—Mamá no dice nada, ella está re feliz con que estemos juntos. El problema lo tenés vos, me desconcertás. ¿Vos estás jugando conmigo? –Paula estalló.
—Yo no quiero jugar, te quiero, pero…
—Nada, siempre un pero. ¿Por qué tenés peros para quererme? Yo no te cierro, decime la verdad.
—No es que no me cerrás, te quiero, pero…
—¿Ves? Otra vez, yo así no quiero seguir, mejor te vas y seguís con tus pruebas tranquilo en tu casa.
Guille levantó sus libros, los puso en la mochila, se puso su gorra lentamente como dándole la oportunidad a Paula de que aflojara un poco y salió. Quiso decirle que necesitaba más espacio, ir más tranquilos, no quería que cada vez que estaban juntos y él pusiera un límite terminara en una discusión, que le respetara sus tiempos.
Paula y él eran parecidos: no querían ser como todos, querían ser ellos mismos, realizar sus ideas, sus proyectos. Eso le había gustado de Paula cuando la conoció. Ella sabía lo que quería y lo llevaba adelante. Aunque Guille muy pocas veces había estado de acuerdo con su forma de actuar y lograr sus propósitos. Le atraía su determinación, había aprendido de ella que cada uno tiene que buscar cumplir sus sueños.
Después todo se desbarrancó cuando quiso ser modelo: las compañeras empezaron a hacerle la guerra por ser una creída. Y la agencia casi la convierte en una muñeca de plástico. Paula había cambiado o tal vez siempre había sido así y él entonces se había enamorado de una Paula que no existía.
La miró una última vez antes de cerrar la puerta.
—Te llamo más tarde –le dijo.
Paula con la vista en otro lado, no le contestó.
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