneo, agudo, divertido y ágil la protagonista nos cuenta sus venturas y desventuras para adaptarse a Israel y a su entorno violento, pues, aunque parezca chiste, huyen de Guatemala por la violencia y llegan a un país en guerra. Sin embargo, Karen también descubrirá la sorpresa del primer beso, el poder de la amistad y lo maravillosa que puede ser la vida, aunque ésta no siempre esté exenta de dolor. Gorilas en el techo, nos sumerge con un gran talento y de una manera sencilla en temas profundos y a veces complicados como la intolerancia, la violencia, la muerte, el despertar a la sexualidad y la esperanza de un mundo pacífico donde quepamos todos.

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Hace unas semanas casi veo un muerto. “Casi”, porque cuando por fin nos dejaron salir del colegio estábamos en el bus con Ariela y empujó mi cabeza para abajo. “No mires eso, es horrible, hay mucha sangre, ambulancias y todo”. Pensé que mentía aunque sí escuché sirenas y el chofer y la monitora que estaban con nosotros platicaban quedito.

Recordar ese día no me afectó como a mis papás. Toco el tema y dicen: “¡Ya estuvo! No volverá a pasar, así que ni pienses en eso”, pero sí lo pienso.

Aquel día me di cuenta de que algo no estaba bien porque los profesores actuaban raro. Se secreteaban y movían de un lugar a otro como moscas pensando qué hacer. Nos formaron y llevaron al jardín en donde son las asambleas generales. Estaba todo el colegio, hasta los de la universidad de al lado. Nunca nos reunían a todos. Nadie explicaba nada. El director dijo que había una situación afuera, que debíamos permanecer sentados y en silencio hasta que todo estuviera tranquilo. No entendíamos a qué se refería con “una situación”.

El primer bombazo nos dejó callados, me hubiera gustado que nos llevaran a algún salón para refugiarnos, afuera estábamos muy descubiertos, desprotegidos. El ruido fue muy distinto al de un cohete. Luego sonaron otros, como truenos, pero bien cerca y seguidos.

Nunca me compraron cohetes. Los puestos donde los venden a veces se incendian y muere gente. Las calles quedan llenas de papelitos rojos y blancos, como en una gran fiesta. “¿Ya ves que sí son peligrosos?”, decía mi papá levantando las cejas.

Ese día algunas profesoras se secaban las lágrimas y escondían rápido el Kleenex para que no nos diéramos cuenta que lloraban. Las niñas exageradas decían que nos caería una bomba y los niños se paraban para ver los helicópteros que volaban casi encima de nosotros. La miss, toda roja y nerviosa, nos decía: Guerillas on the roof, guerillas on the roof. 3 Ella pronuncia siempre todo mal, aunque en realidad “guerrilla” y “gorila” sí suenan parecido. Eso decía mientras en el techo caminaban soldados inexpresivos, con casco y rifles. En cualquier momento esperaba que gritaran: “¡Pecho tierra!” Así dijeron unos niños, seguramente lo escucharon en alguna película de acción.

Al día siguiente vi las fotos en La Prensa Libre, el encabezado decía: “Cuartel de guerrillas destruido, 14 muertos”. Había fotos de casas deshechas, nada de muertos ni sangre. Me arrepentí de no levantar la cabeza ese día, quería ver al muerto aunque fuera solo un bulto en el suelo. Leí la noticia sin entender todo. La guardé para que mi papá me explicara qué era faccioso, enfrentamiento y escombros. Aunque decía que hubo muertos, no pude ver ninguno.

Ariela me dijo que no me perdí de nada, que se parecen a los perros que vemos a veces tirados en la carretera.

Pobres.

1Ir a ver si ya puso huevos la cocha significa que me desaparezca a hacer otra cosa para no escuchar de lo que hablan. Es cuando sé que su conversación se pondrá buena.

2Shabat significa para los judíos descanso. Comienza el viernes a la caída del sol y termina el sábado cuando anochece. Se prepara una cena especial, se hace un pequeño rezo, cenamos con la familia y comemos un pan trenzado delicioso que se llama jalá. Me encantan los viernes, pero mi día favorito es el domingo.

3Guerillas on the roof. En este caso hubiera sido muy útil que la maestra supiera algo de español. Gorilas en el techo me sacó un gran susto, por suerte nada más eran soldados.

[ CAPÍTULO 2 ]

Me cuesta no pensar en lo que pasó ese día en el colegio. Estuvo muy loco. Ni en las películas de acción pasan cosas así, con niños, en colegios. Aquí pasa de todo, como cuando entraron ladrones a mi casa el año pasado. Yo por suerte no estuve. Escuché pedacitos de la historia porque no querían hablar demasiado enfrente de nosotros, como si nos fuéramos a asustar o algo.

Lo que pasó fue que unos señores entraron a mi casa haciéndose pasar por técnicos que venían a componer el estéreo. Amarraron a mis papás a unas sillas con corbatas y los obligaron a darles todas las cosas de valor. No eran tan malas personas porque no les hicieron nada, eso dijeron, pero si alguien llega y te roba tus cosas, todas las cosas que quieres, no creo que sean tan buenas. Mi mamá dijo que pudo ser peor, que por suerte eran cosas materiales y ni modo, se reponen. El estéreo, al final, ni se lo llevaron.

Le conté a mis amigos la historia y me pidieron mil veces que la repitiera. Cada vez que la contaba agregaba detalles para hacerla más emocionante, hasta con sonidos exagerados y todo.

—¿Y estabas ahí?

—Por suerte no —dije.

—¡Uy! Imagínate si te hubieran llevado con ellos.

—No, lo que querían eran joyas y dinero, ¿para qué me hubieran necesitado?

—¿Cómo que para qué? Si no pagás, te matan. O a veces mandan un dedo a la familia o una mano.

—Yo no podría cortar así a alguien—dije yo. Sally dijo que ella mandaría el dedo chiquito del pie, porque ese no sirve para nada y con zapatos no se ve.

Sus papás decidieron que también se iban del país, no para siempre sino hasta que se calmaran las cosas, dijeron.

—¿Cómo así que hasta que se calmen las cosas? —preguntamos. Era triste que nos separaran.

—¿Y a dónde se van?

—A Costa Rica, ahí vive mi tía, ya nos tiene colegio y todo

—¿Costa Rica? Es mero pueblo, ¿o no?

—Eso dicen, pero al menos es seguro —contestó.

—¿Cómo no va a ser seguro si no hay nada que robar? —dijo Pamela.

Los sábados siempre estamos juntas. Dormimos cada vez en otra casa. Sabemos todos nuestros secretos y ya nos vimos desnudas. Lo de la desnudada fue idea de todas, pensábamos que las amigas debían conocerse completitas.

Un día pusimos música y cada una bailó encima de la cama quitándose ropa. Yo no podía dejar de ver lo diferentes que éramos, me daba pena quedarme viendo las chichis de Sally, que ya estaban medio grandes, y lo plana que era Beca. Como estábamos bailando, nos volteábamos y dábamos vueltas para que no nos diera pena. Me hubiera gustado hacer eso seguido, pero no puedo sugerir ese tipo de ideas sin que piensen que soy una morbosa.

El cuerpo de cada una es muy distinto. A algunas ya les están saliendo chichis, pero ver a las demás es divertido. Cuando sea mayor, quiero tenerlas grandes grandes, como les gustan a los niños de mi clase que solo hablan de eso y tienen en sus lockers pósters de mujeres en bikini.

Me robé unas revistas de la casa de mi tío y con Gabriel las veíamos por horas. No sé por qué se lo conté a Mercedes, la psicóloga con la que dizque voy para que me ayude con todo esto del cambio.

—Eso no está bien —dijo.

—¿Lo de verlas o lo de robármelas?

—Las dos cosas.

No hice caso de ninguna de las dos.

[ CAPÍTULO 3 ]

Le regalé a Cata mis cuadernos medio vacíos para que repitiera las planas que le enseñé. Practicábamos diario las letras y palabras, la hacía copiar párrafos enteros del libro Corazón. Lo que yo aprendía en la clase de Español en la mañana, se lo enseñaba en las tardes.

Ella no fue al colegio, pero es inteligente, lo que no sabía era escribir. La escuché hablando con una amiga suya y le pregunté qué idioma era ese. “Es cachiquel”, me dijo. “Kak-chi-kuel”, repitió despacio. Cuando pedí que escribiera alguna palabra se mató de la risa y vi ese su diente que tiene dorado alrededor, “¿No te dij´ pues, que no sé escribir?”. Ese día comenzamos las clases.

Es buena alumna, hace siempre sus deberes y casi no tengo que corregirle nada aunque a veces me invento alguno que otro error para poder usar mi lápiz rojo y tacharle algo como lo hacen en el colegio.

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