PAPELUCHO:
Recién hoy empiezo a creerte amigo. Pero todavía no te puedo contar mis secretos. Tengo que estar más segura de ti.
Dicen que la verdadera amistad es después de una verdadera pelea. También te diré que eso de hacerme tantas preguntas me cae mal. Como si fueras un poquito intruso y averigüete. Pero de todos modos contestaré lo que tanto te interesa: lo que pienso de ti.
Ahí va:
Me gustas. No sé por qué. A uno le gusta o no le gusta alguien. Así nomás.
Es como tener un arbolito de Navidad. De a poco le vas colgando los farolitos y las estrellas.
Pero no seas tan preguntón. Poco a poco te voy a contar todo. Cuando seamos amigos de verdad.
¡Me sacaron el yeso! Mi pierna quedó flaca y suave y es como de “¡otra!”. No se ajusta al zapato así es que ando en puros calcetines.
Estoy curando a un perro enfermo, grave. ¿Lo quieres cuando sane? Aquí detestan a los perros.
TU HERMANO JAVIER ES HARTO PATUDO de mandarle recado a mi hermana Rosario en tu carta para mí.
¿Sabe él, entonces, que tú y yo nos escribimos?
¡No te lo perdono si se lo has contado! En todo caso rompí tu carta, y dile a él que no nos use como correo. Que venga él mismo a hablar con la Rosario si se atreve...
Subí a la micro detracito tuyo y nos barrieron hasta el fondo. Ni me miraste; prueba de que ni me conoces.
En la apretura del viaje, vi a un mocosito meter la mano en la cartera de una gorda y cerré los ojos para no acusarlo. Los abrí justo cuando ella, con un grito, pescó esa manito y la abrió a la fuerza. Pero no había nada en esa manito sucia... La gorda, además de sus kilos, tenía corazón:
—Eres un ladronzuelo —le dijo por lo bajo—, y debería entregarte a la policía. Alguien te va a castigar duro si lo haces otra vez.
Su cara estaba enojada, pero su mano gorda puso unas monedas en la manito sucia...
Estoy pensando en ser escritora cuando grande. Una mamá tiene tiempo para eso y le sirve también para vaciar las cosas que se le van ocurriendo.
ME PREGUNTAS CUAL ERA YO EN EL MONTÓN que trepó a la micro contigo. ¿Qué sacaría con decirte: la tercera, o la con el chaleco amarrado a la cintura? Las escolares somos todas iguales de uniforme y apenitas distintas de cara.
Ojalá no llegues nunca a la edad de Esteban. Está recién pasando por las espinillas y le asoma un bigote medio colorín. También lo asaltan tentaciones de fregar y no las resiste.
—Te estás poniendo bonita —me dijo hoy—. ¿Estás enamorada?
—No —le contesté furiosa—. Apenas desyesada, que es distinto.
Pero igual enrojecí.
¿Cuánto durará la dichosa adolescencia? Me parece que cada día aumenta y vivo poniéndome colorada y hasta dormida.
El quiltro enfermo se va convirtiendo en perro. Está mejor.
AL VOLVER AL COLEGIO tuve una gran sorpresa: resulta que mi perro era perra y acunaba a cuatro perritos hambrientos que parecían ratones.
Por suerte encontré leche y la hice cundir con agua. Alcanzó para todos, también para los de la casa.
Los ojos de esta perra-madre, me dieron a entender que hice bien al aguar la leche. Esa mirada suya marcó mi destino. Seré veterinaria.
Esteban sigue molestando y me hace adolecer a cada rato.
—Se te nota que guardas un secreto... —dice y su mirada me persigue.
Cuando pienso que fatalmente un día llegaré a tener su maldita edad quinceañera, me dan ganas de morir joven.
Estoy contenta de criar perritos y de tener un amigo como tú.
¡Creo que soy feliz!
AYER ERA FELIZ Y HOY NO.
La vida es como un columpio...
Fallecieron tres perritos y nunca sabré de qué murieron ni a qué hora. Menos mal que queda uno... por suerte. El dolor de una perra es silencioso.
He leído tus libros y quiero que me digas si hay que usar palabras difíciles y reglas de gramática para ser escritor. Tú, al escribir, pareces natural. ¿Te corrigen los editores?
¿Por qué salió corriendo la Domi?
Volvió de la mano de un policía. ¿Quién apresaba a quién?
A cada rato me dan ganas de contarte mis secretos, pero me aguanto. Todavía no es hora de que los sepas...
ESTEBAN ME PILLÓ aguando la leche.
—¿Es por adelgazar o para adelgazarnos? —preguntó malicioso.
Silencio.
—No abriré mi boca si me sirves de esclava...
—¿Qué? —tartamudeé espantada.
—Entendiste bien —dijo con calma superior—. Te estoy sobornando, pero entre hermanos es apenas un compromiso amistoso.
—De verdad no te entiendo... —balbuceé.
—Eso no importa. Tú no quieres que cuente lo que he visto y yo no quiero que cuentes lo que veas... ¿De acuerdo?
Mi cabeza asintió mientras enrojecía de malos pensamientos por él. Los misterios de esta casa se atropellaban en mi memoria:
1. El anillo que se le perdió a la mamá cuando yo era chica y dijeron que me lo había tragado.
2. El paquete con jamón que desapareció antes de entrar al refrigerador.
3. Un pantalón de Esteban nuevecito...
4. Tantas cosas que se hablan y que enmudecen las bocas cuando yo entro.
Frené mis pensamientos. Si no lo hago, en poco rato más estaría culpando a mi hermano de algún crimen.
Mi pecado es juzgar mal a Esteban, pero fue él quien usó la palabra “soborno” que huele a podrido.
N. T. T. D. E. M.
SIENTO TANTA CONGOJA, pero tanta, que tengo que escribirte aunque no lleve esta carta a la piedra.
Papá se fue... Sí, ahora se fue de veras de la casa. No volverá jamás. Yo lo conozco: es terco, irresponsable, inmaduro. Lo detesto. Me da alivio decirlo, aunque no sea verdad...
Tenía que pasar... Todos y cada uno lo veíamos venir, pero nadie lo hablaba.
Muchas veces sorprendí a la mamá llorando. También a la Susana y Rosario. Todos secaban sus lágrimas al verme aparecer...
Es cierto que él se iba cada lunes a su trabajo en el campo, pero volvía los sábados. Ahora no volvió...
En las vacaciones llevaba a uno u otro. Nunca a todos, nunca a la mamá ni a mí. Sin quererlo yo sospechaba algo (me carga sospechar). Siempre te decía que en esta casa había algo misterioso. Algo que iba a pasar y, cuando fueras mi amigo de verdad, te lo contaría.
Ahora pasó y, aunque no eres todavía ese amigo, igual tengo que escribirlo. Veré después si me guardo o no esta carta.
Se va un papá y una queda en suspenso. No es película. No es libro. Es la vida de una.
¿Qué pasará en esta casa si él no vuelve?
Si al menos alguien hablara. Pero nadie dice nada. Cada uno se come su pena, su angustia, sus uñas y su rabia.
Quizás sea respeto por mi mamá, por sus sentimientos, por su fracaso (¿es fracaso para una mujer que la deje el marido?). El tremendo silencio que nos rodea es porque no aceptamos la verdad. No queremos creerla. Queremos seguir igual que antes: “el papá está en el campo...”.
El engaño no funciona. El aire se ha hecho pesado como el smog. Nadie discute y Esteban no molesta hace dos días.
¿Qué pasó con el papá? ¿Hizo algo malo? ¿Por qué no ha vuelto a casa? ¿Le aburrió su familia, la mamá, el trabajo?
Puras caras en blanco.
Si mi mamá no supiera por qué no ha vuelto, estaría intranquila averiguando en las postas u hospitales, en los aeropuertos, en la cárcel. En vez de eso, le ha dado por tejer una bufanda que no termina nunca, y pienso que cada punto es un recuerdo o acaso una posibilidad de que el papá vuelva.
Yo no tejo, ni menos una bufanda, pero pienso y sé que maduro pensando... He pensado tantas cosas que siento que he envejecido en estos días. Sigo al papá en sus razones para dejarnos, imagino los “por qué” de sus desavenencias con mi mamá y me disparo en una teleserie de aventuras amorosas muy inspiradas en la TV. Veo al papá perseguido por vampiresas desodorantes, semidesnudas, envueltas en nubes de perfumes diabólicos, flotando en humos de colores entre la cordillera y el mar.
Читать дальше