Alan Watts - El camino del Tao

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Inspirándose en los antiguos textos de Lao-tzu, Chuang-tzu, el libro de Kuan-tzu y el I Ching, así como en los estudios de Joseph Needham, Lin Yutang y Arthur Waley -entre otros-, Alan Watts ha escrito, con su inimitable estilo, un libro destinado a convertirse en el texto occidental básico sobre el Taoísmo.El libro comienza con un capítulo acerca del lenguaje chino -que, según Watts, pasará a convertirse en el segundo idioma internacional después del inglés-, para explicar, a continuación, lo que significa el Tao (el fluir de la naturaleza), wu wei (la no-acción) y te (el poder que emana de ello). Cuando le sorprendió la muerte, a fines de 1973, Watts se proponía completar su obra escribiendo acerca de las implicaciones políticas y tecnológicas del Taoísmo y sobre su significado actual. Aunque no pudo terminar el libro, un amigo y colega, el maestro de t'ai chi Al Chung-liang Huang -que asistió y codirigió las últimas conferencias y seminarios que escribió Watts, y que dieron pie al presente libro- completó el texto y proporcionó, además, muchas de las caligrafías chinas que componen el material ilustrativo.El camino del Tao no es únicamente una introducción a la esencia del Taoísmo sino, en cierto modo, la opera magna que recapitula la vida y obra de Alan Watts.

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Alan Watts

EL CAMINO

DEL TAO

Título original TAO THE WATERCOURSE WAY Traducción Horacio González Trejo - фото 1

Título original: TAO: THE WATERCOURSE WAY

Traducción: Horacio González Trejo

Portada: Joan Batallé

© 1975 by Mary Jane Yates Watts

© de la edición en castellano:

1976 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

Composición: Pablo Barrio

Primera edición en papel: Noviembre 1976

Primera edición en digital: Septiembre 2020

ISBN-10: 84-7245-082-1

ISBN-13: 978-84-7245-082-0

ISBN epub: 978-84-9988-837-8

ISBN kindle: 978-84-9988-838-5

Todos los derechos reservados.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Sumario

1 Prólogo

2 Prefacio

3 Prolegómena

4 1. El lenguaje chino escrito

5 2. La polaridad yin-yang

6 3. Tao

7 4. Wu-wei

8 5. Te: virtualidad

9 Una vez más: Un nuevo comienzo

10 Bibliografía

PRÓLOGO La última mañana que compartí con Alan Watts transcurrió en su - фото 2

PRÓLOGO

La última mañana que compartí con Alan Watts transcurrió en su biblioteca de la montaña con vista a Muir Woods, bebiendo té, tocando una flauta de bambú y pulsando las cuerdas de un koto entre los eucaliptos. Juntos habíamos dictado un curso de una semana en el Esalen Institute de Big Sur, y en el ferryboat de la Sociedad de Filosofía Comparada, en Sausalito. Yo lo asesoraba en las investigaciones de su libro, él leía el manuscrito del mío, Embrace Tiger, Return to Mountain . Permanecíamos sentados en el suelo de la biblioteca cotejando notas, cabeceando, sonriendo. De pronto, Alan saltó sobre sus pies y danzó jubilosamente una improvisación de t’ai chi mientras gritaba: «Ah-ha, t’ai chi es el Tao, wu-wei , tzu-jan , como el agua, como el viento, navegando, esquiando sobre el agua, danzando con tus manos, tu cabeza, tu columna, tus caderas, tus rodillas, con tu impulso, tu voz... Ha Ha ha Ha... La La Lala ah ah Ah...». Con graciosos movimientos se dejó caer en la silla de su escritorio, deslizó una hoja de papel en la máquina de escribir y comenzó a danzar con sus dedos, sin dejar de cantar. Estaba escribiendo un prólogo para mi libro, redactando una hermosa introducción a la esencia del t’ai chi . Probablemente fue uno de sus últimos escritos antes de que una agotadora gira de conferencias por Europa lo arrancara de su escritorio y de sus nuevos modos espontáneos y alegres de escribir.

Alan iba a dejar que su libro sobre taoísmo se escribiera solo. En tanto que erudito, sabía que volvía a remover uno de sus famosos temas y variaciones sobre el encuentro entre Oriente y Occidente. Pero como hombre del Tao, también comprendía que debía renunciar a manipularlo intelectualmente, dado que el tema mismo afirma claramente que «el Tao que puede ser taoado no es el Tao».

Luego de muchos años de escribir lo que, paradójica mente, era imposible escribir, Alan Watts finalmente abandonó este hacer dejando que su escritura simplemente ocurriera. Me comunicó sus reflexiones. Deseaba alcanzar la armonía total del cuerpo y la mente con el movimiento del Tao en el t’ai chi . Alan gozaba de su recién descubierta energía. Escribió los cinco primeros capítulos con un profundo sentido de la revelación, lucidez y comprensión creativa. Quienes participamos en el desarrollo de su manuscrito presentíamos que éste sería su mejor libro, sin duda el más sensible y provechoso. Apenas podíamos esperar a que lo terminara.

Desde un principio me sentí honrado y dichoso de prestarle ayuda. Alan estaba especialmente interesado en las maneras en que yo leía los textos originales chinos. Ambos nos sentimos estimulados descifrando los pasajes difíciles, cargados de ambigüedad y de múltiples posibilidades de interpretación. Consultábamos todas las traducciones existentes, las analizábamos, las asimilábamos y las descartábamos. Luego comenzábamos otra vez, intentando descubrir una nueva traducción que nos satisficiera.

Alan me ayudaba a sentirme sereno respecto de mi falta de fluidez en el idioma inglés. Con frecuencia me decía que mi inglés chino, mal pronunciado, traducía la filosofía china de una manera tanto más explícita, y que no debía hacer tantos esfuerzos por mejorarlo. Como equipo pedagógico nos complementábamos mutuamente. Formábamos una combinación ideal para ayudar a otras personas a experimentar lo que ya creían saber: los extraíamos de sus cabezas y los introducíamos en sus cuerpos para luego devolverles a su entidad cuerpomente. Finalmente, Alan me pidió que ilustrara el libro con caligrafía a pincel. Coincidimos en que las fluidas pinceladas mostrarían más vívidamente el fluir de la corriente del Tao.

Después de terminar el capítulo titulado: «Te: virtualidad», Alan me dijo, con ojos brillantes: «Ya he cumplido conmigo mismo y con mis lectores en lo que concierne a la erudición y el intelecto. ¡El resto del libro sólo aportará diversión y sorpresas!». Alan tenía la esperanza de presentar el Tao a sus lectores del mismo modo en que él lo practicaba y lo experimentaba en la vida cotidiana. En la vida de Alan se habían abierto nuevas perspectivas. Volvía a ser como un niño, deseoso y capaz de ensayar nuevos caminos y de secundar los inevitables vaivenes de sus energías.

Cuando estuvimos juntos en el último seminario de Esalen, al finalizar la sesión de la tarde –cuando la elevación del espíritu nos llevó a todos a sonreír, danzar, subir y bajar rodando las cuestas cubiertas de césped–, Alan y yo comenzamos a caminar de regreso al pabellón, sintiéndonos desbordados, abrazándonos, deslizando las manos por nuestras columnas. Alan se volvió hacia mí y comenzó a hablar, preparado para impresionarme con su habitual elocuencia sobre la exitosa semana que habíamos compartido. Noté un cambio repentino en su expresión: lo rodeaba un halo de ligereza y vehemencia. Alan había descubierto un modo diferente de comunicarme sus sentimientos: «¡Yah... Ha... Ho... Ha! Ho... La Cha Om Ha... Deg tex te... Ta De De Ta Te Ta... Ha Te Te Ha Hom... Te Te Te...». Parloteamos y bailamos mientras subíamos por la colina. Todos comprendieron lo que estábamos diciendo. Alan también supo que nunca –en ninguno de sus libros– lo había dicho mejor.

Durante la celebración realizada en el Palace of Fine Arts, en San Francisco, en memoria de Alan Watts, uno de los asistentes le preguntó a Jano Watts: «¿Cómo era el convivir con Alan?». Su respuesta fue la siguiente: «Nunca estaba aburrido. Era un hombre lleno de diversiones y sorpresas. Y la mayor sorpresa nos la dio el 16 de noviembre del año pasado». La última tarde de su vida, Alan Watts jugó con globos. Describió la ingrávida y flotante sensación, «como mi espíritu abandonando mi cuerpo». Durante la noche ingresó en un nuevo viaje del espíritu, cabalgando en el viento, riendo gozosamente.

A nosotros, los vivos, nos dejó añorando terriblemente su vital coraje humano. También nos dejó páginas en blanco y la promesa de dos capítulos más de «diversiones y sorpresas» del libro que había comenzado a escribir sobre el Tao. Muchos de aquéllos con quienes discutió su obra o que nos reunimos con él durante el verano en que se dictaron los seminarios sobre taoísmo –mientras el Tao fluía– sabían que en los dos últimos capítulos de los siete que tendría, Alan deseaba mostrar hasta qué punto la antigua y eterna sabiduría china podía significar una medicina para las enfermedades de Occidente. Con todo, paradójicamente, no debe ser tomada como una medicina, como una «píldora» ingerida intelectualmente, sino que debe penetrar gozosamente la totalidad de nuestro ser y transformar así nuestras vidas individuales y, a través de ellas, nuestra sociedad. Elsa Gidlow, vieja amiga y vecina de Alan, solía discutir conmigo al respecto. Confirmó nuestras conversaciones en el siguiente párrafo:

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