Washington Irving - La leyenda del jinete sin cabeza y otros cuentos

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La leyenda del jinete sin cabeza y otros cuentos: краткое содержание, описание и аннотация

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El pueblo de Sleepy Hollow estaba bajo un hechizo adormecedor; la gente que vivía ahí caminaba soñolienta y era propensa a tener visiones y sueños extraños. Por todo el pueblo existían lugares encantados y supersticiones. Entre todas estas fantasías, había un espectro que sobresalía de todos los demás. Un soldado que por las noches cabalgaba velozmente, asustando a los lugareños con sólo el galopar de su caballo. Iba de un lugar a otro buscando algo importante: su cabeza. Irving Washington, escritor estadounidense del siglo XIX, narra esta y otras historias marcadas por la sátira social, utilizando para ello los ingeniosos recursos del terror.

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La aislada localización de esta iglesia parece haberla hecho siempre un lugar predilecto para los espíritus atormentados. Se encuentra en una loma, rodeada de acacias y altísimos olmos, entre los cuales brillan modestamente sus paredes decentes y encaladas, como pureza cristiana que irradia a través de las sombras del retiro. Una suave pendiente desciende desde allí hasta una lámina de agua plateada, bordeada por árboles altos, entre los cuales se puede echar un vistazo a las colinas azules del Hudson. Al observar su jardín de hierba, donde los rayos de sol parecen dormir tan silenciosamente, uno podría pensar que ahí al menos los muertos podían descansar en paz. A un lado de la iglesia se extendía un amplio valle boscoso, a lo largo del cual se escuchaba un gran arroyo que corría entre rocas rotas y troncos de árboles caídos. Sobre una parte negra y profunda del arroyo, no lejos de la iglesia, antiguamente se alzaba un puente de madera; el camino que conducía a él, y el puente en sí, estaban densamente sombreados por los árboles que sobresalían, lo que arrojaba una penumbra a su alrededor, incluso durante el día, pero producía una terrible oscuridad en la noche. Tal era uno de los lugares favoritos de jinete sin cabeza y donde se le encontraba con mayor frecuencia. Se contó la historia del viejo Brouwer, un hombre profano que no creía en fantasmas y cómo se encontró con el Jinete que regresaba de su incursión a Sleepy Hollow y se vio obligado seguirlo; cómo galoparon sobre arbustos y matorrales, sobre colinas y pantanos, hasta que llegaron al puente, donde el Jinete se convirtió repentinamente en un esqueleto, arrojó al viejo Brouwer al arroyo y saltó sobre las copas de los árboles con el estallido de un trueno.

Esta historia fue empatada de inmediato con una aventura el triple de maravillosa de Brom Bones, quien le quitó importancia al hessiano galopante como un jinete absoluto. Afirmó que, al regresar una noche de la aldea vecina de Sing Sing, este soldado de medianoche lo había rebasado, que se había ofrecido a competir con él por un tazón de ponche, y que debería haberlo ganado también, ya que Temerario venció al caballo fantasma contundentemente, pero justo cuando llegaron al puente de la iglesia, el hessiano escapó y desapareció en una repentina llamarada.

Todos estos cuentos, contados en ese tono de voz baja y tranquila con el que los hombres hablan en la oscuridad; los semblantes de los oyentes que sólo de vez en cuando recibían un destello casual del resplandor de una pipa, se hundieron profundamente en la mente de Ichabod. Los recompensó con grandes extractos de su invaluable autor, Cotton Mather, y agregó muchos eventos maravillosos que habían tenido lugar en su estado natal de Connecticut, y las temibles vistiones que había tenido en sus paseos nocturnos por Sleepy Hollow.

La fiesta se fue terminando gradualmente. Los viejos granjeros reunieron a sus familias en sus carros y se les escuchó durante un tiempo traquetear a lo largo de los caminos vacíos por las colinas distantes. Algunas de las doncellas se sentaban en los asientos atrás de sus pretendientes, y sus risas alegres, mezclándose con el ruido de los cascos, resonaban a lo largo de los silenciosos bosques, sonando cada vez más débiles, hasta que desaparecieron gradualmente, y la anterior escena de ruido y jolgorio estaba en silencio y desierta. Ichabod sólo se quedó un rato, según la costumbre de los amantes del campo, para tener una conversación en privado con la heredera, totalmente convencido de que ahora estaba en el buen camino hacia el éxito. Qué pasó en esta plática no pretendo decirlo, porque de hecho no lo sé. Algo, sin embargo, me temo, debe haber salido mal, ya que sin duda se despidió, después de un rato no muy largo, con un aire bastante desolado y descorazonado. ¡Oh, estas mujeres! ¡Estas mujeres! ¿Podría esa chica haber estado jugando alguno de sus coquetos trucos? ¿Alentó al pobre pedagogo sólo como una farsa para asegurar su conquista de su rival? Sólo el cielo lo sabe, ¡yo no! Basta con decir que Ichabod se fue sigilosamente con el aire de alguien que había estado saqueando un gallinero, en lugar de al corazón de una bella dama. Sin mirar a la derecha ni a la izquierda para fijarse en la escena de la riqueza rural, con la que tan a menudo se había relamido, fue directo al establo, y con varios y fuertes puñetazos y patadas sacó a su corcel del cómodo alojamiento en el que se encontraba durmiendo profundamente, soñando con montañas de maíz y avena, y valles enteros de pasto Timothy y trébol.

Era la misma hora de la brujas en la noche en que Ichabod, apesadumbrado y cabizbajo, emprendió su viaje hacia el hogar, a lo largo de las colinas elevadas que se alzaban sobre Tarry Town, y que había recorrido tan alegremente por la tarde. La noche era tan deprimente como él mismo. Muy por debajo de él, el Tappan Zee extendía su oscuro y poco definido sobrante de aguas, con algunos alto mástiles de veleros, que se meneaban silenciosamente anclados en tierra. En el silencio de la medianoche, incluso podía escuchar los ladridos del perro guardián desde la orilla opuesta del Hudson; pero era tan vago y débil que solo daba una idea de lo lejos que estaba de este fiel compañero del hombre. De vez en cuando, también, el largo canto de un gallo, despertado accidentalmente, sonaba a la distancia, desde alguna granja a lo lejos entre las colinas, pero era como un sonido de ensueño en su oído. No había signos de vida cerca de él, sólo en ocasiones el melancólico chirrido de un grillo, o tal vez el bramido gutural de una rana toro en un pantano vecino, como si estuviera durmiendo incómodamente y se girara repentinamente en su cama.

Todas las historias de fantasmas y duendes que había oído por la tarde ahora se agolpaban en su memoria. La noche se hizo más y más oscura; las estrellas parecían hundirse más en el cielo y las nubes que pasaban ocasionalmente las ocultaban de su vista. Nunca se había sentido tan solo y deprimido. Además, se estaba acercando al mismo lugar donde se habían situado muchas de las escenas de las historias de fantasmas. En el centro de la carretera había un enorme tulipero, que se elevaba como un gigante sobre todos los demás árboles del vecindario, y se había convertido en referencia. Sus ramas eran nudosas y exorbitantes, lo suficientemente grandes como los troncos de árboles comunes; se retorcían casi hasta la tierra y se elevaban nuevamente en el aire. Estaba relacionado con la trágica historia del desafortunado André, que había sido tomado capturado ahí cerca, y era universalmente conocido como el árbol del mayor André. La gente común lo miraba con una mezcla de respeto y superstición, en parte por simpatía por el destino de su tocayo malhadado y en parte por las historias de visiones extrañas y tristes lamentaciones, conque se le relacionaba.

Mientras Ichabod se acercaba a este temible árbol, comenzó a silbar, pensó que su chiflido había sido respondido pero sólo era una repentina y fuerte ráfaga entre las ramas secas. Cuando se acercó un poco más creyó ver algo blanco colgando en medio del árbol: se detuvo y dejó de silbar, pero al mirar más estrechamente percibió que era un lugar donde el árbol había sido golpeado por un rayo y la madera blanca quedó al descubierto. De repente, oyó un gemido: le castañeteaban los dientes y sus rodillas se pegaban contra la silla de montar: no era más que el roce de una enorme rama sobre la otra, cuando la brisa los mecía. Pasó el árbol con seguridad, pero nuevos peligros se cernían sobre él.

A unos doscientos metros del árbol un pequeño arroyo cruzaba la carretera y corría hacia una cañada pantanosa y boscosa, conocida como el pantano de Wiley. Algunos rugosos troncos, colocados uno al lado del otro, servían como puente sobre esta corriente. En ese lado de la carretera donde el arroyo entraba en el bosque, un grupo de robles y castaños, enmarañados de vides silvestres, arrojaban una penumbra cavernosa sobre él. Atravesar este puente fue la prueba más severa. Fue en este preciso lugar donde el desafortunado André fue capturado, y bajo la cobertura de esos castaños y enredaderas se encontraban ocultos los robustos soldados que lo sorprendieron. Desde entonces fue considerado como un arroyo encantado y causaba terror en el estudiante que tuviera que atravesarlo solito después del atardecer.

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