Darren la abrazó muy cariñoso y protector con su corpachón y dijo:
—Esta es la señal que Dios nos envía para que seamos marido y mujer.
—¿De verdad lo quieres, Darren, mi tan querido patoso que hasta me ha dejado embarazada?
—Lo juro por lo más sagrado; siempre recordaré ese día en que tú y yo nos unimos para iniciar un nuevo curso en nuestras vidas, los dos juntos ¡qué delicia!, ¡qué gozo solo en rememorarlo! Esa evocación nos unirá en nuestros peores momentos. —Ambos se besaron con gran deseo y… en esta ocasión… no hicieron falta precauciones.
Darren cumpliría dieciocho años a fin de año. Ella había cumplido los diecisiete en enero.
Al cabo de casi dos meses pensaron que era prudente contárselo a sus familias. Entonces fue cuando supieron lo que tal embarazo podía suponerles, especialmente a Darren; desde reformatorio para menores por la minoría de edad ambos, que entonces era hasta los 21 años, a que Darren se responsabilizara de lo sucedido. Él quería esa responsabilidad y la deseaba de mil amores. Se opuso, con la ayuda de la propia Pat, al aborto que la familia Flynn proponía y que ya habían programado hacer en Londres —en Irlanda no solo estaba prohibido, además era delito—. De esta manera lo habían decidido los padres de Pat pese a sus creencias.
El matrimonio Flynn buscaba toda clase de recursos para que su hija no fuera madre. No encontraban más que una dolorosa respuesta:
¡¡¡Demasiado jóvenes para casarse tal cual ellos desean!!! ¡Y menos tener un hijo! ¡¡¡Debe abortar!!! En Londres lo hacen y no preguntan nada.
Ante la negativa de la pareja, la familia Flynn llegó acremente a un acuerdo con Brid Donnelly. Ellos se abstendrían de interponer una demanda judicial contra Darren por abusar de Pat y, a cambio, Darren debía aceptar su responsabilidad y reconocer la paternidad. Los Flynn se desentendían de su hija y hacían responsable a la familia Donnelly de cualquier perjuicio que pudiese sufrir su hija como consecuencia de un matrimonio que los padres consideraban improcedente. Remarcaban: «¡todo es debido a un acto bochornoso especialmente forzado por Darren, incluso contra su religión!». No dejaban de acusar a Darren de que fue él quien indujo a Pat a tan desafortunado acto.
En el trasfondo… sucedía que la familia Flynn además también tenía una economía casi tan menesterosa como la de los Donnelly. Naturalmente ello se reflejaría en las posibles ayudas a los jóvenes Darren y Pat; estos ni habían trabajado ni sabían si podrían encontrar algo en lo que pudiesen hacerlo. Así, los Flynn se despreocuparon de su hija, y no quisieron saber nada más de ella ¡Era triste y lo hacían con pesar, pero no podían olvidar que Pat tenía tres hermanos menores a los que también tenían que atender!
Darren habló con su mejor y más íntimo amigo, Ricky, quien ya había resuelto su vida entrando en Scotland Yard. Hijo de padres ingleses, nació en Irlanda por destino de su padre, pero con nacionalidad británica; más tarde su familia retornó a Inglaterra. Él le aconsejó que reconociera al hijo pero que no se casara. Después de una larga conversación, Ricky se avino a ser el padrino de la boda llevando a la novia al altar. La familia Flynn no acudió ni colaboró de ninguna forma.
Se casaron en seguida en un acto muy modesto. Una boda alegre, pese a los escasos asistentes y un aperitivo muy vulgar.
La vida no fue nada fácil para la pareja, incluida la madre de Darren y suegra de Pat, Brid; esta ya tenía que hacer alardes para mantener la casa y alimentarse con solo su hijo. La perspectiva de hacerlo además con Pat y el futuro bebé la preocupaba. Le dijo a su hijo:
—Vivís en mi casa… pero nuestra situación económica es angustiosa, hijo.
Mientras, la devoción entre Pat y Darren se incrementaba sin disminuir un ápice. Para ella, él se convirtió en su héroe. Él hizo lo posible y lo imposible por trabajar, como era corpulento se colocó de descargador en los muelles —no sindicado, lo que le añadía algún encontronazo que otro con el sindicato de estibadores— y hasta de ayudante de barrendero. No dejaba escapar cualquier opción que se le presentase para ganarse unas pocas libras. Lo descorazonador es que eran contratos precarios, por cortos períodos y nada bien pagados, nada que supusiera una cierta estabilidad para ver el futuro con mejores ojos.
A los siete meses de su boda, en un mes de marzo nació una niña, la hermosa Erin con sus casi cuatro kilos. Pat aprendió lo que era un parto doloroso. Pero, como casi siempre suele suceder, acabó en una gran alegría. Pat estaba tan entusiasmada con Erin que ni se enteraba de las carencias familiares. Pero Darren y su madre eran conscientes de que era necesario ingresar más dinero para sobrevivir con dignidad.
Pasado el tiempo, Brid apreció que las rentas de las pólizas y obligaciones heredadas de sus padres, se iban mermando con la inflación monetaria que les abocaría a una situación económica de gran pobreza que no parecía tener remedio; las guerrillas en el norte de Irlanda empeoraban muchísimo las posibilidades de supervivencia ya difíciles; todavía se recordaban los negativos efectos de la neutralidad irlandesa en la Segunda Guerra Mundial, lo que provocó que el país careciera de ciertos productos esenciales como el petróleo. Darren se encontraba en un mercado de desempleados en el que los mayores tenían prioridad. Brid intentó vender la casa de Dublín, pero las ofertas que recibió eran miserables. En la capital —aun bajando la cerviz— Darren no tenía ninguna posibilidad salvo una mísera contribución del Estado a estudiantes sin trabajo. La crisis de aquellos años de posguerra les convenció para decidirse a emigrar e instalarse en Inglaterra, en concreto en Bath. Era el año 1958, Erin ya tenía cuatro años.
*****
¿Por qué Bath? Es una ciudad fascinante, pero lo importante para ellos era que allí vivía la única pariente viva de la familia Donnelly: Estella Burke, hermana de Brid. Pese a sus dificultades, Brid nunca recurrió a ella con lamentos familiares. En Bath compartían una herencia de sus padres; un piso grande y alegre. Brid intentó venderle su mitad a su hermana, pero ella le contestó con la frase hecha “eso es pan para hoy y hambre para mañana”. Y fue quien les estimuló a trasladarse.
Por la riqueza de su arqueología y restos romanos, Bath ya estaba propuesta como patrimonio mundial en ese momento. Gracias a la generosidad de la tía se les solucionó, de entrada, un importante problema: la morada. Ella les ofreció el piso cuya propiedad compartía con Brid como herencia de sus padres, así que se trasladaron al mismo. Se alojaron todos menos Estella, ella se fue a vivir muy cerca de un pequeño apartamento también de su propiedad. Estella era muy educada y respetuosa; no quería molestar.
La tía Estella no acababa de justificar la inmoralidad del pecado cometido por Darren y Pat; más bien le desagradaba profundamente. Ella era una católica muy centrada en el sexto mandamiento de la Ley de Dios —que tanto habían incumplido sus sobrinos— y el noveno. Aun así, la tía siempre fue muy generosa; sin hijos y con no más parientes próximos que Brid y su hijo, le donó a Darren su mitad de la vivienda. Su corazón le hizo recordar que todos somos hijos de Dios, de esta manera justificó su liberalidad.
El resto seguía siendo de su hermana Brid. Un salón comedor de más de treinta metros cuadrados, con una cocina de más de quince metros y cinco habitaciones. Una para la abuela, otra para el matrimonio, otra para Erin y el resto para otros hermanos si Dios se los concedía. Se puede decir que vivían holgadamente; decorado con sencillez, pero muy espacioso. El dormitorio del matrimonio tenía más de veinte metros cuadrados, cabía lo que se quisiera.
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